Con este concepto pretendo realizar una revisión sobre uno de los pilares, en la socialización de género de las mujeres, no solo “del ser para el otro” ampliamente señalado por diferentes autoras (Beavouir, Lagarde) o en los modelos de amor romántico, también de manera recurrente, estudiado por el feminismo como elementos para explicar los procesos de desempoderamiento para las mujeres dentro de la estructural patriarcal.
Uno de los quehaceres feministas es dotarnos de claves para descifrar la realidad, no solo describirla, sino indagar cómo se internaliza a través de nuestros códigos de representación, normas simbólicas, etc. la identidad y los roles de género, que generan posiciones asimétricas en la subjetividad, en la manera de vivir, en la autoimagen individual y colectiva por un lado para los hombres, sobrevalorados, y por otro en las mujeres, infravaloradas.
En el proceso de socialización y su impacto en lo relacional, como un mecanismo de desempoderamiento de las mujeres, se pretende que tengamos un vínculo afectivo con todo el mundo que nos rodea, que nuestro bienestar dependa del estado emocional de las otras-os y de la capacidad de vincularnos afectivamente. Nora Levinton señala que a las mujeres se nos socializa para dejar de ser nosotras mismas a cambio de que nos quieran, yo sostengo que es simplemente para ser aceptadas. Desde pequeñas hemos escuchado aquello de “con ese carácter nadie te va a querer” o más mayores “con ese carácter no me extraña que no tengas novio”. No voy a entrar en la obviedad patriarcal de ser a través del otro (novio/esposo o pareja) sino en el impacto que puede tener sobre la capacidad de centrarse sobre lo que una desea, de tomar decisiones, y poder expresar aquellas emociones que nos permiten poner límites; fundamentalmente el enfado y la ira.
Desde pequeñas hemos escuchado aquello de “con ese carácter nadie te va a querer”
Actualmente, desde muchos sectores de la izquierda, frente al modelo de odio se opone el modelo de amor. En las relaciones afectivas patriarcales amor y odio son las dos caras de la misma moneda, el amor romántico. Ese amor de desesperación patriarcal que “obliga” a los machistas crueles a matar cuando creen que no encuentra amor incondicional, que en realidad es cuando no encuentran sumisión y obediencia. Ese “amor patriarcal” que nos dice que hay que terminar las relaciones sintiendo odio para desvincularnos afectivamente y poder “rehacer” nuestra vida emparejándonos nuevamente. Pareja a la que volveremos a poder entregar el 100% de nuestro ser y vida. Como si no hubiéramos tenido pasado. Lo contrario al amor no es el odio sino la indiferencia afectiva.
Lo contrario al modelo de odio, de la otredad, debería ser el de la reciprocidad, la redistribución y el reconocimiento.
En los debates electorales hemos visto como Casado justificaba estar contra la violencia de género porque es hijo de una madre, tiene una esposa y una hija. Como si tener un parentesco generase afectividad o ética en el mundo. O dicho de otra manera, no quiero ser la amiga, la hija, la hermana, la madre de nadie para que se me reconozcan mis derechos de ciudadanía.
Lo que más mata a las mujeres europeas, según el Consejo de Estado europeo, es la violencia machista en el seno de la familia. Romper con la idea de que el parentesco genera”per se” afectividad nos ayudaría a entender muchas de las violencias que se producen en los círculos íntimos interpersonales.
Casado justificaba estar contra la violencia de género porque es hijo de una madre, tiene una esposa y una hija. Como si tener un parentesco generase afectividad o ética en el mundo.
Como tampoco basta, tener una relación con alguna persona que sufra discriminación para sentirse en la responsabilidad de actuar contra dicha discriminación.
No podemos obviar que nuestras palabras no son neutras sino que impactan en imaginarios y en contextos concretos que pueden reforzar o cuestionar los modelos actuales de interpretación de la realidad. Generar sororidad no debe de implicar querer al conjunto de las mujeres, ni vincularse afectivamente con todas ellas. No hace falta que todas las feministas sean mis amigas ni por supuesto que todas piensen como yo. Lo cual no quiere decir que no podamos establecer alianzas en lo que nos une, erradicar el patriarcado, que por cierto, ese sí que sabe establecer alianzas estratégicas.
Hay quien mantiene que hay que feminizar la política y quienes sostenemos que lo hay que hacer es feministizar la política. Que la agenda política de los gobiernos asuma como prioritario y de política mayor combatir la desigualdad.
Quizás haya quién piense desde el esencialismo patriarcal, en aquello de que las mujeres hacemos las cosas diferentes, somos más empáticas y nos importa más los afectos. Cuando en realidad el mundo afectivo es una olla a presión para muchas mujeres. Sinceramente, la biología no marca nuestra capacidad de empatía porque si no, estaríamos perdidas-os.
El problema es que mientras los hombres son socializados en la pedagogía de la crueldad (Segato) nosotras lo somos en el vínculo afectivo obligatorio, caer bien, gustar y querer a todo el mundo y que te acepten, incluso a costa de ti misma.
No quiero que me quieran para poder acceder a mis derechos. Quiero que me respeten aunque no les caiga bien o no les gusten mis elecciones.
Somos parte de una humanidad que nos debería situar en esa precariedad y vulnerabilidad de nuestra especie que nos obliga a pensar en el bien común como manera de ejercer el cuidado propio y por extensión el colectivo. Que nos obliga a construir vínculos emocionales para poder desarrollar empatía, y evitar convertirnos en sociópatas o simplemente crueles con la otredad
Ahora bien, este bien común no implica olvidarnos de nosotras como sujetos con necesidades de cuidado, ya que los cuidados, nuevamente, no solo son una necesidad sino que deben de ejercerse de manera recíproca porque si no caeremos en la trampa patriarcal de la obligatoriedad de los cuidados, de la que tanto sabemos las mujeres, que nos hace cuidar de los demás olvidándonos de nuestras propias necesidades.
No quiero que me quieran para poder acceder a mis derechos. Quiero que me respeten aunque no les caiga bien o no les gusten mis elecciones.
A través del vínculo afectivo, ejemplificado en todas las veces en las que en un espacio formal a las profesionales nos dicen “hija, cariño, nena”, en lugar de identificarnos por nuestros nombres o categoría profesional. Que además, tiene expresión afectiva en todas las veces que se nos obliga a besar como forma de saludo en las relaciones formales. Ese “vínculo afectivo obligatorio” nos hace creer que tenemos un vínculo afectivo con alguien con quién tenemos una relación formal que exige respeto pero no afecto. Cuando creemos que tenemos una relación afectiva con nuestras-os pacientes, usuarias-os, etc. nos identificamos con sus problemas y los asumimos como propios más fácilmente, nos cuesta poner límites. Pero a la par quién nos etiqueta como hija/cariño/nena busca que le tratemos de una manera preferencial. No es solo como nos nombran, como hijas o cariño, sino lo que espera la otra-o, lo que nos exige por tenernos en consideración de hijas. Un comportamiento acorde con una posición de inferioridad y de afecto.
Nos cuesta emitir abiertamente una crítica, además del tan conocido; “no te enfades, no te pongas así”.
Nos cuesta identificar los chantaje y los abusos porque en el espacio afectivo en él que hemos sido socializadas se distorsionan afecto con chantaje/abuso (“si me quisieras lo harías/¿Qué te cuesta? “Con lo que yo he hecho por ti”).
No valoramos nuestro trabajo porque estamos acostumbradas, en el terreno afectivo, a no poner en valor ni nuestro tiempo ni nuestro trabajo reproductivo.
Otro ejemplo de la expresión de este vínculo obligatorio es el prefacio que muchas mujeres utilizan antes de emitir una crítica: “y que conste que yo le quiero mucho….” Como si tuviéramos que justificar que la crítica no es por desafecto.
Son solo algunos ejemplos para evidenciar este elemento patriarcal que tiene incidencia en nuestros espacios formales y organizativos pero sobre todo en nuestra identidad y capacidad para ejercer nuestra autonomía, con sentido de interdependencia, ya que somos seres interdependientes como bien nos han mostrado desde el ecofeminismo.
Para construir otras relaciones, basadas en el respeto y la reciprocidad necesitaremos mirarnos y reconocernos pero no obligatoriamente querernos
Identificar que alguien que te dice “cariño” en la frutería, tienda, bar u hospital no lo dice porque te quiera sino porque te quiere vender un producto o quiere conseguir de ti un trato especial y si no lo consigue entonces eres una borde, ya no eres dulce (¿) o sencillamente eres demasiado dura para ser mujer. Identificar este ejercicio patriarcal nos permitiría poner límites y dejar de sentir culpa cada vez que no cumplimos con la expectativa ajena de ser amorosas con quien no tenemos una relación afectiva pero si espacios compartidos.
Para construir otras relaciones, basadas en el respeto y la reciprocidad necesitaremos mirarnos y reconocernos pero no obligatoriamente querernos y que al segundo estemos mandando emitoconos o “likes” llenos de corazones. Crear relaciones de afecto requiere de elementos diferentes a crear relaciones formales, organizativas, etc.
Generar una amalgama, aunque tengan la base común de respeto, reciprocidad y reconocimiento, entre relación afectiva y relación laboral, estudiantil, organizativa, casual, etc. distorsiona nuestra capacidad para diferenciar espacios, vínculos, expectativas de atención y cuidados con otras-os.
Está claro que es necesario humanizar los espacios, todos, pero no se puede confundir amabilidad, buen trato y empatía con amor.