Mientras las altas esferas patriarcales jugaban al Stratego con un tablero real, siete mujeres españolas recorríamos el país acompañadas por Mona, nuestra magnífica anfitriona iraní que, a su vez, nos presentaba a otras mujeres valientes y luchadoras en las distintas ciudades que visitábamos.
Con ellas compartimos sus espacios: peluquerías, parques exclusivos para mujeres y sus criaturas, sus casas… Y conversamos sobre homosexualidad, aborto, maternidades, prostitución, violencia machista, religiones…
También, durante todo el camino, percibimos la complicidad de desconocidas que nos sonreían, nos susurraban “Welcome to our country” al pasar, incluso nos pedían selfies.
Mujeres cercanas que trabajan, van a la universidad, conducen su propio vehículo, viajan, emprenden negocios…siempre que dispongan de la autorización de un hombre para hacerlo y, en ocasiones, después de una dura negociación en la que renuncian a algunos de sus sueños en pos de alternativas de libertad.
Estuvimos en un centro de belleza donde su propietaria nos contaba que hubiera querido ir a la universidad pero se casó joven y su marido no estaba de acuerdo, finalmente consiguió abrir un negocio de peluquería y estética, que le permitía cierta autonomía económica, porque solo iba a tratar con mujeres como clientas.
Los centros de estética parecen ser una buena inversión en un país donde, a pesar de la obligatoriedad del pañuelo (o quizás precisamente por su imposición) es notable el atractivo abrumador que percibes en las mujeres, de cualquier edad y condición, que realzan su belleza natural con unas cejas perfectamente perfiladas, ojos y pestañas de impresión, labios rojos impecables y uñas espectaculares… Y es que, si para nosotras lo subversivo es no depilarse o ir con zapato plano a las galas; si vives en una teocracia que solo te permite mostrar la cara y las manos en público, tal vez, la revolución pasa por un maquillaje combativo.
No caigáis en el error de pensar que lo del maquillaje es solo una pataleta; la prueba nos la dio Ely, una joven soltera y propietaria de una cafetería en Isfahan (con la complicidad de su hermano) que nos confesó que tanto ella como sus empleadas visten de negro y sin maquillar (tenemos su permiso para mostrar la foto) y así no dar excusas a la policía de la moral que no acepta de buena gana su negocio y las vigila de cerca, llegando a sentirse acosadas.
La censura, que está presente en todos los ámbitos, nos ha proporcionado anécdotas durante el viaje. Algunas surrealistas (a una compañera del grupo le recordaron que está prohibido bailar en la calle cuando manifestaba su alegría, con unos movimientos que difícilmente se pueden calificar de danza) y otras entrañables como la reacción de Mona, entre sorprendida y divertida, cuando en la primera foto del grupo que nos tomaba, en lugar del consabido cheese, dijimos “clítorisssss” al unísono para salir sonriendo.
Le preguntamos si alguien podía entender lo que decíamos y ponerla, así, en algún compromiso. No estaba segura, era posible que entendieran porque, según nos comentó, en su idioma cuando quieren expresarse en un lenguaje “técnico” utilizan términos como clítoris o vagina.
Sin embargo en la siguiente foto, ella misma nos animó: “A ver, esa palabra” y se partía de risa aunque evitaba pronunciarla… Hasta que en una ocasión en la que ella también posaba, la dijo (y bien fuerte) y dos veces, riendo a carcajadas con una risa liberadora que contagiaba… y allí estábamos, todas dobladas de la risa, atrayendo las miradas curiosas de quienes andaban por allí, como niñas que se atreven a verbalizar por primera vez alguna palabra tabú.
Mona ha estudiado en la universidad Literatura Hispánica y trabaja como profesora de español, intérprete y guía. También ha traducido al persa obras de García Lorca como La Regenta, La Zapatera Prodigiosa o El Maleficio de la Mariposa y otras publicaciones más recientes como El Desorden que Dejas de Carlos Montero, Negro sobre Negro de Ana María Briongos o Las Cinco Esquinas de Vargas Llosa (por cierto, en esta última le censuraron algunos pasajes de tinte erótico) …pero no puede visitar España porque su marido (lleva cuatro años separada de él y peleando por conseguir el divorcio oficial) no le concede el permiso para renovar el pasaporte.
Frente a esto, parecería que el hecho impuesto de llevar la cabeza cubierta es algo menor que carece de importancia, pero no es así; es algo incómodo que agobia y te condiciona el día a día: cuando corre aire o miras hacia arriba (continuamente en las visitas a monumentos) se cae y necesitas las dos manos para colocarlo de nuevo, algo muy molesto si llevas la cámara o la botella de agua y tienes que soltarla… pero, sobre todo, te recuerda, a diario, qué posición te corresponde en una relación dominación /sumisión. De hecho hace tiempo que activistas feministas se arriesgan haciendo pública su protesta y hemos visto jóvenes que continuamente lo dejan caer hacia atrás, como quien no quiere la cosa, aunque lo vuelvan a colocar pasado un rato.
Mona se lamentaba de que la obligatoriedad se aplicara también a las extranjeras y tuviéramos que pasar por ello. Una compañera le preguntó si negarnos a llevarlo ayudaría o empeoraría la situación. Su respuesta fue que para ella, como guía responsable de nosotras, sería fuente de problemas; pero que, quizás, si los hombres extranjeros que acuden como turistas, a quienes suponía más empáticos e igualitarios, decidiesen ir ellos también con el velo como gesto solidario y llamativo, sería una buena campaña; pero, ¿cómo movilizas eso? concluía. Lo he buscado en internet y hay precedentes.
El caso es que ahora, con las redes sociales, tampoco es necesario viajar físicamente.
¡Ahí lo dejo, chicos!
Hermanas Iraníes
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