Uno de los aspectos que más ha lastrado a las mujeres siempre es el rol de cuidadoras que el patriarcado nos ha impuesto férreamente a lo largo de la historia y que aún hoy, en pleno s.XXI, hemos sido incapaces de dejar a un lado.
Cuidamos de nuestros mayores, de los pequeños, de las personas enfermas, y en definitiva, de cualquiera que necesite apoyo a nuestro alrededor para conseguir sus objetivos, dejando siempre los nuestros en segundo plano, aparcados, porque así se nos ha impuesto y enseñado siempre que debía ser. Individualmente, no descubro nada al decir que es ese papel de cuidadoras, que tiene su mayor exponente en la maternidad, el culpable en gran medida del insuficiente desarrollo de las mujeres en la vida pública y profesional. Sin embargo, no cuidamos sólo de nuestros hijos e hijas, sino también de toda nuestra familia y nunca dejamos de hacerlo, tengamos la edad que tengamos. Esa obligación de velar por el “interés general” antes que por el nuestro propio es una constante y, e aquí lo dramático, nos acompaña en cualquiera de los ámbitos de nuestra vida.
El movimiento feminista, que debe velar y luchar por los derechos humanos de las mujeres y niñas como forma de garantizar una sociedad igualitaria para las mujeres, pero también para los hombres, adolece también de ese lastre, en cuanto que está compuesto por mujeres que sobre sí lo llevan. Hemos cuidado y acompañado siempre, como lo haría cualquier madre de familia, de otros movimientos sociales que han venido reclamando lo que a nosotras también nos es negado, que es la igualdad, la libertad y el respeto. Las feministas hemos luchado codo con codo con todo aquél y aquella y que se haya sentido discriminado en el ejercicio de sus derechos, con una generosidad innegable, entendiendo, como nos han enseñado, que el bienestar general es objetivo, recompensa y camino para alcanzar esa sociedad igualitaria por la que luchamos.
Sin embargo, en los últimos tiempos, vemos como algunas partes de esos colectivos que hemos apoyado se están volviendo contra nosotras y nos están cuestionando elementos básicos como nuestro propio ser, con el objetivo de socavar la influencia y el poder obvio que el movimiento feminista está alcanzando, justamente merecido tras siglos de lucha de nuestras ancestras y ahora nuestra. Nos hemos vuelto incómodas puesto que exigir el respeto de los derechos humanos de las mujeres, especialmente en lo que concierne a nuestros derechos sexuales y reproductivos y a la no explotación de nuestros cuerpos bajo ningún parámetro, impide a esas partes minoritarias de esos colectivos transformar ciertos deseos insostenibles en derechos que avasallarían los de las mujeres, hasta el punto de no reconocernos ni como eso, ni como mujeres. Somos pacientes y tolerantes, qué duda cabe, pero lo que se nos está planteando es un punto de inflexión, de no retorno.
Un punto donde ya no podremos compartir lucha por nada junto a aquellos y aquellas que, para conseguir sus objetivos exigen que las mujeres abandonemos los nuestros. Y nos lo hacen saber alto y claro y de manera cada vez más habitual. Las feministas hemos dejado de ser aquellas compañeras de viaje que abrían camino y con las que siempre se podía contar para pasar a ser un movimiento incómodo, al que hay que minimizar y neutralizar.
Es justamente ahora cuando debemos hacer el esfuerzo por dejar de cuidar a los demás, para pensar y actuar con una idea en la cabeza, que es, las mujeres primero. Todas las mujeres primero. Las que nacieron con vagina o las que hicieron su transición, pero al fin y al cabo mujeres todas. Pero primero. No podemos ni deberíamos seguir ofreciendo el hombro a quienes alentados y escudados en una falsa evolución de la libertad pretenden hacernos desaparecer de nuestra propia lucha. Cualquier cosa no es feminismo, y eso, no lo es. De hecho, está bastante más cerca del machismo de toda la vida, que de cualquier otra cosa. Y hay que hacerlo, no por un afán de adoptar conductas o formas de actuar “machas”, sino porque, en este momento, reivindicarnos primero a nosotras mismas es la única manera de garantizar el triunfo, al fin, de una sociedad en las que las mujeres sean sujetos de derecho de primer orden. Y eso ni nos convierte en peores mujeres ni en peores personas. Sin atacar al resto, puesto que entonces estaríamos pervirtiendo nuestra propia esencia, pero priorizando nuestro objetivo, que es el del reconocimiento de nuestros derechos humanos, que sabemos que es la única forma de garantizar los de toda la humanidad. Por eso, ahora, las mujeres primero.
Las mujeres primero
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Momento: Sí sabés que casi nada de lo que dijiste es viable (en lo normativo) o cierto (en lo positivo) en el mundo real, no? Sí sabés que todo eso no está más que en tu cabeza, y que en el mundo real lo único que son capaces de ofrecer es la más violenta e ignorante muestra de misantropía (ojo, que no dije «misandría» porque tuvieron la desgracia de incluso exceder esa frontera) y coprofilia que pudo apreciarse por los medios masivos de comunicación desde el estreno de El Cienpies Humano, no?
Porque sino, este post es en su conjunto de las peores muestras de ignorancia e inconsecuencia que una persona pudo haber escrito en su vida.