Nunca antes desde el final de la II Guerra Mundial, la democracia como sistema político ha atravesado una crisis de credibilidad tan global como en la actualidad. De EE.UU. a Brasil, pasando por varios países de la vieja Europa, se ha producido un auge de partidos e ideologías de extrema derecha que están poniendo en cuestión los propios fundamentos del sistema democrático. Como ya ha sido señalado por numerosos/as analistas, uno de los principales motivos que explica este ascenso de la extrema derecha tiene que ver con su capacidad para atraer a los perdedores de una globalización neoliberal que ha contribuido enormemente a precarizar el trabajo y a aumentar las desigualdades sociales. Sin embargo, creo que en la explicación del inquietante panorama político actual es necesario introducir también la perspectiva de género.
En las últimas décadas, tres fenómenos interrelacionados han contribuido a cuestionar un modelo de masculinidad que, utilizando la terminología de la socióloga Raweyn W. Connell, podríamos calificar de hegemónico y que se caracteriza por la defensa explícita de su condición heterosexual, por su carácter eminentemente pragmático y racional, por la ocultación o negación de sentimientos y por su voluntad de dominio y control, lo que puede llevar a legitimar el uso de la violencia si dicha voluntad se siente amenazada.
El primer fenómeno tiene que ver con la irrupción del concepto de género, primero en el ámbito académico y después de manera amplia en el conjunto de la sociedad. Como es bien sabido, este concepto cuestiona el carácter supuestamente natural de los valores y comportamientos asociados respectivamente a hombres y mujeres en función de sus diferencias biológicas. Desde la perspectiva queer se ha llegado a discutir incluso la existencia de dos sexos plenamente delimitados.
El segundo fenómeno tiene relación con la visibilización del colectivo LGTBI y el reconocimiento legal de sus derechos por parte de varios gobiernos, lo que ha contribuido a cuestionar la orientación heterosexual como la única posible y deseable.
Finalmente, el tercer fenómeno es la reactivación del movimiento feminista, que durante los años sesenta y setenta se había centrado principalmente en aspectos relativos a la sexualidad y el cuerpo de las mujeres y que en los últimos años ha conseguido poner en primera plana de la opinión pública temas tan relevantes como la violencia y acoso hacia las mujeres o la discriminación sufrida por ellas en el plano de la sociedad, la economía o la política.
No hay que olvidar que, de manera interrelacionada con estos tres fenómenos, se han ido consolidando otros modelos de masculinidad alternativos al hegemónico que, independientemente de su orientación sexual, se caracterizan por su visión abierta y tolerante hacia una realidad plural, por su capacidad de diálogo, por el reconocimiento de los sentimientos propios y, desde luego, por la búsqueda de una relación no jerárquica sino igualitaria con las mujeres.
No cabe duda que todo lo descrito anteriormente ha generado una grave crisis en el modelo de masculinidad hegemónico, cuyos defensores se sienten gravemente amenazados tanto por un feminismo empoderador de las mujeres como por unas masculinidades anteriormente denostadas pero que ahora hacen tambalear el trono del hombre-rey. Ante esa sensación de zozobra y pérdida de referentes estables, muchos varones desorientados han encontrado su tabla de salvación en el apoyo de políticos con mensajes claramente antifeministas y homófobos como Viktor Orban en Hungría, Vladimir Putin en Rusia, Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil o incluso Marine Le Pen en Francia, que esconde su xenofobia hacia la población musulmana con un mensaje falsamente feminista.
Es precisamente hacia este electorado potencial en el que el nuevo PP de Pablo Casado y, por supuesto, también VOX, están dirigiendo recientemente sus miradas. Esperemos que el feminismo, actualmente el movimiento social y político más activo y con mayor capacidad de convocatoria en países como España, sea capaz de dar la batalla y desactivar uno de los principales motores de crecimiento de la extrema derecha en los últimos tiempos.
La extrema derecha y la crisis de la masculinidad hegemónica
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