El feminismo siempre ha sido acusado de ser excluyente y de dividir a los “auténticos sujetos revolucionarios”. Nos dicen “yo no secundo la huelga, las mujeres blancas oprimen a las mujeres negras”, “una huelga de todas las mujeres es un sinsentido, las mujeres burguesas no tienen los mismos problemas que las mujeres trabajadoras”. Lo importante es la raza, lo importante es la clase. Nos acusan de dividir lo que no debe ser dividido, de unir lo que no debe ser unido.
Lo cierto es que tanto la lucha antirracista, como la lucha obrera tienen sobradas razones para enunciar colectivos revolucionarios. Lo mismo ocurre con el feminismo. Como diría MacKinnon, (válido para los tres casos) “hay un sistema en el que muchos trabajan y pocos ganan, en el que unos dominan y otros están subordinados, en el que unos joden y otros son jodidos y en el que todo el mundo sabe qué significan estas palabras. La existencia de estos sistemas es lo que hace que hablemos de problemas políticos”.
Sectores del movimiento obrero llevan desde los inicios del mismo criticando al feminismo por burgués, pues afirman que analizar la sociedad a través del sexo es dividir a la clase trabajadora y disculpar a las mujeres acomodadas. Se ha acusado al feminismo de favorecer en exclusiva a las mujeres cultas y profesionales. Sin embargo esta crítica pasa por alto a la parte más amplia de la pirámide del movimiento por los derechos de las mujeres, que ha sido conformada por numerosas mujeres trabajadoras, muchas de ellas negras y latinas. Ellas han sido determinantes en la historia del feminismo, aunque a menudo estas voces no sean recordadas. El movimiento feminista luchó por la abolición de la esclavitud y más tarde por los derechos civiles. De estas luchas se tomaron teorías, estrategias e impulso. Teóricas tan importantes como Kimberlé Crenshaw han realizado una crítica intrafeminista que ha conducido a una mayor visibilidad de las mujeres negras y de otras minorías, aunque el carácter interseccional del feminismo aún es insuficiente (las teóricas más leídas son blancas y anglosajonas).
Las elocuentes proclamas que en estos días se alzan contra las movilizaciones del movimiento feminista no logran acallar un hecho: en todas partes los hombres oprimen a las mujeres.
Los partidos y sindicatos de izquierdas no se libran del sexismo. Las feministas han visto frecuentemente que los movimientos de izquierdas han infravalorado el trabajo de las mujeres, han restado importancia al trabajo doméstico y de cuidados, han denigrado a las mujeres en la vida cotidiana y normalmente no han logrado diferenciarse demasiado de ningún otro grupo dominado por intereses masculinos en lo referido a la justicia para las mujeres.
Firestone recuerda una entrevista a las Panteras Negras publicada en The Movement en la que podía leerse: “Las feministas pierden de vista la Lucha Fundamental. Es posible organizar quizás ciertos grupos especiales femeninos, pero peligroso; corren el riesgo de encerrarse en sí mismos, de convertirse en pequeñas camarillas pequeño burguesas donde solo se hable del cuidado de los hijos o de degenerar en cotilleos lamentativos”. Vemos que el movimiento feminista no siempre ha encontrado comprensión en la causa antirracista y las mujeres negras no se han librado de verse opacadas por los hombres negros en el interior de los movimientos antirracistas. Lo mismo ha ocurrido con todos los movimientos mixtos.
Lo cierto es que las mujeres compartimos opresiones. Señala MacKinnon: “La desigualdad de las mujeres se produce en un contexto de salarios desiguales, de asignación a trabajos no valorados, de características físicas despreciadas, de violaciones, de violencia machista, del abuso sexual de niñas y del acoso sexual sistemático. Las mujeres son deshumanizadas a diario, utilizadas en entretenimientos denigrantes, se les niega el control reproductivo y están forzadas por las condiciones de su vida a la prostitución. (…) La desigualdad sexual, por tanto, es una institución social y política”.
El sexo no es una contradicción secundaria, como quisieran los y las marxistas. Por mucha simpatía que sienta la izquierda por los intereses de las mujeres, sus intentos de asimilación hacen del feminismo, en última instancia, una reivindicación más en el interior de la izquierda. Lo más corriente es que las mujeres queden reducidas en sus análisis a alguna otra categoría, como la de trabajadoras. Firestone señala que “las mujeres de izquierdas no pueden desarrollar una auténtica línea política feminista en sus partidos porque no han tomado conciencia de la opresión que sufren como mujeres. Se ven forzadas a ligar su propia causa a una lucha básica en lugar de plantearla como causa intrínsecamente revolucionaria (y no digamos ya de establecerla como centro de toda revolución)”. Esto lo vemos constantemente, el feminismo tiene que tomar prestada su legitimidad de otras causas mixtas para suscitar empatía social: la clase obrera, la lucha lgtbi.
Cuando el movimiento sindical convoca una huelga general nadie cuestiona la pertinencia de sus reivindicaciones. No salen grupos de trabajadores y trabajadoras inmigrantes señalando que el concepto de “clase” contiene una falsa homogeneidad que invisibiliza al racismo. Nadie señala a la globalización y al consumismo de la clase trabajadora ni dice que al movimiento obrero le falta discurso decolonial. Las personas paradas no se enfadan señalando que esos obreros no son más que burgueses.
Todas esas acusaciones tendrían razón de ser y por supuesto el movimiento feminista tiene muchas vergüenzas que mirarse y mucho por mejorar en lo concerniente a dar voz y protagonismo a las mujeres más invisibles. No todas las personas tienen las mismas posibilidades para acceder a los medios ni para ser escuchadas con respeto. Y yo entiendo las quejas ante la irrealidad de algunos planteamientos de la huelga. Soy una de esas madres que tendrá que ir con el carrito a las manifestaciones y sé que para muchas mujeres con trabajos precarios o que viven en relaciones de violencia machista faltar al trabajo o hacer huelga de cuidados es inimaginable.
Pero me sorprende que estas acusaciones se dirijan solo contra el feminismo y que además se acompañen de la reivindicación de otra causa: “soy más antirracista que feminista”, “soy más anticapitalista que feminista”, etc. Creo que tal vez en el fondo subyace la idea de que las mujeres no somos oprimidas en tanto que mujeres. Somos oprimidas como trabajadoras, o como personas negras, pero no como mujeres.
MacKinnon señaló las dificultades que implica explicar la opresión femenina desde las clases sociales. Como señala la jurista, las mujeres comparten una posición de clase caracterizada por una fuerte dependencia de las relaciones con los hombres. La movilidad de clase es muy pronunciada. “Un matrimonio favorable puede elevar a una mujer hasta la clase gobernante, mientras que sus propias capacidades, su formación, su experiencia laboral, su sueldo y sus actitudes, si estuviera sola, serían pocos requisitos para su independencia económica y su movilidad. El divorcio y el envejecimiento pueden devaluar a una mujer económicamente porque disminuyen su conexión con los hombres y su atractivo para ellos (…) ¿Cuál es la clase de una enfermera que se casa un médico y sigue trabajando media jornada como enfermera?, ¿y la de una mujer de una familia universitaria que se dedica al servicio social cuando su marido psiquiatra desaparece misteriosamente?, ¿y la de la hija de madre profesional y padre ejecutivo medio que empezó como chica de los recados y ha ido ascendiendo?, ¿y la de la secretaria que se casa con su jefe?, ¿y la de la chica de clase media empujada a la pornografía?, ¿y la de la hija del trabajador de la siderurgia que estudia derecho?, ¿y la de la jovencita adinerada de ciudad que huye del incesto y termina en manos de un chulo?”.
Aunque la sociedad ha cambiado desde los años setenta, la existencia del techo de cristal y las redes de poder dominadas todavía por los hombres dificultan las posibilidades sociales de las mujeres haciéndonos muy dependientes del amor y la belleza como fuentes de prestigio y en algunos casos, lamentablemente, de supervivencia.
El divorcio y el envejecimiento pueden devaluar a una mujer económicamente porque disminuyen su conexión con los hombres y su atractivo para ellos
A pesar de las diferencias de raza o clase, las mujeres compartimos opresiones. Desde la perspectiva feminista las luchas de las mujeres, en cualquier país del mundo, tienen más en común entre sí que con las luchas marxistas en cualquier lugar. Desde luego, la noción de “mujer” (como cualquier otra) contiene una falsa homogeneidad. Hay que escuchar atentamente a las mujeres que nos exponen problemas que no nos afectan personalmente. El feminismo desmiente la idea patriarcal de que todas las mujeres son iguales, pero eso no le impide buscar la verdad de la opresión colectiva. Aunque la raza o la clase definan algunas características que nos diferencien de otras mujeres, el hecho mismo de ser mujer tiene un significado que nos une a todas las mujeres desde el punto de vista social.
El feminismo desmiente la idea patriarcal de que todas las mujeres son iguales, pero eso no le impide buscar la verdad de la opresión colectiva.
Cuando nos reunimos y nos escuchamos descubrimos violaciones, acoso sexual, injusticias en las relaciones románticas con los hombres, incesto familiar, violencia en la pareja, violencia obstétrica en los partos, condiciones de salud ignoradas por la sociedad, ausencia de reconocimiento social, techo de cristal, jefes que nos discriminan o acosan, sentimientos de fracaso social, trabajo doméstico no reconocido, un derecho insensible a nuestros problemas, trabajo infrapagado o no pagado, agobio por cargas familiares, etc. Aunque somos diversas podemos reconocernos en este mundo de las mujeres.
Con respecto a las mujeres acomodadas, el dinero no las libra de muchas opresiones comunes a todas las mujeres. La violencia obstétrica, la endometriosis, la fibromialgia, el acoso sexual y la violación son ejemplos de problemas que no solventa el dinero. Muchas mujeres acomodadas disfrutan de recursos solo en la medida en que su ropa y el trabajo doméstico que pueden contratar (y que hacen otras mujeres) sirven para alimentar el ego de los hombres que las mantienen. Estas mujeres acomodadas son siervas decorativas. Su poder y su posición son tan solo un adorno más del prestigio de su pareja. Muchas mujeres saben que si sus parejas las abandonan o ellas se marchasen se encontrarán con el cuidado de las criaturas sin dinero, sin trabajo, sin tiempo para socializar y con el estigma social que todavía las madres solteras o divorciadas padecen.
Esto no solo lo viven las mujeres acomodadas, muchas mujeres toman conciencia de su dependencia económica cuando piensan en separarse. No es infrecuente soportar relaciones violentas por motivos económicos. En todas las sociedades el trabajo de las mujeres se paga menos, tiene peores condiciones, usualmente tiene menor interés: es más invisible, más solitario, está más relacionado con la limpieza y el cuidado de las necesidades físicas. En todas las sociedades ser madre dispara la brecha laboral. No tener pareja también se penaliza económicamente especialmente si tienes descendencia.
Si las mujeres compartimos múltiples opresiones, los hombres como clase sexual también comparten numerosos privilegios sobre nosotras: son admirados, apoyados, sus necesidades sexuales están cubiertas y se libran de hacer numerosas tareas domésticas y de cuidados.
La lucha de las mujeres tiene motivos suficientes para constituir un movimiento autónomo. No podemos obviar que en esta sociedad la dominación de un sexo sobre otro existe (a las personas escépticas no suelen convencerles ni las estadísticas, así que no voy a molestarme en debatir con quienes no quieren reconocer lo visible) y esto justifica la necesidad de una lucha independiente. Por supuesto, no negamos que el movimiento obrero tiene sobradas razones para desarrollar una lucha y para constituirse como sujeto colectivo. Lo mismo puede predicarse de la lucha antirracista. Considero que las razones de las mujeres para organizarse como sujeto colectivo deberían reconocerse sin vacilaciones.
Autoras como Kate Millett y otras muchas feministas de la segunda ola han sostenido que el patriarcado es la distinción social de más peso para la configuración social, superando incluso a las distinciones basadas en la riqueza. La opinión social mayoritaria (tomada como dogma incuestionable) es la de que ser de derechas o de izquierdas supone una categoría más amplia que la de ser feminista (que se considera una mera cuestión cultural y no estructural). Es importante que existan pensadoras que proponen un paradigma distinto, incluso aunque se discrepe con este.
Desde algunos sectores de la izquierda se nos señala que no todas las mujeres padecen la opresión de la misma forma, podríamos responder: ¿acaso toda la clase trabajadora experimenta la opresión de clase de la misma forma?, tal vez en el fondo muchos hombres teorizan desde el miedo. Si se considerara que las mujeres están oprimidas como clase sexual, los hombres de izquierdas serían los últimos en pedir una lucha activa contra la clase opresora.
Las críticas procedentes de mujeres especialmente invisibilizadas pueden servir de acicate para que el feminismo logre ser mejor. Pero no olvidemos que el movimiento feminista es de todas. Conozco a mujeres de todo el tejido social que apoyan esta huelga (puedan ejercerla o no): trabajadoras domésticas, sobrevivientes de la prostitución, mujeres maltratadas, paradas, precarias, mujeres con discapacidad, madres solteras, lesbianas, latinas, etc. El movimiento feminista tiene un inmenso potencial transformador. Las mujeres somos una clase oprimida mayoritaria (más de la mitad de la población) distribuida entre todas las clases sociales. Es un movimiento internacionalista y constituye uno de los movimientos mas diversos y horizontales de la historia mundial. Hay motivos para que todas nos sintamos parte de esta huelga.