No hay peor ofensa, ni dolor más profundo que cuando hablas y no te creen.
Una de las grandes debilidades de ser niña es no tener el poder ni la credibilidad para hacerte escuchar, ni para hacerte respetar por adultos convencidos de ser más importantes que tú. Quizá, si no todas lo han experimentado, podría jurar que casi todas han pasado por esa triste etapa durante la cual. al carecer de autoridad, no son tomadas en serio al intentar denunciar el abuso al cual han sido sometidas. Eso, cuando se atreven a hablar. Pienso en ello cuando observo las cifras de denuncias por violencia sexual contra menores. ¿Quién las presenta y cuánto ha significado ese proceso en cuanto a vergüenza, dudas, interrogatorios y castigo para las víctimas inocentes?
Es indudable el hecho de contar hoy con muchos más recursos legales para investigar y condenar a los perpetradores de delitos sexuales. Sin embargo, no es suficiente para detenerlos y proteger a quienes por definición son las víctimas propiciatorias de esa clase de depredadores. Las espeluznantes historias de tráfico de niñas y niños, prostitución infantil, pedofilia, violaciones e incesto hablan de niveles inauditos de impunidad, sobre todo considerando que esas estadísticas esconden sub registros difíciles de cuantificar.
Esto obliga a repasar uno de los capítulos más crueles de los últimos tiempos en cuanto a violencia sexual contra niñas y adolescentes. Me refiero a las víctimas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción en Guatemala, calcinadas en un aula cerrada herméticamente por quienes estaban encargados de su seguridad. Es decir, del vil asesinato de un grupo de niñas y adolescentes cuya vida se encontraba encomendada a una institución supuesta a velar por su bienestar. Ese episodio cuyas imágenes jamás se borrarán de mi memoria revela de modo indiscutible cómo una sociedad ha podido desentenderse con tanta ligereza de su responsabilidad con respecto de la niñez.
No quiero aludir con esto a una obligación personal y específica sino a una actitud, una postura radical de exigir a las autoridades cumplir con su obligación –la cual, hay que insistir, es un mandato constitucional- de proteger a niñas, niños y adolescentes brindándoles el respeto, la seguridad y las oportunidades para desarrollarse en un ambiente libre de violencia. Sin embargo, no solo se ha visto la indiferencia y el desprecio de quienes administran las instituciones del Estado, sino a ello se ha sumado un inconcebible mensaje de odio desde quienes insisten en culpar a las víctimas ensañándose en cubrirlas de lodo aun después de muertas.
Pero esta manera de reducir a la niñez a un espacio de silencio no solo sucede en un país, sucede en muchos otros, poderosos o en vías de desarrollo. La niñez no tiene estatura jurídica, no tiene el recurso de una voz con autoridad, no tiene en dónde protegerse cuando es atacada en el seno de su hogar, de su iglesia o de su escuela y tampoco cuenta con el conocimiento para entrar en el laberinto burocrático de la denuncia. Hemos de comprender hasta dónde llega la vulnerabilidad de una niña, un niño o un adolescente cuya vida depende de otros. Desde nuestra situación de adultos nos resulta cada vez más lejana esa sensación de indefensión, porque la hemos acallado sepultándola en lo más profundo de nuestro subconsciente.
Proteger a la niñez es mucho más que imponerle restricciones y temores; es escucharla con respeto, educarla de manera integral para proveerla de herramientas y recursos capaces de fortalecer su autoestima, es rodearla de cariño y sobre todo, de creer en ella. Esto último, como tarea pendiente para quienes hemos olvidado cómo era eso de sentirse indefenso.
La niñez amordazada
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“Una de las grandes debilidades de ser niña es no tener el poder ni la credibilidad para hacerte escuchar, ni para hacerte respetar por adultos convencidos de ser más importantes que tú. Quizá, si no todas lo han experimentado, podría jurar que casi todas han pasado por esa triste etapa durante la cual. al carecer de autoridad, no son tomadas en serio al intentar denunciar el abuso al cual han sido sometidas. Eso, cuando se atreven a hablar. Pienso en ello cuando observo las cifras de denuncias por violencia sexual contra menores. ¿Quién las presenta y cuánto ha significado ese proceso en cuanto a vergüenza, dudas, interrogatorios y castigo para las víctimas inocentes?”
Nos atreveríamos a decir que lo que debería ocurrir, de cierta manera, en cada infante, que se pueda, una especie de micro revolución, precedida en su preparación para todas las instancias y todos los estados por lo menos desde los cero a los aproximadamente 6 años.
“Las espeluznantes historias de tráfico de niñas y niños, prostitución infantil, pedofilia, violaciones e incesto hablan de niveles inauditos de impunidad, sobre todo considerando que esas estadísticas esconden sub registros difíciles de cuantificar”, pues en el varón, los instintos sexuales y su complicada evolución en el establecimiento de las organizaciones pre genital de la libido, determina a lo que puede estar fijado, y a lo que retornará en su adultez como transexualidad perversa e irreversible ambigüedad, que satisface con su homosexualidad sádica.
Carolina Vásquez Araya al registrar “Proteger a la niñez es mucho más que imponerle restricciones y temores; es escucharla con respeto, educarla de manera integral para proveerla de herramientas y recursos capaces de fortalecer su autoestima, es rodearla de cariño y sobre todo, de creer en ella. Esto último, como tarea pendiente para quienes hemos olvidado cómo era eso de sentirse indefenso”, inevitablemente me lleva exponer una situación autobiográfica:
Previamente a la maravillosa experiencia de un nieto desconcertaba el hecho, que podríamos hacer en su arribo al mundo. Descartábamos una conducta tradicional y era limitarse, inmediatamente, a su nacimiento, solamente ser un vehículo para que él experimentara su contacto con la realidad. Simplemente tenerlo en brazos, sin acariciarlo, sin besarlo, sin molestarlo y es así que se iba generando una relación donde, en principio, no acertábamos a visualizar que representábamos para él, pero (él) con sus movimientos, sus gestos su mirada nos ubicaba en aquello, que puedo denominar, como ser el espacio de nuestro nieto.
Un espacio, diría muy especial propio de él, que no competía en su relación filial. Era facilitarle su conocimiento de todo lo nuevo y así se formó una situación donde nuestro nieto ocupaba el rol de enseñante, aprendiendo de nuestro nieto.
Nuestro nieto sabía perfectamente lo que es uno para el otro, mediante la relación de acuerdo a lo precedente no siendo una cuestión afectiva. No es que nuestro nieto solamente nos “quiera”, era “usarnos” como espacio de su individualidad, sería una especie de privacidad propia donde él elige quién es admitido y jamás utilizar la palabra no.
En esta experiencia de ser el espacio de nuestro nieto, que sería un espacio común a ambos, en principio, se formó un repliegue (¿regreso del argot francés?).
El nieto de nosotros, podría leerse como una autobiografía de nosotros, que no se confía a una simple descripción, sino una descripción más o menos viva de esta propia escritura que estamos realizando. Tampoco no se trataría de un simple repliegue como si nuestro nieto, proponiéndonos un espejo del relato, nos dictase de antemano lo que había que poner en el papel; ¿como si nosotros escribiéramos lo que nuestro nieto nos prescribiera, sosteniendo en suma la primera lapicera, la que se pasa siempre de mano en mano? ¿Como si nosotros hiciésemos un retorno a nosotros por intermedio de nuestro nieto, que dicta desde su espacio y vuelve a traernos regularmente, con toda la seriedad de un nieto seguro de un espacio privilegiado con nosotros? La autobiografía de nuestra escritura pone y depone a la vez, en este movimiento, esta oportunidad ocasional y podemos decir el nombre propio de esta práctica teórica, que conserva en esta historia de nuestro nieto y nosotros una relación que no se parece a ninguna otra. Actualmente en su espacio nuestro nieto, generosamente permite también, que estemos con su hermana, nuestra nieta; quien es muy afortunada de estar con nuestro nieto.
Mi Femeninologia Ciencia de lo femenino es la serie de configuraciones que con mi conciencia voy recorriendo constituyendo, más bien, la historia que desarrollo en la formación de mi conceptualización. Es decir, una suerte de escepticismo consumado, que en realidad sería, el propósito de no rendirme, a la autoridad de los pensamientos de otro, sino de examinarlo todo por mí mismo ajustándome a mi propia convicción; o mejor aún, producirlo todo por mí mismo y considerar como verdadero tan solo lo que yo hago.
El sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.
Por Osvaldo Buscaya (Bya)
(Psicoanalítico)
Femeninologia (Ciencia de lo femenino)
Lo femenino es el camino
Buenos Aires
Argentina
28/02/2019