Al menos cinco dedos de mi mano abarcan el número de mujeres amigas, o conocidas, que me han confesado que en algún momento de su vida han querido acabar con todo. Al principio reflexioné sobre qué extraña persona era yo para rodearme de gente así, tan parecida en el fondo a mí… hasta que descubrí que no, que lo que nos unió a todas en aquel negro deseo fueron heridas profundas y humillantes producidas y relacionadas con el mero hecho de haber sido mujeres: Sí, nosotras mismas, nada más.
Escucharnos y escuchar a otras mujeres ha sido la salvación a nuestra condena. La perspectiva de la vida, según me contaban, repleta de catástrofes afectivas y sociales, y otros percances propiciados por el machismo, habían estigmatizado a estas mujeres del mismo modo que me había sucedido a mí. Ser mujer se convirtió, durante años, en una enfermedad social crónica, y para la que no teníamos cura. Mirábamos atrás y toda nuestra vida era pura inadaptación. Calificadas de raras, molestas, insatisfechas… sí, a alguien puede parecerle una aventura idealista y romántica. Pero no lo es.
Es durísimo, doloroso, sobrevivir a contracorriente, y asumiendo que no eres parte de lo que está sucediendo a tu alrededor. La soledad es tan grande, inmensa, tan oscura…
«Bajé al garaje y lo pensé… los niños estaban arriba. Escuchaba sus voces, y estuve a punto… pero lo pensé». Esto me dijo ella, una amiga, mujer enorme, poderosa, bellísima en todos los aspectos. Luchadora incansable, agotada… y derrumbada tras un nuevo y estrepitoso fracaso de proyecto de vida. Una mujer que, en estos momentos, es una fuerte superviviente.
Ahora puedo verlo más claro. La sororidad, esa solidaridad especial entre nosotras, nos ha dado muchas de las respuestas que no encontrábamos a nuestro sufrimiento. Juntas hemos descubierto que no, no estábamos «locas», si locura se llama el rechazar lo que querían imponernos con sumisión y adoctrinamiento social, negándosenos el más elemental de los derechos, el de ser simples seres humanos: pensar por nosotras mismas, decidir sobre nuestras vidas; actuar de acuerdo a nuestros principios; tomar decisiones propias… negarnos, negarnos a lo que nos hace daño… eso fue todo lo que nos llevó a enfermar de «inadaptación», y lo que nos sumió en la oscuridad de los» garajes» para ahogar la desesperación y las noches sin luz…
«Me metí en la cama y no podía levantarme, mi madre venía a darme de comer, al final me tuve que ir a vivir con mis padres, nos fuimos mis hijos y yo. Estuve un tiempo ingresada, ahora estoy bien», escucho por segunda vez, en voz de mujeres diferentes.
¿Qué llevó a estas mujeres a una situación tan desesperada? Al principio buscaba excusas en la personalidad, la sensibilidad, la educación en sí misma, pero tras mucho escuchar… pensé que no podían ser casos aislados, porque, casi todos, por no decir todos, tenían un denominador común: los efectos de una vida de sometimiento al machismo desde la infancia. Aunque lo revistan de distintas manifestaciones y hechos, todas estas mujeres, procedentes de diferentes capas sociales, tuvieron como detonante de su desesperación a ese machismo puro y duro: humillaciones, abandonos, violaciones, deslealtades, engaños, abusos en la infancia… maltrato al fin y al cabo, pero con el agravante de estar revestido de normalidad, y después diagnosticado de formas diferentes.
Y como colofón a todas estas desgracias… las necesidades económicas, que parecen surgir inevitablemente, y que son las que estuvieron a punto de darnos, a muchas de nosotras, el golpe de gracia. Porque no hay poder sin tener cubiertas tus necesidades económicas. No hay libertad ni vida sin esa «habitación propia» de la que hablaba Virginia Woolf
Mirando hacia atrás, resulta que sí, que merece la pena el no haber sucumbido a la idea dolorosa de acabar con todo. Al inconmensurable sentimiento de culpabilidad que generan esos pensamientos, sobre todo si eres madre, o cuidas a otras personas, y a la amargura producida por el solo recuerdo de haberlos tenido un día.
Gracias a la sororidad, a ese acompañamiento y comprensión femenina por parte de madres, hermanas, amigas, nuestra vida ha pasado de ser un estigma a ser toda una proeza. Ser supervivientes de los ataques del machismo es una fuerza inmensa para continuar luchando. La experiencia es todo un grado, dicen. Hemos descubierto que la vida es valiosa y está llena de maravillas por descubrir, y que un mundo desintoxicado de patriarcado, un mundo en igualdad, es todo el oxígeno que necesitábamos y por el que vamos a continuar luchando, aun sabiendo que el mundo es complejo y que nuestros problemas no se pueden simplificar, que son diferentes y sujetos a nuestras circunstancias, nuestro temperamento, biología, educación, pero que aun así, podemos seguir luchando por mejorar nuestra vida y la de nuestro alrededor, sin sucumbir al fracaso…
«Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie», dijo Emily Dickinson. Levantémonos, hermanas. Acabemos con lo que nos hace daño, porque sí, hay una parte que depende de nosotras, pero mucho mal de fuera se nos coló dentro… y está ahí, al lado, en forma de dominio patriarcal, matándonos físicamente o haciendo que nos matemos de otras muchas formas. Casi cada día, nos levantamos con una noticia nueva y dolorosa sobre una de nosotras asesinada, y, cada vez con más frecuencia, con el añadido terrorífico de algún hombre que se ha matado a sí mismo, pero asesinando primero a sus hijos o hijas. Es curioso… tan, tan importantes se consideran algunos hombres, que la vida sin ellos les parece imposible para sus descendientes, aun sabiendo el daño que causan a sus madres, y sin contar con que lo más probable es que haya sido una forma de destruirlas para siempre deliberadamente, con una tortura peor que la muerte. Hasta ahí llega la soberbia, la crueldad, y la insensibilidad machista. ¿No es suficiente para convencer a la sociedad de lo que nos ocurrió, y nos sigue ocurriendo?
Tengamos mucha fuerza, valor, coraje, para seguir adelante, siendo libres. Hay que seguir luchando sin desfallecer, unidas, sí, pero sobre todo, protegiendo a nuestros hijos e hijas y :¡Vivas!