El merchandising ha popularizado tanto esta obra y la ha reproducido de tantas formas que pocas son quienes no ornan su dormitorio, estancia de la casa, despacho o marcan dónde dejaron de leer un libro con una estampa, cartel o postal de esta obra de arte. Cautivadas por su color, sinuosas formas o invitación a elucubrar, a todas nos cautiva.
Una obra de gran formato (180×180 cm.) que para ser reproducida ha sido truncada en los lados derecho e izquierdo nos parece rectangular, cuando su configuración original es cuadrada.
Su autor Gustav Klimt, máximo representante del simbolismo austriaco, del movimiento modernista y de la secesión vienesa nació un 9 de diciembre de 1862 en Baumgaten, cerca de Viena y se formó como pintor y decorador de interiores en la Escuela de Artes y Oficios de la capital austriaca. Uno de sus primeros trabajos fue la decoración interior del Gran Teatro de Viena al que siguieron el techo del Aula Magna de la Universidad de la misma ciudad. Los temas a representar eran la filosofía, la medicina y la jurisprudencia. Klimt en un estilo personalísimo y utilizando alegorías, representaciones y un simbolismo poco convencional a medida que iba adelantando su trabajo recibía duras críticas que tachaban su obra de pornográfica, abiertamente sexual y provocativa por lo que la Universidad decidió dar por finalizado el proyecto quedando las obras realizadas, guardadas, y el resto inacabadas. A partir de ese momento el pintor dejó de recibir encargos.
Tachado de pervertido y con mala reputación, decidió no abandonar su arrebatado y enérgico estilo y se trasladó a Italia en 1903. En Florencia, Venecia y Rávena descubrió los mosaicos bizantinos que desde entonces inspiraron su arte, mezclando pan de oro en sus pinturas al óleo. A su vuelta de Italia y aún en absoluta decadencia, empezó a recibir encargos de retratos, uno de ellos el de Adele Bloch- Bauer, en 1907. Para su deleite personal, ese mismo año, empezó “El beso” que, todavía inacabada fue comprada por el Museo Belvedere por la astronómica cantidad de aproximadamente 200.000 euros, una cifra récord, ya que el precio máximo que hasta entonces se había pagado rondaba los 4000 euros. Aún así, el precio resultó ser una ganga, el retrato de Adele Bloch- Bauer se subastó en Estados Unidos en 2006 vendiéndose por 100 millones de euros. Actualmente Austria considera esta obra un tesoro nacional.
Ante la obra, sin meditar, encontramos a una mujer y un hombre abrazados, amantes, enamorados en un momento de intimidad, sin embargo los motivos ornamentales y la decoración vegetal en un diseño llamativo de formas simples contrastadas con espirales evoca iconográficamente la leyenda de Apolo y Dafne que fue narrada por Ovidio en “Las metamorfosis” y que pertenece a la mitología griega. Es una metáfora e interpretación del mito.
Apolo, dios de las artes y la música, fue maldecido por el joven Eros después de que este se burlase de él por jugar con un arco y unas flechas y lo tachase de afeminado. Irascible Eros, tomó dos flechas, una de oro y la otra de plomo, la de oro incitaba al amor; la de plomo al odio, y lanzó la primera contra Apolo, la segunda contra la ninfa Dafne.
Apolo se llenó de pasión por Dafne y ella, que ya había rechazado a varios amantes, lo aborreció, prefiriendo dedicarse a la caza y a jugar por los bosques, pese a la insistencia de su padre por casarla y tener descendencia. Pese a las negativas Apolo la hostigaba constantemente, la acosaba y rogaba que estuviera con él. Los dioses ayudaron a Apolo a alcanzarla. Ella, sintiéndose atrapada invocó a su padre quedando convertida su piel en la corteza de un árbol, saliendo de su cabello hojas y de sus brazos ramas. Sus pies dejaron de correr, quedaron enraizados en la tierra, entonces Apolo la abrazó y la beso prometiéndole que con sus hojas de laurel se coronarían las cabezas de los héroes.
Como si de una estampa japonesa se tratara y entremezclando elementos del Art Noveau y de Arts and Crafts, genialmente combinados con reminescencias prehistóricas, clásica y medievales, Klimt representa a una pareja en el borde de un prado florido. El hombre, en absoluta superioridad, envuelve a la mujer con sus brazos, lleva una túnica con rectángulos en blanco y negro, irregularmente colocados sobre una hoja de oro decorada con espirales que rememoran las decoraciones de la edad del bronce. En la cabeza, una corona de vides que en tiempos clásicos se traduciría en símbolo triunfal. La mujer, acurrucada en sus brazos, viste con una tela estampada de flores, ajustada, con motivos circulares y ovalados de colores que se extienden sobre líneas paralelas. Su cabello, ahuecado, está salpicado de florecillas y enmarca de forma artificiosa su rostro. El rostro de ella pudiera ser el de su compañera sentimental Emilie Flöge.
La imagen amable que visualizamos en primera instancia se distorsiona desmenuzando el cuadro y comprobando como el beso tiene lugar cuando sometida y sin escapatoria Dafne se metamorfosea en árbol, hierática e insensible ya permite que Apolo la posea, saliendo del manto dorado que la envuelve las raíces que la anclan a la tierra.
Las discusiones, la exclusividad, los celos, el enamoramiento, la pareja, la convivencia, la unidad, la atracción de polos opuestos e incluso la creencia de que el amor lo puede todo han alimentado históricamente el mito del amor romántico, un mito que, pese al título se desvanece en esta obra titulada un beso que es forzado y donde se desvela la realidad de una leyenda ficticia, absurda, irracional e imposible de cumplir salvo cuando una mujer se somete y acepta la desigualdad.
«El Beso” de Klimt y el Mito del Amor Romántico
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