«Fátima se sometió hace 15 años a una operación de cadera que la dejó coja y que la llevó al infierno de la violencia de género. «Mi marido me empezó a decir que no valía para nada. Al principio yo estaba en silla de ruedas. Le pedía ayuda para ducharme pero no me ayudaba. Tenía que pagar a una señora con el dinero que me mandaba mi madre. Él pasaba de mí totalmente (…) no me daba ni un vaso de agua». Este es el primer párrafo de “Violencia de género y discapacidad»Le pedía ayuda para ducharme pero no me ayudaba, no me daba ni un vaso de agua y con él quiero ejemplificar e introducir la violencia hacia la mujer con discapacidad.
Las mujeres con discapacidad que constituyen el 60% del colectivo de personas con discapacidad, se pasan la mayor parte de su vida siendo cosificadas o consideradas menores de edad. Cuando creen que van a ser respetadas, que van a adquirir cierto estatus, al hacer lo mismo que el resto de mujeres, tratando de cumplir con los roles de género impuestos de forma arbitraria desde el patriarcado a las mujeres, por el mero hecho de nacer con vagina, la situación empeora porque la sobreprotección muda y se transforma en rechazo social. En situaciones de violencia física o sexual, raramente se denuncia, bien por falta de información, bien temiendo no tener credibilidad. Se las considera poco fiables o que están confundidas. Debido a ello, las denuncias son escasas y se encuentran diluidas en las estadísticas generales. Hagamos números :
1 de cada 3 mujeres víctima de violencia de género tiene discapacidad, el 33% de las mujeres con discapacidad son violentadas, el 6,4% de las mujeres asesinadas en el último lustro tenía discapacidad. No solo eso, por cada mujer asesinada por violencia de género 10 quedan con alguna discapacidad, lo que en el sector se llama discapacidad sobrevenida. La violencia simbólica es la más habitual y la que menos se puede verificar. De esta forma, se suceden y repiten situaciones de menosprecio, intimidación o amenazas verbales reiteradas. Esto es lo que refiere el 24,5 % de las mujeres con discapacidad, frente al 14% de mujeres sin discapacidad. La violencia simbólica hacia las mujeres con discapacidad, no siempre se sufre por parte de la pareja sentimental, no siempre el menosprecio proviene de alguien cercano, ni necesariamente tiene por qué ser un hombre la persona agresora. Esta coyuntura se genera por el silenciado estigma que recae sobre la discapacidad.
Ese estigma se articula y basa en prejuicios estereotipados, ignorancia y carencia de solidaridad, de empatía con respecto a la persona con discapacidad. Se requiere mucha sintonía para remedar los movimientos #YoSiTeCreo y el #Cuéntalo, pero la visión negativa que pende sobre ellas impide que se materialice en un movimiento real. Esa visión negativa con la que crecen y que las rodea es la que hace que algunas mujeres se avergüencen de su condición y que en las redes sociales se oculten tras avatares o nieguen que la tienen.
Eso me lleva a pensar que, pese a ser mayoría, siguen siendo invisibles dentro del colectivo y esta invisibilización no viene del movimiento feminista, aunque las quejas se dirijan a ellas sino del propio colectivo. Lo que sorprende es que las mujeres que viven esa circunstancia, no son capaces de ver al enemigo en su homólogo del sexo opuesto, sino en las feministas sin discapacidad y hablan de feminismo capacitista, en una especie de compañerismo acrítico, cuyo elemento común es la discapacidad.
En vez de reconocer eso, se limitan a acusar al movimiento feminista de ignorar sus necesidades. En realidad, gracias a la lucha feminista y su empuje, a que ellas han abierto camino, se ha apostado por poner desde el pasado diciembre el indicador de discapacidad en las estadísticas de violencia de género, una antigua petición del CERMI
El 60% del colectivo de personas con discapacidad son mujeres
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