Cuando en educación primaria nuestros hijos e hijas empiezan a adquirir conocimientos de historia, descubren que está llena de héroes, guerras, luchas, ganadores y vencidos. Estudian hasta bachillerato las guerras púnicas, las conquistas del pueblo romano, los visigodos y su mundo, los señores feudales, Al-Andalus, el descubrimiento de América, las guerras napoleónicas, la primera y segunda guerra mundial, la civil española. Lamentablemente una historia de vencedores a costa de asesinatos, torturas, dominio que les empuja a crecer y creer en una sociedad basada en estos valores como modelos a imitar para triunfar. Una historia que deja entrever que quien gana es quien mata y que la crueldad es el estandarte del campeón. La historia, así contada, además de transmitir erróneos valores en la educación y la formación invisibiliza a la mitad de la población, las mujeres, las ocultadas y mayores víctimas en los conflictos bélicos.
Las mujeres han intervenido en las guerras desde que estas se libran. Y lo han hecho de forma activa, interviniendo mediante su participación en el combate, la resistencia o la instigación, u oponiéndose con la denuncia, la protesta o el boicot. Sin embargo, los relatos históricos suelen omitir la presencia femenina en conflictos y ejércitos, porque a menudo quedaron relegadas a funciones y puestos subalternos. Incluso cuando fueron protagonistas se las condenó deliberadamente al olvido, cuando en realidad participan de forma plena y directa en las contiendas. Apoyando a los hombres u oponiéndose a ellos, en el combate o en la retaguardia.
Si bien la población civil es a menudo el blanco principal de las hostilidades, en particular en los conflictos armados, las mujeres son en general las víctimas más fuertemente afectadas, pudiendo diferenciar Las mujeres que toman parte en las hostilidades, la mujer como integrante de la población civil, la violencia sexual en los conflictos armados , las personas desaparecidas y la viudez , las mujeres desplazadas , las mujeres detenidas y las madres que ejercen de jefe de familia ya que, cuando los hombres están combatiendo, son las mujeres las que garantizan la supervivencia de la misma y de la comunidad.
Las mujeres que toman parte en las hostilidades han participado activamente en los conflictos armados a lo largo de la historia. Fue en la Segunda Guerra Mundial cuando se puso de relieve su papel, fundamentalmente como reservistas o como unidades de apoyo (incluido el trabajo en fábricas de municiones) en las fuerzas alemanas y británicas; en el caso de la Unión Soviética, su participación directa en la lucha como miembros de todos los servicios y unidades ascendió al 8% del total de las fuerzas armadas. Desde entonces, las mujeres han asumido un papel mucho mayor y con más frecuencia están ingresando, voluntaria o involuntariamente, en las fuerzas armadas, en las que asumen papeles tanto de apoyo como de combate.Las mujeres son la opción preferida de los grupos legos cuando se trata de misiones de infiltración y de ataque. En primer lugar, las mujeres despiertan menos sospechas. En segundo lugar, en las sociedades conservadoras del Medio Oriente y de Asia Meridional, se vacila en registrar corporalmente a una mujer. En tercer lugar, las mujeres pueden ocultar un dispositivo suicida debajo de su ropa y dar la apariencia de estar embarazadas. Las mujeres son tan capaces como los hombres de cometer actos de extrema violencia. Asimismo, las mujeres apoyan “activamente” a sus compañeros en operaciones militares suministrándoles el apoyo moral y físico necesario para combatir en la guerra como cocinarles, cuidarlos y cualquier otra cosa que se precise.
Por otra parte, hay mujeres que corren peligro a causa de su presencia entre las fuerzas armadas, pero que están allí absolutamente en contra de su voluntad, secuestradas para que presten servicios sexuales o para que cocinen y aseen el campamento. Durante el período de su secuestro, y a menudo después, estas mujeres y niñas pueden correr considerable peligro, por los ataques de las fuerzas adversarias, tanto como sus secuestradores. Otras mujeres son objeto de sospechas y, a causa del papel real o supuesto de sus compañeros, son blanco de ataques e intimidación a fin de obtener información que permita llegar hasta ellos.
Pese a estos ejemplos de participación voluntaria e involuntaria de las mujeres en el conflicto armado, sea como combatientes sea en funciones de apoyo, algunos países y culturas se niegan a aceptar la participación de la mujer en papeles de combatiente en sus fuerzas armadas. La mayoría de las mujeres experimentan los efectos del conflicto armado como parte de la población civil.
La mujer como integrante de la población civil son víctimas de innumerables actos de violencia durante las situaciones de conflicto armado. A menudo sufren los efectos directos o indirectos del combate, soportan bombardeos y ataques indiscriminados, así como falta de comida y de otros artículos esenciales para una sana supervivencia. Invariablemente, las mujeres tienen que asumir una mayor responsabilidad por sus hijos y sus parientes ancianos , y a menudo por la comunidad a nivel más amplio , cuando los hombres de la familia parten al combate, o están internados o detenidos, desaparecidos o fallecidos, desplazados en el interior del país o en el exilio. El mismo hecho de que muchos de sus compañeros están ausentes acentúa la inseguridad y el peligro para las mujeres y los niños que han quedado abandonados y exacerba la ruptura de los mecanismos tradicionales de apoyo en los que se ha basado la comunidad. Debido al incremento de la inseguridad y al temor de ser atacadas, las mujeres huyen con sus niños: se sabe muy bien que la mayoría de los refugiados del mundo está constituida por mujeres y niños. Sin embargo muchas mujeres no huyen de los combates porque ellas y sus familias creen que el mero hecho de ser mujeres (a menudo con niños) las protegerá en mayor medida de los beligerantes. Piensan que su género les servirá de protección. Así pues, con frecuencia las mujeres se quedan para cuidar los bienes y los medios de sustento de sus familias; para velar por los miembros de la familia, ancianos, niños o enfermos, que no pueden huir por ser menos móviles; para mantener a sus hijos en la escuela,; para visitar y apoyar a miembros de la familia en detención; para buscar a sus parientes desaparecidos; e, incluso, para evaluar el nivel de inseguridad y de peligro, a fin de decidir si sus parientes desplazados pueden retornar en seguridad. Sin embargo, esta percepción de protección no corresponde con la realidad. Al contrario, las mujeres han sido blanco de ataques precisamente por ser mujeres.
Con frecuencia las mujeres se ven directamente amenazadas por los ataques indiscriminados debido a la proximidad de los combates. Asimismo, se ven obligadas a albergar y alimentar a los soldados, quedando así expuestas al riesgo de represalias de las fuerzas adversarias, abocadas a situaciones difíciles , otra boca que alimentar con los escasos recursos, y sometidas a amenazas en contra de su seguridad personal y la de sus hijos. Debido a la proximidad de los combates y/o a la presencia de las fuerzas armadas, las mujeres tienen siempre que restringir sus movimientos; esto limita gravemente su acceso al suministro de agua, alimentos y asistencia médica y su capacidad para cuidar sus animales y sus cosechas, para intercambiar noticias e información y para buscar apoyo de la comunidad o de la familia.
El acceso limitado a la asistencia médica puede tener un enorme impacto en las mujeres, especialmente por lo que atañe a la salud reproductiva y material. Las complicaciones del parto, más probables según parece en las condiciones estresantes de la guerra, pueden dar lugar a una mayor mortalidad o enfermedad infantil y maternal. Con demasiada frecuencia se acosa, se intimida y se ataca a las mujeres en sus hogares, o cuando se desplazan por las aldeas o sus alrededores, o pasan por los puestos de control. La falta de documentos de identidad afecta gravemente a la seguridad personal y a la libertad de desplazamiento de las mujeres, lo que aumenta el riesgo de abusos, entre ellos el de la violencia sexual.
La violencia sexual en los conflictos armados La violación sexual, la prostitución forzada, la esclavitud sexual y el embarazo forzado son violaciones del derecho internacional humanitario y forman actualmente parte indiscutible del vocabulario de la guerra. Son crímenes históricos, pero se enseñó que la violación sexual puede justificarse como método de guerra o muestra de poder, como premio al ejército vencedor o lección para el vencido que no pudo proteger a sus mujeres.
En muchos conflictos, las mujeres han sido sistemáticamente tomadas como blanco de violencia sexual, a veces con el objetivo político más amplio de realizar la depuración étnica de una zona o la destrucción de un pueblo. No es posible dar más que estimativos sobre el número de víctimas de violencia sexual dado que muchas de las víctimas no sobreviven y que la mayoría de ellas nunca informan sobre la violación sexual de que fueron objeto. No es fácil obtener estadísticas confiables y las que están disponibles se basan a menudo en las cifras sobre víctimas que buscaron ayuda médica para situaciones de embarazo, enfermedades sexualmente transmisibles o terminación del embarazo. Generalmente, las estadísticas se extrapolan a partir de las cifras sobre mujeres que buscan este tipo de asistencia. No obstante, en general muchas mujeres tienen demasiado miedo de hablar sobre sus experiencias, debido al temor real del ostracismo o de la venganza de su familia o de su comunidad. Muchas de ellas creen también que tras haber sido violadas nadie puede ayudarlas.
Las personas desaparecidas y la viudez El mismo hecho de que muchas mujeres sobrevivan a conflictos en los que sus compañeros han muerto o desaparecido tiene consecuencias enormes. Las mujeres desesperadamente intentan dilucidar la suerte que corrieron sus seres queridos. Los sobrevivientes de las guerras luchan para hacer frente no sólo a la dificultad de obtener el sustento inmediato o los medios de subsistencia para sí mismas y para sus familias, sino además al trauma y la incertidumbre adicionales de no saber lo que les ocurrirá en ausencia de sus parientes varones. Las viudas y los familiares de los hombres desaparecidos – padres, hijos y esposos- pueden perfectamente perder todos sus derechos a la tierra, a sus hogares y herencias, a la asistencia social y a las pensiones, o incluso el derecho a firmar contratos. A causa de su situación, ellas y sus hijas pueden ser víctimas de la violencia y del ostracismo.
En las guerras, decenas de miles de mujeres indagan sobre la suerte que han corrido sus parientes desaparecidos, búsqueda que frecuentemente se prolonga más allá de la terminación del conflicto. La incapacidad de llorar y de sepultar a sus seres queridos tiene un enorme impacto en los sobrevivientes y en los mecanismos que adoptan para hacer frente a su situación. Las mujeres se ven obligadas a mostrar valor y capacidad de adaptación inmensos como sobrevivientes y como cabezas de familia, papel para el cual muchas no tenían preparación o tenían muy poca, y que se dificulta aún más por las limitaciones impuestas . Muchas mujeres han asumido este reto y, con determinación, han dejado a un lado su trauma a fin de seguir viviendo para sus hijos.
Las mujeres desplazadas Las mujeres y los niños constituyen la mayoría de los refugiados y desplazados del mundo. Huir y vivir como desplazadas crea numerosos problemas e, irónicamente, las expone a enormes riesgos. Las mujeres en general huyen llevando consigo muy pocos bienes, y muchas de ellas quedan separadas de sus familiares. Es muy posible que el desplazamiento obligue a las mujeres a depender del apoyo de las poblaciones locales de las zonas a las que han sido desplazadas. A menudo tienen que recorrer largas distancias en búsqueda de agua, alimentos, leña o hierbas y productos alimenticios tradicionales como medicina para ellas y sus familias. Con frecuencia, durante esta búsqueda las mujeres corren el riesgo de ser atacadas y de resultar heridas a consecuencia de los combates o de municiones no explosionadas, así como de ser víctimas de abusos sexuales, en particular la violación sexual.
Las mujeres dan muestras de fortaleza y recursividad tremendas en cuanto a los mecanismos de adaptación que adoptan para garantizar su propia supervivencia y la de sus familias. Sin embargo, en los campamentos de desplazados las mujeres son frecuentemente vulnerables, especialmente cuando son cabezas de hogar, viudas, mujeres embarazadas, madres de niños de corta edad o ancianas, ya que deben llevar sobre sus hombros todas las responsabilidades cotidianas de la supervivencia, lo que consume ingentes cantidades de tiempo y de energía. Por lo demás, es posible que las autoridades de los campamentos y las organizaciones que suministran asistencia no se percaten de su situación, pues en muchas culturas las mujeres no están en la esfera pública y a menudo ni siquiera tienen documentos de identidad propios, y porque, además, las necesidades específicas de las mujeres no se tienen en cuenta en dichos campamentos. Por ejemplo, las mujeres embarazadas requieren raciones alimenticias más grandes y más acceso a los servicios de salud. Asimismo, las mujeres con niños tienen una preocupación especial por la educación de sus hijos y a menudo tienen que encontrar la manera de costear la ropa y los libros de éstos, por lo que, si los niños están en la escuela, deben hacer frente a mayores cargas de trabajo.
Por otra parte, las mujeres en situaciones de desplazamiento carecen invariablemente de la privacidad necesaria para mantener su higiene personal y su dignidad. Al tener que compartir con mucha gente dormitorios e instalaciones de limpieza y de lavado muchas mujeres se ven forzadas a elegir entre mantener su higiene personal o conservar su dignidad y su seguridad.
Las mujeres detenidas También a las mujeres se las detiene como resultado de los conflictos, con frecuencia en peores condiciones que a los hombres. Esto primordialmente se debe a que la mayoría de las personas detenidas son hombres, y existen muy pocas prisiones o lugares de detención exclusivamente para mujeres. Por consiguiente, en muchos casos las mujeres detenidas son alojadas en cárceles de hombres y su sección, por ser menos numerosa, por lo general es la más pequeña y carece de adecuadas instalaciones sanitarias y de otra índole.
La existencia de una prisión aparte para las mujeres puede asimismo dar lugar a problemas. Puesto que las mujeres por lo general constituyen solamente una minoría de las personas detenidas, muy pocas prisiones se construyen específicamente para ellas. Esto significa que, para las detenidas, la cárcel de mujeres más cercana puede estar ubicada muy lejos de su hogar y al ser enviadas allá se las separa de su s familias y del apoyo que éstas pueden brindarles. Generalmente, las personas detenidas dependen mucho de las visitas de sus parientes que les llevan alimentos y otros artículos adicionales (como medicinas, ropa, implementos de aseo, etc.). Las mujeres con frecuencia sufren de la carencia de visitas familiares y por ende del apoyo de sus familias. Existen muchas razones para ello: la lejanía del lugar donde se encuentran detenidas, la inseguridad para los visitantes, la falta de voluntad o la incapacidad de los parientes para venir a visitarlas (porque son desplazados, han desaparecido o no se pueden contactar), o la falta de dinero para pagar los costos del viaje.
Por otra parte, las mujeres detenidas con frecuencia tienen la preocupación adicional del bienestar de sus hijos, bien sea porque en el lugar de detención tienen consigo niños pequeños que deben criar en condiciones difíciles, o porque han sido separadas de sus hijos y las afecta la incertidumbre de no saber quién los está criando ni cómo lo está haciendo. Incluso cuando es un miembro de la familia quien asume la responsabilidad por los hijos, puede ser muy difícil para las mujeres soportar esta separación impuesta.
Las mujeres también tienen necesidades específicas difíciles de satisfacer cuando están detenidas. Por ejemplo, las mujeres y las niñas en edad de menstruar tienen frecuentemente problemas para obtener una protección sanitaria adecuada, acceso regular a instalaciones sanitarias (servicios sanitarios y zonas de aseo) y prendas apropiadas para vivir su menstruación en una forma que preserve su salud y dignidad. Con frecuencia durante la detención, tanto a los hombres como a las mujeres se los somete al maltrato, incluida la violencia sexual. Para las mujeres existe el serio riesgo de embarazo y de problemas ginecológicos, aparte del temor de las consecuencias que esto puede acarrear para su vida, tanto mientras se encuentren detenidas como después de su liberación, cuando regresen a sus familias y comunidades.
La guerra causa sufrimientos extremos a quienes se ven atrapados en ella. Las mujeres viven la experiencia de la guerra de múltiples formas, desde la participación activa como combatientes hasta el convertirse en blanco de los ataques como miembros de la población civil, específicamente por su condición de mujeres. Pero la guerra para las mujeres no acarrea solamente la violación sexual, afortunadamente muchas no experimentan esta nefasta violación; también entraña la separación, la pérdida de miembros de la familia y de los medios mismos de subsistencia: trae consigo heridas y privaciones. La guerra compele a las mujeres a desempeñar papeles no acostumbrados y a desarrollar nuevas destrezas para afrontarla. Pese a todo, los libros y manuales las tratan como seres pasivos en el conflicto.
De entre las muchas manifestaciones pictóricas que revelan el padecimiento, activismo y situación de la mujer en la guerra destaca la obra de la alemana Käthe Kollwitz, nacida en Königsberg en 1867 y que además de una artista fue una pacifista que obtuvo el éxito de la crítica del público. La violencia de las guerras de su contexto, así como la pérdida de un hijo durante la Primera Guerra Mundial, marcó significativamente la producción de sus obras, y eso la ha convertido en una de las figuras más populares del arte alemán de entre siglos en la actualidad. Hija de un socialdemócrata prusiano y fuertemente influida por las ideas religiosas luteranas de su abuelo materno, Käthe creció en un ambiente hostil sufriendo el rechazo en su pueblo por las ideas de su padre y su madre, quienes percatados pronto de su talento la inscribieron para que comenzara, antes de los doce años, lecciones de dibujo y pintura y trasladándose a los 16 años a Berlín a una escuela de arte para mujeres. En 1887 regresó a su pueblo natal estableciendo su primer estudio y comenzando su producción pictórica de manera profesional e independiente a la vez que realizó su primer grabado.
En 1891 contrajo matrimonio con el Dr. Karl Köllwitzr y se trasladaron a Berlín, donde se establecieron en uno de los barrios más pobres de la capital. Allí su marido ejerció su actividad tanto como médico como activo militante socialista. La militancia activa de su marido tuvo una influencia relevante en las obras artísticas de Käthe Kollwitz, pues la visión de las miserables condiciones de vida de la clase obrera y su activismo político fueron ejes centrales en sus primeras obras. En 1892 nació su hijo Hans, y en 1896 su hijo Peter.
En 1898 Käthe Kollwitz comenzó a impartir clases en la Escuela de Mujeres Artistas de Berlín, donde permaneció hasta 1903, y en 1910 comenzó su producción de esculturas.
En 1914 su hijo Peter fue asesinado en combate en Flandes, al comienzo de la Primera Guerra Mundial, hecho que condicionó toda su producción artística, suponiendo una de las reflexiones más profundas sobre el horror de la violencia y la pobreza en conflictos bélicos sentidos por una mujer. Pocas veces los retratos femeninos adquieren la dignidad de seres que afrontan la penuria y la miseria impuesta como los realizados por Kollwitz y son contadas las ocasiones en que presenciamos el coraje y la sinceridad de una mujer que se observa a sí misma, a través de sus autorretratos, en un acto íntimo de sinceridad y de búsqueda de respuestas en un mundo hostil, duro y cruel. Los cuerpos de las mujeres de Kollwitz adquieren carácter de verdad y testimonio: se cansan, se arrastran y abrazan con fuerza a la vida que huye por la miseria y la violencia.
Se alzan como fuerza protectora frente a la destrucción de la vida. Sus dos colecciones, “La revuelta de los campesinos” y “El levantamiento de los tejedores” simbolizan cómo las clases pobres se enfrentan al poder, mujeres y hombres, y luchan por la vida digna. En ellos las mujeres son parte primordial de la vida, tanto sosteniéndola cotidianamente, impidiendo la violencia, y en última instancia, buscando el cuerpo muerto de sus hijos en el campo de batalla.
Son imágenes inusuales para la mirada acostumbrada a los cuerpos bellos, canónicos, del arte occidental. Son cuerpos de personas empobrecidas por la crisis económica, por la desigualdad, son la imagen de personas en paro, llevadas a las esquinas de la miseria que miran, que impelen la mirada del espectador, para preguntar. Pocas veces encontramos los cuerpos de las personas, sin idealización, con toda la humanidad, como en la obra de Käthe Kollwitz.
Son la imagen de los obligados a ir al campo de batalla, a la muerte, a la desaparición. En ellos se reconoce la injusticia de un poder desencarnado que manipula, condena y ordena, que prescribe y proscribe. Pero a la vez, Kollwitz nos muestra la mayor dignidad en sus cuerpos, sus rostros, sus manos que abrazan, asisten, recogen. La madre que abraza al hijo muerto de miseria entre sus brazos, al grupo de mujeres que cierra en torno a ellas a los hijos. Al adolescente que se alza contra la guerra, la miseria y la injusticia “Nie wieder Krieg”. Decía, en sus escritos, que encontraba mucha más belleza en la pobreza que en los ámbitos refinados de las clases altas. En Kollwitz se une ética y estética, donde la belleza es una categoría moral.
Pese a la impopularidad que le supuso su oposición a la guerra, en 1919 fue nombrada miembro de la Academia de las Artes de Prusia y se convirtió en la primera mujer en ocupar una plaza en dicha institución, en la cual permaneció hasta su forzada dimisión en 1933, a causa de la ascensión al poder del partido nacionalsocialista de Hitler, como ocurrió con tantos otros miembros de su generación artística.
Entre 1920 y 1925 realizó las series Seven Woodcuts on War (Siete Xilografías sobre la Guerra), publicada en 1924 junto con el portafolio Parting and Death (Partida y Muerte), y al año siguiente publicó la serie titulada The Proletariat (El Proletariado); todos ellos de fuerte crítica social que denunciaban las condiciones más penosas de la guerra y las injusticias sociales del momento. Estos grabados en madera, se centraban en la angustia que sufren las esposas, padres e hijos cuyos hombres lucharon y murieron en la guerra. En The Sacriface (El Sacrificio), una nueva madre ofrece a su bebé como un sacrificio a la causa. En The Widow II (La Viuda II), una mujer y su bebé yacen amontonados, tal vez muertos de hambre.
Estas impresiones expresan la cruda agonía que la guerra inflige a la humanidad. En The Widow I (La Viuda I), una mujer se abraza con angustia. Su forma redondeada y el tierno contacto de sus manos masivas sobre su pecho y abdomen sugieren que puede estar embarazada, lo que le otorga mayor conmoción a su situación. En The Mothers (Las Madres), un grupo de mujeres encerradas en un fuerte abrazo se consuelan mutuamente, mientras dos niños asustados se asoman por debajo de su grupo protector. En The Volunteers (Los Voluntarios), cuatro jóvenes, cuyos rostros afligidos y sus puños apretados traicionan su sentido de la fatalidad y la determinación, y se ofrecen como voluntarios para luchar mientras siguen a una figura de tambores con una máscara de muerte. El dolor y el tormento impregnan cada una de estas imágenes, transmitidas gráficamente por los cortes brutos del medio de grabado en madera. The Seven Woodcuts sobre la guerra de Kollwitz es uno de los varios portafolios de grabados de artistas alemanes que se centran en el salvajismo de la Primera Guerra Mundial. Pero en lugar de mostrar las brutalidades de la guerra y los bombardeos experimentados por los soldados, la artista retrata las respuestas emocionales de los civiles. Aunque su sensación de pérdida era muy personal por la pérdida de su hijo menor, Peter, Kollwitz representa visiones universales de la tristeza infinita que genera la guerra para los que quedan atrás.
A partir de la ascensión al poder de los nazis, Kollwitz fue víctima del hostigamiento que caracterizó al régimen de Hitler frente a los artistas de vanguardia. Sus obras fueron incluidas en la Exposición de Arte Degenerado celebrada en Berlín, cuya inauguración tuvo lugar el 19 de julio de 1937.
El periodo entre 1937 y 1944 fue especialmente trágico para Köllwitz. A las continuas presiones del régimen nazi se sumó la destrucción de su estudio con la práctica totalidad de sus obras durante los bombardeos de los aliados. Este pesimismo vital se percibe en su última serie de grabados, Muerte (compuesta por ocho litografías), que parece prever el fallecimiento de su marido en 1940 y el suyo propio el 22 de abril de 1945, poco antes del fin de la guerra, en Moritzburg, a donde se había trasladado dos años antes a la residencia de un familiar con la intención de ocultarse.
Kollwitz realizó un total de 275 grabados en madera y litografía. Prácticamente los únicos retratos que hizo durante su vida fueron imágenes de sí misma, de las cuales hay al menos cincuenta.
En la actualidad, quizás su obra más emblemática sea una versión ampliada de una escultura similar de Kollwitz, Madre con su Hijo Muerto, más conocido como La Pietá Kollwitz, que se colocó en 1993 en el centro del Neue Wache en Berlín y que sirve como monumento a las víctimas de la guerra y la tiranía.
La obra de la artista alemana evidencia, sin lugar a dudas el activismo y victimismo de la mujer en la guerra que, además de hacerlo como hostil, civil, víctima de violaciones y violencia, detenida o apresada, lo hace como hija, madre y esposa.
“EstherTauroni Bernabeu”, nos impacta conceptualmente sobre la imposición genocida del transexual ecuménico perverso patriarcado al precisar que:
“Lamentablemente una historia de vencedores a costa de asesinatos, torturas, dominio que les empuja a crecer y creer en una sociedad basada en estos valores como modelos a imitar para triunfar. Una historia que deja entrever que quien gana es quien mata y que la crueldad es el estandarte del campeón. Es decir, se pretende que la mujer le deje al genocida transexual ecuménico perverso patriarcado el “cargo” de la civilización, pero con ello lo femenino corta su propio acceso a la verdad. Así la mujer se ve arrastrada a remitir al genocida perverso patriarcado la causa de su deseo de no ser un mero objeto, lo cual es propiamente el “objeto” del sacrificio que le impone el genocida perverso varón. El juego seductor del ecuménico genocida perverso patriarcado entra por ahí, instalando la verdad sobre la mujer en un estatuto de culpabilidad. Señalo en mi Ciencia de lo femenino (Femeninologia) cuanto tenemos que aprender, sobre la estructura de la relación de la mujer con la verdad como causa, en la imposición del ecuménico genocida perverso patriarcado incluso en las primeras decisiones de la horda primitiva. El racionalismo que organiza el pensamiento del ecuménico genocida perverso patriarcado es, en el más riguroso sentido institucional de una realidad, que cubre la verdad del sometimiento de la mujer como mero objeto. El feminismo no debe caer en la trampa del ecuménico genocida perverso patriarcado, que se ufana de: “proyectarse en una realidad espiritual donde constituyen el mundo de los valores ideales infinitamente integrantes; Las creencias, el ideal, los valores del juicio lógico y de la conciencia moral”, que en verdad se articulan en un programa vital repugnante con respecto al juicio lógico como con la conciencia moral, que deben ser desdeñados.
Por eso el sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es absolutamente la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.
Mi Femeninologia Ciencia de lo femenino es la serie de configuraciones que con mi conciencia voy recorriendo constituyendo, más bien, la historia que desarrollo en la formación de mi conceptualización. Es decir, una suerte de escepticismo consumado, que en realidad sería, el propósito de no rendirme, a la autoridad de los pensamientos de otro, sino de examinarlo todo por mí mismo ajustándome a mi propia convicción; o mejor aún, producirlo todo por mí mismo y considerar como verdadero tan solo lo que yo hago.
*Hoy, como ese infante entre los 4 a 5 años adaptando mi pensar en la realidad, interpretando mi actividad onírica . . .
Por Osvaldo Buscaya (Bya)
(Psicoanalítico)
Femeninologia (Ciencia de lo femenino)
Lo femenino es el camino
Buenos Aires
Argentina
25/07/2019