Humildes, sencillos, sin ostentosidades ni magnificencias, se comenzaron a construir, a principios del S. XIX y a semejanza de las mujeres, lavadores por toda la geografía española, y me refiero a semejanza puesto que al ser espacios construidos en exclusiva para nosotras, no precisaban de la pompa ni los ornatos de la arquitectura patriarcal. Teatros, Círculos profesionales, edificios para impartir justicia, museos y hasta cafés han sido elevados para que el varón ocupara el espacio público y se han levantado con toda la magnificencia que se merece el macho. En éste caso descubrimos de nuevo el valor de la mujer fuera del hogar, una construcción básica, elemental, hasta “pobre”, diría yo, una construcción hecha para la mujer.
El lavado de la ropa, como el de todos los cuidados, ha sido tarea tradicional de las mujeres y no para su comodidad, sino para evitar que estuvieran descontroladas por los ríos, se construyeron los lavadores en las ciudades. Y es que resultaba inmoral y pecaminoso pensar u observar como arremangaban sus faldas dejando a la vista sus rodillas, o dejaban al descubierto sus brazos, para no calarse hasta los huesos cuando trabajaban en los riachuelos. Además de indecente era toda una provocación para los hombres. Incluso una ordenanza municipal datada del 27 de marzo de 1548, del pueblo de Caravaca decía: “Ninguna persona, de ninguna calidad podrá acercarse ni de día ni de noche a los lavadores o hornos dónde estén las mujeres lavando o cocinando… y quien lo haga le caerá una pena de tres reales… y además de dicha pena estará tres días en la prisión”
A la considerada inmoralidad femenina de aquellas mujeres que permanecían largas horas lejos del hogar y semidesnudas en las aguas, se sumó a principios del siglo XIX la Corriente higienista que alertaba sobre el peligro de que los animales y bestias bebieran en las aguas contaminadas por las ropas lavadas. Ambos hechos provocaron que los poderes públicos y eclesiásticos ordenaran la construcción de lavadores públicos cubiertos en el casco urbano. Su utilización se generalizó hasta bien entrado el siglo XX, cuándo el agua corriente llegó a las casas y, cuando en la década de los 70 la lavadora se generalizó en los hogares, los lavadores cayeron en desuso. Fue en el siglo XXI cuando ayuntamientos y comunidades empezaron a hacer esfuerzos por rescatarlos, junto a las fuentes, por su valor etnográfico asociado a “la arquitectura del agua”.
Más grandes o más pequeños, mantienen una misma tipología. Se alimentan del agua procedente de una fuente o una acequia y su planta es rectangular. Se construyeron con piedra y cemento y se alzaban sobre un basamento que permitía nivelar la pendiente del terreno.
La cubierta, en general, era de dos aguas, aunque en los de mayor tamaño era de cuatro aguas y en los más reducidos, apoyados sobre otro edificio, de una pendiente. Se realizaba con una sencilla armadura de madera y cañas que soportaba la típica teja de origen árabe. Las pilas del interior se tallaban en granito. Generalmente habían dos estanques, uno para el enjabonado; otro para el aclarado. En los más antiguos, como en el río, las mujeres trabajaban arrodilladas, en los posteriores construyeron bancadas para poder lavar de pie.
Con el propósito de conseguir unos ingresos propios, aunque precarios, muchas mujeres se ofrecían a familias acomodadas para, a la par, lavar las ropas de estas. Mal miradas, mal remuneradas y despreciadas por afear el entorno urbano y contaminar las aguas, mucha mujeres convirtieron el trabajo doméstico en oficio, y algunas hasta se unieron formando un gremio. Por ejemplo, en 1871 en Madrid, la mujeres lavanderas consiguieron que las Hijas de la Caridad les permitieran durante la jornada de trabajo dejar en el convento a sus hijos e hijas menores de cinco años.
en 1871 en Madrid, la mujeres lavanderas consiguieron que las Hijas de la Caridad les permitieran durante la jornada de trabajo dejar en el convento a sus hijos e hijas menores de cinco años.
El lavado de la ropa era tarea ardua, dificultosa y de gran esfuerzo físico, y que no podía realizarse sin disponer de jabón ni azulete, que también elaboraban ellas.
El jabón lo realizaban con grasas que ponían en ebullición y añadían, poco a poco, sosa caústica, removiéndose hasta conseguir una masa espesa que más tarde esparcían por una superficie incorporándole sal común para que se expulsara el agua. A la masa, deshidratada, le añadían aceites y perfumes y después se colocaba en moldes preseleccionados dónde se enfriaba y cortaba en pequeñas porciones o pastillas. El azulete lo conseguían fermentando en las casas pasta con flores azuladas, lo utilizaban en el último proceso del lavado para blanquear y evitar que de amarillearan las prendas. Auténticas químicas fueron las lavanderas…
Actualmente llamamos “colada” al lavado de la ropa en general, sin embargo un siglo atrás se aplicaba al primer día de trabajo y consistía en desinfectar la ropa. La falta de higiene y las continuas epidemias lo hacían necesario. En un cocio disponían la ropa doblada y apretujada, para que cupiese al máximo a la par que en un caldero calentaban agua. El cocio, cubierto con un lienzo a su vez relleno de cenizas (las mejores eran de carrasca), se iba llenando con el agua hirviendo que filtraba las cenizas desinfectantes y se vaciaba aflojando el tapón de la parte inferior, tapándose para las veces necesarias, volverse a llenar. La operación duraba un día, y al siguiente a mojarla. Las mujeres las cargaban en cubos de metal y las llevaban al rio o al lavadero, allí en mesas portátiles las restregaban con jabón y con palas de madera las golpeaban para quitar la suciedad. El tercer día, en cestas de mimbre o en un entremijo ponían las prendas para sacarles el jabón que contenían. Al siguiente, y ya era el cuarto, la aclaraban, y el quinto la escurrían normalmente de forma manual aunque las mas afortunadas de forma mecánica.
Al esfuerzo físico, la precariedad laboral y la escasa remuneración hay que sumarle los riesgos para la salud que sufrieron en estos tiempos las mujeres. Sabañones producidos por los cambios de temperatura del agua, irritaciones cutáneas por la manipulación de productos tóxicos, fuertes gripes, reumas, pulmonías, bronquitis y neumonías por ir mojadas la mayor parte del tiempo, Lumbares, dolores de cuello y espalda así como lesiones en las articulaciones por la postura encorvada que tenían durante todo el día.
Sin embargo, y pese a todo, las sonrisas arribaban a sus rostros cuando iban al lavador, a su espacio, su micromundo femenino y feminista su humilde pero privada arquitectura común. Los lavaderos fueron espacios socializadores dónde únicamente se reunían mujeres, de diferentes generaciones y familias, pero solo mujeres y dónde el trabajo las permitía excusar el ocio y la diversión. Allí coincidían con amigas y vecinas, pactaban matrimonios, mantenían y reforzaban sus roles de género con frases como “que bien limpias” “que limpia eres” “como ayudas a tu madre” o “que madrugadora eres”. Realmente fue un espacio sexista, pero en el que tenían prohibida la entrada los hombres.
El lavadero supuso un cambio de mentalidad y la posibilidad de crear un argot secreto de mujeres: “Cuidado, que hay ropa tendida”, “vamos a limpiar los trapos sucios”, “hagamos una charleta” “Es un hombre seco, o una mujer seca” “ser un chafardero o chafardera” son expresiones que nacieron a la vera del lavadero.
Salpicando nuestra geografía, algunos dejados caer o otros rehabilitados, debemos tener presente que por humildes que sean los lavaderos son una de la expresiones de arquitectura con perspectiva feminista, universos propios, espacios heredados de madres a hijas dónde las mujeres en sororidad trabajaban, se reunían, cantaban, se ponían al día de sucesos y provocaban que se hablase de ellas. Tertulias y conversaciones de mujeres que, como dijo Samariego, movían el mundo.
«Mal miradas, mal renumeradas y despreciadas. . . «, por un transexual perverso patriarcado, dueño de la civilización, imponiendo su sexualidad “natural” y la sexualidad “cultural”. La sexualidad “natural” regimienta su carácter racista de manera y forma duradera, tal los ejemplos de conservación de los más aptos, saludables y vitales.
“Al esfuerzo físico, la precariedad laboral y la escasa remuneración hay que sumarle los riesgos para la salud que sufrieron en estos tiempos las mujeres. Sabañones producidos por los cambios de temperatura del agua, irritaciones cutáneas por la manipulación de productos tóxicos, fuertes gripes, reumas, pulmonías, bronquitis y neumonías por ir mojadas la mayor parte del tiempo, Lumbares, dolores de cuello y espalda, así como lesiones en las articulaciones por la postura encorvada que tenían durante todo el día”, porque la sexualidad “cultural”, de la transexual perversa civilización patriarcal dicta la normativa, ética y moral que se impone sobre lo femenino. Cultura que el transexual perverso patriarcado remite al “paraíso perdido” para Adán, por culpa de Eva; adaptación cultural de la primigenia rebelión bajo el imperio de la sexualidad “cultural”, el transexual perverso patriarcado expone a gravísimos daños de todo tipo y orden a la condición femenina.
“A la considerada inmoralidad femenina de aquellas mujeres que permanecían largas horas lejos del hogar y semidesnudas en las aguas, se sumó a principios del siglo XIX la Corriente higienista que alertaba sobre el peligro de que los animales y bestias bebieran en las aguas contaminadas por las ropas lavadas”, pues durante milenios el transexual perverso ecuménico patriarcado impuso e impone esta doble sexualidad “cultural”, “impulsando” a lo femenino a “ocultar” y tolerar la irresoluble perversión y ambigüedad sexual del macho.
Mi Femeninologia Ciencia de lo femenino es la serie de configuraciones que con mi conciencia voy recorriendo constituyendo, más bien, la historia que desarrollo en la formación de mi conceptualización. Es decir, una suerte de escepticismo consumado, que en realidad sería, el propósito de no rendirme, a la autoridad de los pensamientos de otro, sino de examinarlo todo por mí mismo ajustándome a mi propia convicción; o mejor aún, producirlo todo por mí mismo y considerar como verdadero tan solo lo que yo hago.
El sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es absolutamente la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.
Por Osvaldo Buscaya (Bya)
(Psicoanalítico)
Femeninologia (Ciencia de lo femenino)
Lo femenino es el camino
Buenos Aires
Argentina
28/03/2019