“No dejéis con vida a la hechicera”
Éxodo, 22 – 18.
Todas las mujeres pasamos por varias etapas en la vida, dependiendo de nuestra edad. De la niña encantadora a la “linda y hechicera” y de allí a la vieja bruja. O a la bruja, a secas. Suegra y bruja es pleonasmo, dicen algunos. Más allá de lo anecdótico y de que la magia tenga connotaciones tanto positivas como negativas, en el imaginario colectivo mujer y magia aparecen como un todo inseparable.
Fascinación, miedo, odio, rechazo, terror, asco… Pocos arquetipos femeninos son tan universales. La bruja no deja indiferente a nadie, ni siquiera a aquellos que niegan su existencia, obedeciendo ciegamente los dictados de este diagrama cartesiano que llamamos cultura occidental, en el que no tiene cabida nada que no obedezca a los rígidos parámetros del dogma oficial, que ya no es la religión sino la ciencia.
Dice Hamlet, en la quinta escena del primer acto de la obra, que “hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía” Aquello que escapa al método científico, lo que se sale del molde, lo negamos simple y llanamente, como antes lo perseguimos de manera implacable. No existen brujas, fantasmas, círculos de las cosechas, premoniciones o videncia. Al margen de la especulación, sensacionalismo o charlatanería que despiertan estos temas, lo misterioso, lo oculto subyace en nuestro inconsciente y no lo vemos porque no queremos verlo, porque lo desconocido siempre ha dado miedo y porque eso supondría superstición e ignorancia.
Si bien hay constancia de la existencia de brujas desde la antigüedad y ya desde la cultura Grecolatina se condenaban ciertas prácticas de hechicería, la gran perseguidora de las brujas fue la religión cristiana, tanto católica como protestante, para la cual la mujer, era (¿es?) inferior, moralmente más débil y lasciva, (como aparece en el libro Malleus maleficarum y otros tratados que fueron muy extendidos) y por tanto proclive a placeres y venganzas, lo cual la hacía más predispuesta a la brujería. La « caza de brujas» conoció dos grandes etapas la primera entre 1480 y 1520, y la segunda entre 1560 y 1650. Las últimas persecuciones y los últimos procesos concluyeron hacia el fin del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Se estima que el número de víctimas se situó entre 50.000 y 100.000, contando tanto los condenados a la hoguera por los tribunales de la Inquisición, como por los protestantes.
La mayoría de las personas procesadas por brujería fueron mujeres. En la mayor parte de las regiones de Europa la proporción de mujeres condenadas por brujería sobrepasó el 75% y en algunas llegó incluso al 90%. Esto se explica en gran medida por el fuerte carácter misógino de muchos de los tratados sobre la brujería escritos en la época. Muchas de estas mujeres eran curanderas, aunque también cocineras y comadronas, así como nodrizas o niñeras. Gran parte de ellas eran de edad avanzada para la época (40 a 50 años) solteras o viudas y en general pertenecían a los niveles más bajos de la sociedad, lo que se ajusta bien al estereotipo de la bruja que conocemos hoy.
Las religiones, desde su aparición, han intentado tener el monopolio de lo extraordinario. Entre un milagro y un beneficio obtenido por medios sobrenaturales, hay una delgada línea de separación y es el intermediario terrenal y la entidad celestial o infernal que lo concede. La magia, aunque se le dé otro nombre, no puede existir al margen de la religión y sus representantes.
¿Qué había tan malo en las brujas, además del atávico miedo a lo desconocido, que encarnaban ellas?
La bruja es un arquetipo de mujer madura, que vive sola y es independiente, porque gracias a sus conocimientos sobre hierbas y plantas y/o su dominio de las fuerzas de la naturaleza o bien, su dominio sobre lo oculto, puede subsistir sin un hombre que la mantenga. Además, se le asocia a una sexualidad pecaminosa, fuera del matrimonio, el aquelarre, en la que se une al demonio. Es decir, al placer por el placer mismo. Una mujer así estaba – y está todavía en muchos lugares del mundo – por fuera de los parámetros que la sociedad, la educación y la cultura han establecido para que la mujer sea aceptada dentro de ésta. En palabras de Michel Foucault “Para que el Estado funcione como funciona es necesario que haya del hombre a la mujer o del adulto al niño relaciones de dominación bien específicas que tienen su configuración propia y su relativa autonomía”. Es decir, que estas mujeres eran peligrosas para el Estado en cuanto a que eran transgresoras de las normas escritas y no escritas de la sociedad. Siguiendo a Foucault “Hay que ser un héroe para enfrentarse con la moralidad de la época”. Ellas seguramente no pretendieron ser heroínas, sólo intentaban subsistir y muchas de ellas no lo lograron.
La bruja es un arquetipo de mujer madura, que vive sola y es independiente, porque gracias a sus conocimientos sobre hierbas y plantas y/o su dominio de las fuerzas de la naturaleza o bien, su dominio sobre lo oculto, puede subsistir sin un hombre que la mantenga.
El arquetipo a que hemos hecho referencia tiene cuatro elementos: La edad (mujer vieja y en cuanto vieja, fea), el conocimiento, la sexualidad libre y la independencia económica, elementos que analizaremos con más detalle.
En primer lugar, el hecho de que fueran mujeres maduras, que seguramente ya habían sobrepasado la edad reproductiva para los cánones de la época, hizo que nos las imaginemos viejas y feas. En ocasiones aparecen como bellas y seductoras con el fin de engañar al hombre y hacerle daño, pero su imagen más extendida es la de una vieja, por oposición al arquetipo deseado: La mujer joven e inocente, en capacidad de ser madre y esposa sumisa. Una mujer madura es inútil en este modelo, sobre todo porque la madurez trae experiencia, y la experiencia, conocimiento.
El arquetipo de ama de casa, madre sufrida y esposa sumisa es, por lo visto, mucho más reciente de lo que creemos.
Además, que una mujer inútil para reproducción tuviese una vida sexual activa, o peor aún, que sus conocimientos le permitieran el control de la natalidad, para sí o para otras mujeres, ya que poseían cierto control de la reproducción y sabían preparar diversos abortivos, las hacía muy peligrosas para las elites eclesiásticas, políticas y económicas que consideraban que ese saber representaba una amenaza, ya que implicaba la posibilidad de ejercer una sexualidad más libre, lo cual ponía en riesgo la hegemonía masculina .
Volvamos al conocimiento. Aunque la población femenina no tuvo acceso a la educación superior hasta finales del siglo XIX y mucho más extendido desde el siglo XX, siempre ha generado conocimiento, sobre todo en lo que se refiere al ámbito doméstico, la cocina, el cuidado de la familia y de la salud, conocimientos que se adquieren por experiencia y se transmiten entre amigas y vecinas y de generación en generación. Esos aportes a la comunidad, que en la antigüedad fueron muy valorados, se volvieron peligrosos en el momento en que apareció la ciencia oficial. La medicina académica y la farmacopea industrial tuvieron sus orígenes en la edad moderna, coincidiendo con la caza de brujas. ¿Coincidencia? No lo parece.
Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja considera que la persecución implacable a la que fueron sometidas las brujas está relacionada con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confinó a las mujeres al trabajo reproductivo y en concreto con los inicios del capitalismo, que requería acabar con el feudalismo y aumentar el mercado de trabajo, eliminando la agricultura de subsistencia y cualquier otra práctica de supervivencia autónoma ligada en ocasiones a tareas agrícolas en terrenos comunales. La revolución industrial y la aparición del proletariado, en su acepción de grupo de personas desposeídas de cualquier medio de producción diferente de su propia fuerza de trabajo parecen inseparables y al parecer, no fueron casuales. La audaz tesis de Federici sostiene que la irrupción del incipiente capitalismo fue uno de los periodos más sangrientos de la historia de Europa, al coincidir la caza de brujas, el inicio del comercio de esclavos y la colonización del Nuevo Mundo, procesos que se dieron con la misma finalidad: disponer de fuerza de trabajo abundante, gratuita a ser posible o a precios ínfimos.
El arquetipo de ama de casa, madre sufrida y esposa sumisa es, por lo visto, mucho más reciente de lo que creemos. Parafraseando a Foucault: Nosotras, las victorianas…
Sea como haya sido la historia, la próxima vez que alguien me llame Bruja – lo han hecho alguna vez- me estará diciendo que soy una mujer sabia, libre e independiente y por lo mismo, trasgresora. Lo tomaré como un elogio ¡Porque lo es!
Bibliografía
Marsh Heather “Brujas y cómo son silenciadas” . «Witches and how they are silenced”.
En https://georgiebc.wordpress.com/2014/05/01/witches-and-how-they-are-silenced/
Federici, Silvia “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva” Edición Digital de
Norma Blázquez Graf, El retorno de las brujas, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
Thttp://www.jornada.unam.mx/2008/02/28/index.php?section=ciencias&article=a02n1cie
https://es.wikipedia.org/wiki/Caza_de_brujas
http://pladelafont.blogspot.com.co/2012/02/las-brujas-y-sus-mitos.htmlraficantes de Sueños