¡Estoy harta!

Irene Starace
Irene Starace
Investigadora en literatura japonesa y, cuando hay suerte, traductora. Secretaria de WILPF (Women International League for Peace and Freedom) Italia. Italiana y ciudadana del mundo.
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Este artículo fue concebido inicialmente como una carta abierta a Público después de leer este artículo de Mar Cambrollé, pero desde entonces, hace ya más de un mes, todavía no lo han publicado, y ya no creo que lo hagan.
El artículo me indignó porque no era nada más que un ataque a las feministas radicales y un llamamiento al odio hacia ellas. Para empezar, iniciaba con una mentira: el término TERF no nació en los Ochenta, sino en 2008, y se creó para distinguir entre las feministas que pensaban que las mujeres trans eran mujeres y las que no.
En segundo lugar, el libro de Janice Raymond que citaba, El imperio transexual, no es de ninguna manera un llamamiento al odio. Yo lo leí y, tal como aparece en el resumen que la misma autora pone como enlace en su artículo, es un acto de acusación contra la sociedad, no contra las personas transexuales.
Su tema son los intereses detrás del asunto de la transexualidad, y es muy documentado (incluyendo entrevistas a personas transexuales) y empático. Afirma que el problema de la “disforia de género” se trata como una enfermedad individual, y no como un problema que nace de una injusticia social. A nadie se le ocurriría decir que un negro que sufre el racismo tiene “disforia de raza” o que es “un blanco nacido en el cuerpo equivocado”, pero es lo que se hace cuando el problema está vinculado al género, ¡quién sabe por qué!
Tampoco es casual que se manifieste mucho más en los hombres que en las mujeres, ya que las mujeres, gracias al feminismo, son mucho más conscientes de la causa de la incomodidad en el propio cuerpo (ahora la situación ha cambiado, como explica Raquel Rosario Sánchez en su último artículo, y no es buena señal). Además, Raymond no habla de cambiar las leyes, muy al contrario, de intervenir en las causas que llevan las personas a ser súbditas del “imperio transexual”: entre otras cosas, con educación no sexista y permitiendo que se escuchen las voces de las personas transexuales “arrepentidas”, es decir, aquellas que pensaron serlo y luego volvieron a su identidad de nacimiento (y que gran parte del movimiento trans evita como la peste).
También había previsto los desarrollos inquietantes del “imperio transexual”: uno es la división traída al interior del movimiento feminista por las mujeres trans. Evidentemente, Andrea Momoitio y otras feministas lesbianas que han decidido tomar partido por las mujeres trans no lo han leído. Qué lástima. Otro es el rol de control social asumido por las clínicas de género, del que también habla Raquel Rosario Sánchez. Por último, pero no menos importante, el nacimiento de una nueva forma de misoginia, que es la que estamos viendo ahora. Quienes nos exigen que renunciemos incluso a nombrarnos no están haciendo nada distinto a lo que ha hecho siempre el patriarcado: tratar de borrarnos.
Que el activismo trans más ruidoso no tenga más argumentos que mentiras, omisiones y tergiversaciones es muy sospechoso y una señal de mala fe. Es el comportamiento de quienes tratan de silenciar verdades incómodas. Pero es aún más vergonzoso que medios que se definen como progresistas y feministas (Público y no solo) acepten publicar todo esto. El artículo de Mar Cambrollé fue el caso más grave, pero no el único. ¿Por qué?  ¿Tienen tanto miedo a ser acusados de transfobia? ¿Y por qué no les preocupa igualmente que estos artículos fomenten la misoginia? Esto es más que probable, ya que nunca se escribe una palabra sobre la nueva guerra contra las mujeres que está teniendo lugar en muchos países bajo la bandera de los derechos trans. Si l@s lector@s lo ignoran, está claro que van a pensar que las malas somos nosotras, sin entender que sencillamente nos estamos defendiendo.
¿Por qué aceptan renunciar a cualquier duda y sentido crítico cuando sus propios periodistas escriben sobre estos temas? ¿Por qué nos niegan el derecho a la réplica, como hicieron conmigo,  y muy al contrario, siguen publicando artículos sobre una supuesta “transfobia feminista”?
Creo que una respuesta, aunque parcial, se puede encontrar en la confusión sobre el concepto de “género”, que en el feminismo radical es una jerarquía, y en la teoría queer, el transfeminismo, etc. algo mucho más vago. Pero no se puede cambiar el significado de un concepto según el entorno al que se aplica.
También existe un enfoque feminista radical sobre la transexualidad que no se agota con El imperio transexual, pero en estos medios feministas y progresistas no encontraréis ni una palabra sobre esto, ni sobre la nueva misoginia trans disfrazada de feminismo, ni sobre los transexuales “arrepentidos”, ni sobre los efectos adversos de los tratamientos hormonales en menores, una omisión que equivale a un crimen por la gravedad de sus posibles consecuencias. Una vez más me pregunto: ¿Por qué?

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