“¿Feminista gitana? Es la misma Lita”. Así de concisa responde Lita Cabellut, la artista española que ocupa titulares como “la reina del arte” o “Los famosos se pelean por sus obras”. Las cosas han cambiado en los últimos años para ella en su tierra, recién clausurada “Testimonio”, su última gran exposición en A Coruña, y aún en cartel su “Retrospectiva”, en Barcelona. Ahora es una figura reconocida entre nosotros, después de que en 2015 Artprice la puntuase como la española más cotizada en el mercado mundial y los periódicos comenzaran a fijarse en una artista con una obra impactante y una biografía novelesca de las que es imposible sustraerse.
Lita Cabellut, nacida en Sariñena (Huesca) en 1961 y criada en Barcelona, residente desde hace años en La Haya, hace gala de unas raíces gitanas que alimentan su trabajo. Ella es hoy un referente para las creadoras visuales y también para todas las mujeres romaníes, incluyendo las protagonistas de un movimiento asociativo en alza. “Me considero absolutamente feminista”, explica Lita, “en el sentido de que nunca dejaré de luchar por el respeto y la igualdad entre el hombre y la mujer”.
“Yo no pinto a gitanos o a payos. Yo pinto a lo que admiro y eso es el ser humano”, aclara: la gitaneidad de Lita como artista no se reduce a retratar a Carmen Amaya o a Camarón, sino algo más profundo que tiene que ver con su forma de expresar quiénes somos.
Ella es autora de fotografías, piezas de videoarte e incluso ha participado en la ópera con La Fura dels Baus, aunque la fama la debe sobre todo a sus series de grandes retratos, sobre los que trabaja capa tras capa hasta obtener una textura propia, como una gruesa piel sobre el lienzo.
“Lita Cabellut es una humanista”, afirma Ana Giménez Adelantado, una antropóloga que conoce bien su obra. “No solo por su maestría y su visión global de la pintura, sino porque ella no pinta personajes sino almas, como si los despojara de su corteza externa”.
Giménez Adelantado (Castellón, 1962) también es romaní y trabaja en la Universidad Jaume I de su ciudad. Investigadora y docente, ha sido activista en las organizaciones de mujeres gitanas desde los años noventa y actualmente forma parte de la Asociación Gitanas Feministas por la Diversidad (AGFD). “Es el corazón gitano lo que Lita Cabellut está pintando”, dice. “Por eso resulta tan impactante su trabajo.
Los gitanos estamos socializados en esa perspectiva: no tratamos de valorar la imagen social, sino de buscar el interior. Esto es una herramienta de supervivencia de nuestra cultura para relacionarnos con el otro, para saber realmente quién es. Ella ha desarrollado una percepción hipersensible para expresar cosas sobre los seres humanos”.
Renacer y resistir
“El arte de Lita Cabellut y otros artistas es un elemento fantástico para la educación y la motivación de los jóvenes”, indica Giménez Adelantado. Ella misma cita la experiencia “Orgullo gitano” del Instituto Henri Matisse de Paterna (Valencia). Allí, un grupo de chicos y chicas gitanos –alumnos de un programa didáctico inclusivo– ha participado en un proyecto sobre esta artista, con resultados muy positivos según estudiantes y maestros. “Me he sentido orgullosa, en clase se habla de muchas culturas pero nunca habíamos dado nada de la nuestra, de la cultura gitana”, dice una chica en el vídeo que han realizado sobre el proyecto.
Estos modelos en los que las jóvenes gitanas puedan mirarse no se enseñan apenas en las aulas españolas. La resistencia ante la adversidad está en el devenir secular del pueblo romaní tanto como en la vida de Cabellut, que podría leerse como una encarnación de este sino.
El día que Lita descubrió un mundo nuevo –el arte– tenía trece años y un pasado difícil. La adolescente Manolita había sido adoptada por una familia con parné, que pudo amarla y educarla y enviarla a estudiar arte a la prestigiosa Rietveld Academie de Ámsterdam, donde su enérgico duende debió llamar la atención de maestros y aprendices.
“El lenguaje del arte, sea la plástica, la música, la performance, puede ser más útil que un discurso verbal puro y duro”, explica Ana Giménez, “muchas veces el flamenco es más efectivo que un alegato contra el racismo brutal de la sociedad paya. Se establece un vínculo emotivo entre la gitana que canta y quien escucha, con ello se eleva por encima del conflicto”.
La metamorfosis del discurso
“Metamorfosis” es el título que ella eligió para explicar la evolución de las asociaciones de mujeres gitanas en España, a las que actualmente en los informes se las considera claves para avanzar en el desarrollo humano de su pueblo. Cruzar las palabras “mujer” y “gitana” es empezar a entender la aritmética “interseccional” de la jerga del activismo feminista: cuando las discriminaciones por el sexo y por la etnia se cruzan, las dificultades se suman, se multiplican los problemas. Más aún si añadimos gitana pobre, o lesbiana, o anciana, o con algún grado de discapacidad.
El movimiento asociativo de mujeres calés nace en Granada en 1990 con la Asociación Romí. Desde esa fecha adquiere cierta fuerza con colectivos que llegan a formar una federación. Un tiempo al que sigue un periodo que Ana Giménez califica como de “desgaste con el sometimiento a las administraciones” hasta que en 2013, “cuando se toca fondo” por la crisis económica, la formación de Gitanas Feministas por la Diversidad supone en su opinión un revulsivo. Este grupo, no muy numeroso pero sí “ruidoso”, en la que hay mujeres que ya han pasado por la universidad, es la primera asociación que se declara en sus estatutos feminista con una perspectiva contemporánea, una posición que a partir de este empuje empiezan a asumirlo otros colectivos.
Así, si las gitanas universitarias ya traen este bagaje feminista, gracias a estas redes también muchas otras con menor nivel de estudios se están sumando al cambio y cuestionando los mandatos de género. Por su parte, las portavoces de la AGFD insisten en “marcar las diferencias con las asociaciones progitanas o gitanas, cuyo diseño de acción y misión están bajo el colonialismo payo, y que se mueven en la línea de la promoción de la mujer gitana, para que se integre en una sociedad que la desprecia por ser quien es”.
Opre Romnia, un grito de guerra
“Opre Romnia significa “¡arriba, mujeres!”: es nuestro grito de guerra, el que surge de las entrañas”. Es la declinación en femenino del “¡arriba, gitanos!” que se canta en la letra del “Gelem, Gelem” –“Anduve, anduve”–, el himno romaní, adoptado junto a la bandera en el Primer Congreso Internacional Gitano, celebrado en Londres, en 1971.
Es precisamente la fecha de ese cónclave la que se celebra cada 8 de abril, Día Internacional de Pueblo Gitano. “Nuestra lucha no es ni de promoción ni de integración: es la liberación del pueblo, la conquista de los que algunos llaman privilegios o derechos, es derribar no el bosque, sino a los taladores y sus grandes empresas”, remarcan.
“Hace cuatro años el feminismo romaní ni se nombraba. Necesitamos que nos nombréis, que nos incluyáis en vuestra lucha”. Así hablaba María José Jiménez Cortiñas, “Guru”, la presidenta de estas Gitanas Feministas, en el auditorio del Centro Galileo, en Madrid. Ella y sus compañeras acuden a las jornadas y encuentros junto al resto de la “diversidad feminista” una y otra vez para repetir este mensaje frente a lo que llaman “el feminismo hegemónico, el que tiene la capacidad de diseñar la agenda y mandar callar”. Así, hasta la última gran manifestación de mujeres, la que ya ha hecho historia por su movilización sin precedentes: “El 8 de marzo ha sido impresionante en muchos aspectos, pero mientras las payas no se den cuenta de que son payas, no tenemos muy claro que vaya a beneficiarnos en nada relevante”, aclaran.
“Nosotras y las demás compañeras racializadas tenemos una voz propia, pero parece que con poner nuestro nombre en los encabezados ya se sienten legitimadas a hablar en nuestro lugar sin escuchar lo que les tenemos que decir: que son nuestras aliadas, pero también nuestras opresoras. El 8M fue el día oficial del hoy-no-toca, lo mismito que dice Rajoy cuando hay cuestiones incómodas. Esta actitud, para nosotras, es tan indignante como cuando ellas se quejan de que los hombres les explican cosas y las tratan de estúpidas”.
“Nuestra voz, cuerpo y cara gitana sólo tiene valor si puede ser instrumentalizado y ahí viene el conflicto. Somos usadas como objetos en todas las campañas, tanto de los partidos políticos como de las feministas payas, pero nos quieren como caras mudas. Nadie está dispuesto a escuchar verdades incómodas”, contestan hablando de su feminismo, “en estrecho contacto con las personas víctimas de la situación patriarcal paya”, enfrentado al paternalismo.
La propia Jiménez Cortiñas, una ourensana que finalizó Trabajo Social en la Universidad de Salamanca, ha intentado acceder a la política institucional en el pasado: en 1999 concurría a las municipales por Ourense, en el número 21 en la lista del PP, y en 2015 fue cabeza de cartel por Podemos en Salamanca en las elecciones generales, sin resultar elegida en ambos casos. “No valgo para hacer de gitana florero en las elecciones”, dice en uno de sus vídeos de su canal de YouTube.
El apartheid comienza en la escuela
Aurora Serrano (Madrid, 1969), sostenía el 23 de enero el micrófono ante una sala abarrotada de feministas, algunas con cargos importantes. “No os podéis imaginar lo que es ser mujer y gitana, que vengo de Pan Bendito y estoy aquí compartiendo cartel con mis maestras”, dijo. Entonces mostró en la pantalla una vieja foto de sus bisabuelas vendiendo lotería frente al Palacio de Correos en Cibeles, es decir, ante el mismo nobilísimo edificio donde, al cabo, la bisnieta subía al estrado.
Dos meses después, dejando el centro por la periferia urbana, un paseo con Aurora Serrano –esta mujer que lleva desde los 19 años en el movimiento asociativo– por Villaverde Alto, un barrio madrileño con trazas aún de vieja villa absorbida por la gran ciudad, se convierte en una lección viva sobre la realidad de las mujeres gitanas. Aurora es graduada en Igualdad de Género y estudiante de máster en esta primavera de 2018, pero en 2006 no tenía ni el graduado escolar. “Me sacaron del colegio a los 12 años”, explica, porque la familia paterna entendía que una chavala crecida ya no tenía que estar en la escuela, sino en su casa. Hasta los 36 años no vuelve a cursar una educación reglada, pese a ser buena lectora autodidacta, aficionada a pintar y a escribir. “Mis sueños infantiles eran ser cirujana o pintora… de pequeña era feliz en Pan Bendito, hasta que nos metieron en las torres nuevas”, recuerda. La red comunitaria y familiar se rompió al quedar aislados, desplazados, en pisos nuevos y mejores, pero diseñados de espaldas a la realidad de sus habitantes.
“El feminismo romaní nace de la lucha”, asegura tajante. Con esta biografía se entiende su insistencia en la intervención en los colegios para acabar con lo que no duda en llamar “el apartheid” que aún hoy viven los gitanos en nuestras escuelas. “No se interviene a fondo, no se llega a muchas zonas, pese a los planes de inserción con toda su publicidad y sus folletos, la realidad es que hay colegios que son guetos y estamos cronificando la desigualdad”.
Diagnóstico a una comunidad
“Decimos que somos un feminismo poscolonial porque somos un pueblo colonizado. Miles de leyes antigitanas en Europa lo documentan”, afirma la activista. El desconocimiento de una comunidad que lleva 600 años en la península alimenta los prejuicios del antigitanismo español. El desinterés parece comenzar en la propia obtención de datos. “Seguimos teniendo que reconocer que no sabemos cuántos gitanos y gitanas hay en España”, reconoce el Diagnóstico social de la comunidad gitana en España, un informe que analiza la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) a Hogares de Población Gitana de 2007 (elaborado para el ministerio de políticas sociales en 2011). Entre 750.000 y un millón de personas gitanas en España son las estimaciones que se repiten año tras año, es decir, casi el 2% de la población total. Sabemos que el pueblo romaní es la primera minoría étnica de la UE, y que en nuestro país vive la segunda comunidad en número, solo por detrás de Rumanía. Así que cuando hablamos de las mujeres gitanas españolas, podría tratarse de cerca de medio millón de personas.
Según este informe, la característica que mejor define la situación laboral de los gitanos españoles es la precariedad. Mientras que para la población general la tasa de temporalidad supone un 32,9%, entre la población gitana es más del 70%.
Más de la mitad de las mujeres gitanas que trabajan lo hacen con una jornada parcial. La tasa de empleo de ellas es notablemente inferior a la de los hombres gitanos: 51,3% hombres, 22,8% mujeres.
“Las tasas de pobreza de la población gitana (un 77% de los hogares bajo el umbral de pobreza relativa) nos escandalizan cuando las escuchamos referidas a Centroamérica, África o Asia. Sin embargo, no parecen suponer un problema mayor cuando estamos hablando de una parte de la población española”, dicen los autores del estudio. A pesar de los tópicos, hoy en día solo una pequeña minoría de los gitanos españoles vive en barrios de chabolas (un 2,4%), pero en estos barrios el grupo mayoritario es habitualmente la comunidad gitana. El analfabetismo según el CIS era en la población gitana del 13,5% en 2006, siendo del 1,6% en la población general. Ese misma fuente establece solo un 0,2% de población gitana con estudios superiores.
Antigitanismo español, el discurso del odio
El antigitanismo es un discurso de odio en el que, de nuevo, las mujeres se llevan la peor parte: “la desconfianza en entrevistas de empleo, la negación de alquileres, los estereotipos grotescos y excesivos en programas de telebasura, son situaciones que se dan más a menudo teniendo como objetivo a las mujeres gitanas”, afirman los informes anuales sobre antigitanismo de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), dirigidos por su Secretaria de Igualdad, Sara Giménez.
Twitter se ha convertido en un espacio idóneo para la difusión de este odio, advierten. Por ejemplo, en 2015 la FSG recogía este mensaje de la red: “¿Por qué cuando los gitanos os comportáis como hienas, sacando navajas en cualquier discusión (lleváis navajas hasta a vuestras bodas), este Secretariado no dice nada? Sois, con diferencia, la comunidad más despreciada de todas. Por algo será”. O estos comentarios en Youtube, de 2017: “Por cada gitano bueno, hay al menos 20 malos (…) Gitanorra, para empezar tú no eres española y deberías volver con toda tu gente a la India (…) lo vuestro es la delincuencia (…) vuestros hijos crecen como la hierba, como la mala hierba, sin escolarizar, todo el día en la calle molestando a la gente decente, sucios y malintencionados”.
Del pogromo al programa
El historiador Pedro García Olivo en su ensayo La gitaneidad borrada (2016), expone la siguiente tesis sobre la persecución de la diferencia gitana: sus fuertes señas de identidad –sentimiento comunitario, educación clánica, nomadismo, oralidad, anti-productivismo, derecho consuetudinario– han sido históricamente capaces de soportar el “pogromo”, el altericidio violento, pero no el “programa”, la asimilación incruenta. Es decir, un proceso de disolución de la profunda diferencia calé, a su juicio por naturaleza intempestiva, convertida en lo que llama una “diversidad amable”, retórica, que finalmente persigue borrar del todo la gitaneidad.
En este esquema radical, la tecnología del pogromo europeo contra los gitanos se concreta en un conjunto de horrores históricos difíciles de resumir. Esclavitud, sedentarización forzosa, apresamientos, galeras, esterilizaciones masivas… no hay límites. Antes de repasar la “solución final” del Holocausto nazi, convendría no olvidar la Gran Redada española, oscuro episodio que no suele caer en los exámenes. El 30 de julio de 1749, a las doce de la noche, se inició el arresto masivo de todos los gitanos y gitanas de España con una orden de “Prisión general” bajo el reinado de Fernando VI y el gobierno del Marqués de la Ensenada. Unas 12.000 personas fueron apresadas en una sola noche y destinadas a trabajos forzados. Dieciséis años más tarde, cuando se decide su liberación, apenas hay centenar y medio de supervivientes, según Antonio Gómez Alfaro, historiador de referencia de la comunidad gitana española.
Pese a todo, los romaníes llegaron al siglo XX en la península dejando su huella en el acervo común –el arte flamenco es Patrimonio de la Humanidad desde 2010–, en el compás y en la lengua. Biruji, camelar, chaval, chungo, churumbel, currar, fetén, gachí, gilí, molar, parné, pirarse, pitingo. Cualquier español conoce estos vocablos, muchos usados en la jerga coloquial. Lo que tal vez no sepa es su origen caló, la variante ibérica del romanés, la lengua de los pueblos gitanos. No es un patrimonio protegido en España, ni en Francia o en Portugal. Dicen los lingüistas que es una lengua minorizada, es decir, marginada, perseguida o prohibida en algún momento.
Posiblemente, la mejor manera de reconocer a los pueblos romaníes sería dar voz y presencia a sus protagonistas. RomArchive es un proyecto para crear un gran archivo de cultura gitana europea en la web que sigue esta premisa y estará listo para otoño de 2018, según explican sus promotoras.
La sección sobre el Holocausto –“Voces de las víctimas”– la coordina la historiadora alemana Karola Fings, quien ha recopilado testimonios de los gitanos supervivientes del Holocausto nazi.
Si la “Noche de los cristales rotos” de 1938 es considerada el antecedente de la Shoah judía, la persecución a los romaníes en Alemania había empezado mucho antes: los primeros campos para ellos datan de 1927. A partir de marzo de 1943, 23.000 gitanos –hombres, mujeres y niños– fueron arrestados y deportados a una sección especial (el zigeunerlager) de Auschwitz-Birkenau. Las condiciones fueron tan horrendas que en cuestión de meses murieron casi todos. También fueron sometidos a experimentos despiadados, a menudo con fines de esterilización. Los únicos supervivientes fueron los trasladados a otros campos a realizar trabajos forzados. Elisabeth Guttenberger, que perdió a cerca de 30 familiares en Auschwitz, fue una de los pocos testigos de la minoría sinti y romaní cuyo testimonio se escuchó en un proceso legal a estos crímenes. Al contrario, hasta 1982 la persecución a esta etnia por el régimen nazi no fue reconocida por la República Federal de Alemania.
Los difusos datos que se citan oscilan entre 220.000 y 500.00 víctimas mortales. Un genocidio aún poco estudiado al que los gitanos recuerdan con dos palabras: Samudaripen (asesinato en masa) o Porrajmos (destrucción, devoración). “No puede ser que nuestros seres queridos murieran para nada”, se lamentaba ante la canciller Merkel el superviviente Zoni Weisz en la inauguración del memorial a las víctimas romaníes, que no se inauguró hasta 2012, en Berlín.
Mujeres gitanas represaliadas (1936-1950), de Eusebio Rodríguez Padilla, que acaba de publicarse, da testimonio de las múltiples vejaciones y condenas arbitrarias a las gitanas durante el franquismo. La represión en España se ha sujetado sobres leyes y pragmáticas discriminatorias que se cuentan por centenares hasta la Constitución de 1978, para poco después iniciarse el “programa”: la rueda del carro del destino ha girado para los calés y llegan los planes de desarrollo, las estrategias, el marco de la UE, los presupuestos. Estrenó Juan de Dios Ramírez Heredia la palabra de un gitano en el Congreso, llegaron la Unión Romaní, el Secretariado Gitano; llegaron el Consejo Estatal y el Instituto de Cultura. La Estrategia Nacional 2012-2020 define cuatro áreas clave para la inclusión –educación, empleo, vivienda y salud– y se propone expresamente el “fortalecimiento del movimiento asociativo gitano, en especial de las asociaciones de mujeres”. Porque aún hoy, de las dificultades económicas y sociales que tendrán en los años venideros, nos da cuenta el hecho de que siete de cada diez jóvenes calés no se gradúa en secundaria.
Gitanas en las que mirarse
Tal vez los sentimientos de los payos se removieran un poco si la foto de la pequeña Anna María, “Settela” Steibach, gitanita gaseada en Auschwitz en 1944, fuera tan reconocible como el rostro de su infortunada tocaya judía, Anna Frank. O quizá si se mencionara en las aulas la autobiografía de Philomena Franz, o se recordaran los poemas de Bronislawa Wais, “Papusza”, supervivientes del Samudaripen, como hace Aurora Serrano frente a un café en Villaverde. “Yo soy lo que soy por el amor a los libros y a la pintura, por Dalí, por García Lorca, por Alberti o Miguel Hernández”, confiesa, y también por ellas, las autoras, gitanas y payas.
Cambiar la mirada a través de la cultura es la misión, en España, de entidades públicas como el Instituto de Cultura Gitana, promotor de exposiciones como “Aquí nos quedamos, salud y libertad” – “Akathe te beshen, sastipen thaj mestipen”– con representación de artistas gitanas contemporáneas, como la brillante Lita Cabellut, Lola Ferreruela, Delaine Le Bas, Valérie Leray, Tamara Moyzes o la mismísima Ceija Stojka, fallecida en 2013, superviviente de los campos de exterminio nazi y toda una leyenda de la nación gitana. Una retrospectiva sobre esta última está abierta, hasta el 20 de mayo, en París, donde también y hasta agosto se podrá visitar “Mundos gitanos”, una gran historia fotográfica.
La transmisión cultural y de valores igualitarios también forma parte de la funciones de esas grandes “oenegés progitanas” con las que las feministas por la diversidad se muestran críticas. Un ejemplo puede ser ilustrativo: Secretariado Gitano lanzó la campaña “La igualdad es partir de cero” con un personaje de animación, la joven Samara, que supera las barreras a las que se enfrenta por el hecho de ser gitana –estereotipos, prejuicios, miradas negativas–. La AGFD interpreta que esta iniciativa en el fondo “muestra simbólicamente el mismo pensamiento antigitano que se pretende combatir”. Para ellas, “este vídeo presenta a las personas gitanas, a través de una joven romaní, como sujetos que deben esforzarse para alcanzar sus derechos más básicos, como la igualdad de oportunidades (…) Son los payos los que necesitan una terapia para curarse el antigitanismo”, afirman. “Nosotras llevamos cinco años representando “La mochila de Carmen”, en la que una compañera escenifica la desigualdad de oportunidades y nuestro día a día como un camino con una mochila cargada de piedras. Las piedras del camino y las que nos tiran. Pero todas estas piedras tienen nombres y apellidos: de instituciones, políticas, gobernantes y oportunistas”. El episodio de Samara para ellas, además, “está contado en una clave individualista con la que muchas gitanas y gitanos no nos identificamos.” Desde la FSG entienden que su corto es un relato para llegar a audiencias masivas que “describe la fuerza de superación de muchas jóvenes gitanas que en el trabajo cotidiano de la Fundación vemos a diario. Y sobre todo hace visible la desigualdad de partida, buscando la empatía”.
“Las otras”, del 8 de marzo al 8 de abril
Las romaníes parecen haber cogido viento a favor para subir a la nueva ola de movilizaciones feministas, al menos a tenor de su creciente presencia en los medios. Hace solo unos días la veterana asociación gitana de mujeres con sede en Barcelona, Drom Kotar Mestipen (“Camino de libertad”), ha celebrado su II Congreso Internacional con más de 300 participantes de 16 países europeos.
El lema elegido ha sido precisamente este, “Las otras mujeres” –un concepto acuñado por la feminista Lídia Puigvert– para dar prioridad a las “gitanas de base, mujeres que no tienen un título universitario y que viven en condiciones precarias y que se están abriendo paso”.
“No se entenderá el feminismo romaní si no se entiende que nosotras debemos ganar nuestro espacio trabajando con las payas, y ellas deben tenernos en cuenta tal y como somos”, concluye Aurora Serrano. “¿De qué me vale hablar de cuotas o de brecha salarial, si las chicas gitanas no terminan la ESO? Si no conocemos la idiosincrasia, ¿cómo vamos a hablar de romper los mandatos de género?”, se pregunta. Con las herramientas mentales de su formación feminista, Serrano ha estudiado cómo la sexualidad condiciona la vida de la mujer gitana, cómo es la clave del control sobre ella, a cualquier edad y condición: las niñas, las jóvenes, las viudas, las lesbianas. “Honra y vergüenza, estos son los mandatos que pesan sobre las nuestras”, concluye.
Para las mujeres romaníes, media un mes exacto entre el 8 de marzo, el día de las mujeres, y el 8 de abril, el día grande de los gitanos: dos fechas para celebrar su orgullo.
El Día Internacional del Pueblo Gitano, aún sin ser reconocido oficialmente en España, se celebra cada vez más en pueblos y ciudades, y hasta el Parlamento Europeo programa su Roma Week, su Semana Gitana. En marzo de 2017 fue el Congreso de los Diputados el que aprobó la propuesta socialista de instar al Gobierno al reconocimiento oficial del 8 de abril, la bandera y el himno.
Desde la FSG esperan que “sea el 2018 precisamente el año en el que el Gobierno español realice un reconocimiento institucional de esta fecha”. Un buen día para reclamar derechos y ciudadanía “de primera”, también para las mujeres.
A la mañana siguiente, la rueda roja girará y Lita Cabellut seguirá pintando, gitanos o payos, mujeres u hombres, en su casa-estudio holandesa, mientras en Madrid la línea del metro que finaliza en Villaverde Alto llevará a las chicas de la periferia al centro, al ayuntamiento o al museo donde Lita se encontró con Goya, en un viaje físico y quizá mental. “¿Pueden las jóvenes gitanas mantener su identidad cultural y a la vez ser mujeres emancipadas?”, pregunta la periodista a la pintora. “Sí señora”, contesta, “porque esas tradiciones tienen que respetar siempre el derecho de la mujer a la educación y a la elección individual de cada una. Las tradiciones se respetan siempre y cuando no perjudiquen nuestro desarrollo. A las mujeres gitanas les digo que tener sueños, que respetarse a sí misma, que no perder nunca la confianza en la intuición, no es una falta de respeto a la comunidad, sino una aportación de valores muy necesarios en nuestra sociedad. Que la mujer gitana es, por naturaleza, una matriarca sabia”. Tchachipen, Tía Lita.




















