Según el diario Clarín del día 10/07/2017 destaca en su sección “Sociedad” el informe de Unicef con datos oficiales que “Cada tres horas una nena de entre 10 y 14 años tiene un bebé en la Argentina…Son 2.787 por año, el 3,6 por mil de los nacimientos. La mayoría accede al sistema de salud recién durante el parto. La falta de educación sexual y la marginalidad, entre las causas”.
En gran parte de Argentina no llega el misoprostol, probablemente ni saben que cuentan con esa opción, la mayoría de las menores de 14 años llegan a la consulta médica sin saber que están embarazadas y cuando cursan el 5°, 6° o hasta el 9° mes de embarazo.
Las mujeres que mueren en abortos clandestinos mueren por vergüenza, por miedo, porque llegan demasiado tarde al hospital y probablemente sigan muriendo muchas mujeres, igual o peor, porque esta prohibición fue reforzada en el presente. Desde que no se aprobó la LIE han muerto ya 4 mujeres en hospitales públicos.
Las décadas de feminismo progresista neoliberal opacaron la lucha por el derecho básico de las mujeres a la autonomía sobre sí mismas anteponiendo los derechos de todes aquelles que no fueran hombres heterosexuales. Por eso observamos con naturalidad que la ley de identidad de género habilite cirugías estéticas en los hospitales públicos o que la ley del parto respetado no mencione a las mujeres como sujetos de derechos particulares. «De acuerdo a la ley 25.929 (2004), toda persona gestante tiene derecho a ser informada sobre las intervenciones médicas que puedan tener lugar durante el proceso de gestación, parto y posparto». Según esta corriente intelectual* de la cual se generaron políticas públicas, hablar de cuerpos gestantes, cuerpos menstruantes y cuerpos lactantes resultan en políticas liberadoras para las mujeres e incluyentes de todes aquelles que puedan parir, menstruar y maternar. (Es claro que esta terminología abre el camino para legislar posteriormente sobre los vientres de alquiler o la explotación reproductiva de las mujeres).
De igual forma que la biología fue utilizada para diseñar una sociedad con una jerarquía inamovible y ordena gracias a la «ciencia positiva» hoy la teoría constructivista de género señala que la biología no determina nada, que no existe diferencia significativa física o biológica entre hombres y mujeres, que los géneros son una exclusiva construcción cultural y que por lo tanto las mujeres biológicas no deben luchar por sus derechos particulares si no solo en contra del binarismo de género, que es el verdadero dispositivo opresor. Desde los años 90 el feminismo perdió razón de ser porque se quedó sin sujeto político y fomentar políticas exclusivas hacia las mujeres resultaba discriminante. Por eso, recién hoy en un contexto de derechización a nivel internacional, muchas salimos a la calle a reclamar por el derecho al aborto seguro, libre y gratuito. ¿Tanto tiempo nos llevó a las mujeres ponernos a nostras mismas como sujetas de derecho?
El lenguaje es político. Tampoco se trata de lenguaje neutro: No se trata de “derechos- antiderechos”. Se trata del reconocimiento de derechos específicos de las mujeres-hembras humanas por su capacidad reproductora. Este lenguaje neutro y perverso de «antiderechos, proderechos» no nos deja reflexionar que los derechos reproductivos en su origen era para que las mujeres pudieran decidir sobre sí mismas. Mientras que los derechos reproductivos pasaron a ser para todes aquelles que persiguen buscar descendencia, las mujeres siguieron sin tener derechos individuales y humanos para decidir sobre sí mismas, las mujeres mueren por eso, las parejas que no pueden tener hijos no mueren por no tenerlos. No se peleaba por los derechos sexuales y reproductivos de todes o para cumplir los deseos de terceros, sino para liberar a las mujeres de la represión sexual que venían soportando desde siempre. ¿Llegamos al 2018 y se pretende a través del lenguaje borrar exclusiones? ¿Y a las mujeres cuando las van a incluir?
La insistencia del lenguaje inclusivo no solo borra no borra si no que impide y dificulta poner la mirada sobre el mandato de masculinidad que fomenta conductas depredadoras sobre el cuerpo de las mujeres. Y no posibilita detectar los abusos que son «socialmente consentidos» como forzar sexualmente a las mujeres de la familia, sean hijas, hermanas, primas, a las mujeres que trabajan en la casa y a cualquier mujer en situación de dependencia laboral y en situación de vulnerabilidad económica. Claro que no es «un acto ni violento ni voluntario», como dijo el senador salteño, porque el abuso sexual es un privilegio de género y forma parte del mandato de masculinidad. Desentrañar este mandato era la tarea del feminismo.
En vez de abordar por qué los privilegios masculinos se transforman en mandatos de género insoslayables y que son funcionales al capitalismo depredador o si es el capitalismo en su fase actual el que empuja a los hombres a volverse cada vez más crueles y depredadores, nos paralizamos cuestionándonos la existencia de nosotras mismas, al grado que es normal que algunas compañeras que militan activamente en el feminismo digan sin mediar duda alguna: “la mujer no existe, somos una construcción cultural”. Y si no existimos entonces ¿Qué derecho vamos a reclamar?
Pero esta no es una situación específica de las mujeres de América Latina, no. En Irlanda el matrimonio gay es legal desde 2015, y recién hasta 2018 se hizo un referendo histórico a favor del aborto, es decir, apenas se cuenta con un borrador para presentar en el parlamento. Las mujeres vamos a la saga de los derechos de la diversidad.
Lo que sale hoy de la universidades de humanidades y de ciencias sociales no es pensamiento crítico, es exclusivamente pensamiento hegemónico, neoliberal. Nada ha sido tan dañino para el feminismo que la teoría constructivista de género. Estas teorías resultaron al feminismo y al pensamiento crítico lo que la biotecnología de Bayer-Monsanto a la autosuficiencia alimentaria de las comunidades indígenas y rurales. Hemos sido colonizadas intelectualmente y han convencido a las activistas que vamos a superar la opresión hablando con un lenguaje que nos invisibiliza y que no nos deja ponernos en el centro de la defensa de nuestros derechos específicos, reproductivos, laborales, económicos, sociales y a una vida sin violencias. Demandas históricas del feminismo.
*la teoría de género constructivista y la teoría queer. Esta corriente intelectual ha sido funcional al neoliberalismo.