José Manuel Mora
Los cuerpos perdidos
Para algunas mujeres Ciudad Juárez llegó a convertirse en uno de los lugares más peligrosos del mundo en la década de los noventa. Una urbe en la que había libertad para violar, torturar y matar. Una urbe en la que los policías encubrían a los asesinos y maquinaban falsos culpables mientras el Gobierno parecía cerrar los ojos. Según Amnistía Internacional, Ciudad Juárez poseía una de las tasas de impunidad más elevadas del planeta con respecto al asesinato de mujeres. Esta impunidad era especialmente obscena para aquellos que flirteaban con las altas esferas del poder o poseían un nivel adquisitivo que les permitía comprar cualquier tipo de experiencia de cariz sexual. Un buen amigo mexicano me decía que en su país podías hacer lo que realmente quisieras siempre y cuando dispusieras del dinero suficiente. Nunca pude dejar de pensar que, de alguna manera, las trescientas muertas de Juárez eran el resultado de esa libertad absoluta comprada a golpe de talón.
En cuanto comencé a husmear en el asunto (becado por el programa IBERESCENA de ayuda a la creación dramatúrgica del Ministerio de Cultura) comprendí que, más allá del complejo análisis de los parámetros sociales, económicos e históricos que determinaban las causas de tales brutalidades, Ciudad Juárez se abría a mis ojos como una auténtica dimensión desconocida que me permitía como dramaturgo conjeturar sobre la relación del ser humano con el mal supremo, con todo lo que no se deja entrever desde la razón. Una vez decidí escribir sobre el asunto no pude pasar por alto la siguiente cuestión: ¿hasta qué punto era legítimo usar -y, por tanto, manipular- la barbarie y el dolor ajeno como material de creación? Al mismo tiempo, me resistía a hacer una obra documental al respecto: ante la elocuencia del horror que desprendían los informes de Amnistía Internacional y la lúcida crónica de Sergio González Rodríguez en su libro Huesos en el desierto, poco tenía que ofrecer mi escritura.
Una vez en México, encontré dos palabras claves a la hora de enfrentarme a la escritura: dolor y memoria. El dolor siempre me había parecido una experiencia íntima e intransferible. En cambio, a través de la memoria y la escritura, en México se me reveló como experiencia transferible y colectiva. De ahí que me propusiera -asumiendo el riesgo y lo pretencioso de la tarea- recoger el dolor (que es natural y siempre vence) de los acontecimientos; y transformarlo en escritura teatral (que es artificial y casi siempre parece estar a punto de desvanecerse) para levantar una ficción sobre el mal y la locura.
Una producción del Teatro Español en colaboración con el Teatro Calderón de Valladolid
Dirección:
Carlota Ferrer
Reparto:
Carlos Beluga
Julia de Castro
Conchi Espejo
Verónica Forqué
David Picazo
Paula Ruiz
Cristóbal Suárez
Jorge Suquet
José Luis Torrijo
Guillermo Weickert
Ficha artística:
Dramaturgia José Manuel Mora
Dirección y coreografía Carlota Ferrer
Diseño de escenografía Mónica Boromello
Diseño de iluminación David Picazo (AAI)
Diseño de vestuario Leandro Cano
Diseño sonoro Sandra Vicente
Asesoría de danza Ana Erdozain
Fotografía Sergio Parra
Ayte. dirección Enrique Sastre
Ayte. escenografía Miguel Delgado
Ayte. vestuario Carol Gamarra
10 y 11 de noviembre – funciones con servicio de sobretitulado (castellano e inglés) y audiodescripción.
- El encuentro con el público tendrá lugar el día 14 de noviembre tras la representación. Podrá asistir cualquier persona que interesada (entrada gratuita hasta completar aforo).
Presenta y modera Almudena Grandes