Hace unos días impartí en un centro educativo, a alumnos de secundaria de entre dieciséis y dieciocho años, una charla sobre algunos aspectos de mi trabajo. La sala parecía en calma, incluso indiferente a mis palabras, hasta que una profesora citó el tema de la masculinización de las adolescentes que copian comportamientos hasta ahora exclusivamente de los chicos, haciendo referencia a un asunto al que me referí hace un tiempo en uno de mis artículos, que sus alumnos habían leído previamente en clase; las despedidas de solteros y su carga machista, hipersexualizada, ruidosa y soez, fue lo que se puso como ejemplo.
Apenas lo apuntó, un grupo de alumnas comenzó a agitarse y a comentar entre ellas lo que le pedimos que dijeran en voz alta. No estaban de acuerdo con nosotras, afirmaron. Ellas podían hacer lo que les diera la gana porque tenían libertad para hacerlo, y nadie, ni las feministas moralistas y casposas ni ningún ente divino o humano iba a prohibirles que lo hicieran. “Si queremos salir de despedida con un pene de goma erecto en mitad de la cocorota, pues lo hacemos y ya está”. Bravo. Lo mismo podemos decir de la mujer que propinó una brutal pareja a su novia de diecisiete años en la misma localidad del instituto en el que estábamos: si queremos imitar a los hombres en el ejercicio de nuestra libertad para ejercer la violencia, ¿por qué no vamos a hacerlo? O pagar a un boy que salga de una tarta contorsionándose al son de la música; o viajar a Kenia para hacer turismo sexual, como las patéticas mujeres de Paraíso: Amor, la excelente película de Ulrich Seidl que plantea el tema. O matar a los hijos de nuestra pareja por venganza, como hacen ellos. También podemos juntarnos y violar, imitándolos. Ya puestas a imitar, ¿qué nos detiene?, ¡somos libres!
Pues no. La libertad no nos da permiso para hacer cualquier cosa, obviamente; la libertad es aquí sobredeterminación patriarcal inconsciente e ignorada, que se actúa sin ningún pensamiento crítico: Llamo libertad al desconocimiento de las causas que me sobredeterminan, como bien definió no recuerdo qué filósofa. La igualdad que queremos no implica la identificación con formas patriarcales de violencia, con ritos de paso machistas que reducen la sexualidad a un ejercicio pornográfico y soez de intercambios, como sucede en las despedidas de soltero, con formas desconsideradas de relacionarnos con el otro. La libertad que defendemos no implica adaptarnos a una sexualidad pornográfica que somete nuestro deseo de intimidad y afecto a encuentros esporádicos que no satisfacen a las mujeres, cuya educación emocional las aproxima más a unir encuentro sexual con intimidad y cuidado. Aceptar esos encuentros para aceptar la propuesta patriarcal de sexualidad es someternos sin interrogarnos, como vienen haciendo las mujeres durante milenios en el patriarcado. Y claro que nos gustan las relaciones sexuales, pero, precisamente por eso, las queremos placenteras, y la mayoría de las chicas no llegan al orgasmo en esos encuentros esporádicos.
La igualdad a la que aspiramos implica alejar de nuestra convivencia conductas de opresión y de menosprecio al otro, sea este hombre o mujer. Es ahí donde hemos de insistir, ahí está nuestra tarea más importante: la creación de formas nuevas de convivencia que impliquen el reconocimiento frente al menosprecio, el cuidado frente al uso y abuso del otro, tomado como una mera función narcisista y no como sujeto de derechos y necesidades, como yo.
La imitación de conductas patriarcales no conduce más que a una masculinización de las mujeres que nos aleja de algunos de los aspectos más valiosos de nuestra educación y de nuestra cultura: la atención a las relaciones humanas, el cuidado de los más vulnerables, el respeto a la alteridad y a los vínculos afectivos. No creemos que estos rasgos sean una cualidad femenina, no se trata de ninguna esencia –por eso pensamos con optimismo que puedan aprenderlos también los hombres – , sino que son lo que el binarismo de género nos brindó en su interesada división de funciones; valores que peligrosamente pondremos en peligro si no estamos atentas y reproducimos los modos patriarcales a la hora de afirmarnos y ejercer el poder, en lo privado y en lo público, en nombre de una engañosa libertad para imitarlos.
Porque el ethos de cuidado en el que nos especializamos desde el neolítico no puede ser desterrado de nuestras sociedades así como así, sino que debería vertebrar la convivencia y extenderse a hombres y mujeres por igual, aprendiendo a cuidar de nuestra fragilidad y de la del planeta, de los más débiles y de los afectos que nos hacen humanos. Las responsabilidades compartidas, los permisos de maternidad y paternidad iguales, son algunos ejemplos de este esfuerzo, para que esa tarea antes encomendada en exclusiva a las mujeres no desaparezca, haciendo más cruel nuestras sociedades, sino que se incluya y colonice a los hombres y a nuestras instituciones por igual, feminizando y no masculinizando aún más el mundo.
No nos tomemos la libertad para imitar y repetir, lo siento por el liberalismo y sus adláteres, porque repetir es romper un deseable pacto social de convivencia futura que implica incluir lo humano en la organización de nuestro mundo, es homogenizarnos en lo peor del sistema patriarcal, es negar la diversidad que las mujeres debemos aportar para hacer menos hostiles nuestras sociedades, más inclusivas y amables. Y nosotras tenemos mucho que aportar a esa inclusión.
¿Libres para imitarlos?
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Esto es bastante obvio.
Si el culto a la potencia no es uno para ambos sexos (sistema metrico), sera un culto diferente para cada sexo, de ahi es de donde vienen los mangoneos de potencia.
Si no se dispone de una base para establecer un culto comun a las relaciones, en base a variables medibles, y se obliga a las personas a meterse en relaciones, se usaran cultos a las relaciones diferentes para cada sexo, en base a variables no medibles, de ahi es de donde vienen los mangoneos en las relaciones.
Cuando se combinan ambas cosas es aun peor. El meterse en relaciones diferenciadas a la fuerza para tener potencia, pero es una potencia maldita porque son ya variables no medibles apoyadas sobre otras variables no medibles, indeterminaciones de segundo grado.
He de añadir que el mejor momento para aprender el culto a la potencia (empezando por los fundamentos del fuego, el combustible, el motor) es antes de la pubertad.
Este libro es ya antigo. A mi me lo regalaron cuando tenia 6 años, y me pasaba rato leyendo u hojeandolo antes de dormir.
https://www.fnac.es/mp1510513/Del-fuego-al-reactor-nuclear\
Ademas he de añadir, muy brevemente, que en el cuerpo humano los sistemas de potencia no son ni la testosterona, ni los estrogenos, ni la progesterona, ni los fluidos, ni la prolactina, ni la oxitocina, ni la dopamina, sino que se trata de planos que se ponen como armadura para proteger los sistemas de potencia, de manera que solo sea posible acceder pasando por esos planos.
Les recomiendo ademas que no jueguen juegos de azar (tecnica alfa) para ganar dinero con el fin de comprar control de potencia, ni seduzcan alfas para usar su control de potencia, pues los alfas lo estan robando de otros que no son alfas. El feminismo del dinero nos esta robando a las personas no alfas.