La memoria cultural es un nexo social con el pasado y, por tanto, el relato de las identidades de construye también en torno a los mitos, los cuentos, las artes. Insisto siempre en la reelaboración del imaginario desde un enfoque crítico feminista porque, al igual que muchas otras autoras y creadoras, entiendo que el avance hacia una sociedad del logos no es posible sin una narrativa que de la vuelta a las categorizaciones clásicas, aceptadas universalmente, y que sí nos represente.
Decodificar para crear nuevas lecturas es imprescindible ya que desde la infancia interiorizamos patrones que asientan nuestra visión del mundo. Si éstos validan símbolos que objetivizan y deslegitiman a las mujeres entonces tenemos una herramienta patriarcal de control que mantiene su eficacia a través de los siglos.
Con el objeto de desactivar semejante entramado, la desarticulación y el rechazo a los cánones limitadores se convierten en una tecnología de relato que presenta un discurso “perturbador” frente a la heteronorma y el binarismo de género, incorporando el conflicto y ofreciendo otras representaciones cuerpo-identidad elaboradas desde los propios patrones que las relegan a la alteridad y a la vez, por tanto, las significan.
La deconstrucción de las jerarquías binarias y las potencias de los cuerpos que Ana Mendieta transformó en espacio discursivo, las identidades atravesadas y construidas por/desde una realidad multifocal en Gloria Anzaldúa, el sujeto nohombre-nomujer, sujetolesbiana, en Monique Wittig, reelaboran el simbólico patriarcal normativo desde disciplinas distintas y sin embargo, conectadas en lo esencial, un hilo discursivo que hace genealogía y desafía los cánones tradicionales.
A lo largo de los siglos, la literatura ha sido un canal de difusión de modelos patriarcales. Modificar el lenguaje o destruir determinadas formulaciones transforma nuestra realidad y conduce a nuevas subjetividades.
Por ejemplo, en El Cuerpo Lesbiano, de Monique Wittig, el pronombre personal yo – je aparece partido (“El j/e partido en Le Corps Lesbien no es un yo destruido. Es un yo que se ha vuelto tan poderoso que puede atacar el orden de la heterosexualidad en textos”) y el mismo título del libro se nutre del desequilibrio: “cuerpo”, en francés, es un término masculino alterado por la carga del adjetivo “lesbiano”.
En The Borderlands/La Frontera, Gloria Anzaldúa construye un sujeto articulado desde la Otredad: mujer chicana lesbiana de color de la frontera, que se reafirma desde la misma normatividad que la expulsa y relega al margen, the new mestiza: “Tricultural, monolingüe, bilingüe o multilingüe, habla un patois, y se halla en un estado de perpetua transición, la mestiza se enfrenta al dilema de la raza mezclada: ¿a qué colectividad escucha la hija de una madre de piel oscura?”
El uso que hace la autora del lenguaje y de las lenguas que convergen en sus textos rizoma, trasciende categorías, cuestiona los códigos identitarios y exige nuevos significados.
Escribir implica posicionarse y por tanto, diseñar herramientas que nos permitan identificar, visibilizar, narrar. También desactivar aquello contra lo que luchamos.
Urge poner encima de la mesa la necesidad de habilitar nuevos espacios discursivos atravesados por relatos multifocales. Urge nombrar y renombrar.
Para cerrar mi discusión de la noción de género en el lenguaje, diré que es una marca única en su especie, el único símbolo léxico que hace referencia a un grupo oprimido. Ningún otro ha dejado su huella en el lenguaje a grado tal que erradicarlo no sólo modificaría el lenguaje a nivel de léxico, sino que transformaría la propia estructura y su funcionamiento; cambiaría las relaciones de las palabras a nivel metafórico y transformaría nuestra realidad política y filosófica.
Monique Wittig.
Narrativa de lo perturbador
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