La catalogación social como instrumento del odio, sirve para reducir a la persona a la categoría que se le asigna, anulando o invisibilizando la globalidad de su personalidad.
Desde los comportamientos más infantiles a través del bullying, que cataloga a las personas como el gordo, la estirada o el gafotas, hasta formas más formales dentro de la política como el marxista o el facha, la asignación de una característica única para definir las extensas y complejas personalidades o ideologías de cada ser conlleva su reducción a esa particularidad como diana de todos los ataques.
Cuando uno se autocataloga a sí mismo, aun corriendo el riesgo de que se invisibilice su globalidad, es un ejercicio de inmensa valentía porque supone la declaración abierta de que formas parte de una clase o que tienes unos principios alineados con una ideología concreta y eso te expone a que todo el que se opone a esa ideología encuentre la manera fácil de atacarte.
Cuando uno se cataloga como feminista está dando una razón fácil a los machistas para atacarle. Todos esos machistas que no han tenido la misma valentía de autoproclamarse como tales, sino que se esconden bajo el discurso de que la igualdad ya existe para deslegitimar una causa que, en el fondo, no comprenden.
Autoproclamarse feminista requiere de enorme coraje. El feminismo es de valientes. De quienes tienen los huevos de enfrentarse a ese discurso tan denigrado, a esa discusión tan conflictiva; a los que quieren preguntarse los verdaderos porqués más problemáticos de la vida cotidiana, aquellos que se esconden detrás de acciones que pasan casi desapercibidas y que ponen en jaque las relaciones personales propias, la visión que tenemos de cómo hemos sido criados o la manera en la que nos tratan profesionalmente. Una mirada crítica feminista afecta todas nuestras percepciones.
El feminismo es de valientes.
Todos los sistemas de dominación se aprovechan de la categorización social para encasillar a los sujetos bajo dimensiones subjetivas creadas por ellos. El sistema patriarcal creó el sistema sexo/género y la categorización acorde para garantizar la dominación masculina y asegurar la subordinación femenina: la mujer cuida y el hombre produce. Hoy en día, cuando esas identidades asignadas quedan expuestas como socialmente impuestas por un sistema desigual, aparecen nuevas categorizaciones que pretenden encerrarnos, atarnos, acallarnos y detenernos. El neo-machismo imperante utiliza varias estrategias para apoderarse de los discursos y contrarrestar los avances del feminismo. Alegan que ya somos iguales, que “¡qué más queremos!”
El término feminazi es conocido ya mundialmente, pero nacen otros como el de “hembrista”, que abunda en las redes sociales. Los machistas nos acusan de querer victimizar a la mujer, de pensarla como sometida cuando en realidad es libre, de “denigrarla”. Sí, a las feministas. Nos acusan también de buscar el enfrentamiento con los hombres “inventándonos” teorías y razones que justifiquen la jerarquía social que ellos no parecen (o no quieren) ver. Un meme que corría por ahí estos días decía “el patriarcado es para el feminismo lo que el neoliberalismo es para los socialistas: el cuento que inventan para justificar su propia incapacidad”.
Incluso hay quienes dicen que queremos cortar penes y acabar con los hombres. A esta razón, se viriliza la fotografía de un grafiti que proclama “muerte al macho” para justificar el supuesto miedo de los hombres hacia el radicalizado feminismo. No son lo suficientemente perceptivos para darse cuenta de que “macho” no es hombre. “Macho” es una construcción social, aquella que da forma a la pluma heterosexual y de las que hombres y mujeres feministas queremos prescindir como camino hacia la libertad de ser quienes seamos, sin tener que comportarnos según marquen las reglas sociales de género.
El término “hembrismo” alude a la supuesta discriminación hacia los hombres. Es la creencia de que las feministas odian a los hombres y tienen una agenda secreta detrás de las consignas de igualdad para someterlos y arrebatarles sus derechos. Mientras que no existen grupos organizados feministas que propaguen semejante mensaje, sí existen grupos de hombres que se alían organizadamente contra el feminismo. En la tercera temporada de la serie “Workin’ moms”, se presenta esta realidad a través de un lobby de hombres adinerados cuya misión es abiertamente misógina. A las mujeres hay que controlarlas, ahora que el movimiento hace ruido, no vaya a ser que consigan lo que se proponen.
Los ataques a las feministas en el espacio digital son constantes, no solo como consecuencia del 8-M. Los hombres que se declaran feministas reciben los suyo, por traidores, por vendidos, por poco-hombres. A esta sin razón se unen las voces de las mujeres machistas, que dejan claro no sentirse representadas por las feministas y se unen a los cánticos de los machitroles, que son precisamente los que demuestran que la labor feminista es importantísima y que queda mucho por hacer. El contagio y la propagación en el ciberespacio es veloz y el anonimato garantiza la impunidad. Por ello, es en redes sociales donde encontramos todos los discursos opresivos y denigrantes de quienes en sociedad se presentan como “ni machistas ni feministas”. Y es que, como ya decía Galeano: “el machismo es el miedo de los hombres a las mujeres sin miedo”.