Hemos conocido muy recientemente la sentencia a la manada. Se concluye que los cinco cometieron abuso sexual contra una chica de 18 años, pero que no hubo violación, ni violencia de ningún tipo ni intimidación. La misma sentencia admite unos cuantos hechos como probados: que cinco hombres la introdujeron en un portal con cierta brusquedad, que la desnudaron, que se aseguraron de que no hubiera nadie en la escalera, que la rodearon, que la tocaron y manosearon, que la obligaron (no hay consentimiento en ningún momento por parte de la víctima) a realizarles felaciones, y que la penetraron también anal y vaginalmente. Todo ello mientras la grababan. En dicha grabación se la observa, según recoge la sentencia, en estado sumiso y pasivo. La misma sentencia también recoge que la joven se encontraba en estado de embriaguez (algo que ya de por sí debería anular el consentimiento y que debería ser incompatible con que ellos pretendieran iniciar con ella cualquier tipo de relación sexual).
Todo esto que narro y varios actos violentos más, y dejarla sola desnuda e incomunicada en el portal porque uno de ellos le robó el móvil, están perfectamente probados y recogidos en la sentencia. Y, sin embargo, repetimos, se concluye que la chica no fue víctima de una violación, ni de violencia ni de intimidación.
Por si esto fuera poco, uno de los tres magistrados encargados de juzgar el caso, pedía indubitablemente la absolución de los cinco acusados alegando que lo único que existió en aquel portal fue sexo en grupo, desinhibido de un grupo lleno de jolgorio. Pero hay algo que me inquieta profundamente. Si la sentencia es sencillamente repugnante, más nauseabundo resulta conocer el voto particular que dicho magistrado, Ricardo González, emitió y los motivos que expone. Sostiene, y tomo como fuente el diario Público.es, que la víctima no sufrió ni tuvo el menor dolor. Además asevera lo que sigue: “No aprecio en los vídeos cosa distinta a una cruda y desinhibida relación sexual, mantenida entre cinco varones y una mujer, en un entorno sórdido, cutre e inhóspito y en la que ninguno de ellos (tampoco la mujer) muestra el más mínimo signo de pudor, ni ante la exhibición de su cuerpo o sus genitales, ni ante los movimientos, posturas y actitudes que van adoptando”.
No conforme, mantiene además que los gestos de la mujer demuestran cierta excitación sexual. Pero lo que me resulta más vomitivo, más asqueroso no es esto. Es que, aún con todo, concluye que «las posiciones de manos y brazos de los seis son más cercanas, si es que en este contexto es posible, a la delicadeza.”
Delicadeza. Así describe nuestra justicia una violación. Una relación sexual mantenida con placer y delicadeza. Ese es el mensaje. Da igual que nos metan a empujones en un portal, que nos arranquen la ropa, que nos rodeen cinco tipos, da igual que esos cinco nos obliguen a realizarles violaciones, ya sea mediante la violencia o la intimidación, da igual que nos penetren anal, oral y vaginalmente sin que mostremos nuestro deseo y consentimiento. Da igual también que nosotras estemos en estado de embriaguez.
Da igual que nos dejen desnudas tiradas en un portal, llorando y sin móvil. Da igual que otra pareja sea testigo de lo sucedido y llame al 112, da igual que esos cinco hombres ya tuvieran antecedentes por otros delitos y se intercambiaran en múltiples ocasiones videos, mensajes y fotos jactándose de ir a violar a otras mujeres provistos de cloroformo y burundanga, da igual que existan pruebas de cómo manoseaban a otra mujer en el coche que estaba claramente inconsciente. Da igual. Porque, repetimos, para nuestra justicia esto cinco hombres no han intimidado a nadie, no han violado a nadie y no han agredido física ni sexualmente a nadie. Sólo han cometido un pequeño abuso, del que muchos dudan porque aun sigue manteniendo, el magistrado, que la mujer estaba excitada. Y añade, además, que “una relación sexual no puede calificarse como agresión o abuso en función de si la mujer (o el hombre) la disfruta o no físicamente.”
Así que sólo nos queda dar la enhorabuena a los violadores. Enhorabuena, señores, porque son ustedes totalmente impunes. Nos pueden penetrar, manosear y obligarnos a practicarles felaciones cómo y cuándo quieran. Manifestemos o no consentimiento. Nos pueden desnudar y nos pueden pasar de unos a otros como les plazca. Como medalla, además, la justicia les reconocerá que probablemente consiguieron excitarnos y que, en cualquier caso, no nos causaron daño físico ni agresión alguna.
Y a las violadas, el mensaje parece también claro: oír, ver y callar. Resístete hasta la muerte o tú serás la culpable. La justicia no te creerá y la vigilada y cuestionada serás tú.
Y el artículo, podría acabar aquí. Así de descarnado, de humillante, de insoportable. Pero el feminismo consigue un punto y aparte. Consigue el párrafo que sigue a este.
Afortunadamente, querida hermana, tú no estás sola. Ni tú ni ninguna de nosotras. Tú, querida hermana, vosotras y yo misma, tenemos, por suerte, a cientos de millones de mujeres feministas en todo el mundo a nuestro lado. Y hombres igualitarios que también nos creen, que van abandonando el vergonzoso privilegio de disponer de nosotras a su antojo.
Queda mucho, sí. Pero nos tenemos y el movimiento feminista no se va a rendir. Venimos de tiempos oscuros en donde la violación ni siquiera era delito. Por fuerte que sea la respuesta patriarcal, por mucho que intente devolvernos a la posición de partida, llevamos mucho recorrido. Y reservas suficientes no sólo para resistir sin retroceder sino para continuar avanzando posiciones.
Hermanas del mundo uníos. No estamos solas.