Tan importante como visibilizar las aportaciones de las mujeres a la cultura es, a mi entender, dar a conocer el nombre de aquellas que no pudieron hacerlo porque el machismo cosificó sus figuras de artistas y solo les permitió ser musas. En unas y en otras hay arte, la diferencia es la conversión en un estereotipo de belleza, la negación de sus capacidades intelectuales y el sometimiento a las necesidades del patriarcado.
Mujeres llenas de fuego, inteligencia y pasión que estando cumpliendo sus sueños tuvieron que abandonarlos para ser protagonistas del único espacio en el que se permite vivir a las mujeres, el doméstico, el de los cuidados, el de consorte y musa, el de mujer creada a los caprichos del ajeno, el de reina o ángel de un hogar claustrofóbico, inerte y servil, el de sacrificada y abnegada hasta el extremo.
Mujeres creadoras, con especiales cualidades para sentir, pensar. Habilidosas con lienzos y pinceles, con pluma y papel, con cincel y mármol, pero anuladas por la “genialidad” del compañero, por la desviación cultural de convertirlas en sombras de su vida, en mujeres objeto.
Mujeres hipersensibles cuyas aportaciones debieran haber enriquecido nuestra cultura, nuestras artes y poesías pero cuyas figuras fueron anuladas sencillamente por ser mujeres.
Tal es el caso de Jeanne Hèbuterne, mujer pintora prolífica, cuyas producciones quedaron eclipsadas en lidias de amor y peleas diabólicas para ceder ante el protagonismo de su cónyuge, Amedeo Modigliani. Artista que pasó de ser rebelde sobresaliente a musa abusiva del compañero, abandonando su genialidad para rendir pleitesía a su dios. Su vida discurrió en una agónica evolución que la llevó a la abnegación y el sometimiento, a la destrucción por la tortuosidad de la relación, al aislacionismo, la dependencia, la mitificación de un inexistente amor romántico cuyo final fue la depresión, enajenación y suicidio. Una triste vida de la que debemos aprender, una dramática existencia presa de la amargura del desamor.
Los excesos de él, su existencia fatal y su tomentosa vida tornaron en sufrimiento continuo la vida de Jeanne, que vivía estando muerta hasta sucumbir a la desesperación y hallar solo refugio en la muerte que la liberó.
Hasta conocerla a ella, y pese a los conocidos escarceos, Modigliani no se habían enamorado, no había sentido la intensidad del verdadero amor y lo descubrió convirtiendo a esta mujer primero en su musa, modelo, amante y poco después cuidadoras y sufriente desesperada.
Jeanne Hèbuterne nació el 6 de abril de 1898 en Meaux, Seine-et-Marne, en Francia. Hija de una familia sencilla, austera, católica y trabajadora (su padre trabajaba como contable en una mercería del centro comercial de la ciudad), por sus dotes artísticas accedió a la Academia Calarossi, dónde conoció a Amedeo Modigliani, 14 años mayor que ella, con fama de depravado, carismático, alcohólico, extravagante y del que se enamoró. Ella tenía 19 años, él 33.
Jeanne era, según su biógrafa Patrice Chaplin, una joven amable, tímida y tranquila. Su pintura fresca, colorida y de firmes trazos era muy apreciada por el círculo de artistas de la época. También le gustaba la música, tocaba el violín y creaba diseños de ropa con influencias orientales. Vestía con exóticos turbantes, capa marrón u botas altas. Una mujer menuda que no daba la impresión de ser menuda.
Pese a la oposición de su familia Jeanne, sucumbida por la excentricidad de Modigliani, decidió en 1918 (con 20 años ella y 34 él) ir a vivir junto al artista a Niza, motivo por el cual la familia de ella decidió cortarle su asignación económica. Se convirtió en su musa, cuyos espléndidos retratos actualmente son de los más cotizados en el mercado del arte. Una obra personalísima, alejada de las corrientes artísticas de la época y centrada en retratos, la mayoría desnudos, sencillos, delicados compositivamente tanto en las formas como en los colores y utilizando un canon alargado que representa rostros ovales y cuellos estilizados. Sus figuras planas eran las protagonistas, los fondos neutros las resaltaban. La obsesión por Jeanne le llevaba a idealizar su imagen, a que su verdadera presencia fuera ausente en sus retratos, a retratarla obviando la amarga realidad que ella vivía presa de la pobreza, vicios, adicciones y mal carácter del artista. Mientras tanto ella, que seguía pintando se autorretrataba triste, oscura, decaída, enferma, depresiva. Una misma mujer y dos caras de una moneda, la de la realidad y la de la fantasía.
Sin que nadie valorase su obra y por lo tanto sin ingresos económicos, Modigliani cada vez se refugiaba más en el alcohol, a lo que sumada su vida bohemia y falta de higiene y cuidado en noviembre de 1918, a consecuencia de su avanzada tuberculosis, tuvo que ser ingresado en una clínica. En esas mismas fechas Jeanne parió a su primera hija a la que tuvo que entregar a una institución por falta de recursos, le puso su mismo nombre.
El estado de salud de Modigliani se agravaba cada día más hasta morir en enero de 1920 de meningitis tuberculosa. Él tenía 35 años, ella 21 y estaba embarazada de 9 meses. Ella, inmediatamente y al término del entierro, acudió al apartamento de su padre y su madre y desde su antigua habitación, en un quinto piso, saltó reventando su cuerpo contra el asfalto.
A Modigliani le enterraron como un príncipe, tras un cortejo fúnebre formado por toda la comunidad de artistas que acompañaron el féretro por las calles de París hasta llegar al cementerio de Père- Lachaise. A Jeanne Hèbuterne, en la más absoluta vergüenza y secreto, su familia le dio sepultura en el cementerio de Bagneux.
A la muerte de Jeanne, la primera hija fue entregada a la hermana de Modigliani, quien la crió en Florencia.
En 1930, diez años después de la muerte de ambos, Emannuele Modigliani, el hermano mayor del pintor, convenció a la familia Hèbuterne para trasladar los restos de Jeanne junto a los de Modigliani. Desde entonces reposan juntos bajo el epitafio “Compañera devota hasta el sacrificio extremo”
Las obras de Jeanne permanecieron en el olvido hasta que un experto en arte, apoyado por la hija de ellos, decidió darles acceso público. En el 2000 sus pinturas se presentaron en Venecia en la Fundación Giorgio Cini.
Jeanne Hèbuterne, como tantas mujeres, sacrificaron y sacrifican sus vidas personales, laborales y profesionales sometidas al protagonismo y genio masculino que, además de invisibilizarlas las mata.
La mujer “compañera devota hasta el sacrificio extremo”: Jeanne Hébuterne, la esposa de Modigliani
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