Cuando una referente internacional de los estudios feministas como la antropóloga Rita Segato advierte de que está en marcha una guerra contra las mujeres, la primera reacción es pensar que utiliza un eufemismo para enfatizar la importancia y urgencia de reaccionar contra el alarmante brote de misoginia constatado en los últimos tiempos. Pero no. Si donde ella habla de guerra decimos conspiración podría ser más fácil de asimilar. También Manuel Castells, sociólogo, abunda en una idea semejante cuando afirma que el ascenso de la ultraderecha en Europa y el continente americano responde a un objetivo predeterminado de restaurar el patriarcado tradicional, eliminando los derechos de las mujeres, en un proyecto coordinado y financiado por una red oculta de millonarios xenófobos y racistas que ven en él su última esperanza de supremacía. Castells afirma que se está forjando una conspiración contra la Europa del bienestar, para tener un grupo propio en el próximo Parlamento con representantes de partidos de ultraderecha. Se trataría de convertir la UE en un grupo de Estados que comparten determinados acuerdos, supeditados a los intereses nacionales, singularmente contra la inmigración, el Islam y el feminismo. Sobre este último objetivo, pretenden «la restauración del patriarcado tradicional, eliminando la protección a los derechos homosexuales y a las mujeres».
Steve Bannon, ex-estratega de Trump, sería el tejedor de este proyecto después de abandonar al presidente de los EUA por peleas internas, pero convencido de que puede trasladar a la UE, un «Movimiento» (así se llama su fundación) a favor del supremacismo blanco, cristiano y viril. El caldo de cultivo le es propicio y tiene un pie en Bruselas, desde donde comanda la construcción de una base operativa común con la adhesión de líderes de la extrema derecha en Italia, Turquía, España, el Reino Unido, Holanda, Alemania y Francia. También mantiene relaciones fluidas con formaciones de extrema derecha de Polonia, Finlandia, Suecia, Noruega, Austria o la República Checa. Su objetivo es llegar a tener un grupo antieuropeo en el mismísimo Parlamento Europeo luego de las elecciones de mayo próximo. La otra pata de su proyecto estaría en Roma, donde Bannon estableleció una alianza con los cardenales que lideran la rebelión contra lo papa Francisco.
El movimiento feminista sabe que está en la diana de fuerzas poderosas y con pocos escrúpulos. El sociólogo norteamericano Michael Kimmel explica que la nueva explosión del feminismo generó un grupo que el combate: los AWM (angry white men, hombres blancos enfadados) porque se les cuestiona «todo lo que habían aprendido sobre cómo ser hombres y se sienten víctimas, vulnerables, amenazados, y asustados». El politólogo español Andrés Ortega anuncia que «hay un cambio cultural y el choque ahora no es de civilizaciones, sino de género».
Las citas de autoridad no dejan lugar al escepticismo. Con menos mimbres se han construido absurdas teorías conspiranoicas pero, en esta ocasión, podemos estar ante un hecho a considerar: la pandemia del feminicidio no hace sino avanzar y la violencia machista se acentúa hasta límites -insospechados solo quince o veinte años atrás-, en todas sus formas en las relaciones personales, sentencias judiciales, violencia sexual extrema desde la más tierna infancia o el tráfico y esclavitud de mujeres para la industria sexual. Para corroborarlo, he ahí el auge del negacionismo de la discriminación y de la injusticia de género, prevalente en las sociedades de cualquier lugar del mundo. Un auténtico ejército ataca por tierra, mar y aire las mujeres que luchan por acelerar un cambio social imprescindible y civilizatorio que cuestiona, también, los pilares del neoliberalismo, rampante y deshumanizado. El objetivo sería desarmar y derrotar al feminismo, para lo cual cuentan con muchos recursos, una total falta de escrúpulos, y prisa. Mucha prisa.
El sociólogo Michael Kimmel señaló otro fenómeno interesante: la reacción contra las reivindicaciones feministas de los hombres blancos enfadados: los Angry White Men, en USA, vulnerables y asustados ante un nuevo escenario en el que pierden terreno frente a mujeres que reclaman cuotas equitativas de poder y exigen nuevas reglas de juego, porque “todo lo que aprendieron sobre cómo ser un hombre, está en cuestión (…) a la aristocracia le gusta la meritocracia y eso es lo que acontece con los hombres que siempre estuvieron en la supremacía sin que nadie se lo disputara”. Habían votado en masa a Trump, a Bolsonaro, a la ultraderecha en Hungría, o se sientan representados por Le Pen en Francia y Vox en España.
Kimmel se pregunta si hay motivo para sentirse amenazados y el politólogo Andrés Ortega ofrece una respuesta: “La frustración de los hombres se convirtió en un fenómeno común en las sociedades occidentales. Ven como se expande la educación mixta. Ellas obtienen mejores notas y mejores resultados en las oposiciones, arrasan en Medicina o en las carreras judiciales (…) Se produjo un gran cambio cultural y el choque ahora no es de civilizaciones, sino de géneros. La mujer quiere un lugar similar y hay una parte de los hombres que se sienten amenazados”. No por casualidad, Vox pide la derogación de la legislación contra la violencia de género, avalada por el Tribunal Constitucional y puestas en marcha ante una realidad de cerca de mil víctimas desde que hay registros (2003); o cuestiona el aborto libre, la paridad o las subvenciones para colectivos feministas a lo que acusa de amiguismo” en las instituciones gobernadas por la izquierda.
Una variante sobre el mismo tema aparece dos siglos después de los primeros movimientos sufragistas, cuando, sin cuestionar el derecho al voto ni al trabajo de las mujeres, se ponen en entredicho que aún haya que combatir la discriminación.
“Detrás de los Angry White Men o de Vox no hay, necesariamente, hombres que digan que las mujeres son inferiores, sino que cuestionen que sea cierto que mantengan más privilegios o que aún sea necesario luchar por la paridad”, explica la politóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona y editora, Berta Barbet. “En España -dice-, la brecha salarial es de un 16% y el porcentaje de mujeres en cargos directivos, de un 27%. No valle convertir el feminismo en chivo expiatorio. Esto no es una guerra de sexos, es una cuestión de justicia”.
UNA MIRADA LATINOAMERICANA
En el IGADI Annual Report 2018-2019 (Informe Anual sobre política exterior del Instituto Gallego de Análisis y Documentación Internacional) sobre “América Latina y El Caribe: agenda feminista” he publicado recientemente que ”están siendo el laboratorio de la extrema derecha que ve al feminismo como la mayor amenaza para los intereses de la cosmovisión patriarcal, sin duda, alertados por la fuerza, cada vez mayor, de las organizaciones feministas que nuclean alrededor de sí, las mejores vindicacións históricas de la izquierda: el ecologismo, la justicia social y los derechos humanos en su conjunto.”
Se constata la existencia de una guerra feminicida en América Latina y el Caribe. En 1993 apareció el cuerpo de Alma Chavira en Ciudad Juárez (México) y en los veinticinco años transcurridos desde entonces, las asesinadas son cerca de 2.000. Mientras tanto, algunos nombres sonoros de políticas y activistas sociales señalan la dureza de la lucha feminista en el territorio: la política brasileña Marielle Francisco de la Silva, asesinada en marzo de 2018, socióloga, feminista y militante de los derechos humanos y política brasileña. Berta Cáceres, asesinada en marzo de 2016, líder indígena, feminista y activista ecologista hondureña. En ambos casos, la violencia asesina fue promovida por estamentos militares, políticos y corporaciones multinacionales.
En la que se considera la causa más frecuente de violencia de género en el mundo: la que se de la en el entorno familiar o afectivo de las víctimas, las cifras oficiales del Observatorio de Género de la CEPAL indican que solo en 2017 se registraron 2.795 feminicidios en veintitrés países.
La violencia machista tiene otras caras: una, muy preocupante, la institucional por falta de amparo de los derechos que garantizan la vida de las mujeres, como acontece con la legislación prohibicionista o sumamente restrictiva, respecto del aborto. Solo es legal en México D. F, Cuba y Uruguay. En Chile y Argentina está abierto el debate para su regulación, mas aún en dura confrontación con los respectivos parlamentos; en Bolivia se están dando algunos avances, y en otros países con regímenes de izquierda, como Venezuela o Nicaragua, está prohibido absolutamente. La estos indicadores podrían añadirse los de la violencia sexual: mas de un millón de niñas y adolescentes son víctimas y una de cada cuatro contrae matrimonio siendo menores de edad (UNICEF, 2017).
Las cifras dibujan un panorama estremecedor en el que la militancia y la movilización feminista están emergiendo como un movimiento de gran intensidad, con características propias respecto de Europa o los EUA, y también con casuísticas propias según los países. Coincide, en todo caso, con la emergencia de liderazgos intelectuales y políticos como Marcela Lagarde o Rita Segato, por significar a un grupo de filósofas, sociólogas, politólogas, comunicadoras, que aportan hondura y renovación a conceptos y definición de situaciones, aunque siguen siendo ignoradas por los ambientes académicos o políticos convencionales.
América Latina y el Caribe están siendo el laboratorio de la extrema derecha que ve el feminismo como la mayor amenaza para los intereses de la cosmovisión patriarcal, sin duda, alertados por la fuerza, cada vez mayor, de las organizaciones feministas que nuclean, alrededor de sí, las mejores vindicaciones históricas de la izquierda, especialmente el ecologismo, la justicia social y los derechos humanos en su conjunto.
La respuesta masiva a la convocatoria de 8 de marzo de 2018, o las movilizaciones a favor del aborto en Argentina, demostraron una capacidad de respuesta impresionante: una marea violeta, con pañuelos verdes también para identificar a las pibas argentinas, dejó la imagen de una avalancha de mujeres -la mayoría muy jóvenes- que toman las calles, corean consignas, acampan al lado de los Parlamentos, alzando los puños con el emblema del círculo finalizado con una cruz que identifica al feminismo.
La singularidad de esta situación es que el patriarcado se rearma con la ultraderecha pero está consentido y apoyado por una parte de la izquierda latinoamericana. El aborto es el mejor ejemplo. Todo, trufado por la complicidad de las iglesias evangélica y católica, por acción u omisión. Y sostenido por poderes económicos que ven con temor la alianza entre el feminismo y el ecologismo. Lo que acontece en América Latina es crucial para el futuro de la Humanidad. En el caso del feminismo, también.
¿Y EN ESPAÑA QUÉ?
España no está ajena a este giro que se comienza a identificar y denunciar con alarma por muchos sectores del feminismo ante la contaminación de las organizaciones por grupos destinados a romperlas. Es un intento de desmontar la unidad de acción -sorprendentemente intuitiva y unánime- de una movilización nunca vista, que produjo protestas masivas en sociedades diversas y consiguió unir a millones de mujeres en todo el planeta para rebelarse contra el machismo y la misoginia. Hay un antes y un después de las movilizaciones de 2017 -tras la elección de Trump como presidente de los EEUU-, y las de los 8 de Marzo de 2018 y 2019, que alertaron sobre el poderío y capacidad de respuesta del 52% de la población mundial. No se trata de un optimismo infantil, pues ya se sabe que no todas las mujeres luchan en la misma dirección.
En nuestro país se consideran feministas el 60%. Buena y mala noticia, claro, porque eso advierte de la falta de normativización y condiciones sobre qué es ser feminista y contra qué hay que luchar, pero es un cambio relevante. La cuarta Ola será la de la consolidación e incorporación del feminismo a los estudios universitarios desde todos sus poliédricos enfoques, a su generalización como norma social donde la discriminación esté fuera de lo socialmente admitido y cualquier tipo de violencia por razón de género sea motivo de persecución y sanción. En mi opinión, el proceso es imparable pero no debemos olvidar una advertencia importante que me comentaba mi buena amiga, Secretaria de Igualdad y directora del Instituto de la Mujer en tiempos de Rodríguez Zapatero. Me refiero a la abogada feminista, Laura Seara: “el feminismo, sí quiere ser transformador, debe detectar las trampas que nos ponen desde lo patriarcado y la reacción ante ellas es tarea nuestra. Mucho cuidado con negar la categoría ”mujeres”. No podemos desdibujarnos y diluirnos en otros debates como los de la identidad sexual”
A MODO DE CONCLUSIÓN
Estamos en tiempos de grandes cambios sociales, que en otros artículos he comparado con la Revolución Francesa. No va a ser fácil porque a los privilegios es difícil renunciar, pero a este “choque de géneros” se está respondiendo con movilizaciones masivas de miles de mujeres de todas las edades y diferente condición -muchas, con sus compañeros y criaturas- que ocupan las calles cantando, vestidas de lila y violeta, sin violencia y proclamando la llegada de una civilización más justa, sin dejar de recordar que en el supremacismo machista las víctimas mortales están, en un 99 %, del lado de las mujeres.
Ya veremos la repercusión que esta confrontación tendrá en la politica de los diferentes países donde el feminismo ha llegado para quedarse. Como reacción a Trump, en las recientes legislativas de los EUA entraron en el Congreso más de un centenar de mujeres entre las que hay lesbianas, indígenas, musulmanas, emigrantes y, notablemente, jóvenes. En Argentina habrá elecciones en octubre donde veremos el siguiente proceso latinoamericano de ratificación -o cambio- del supremacismo misógino que comparte Mauricio Macri, y en España hay elecciones legislativas el 28 de abril y locales y autonómicas el 26 de mayo, cuando la fórmula Vox pasará la prueba del algodón.
La política puede darnos aun muchas sorpresas.
Angry white men: el choque de géneros
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