Ocupar el espacio público por el que durante siglos se nos ha impedido circular, expresarnos y reivindicar unos derechos que nos son inherentes a las mujeres desde el momento en que nacimos, pero que el patriarcado nos ha quitado, resulta que ahora nos convierte en “kale borroca”. Esta es la última lindeza con que el supremacista machismo nos etiqueta. Histéricas, feminazis y ahora kale borroca, todos ellos insultos y desprecios hacia los derechos de las mujeres.
El término Kale Borroca procede del euskera “calle” y “pelea” y se ha utilizado comúnmente para referirse a los actos violentos y callejeros que se han producido en el Pais Vasco, un terrorismo consistente en el lanzamiento de objetos contra vehículos, ataques a sedes, destrozo de mobiliario urbano, etc…. Un terrorismo que, paradójicamente estamos sufriendo las mujeres a las que no solo nos agreden, atacan, destrozan sino que además nos matan. Y resulta que ahora somos nosotras las terroristas…. Que maquiavélica inversión de los términos, qué retorcida forma de desviar la atención sobre la realidad. Llevamos menos de 20 días de año nuevo, han asesinado a una mujer cada dos días y dicen que somos terroristas.
Y resulta que ahora somos nosotras las terroristas…. Que maquiavélica inversión de los términos, qué retorcida forma de desviar la atención sobre la realidad.
Pues no señores, ocupar las calles, no nos convierte en terroristas, por mucho que a ustedes les moleste, por qué evidentemente les molesta, dado que consideran que el espacio público nos es ajeno y debemos permanecer en el doméstico, pero va a ser que no. Son ustedes quienes practican el terrorismo invisibilizándonos, sometiéndonos , ocupando los puestos de decisión y poder y pretendiendo prolongar la rancia historia de la desigualdad y la discriminación por razón de sexo.
En 1830, hace ya casi 200 años, Eugène Delacroix pintó una de las obras cumbres del romanticismo “La libertad guiando al pueblo”, una de las pocas pinturas de historia dónde la mujer es la alegoría del bien, la libertad.
El cuadro representa la revolución de julio de 1830 que se sucedió los días 27, 28 y 29 de julio de ese año y terminó con el gobierno monárquico de Carlos X. Mide 2,60 cm. de alto y 3,25 de ancho. Actualmente se encuentra en el museo del Louvre en Paris.
En un óleo sobre lienzo Delacroix distribuye grupos que representan la libertad, las clases sociales, el pueblo y la revolución.
La Libertad es la protagonista del lienzo y está representada por una mujer semidesnuda en medio del campo de batalla y en el centro del cuadro. Ella guía e incentiva a los hombres para que la sigan y continúen luchando. Ella, portando en su mano la bandera, les conduce fuera de la opresión y el sometimiento. Ante los abatidos se muestra enérgica, vibrante, libre y rebelde y, con su pecho descubierto, abre camino hacia la victoria.
El burgués con sombrero de copa representa a la clase media, también oprimida por la monarquía de la época. El adolescente, a la derecha, a los más jóvenes, al futuro del país. Al fondo, un trabajador con una espada representa la clase menos acomodada, la trabajadora.
En el suelo yacen moribundos, los caídos, víctimas de la guerra y de una explosión cuya humareda envuelve la escena. Uno de ellos alza la cabeza dándole sus últimas fuerzas a la libertad.
Doscientos años después de la ejecución de este cuadro parece que revivamos la escena en los centros de las ciudades españolas. Las mujeres clamamos la voz pidiendo nuestra libertad, el respeto por nuestros derechos y por una ley integral que nos debe proteger. Como en el cuadro de Delacroix, pese a abanderar el movimiento, no estamos solas. Nos acompañan hombres que han visto limitadas sus libertades, que el machismo les ha castigado por llorar, que han tenido que perder cuantiosas batallas en las que se sienten fracasados porque el sistema les exigía ser héroes. Nos acompañan nuestras hijas e hijos, que no quieren ser como ustedes, que creen en la igualdad y conocen el sufrimiento de sus madres y abuelas, nuestros hermanos y padres, hombres de bien, y nos acompaña también la opresión que tiene cara de hombre y de mujer, por un sistema capitalista que nos está enterrando.
Bajo el signo del feminismo caminamos unas y otros, sobre los cuerpo yacentes de las mujeres que son violadas cada 8 horas, de las entre 40 a 60 que fallecen al año, de las que en silencio son víctimas de abusos y vejaciones, de las que ya no están y, por desgracia, no estarán, y lo hacemos desde el pacifismo y la creencia en una sociedad justa, sin odios, victimismo ni violencia.
Terroristas son ustedes, no nosotras.