Del aborto selectivo a la fecundación selectiva

Ana Pollán
Ana Pollán
Graduada en Filosofía por la UVA. Máster en Filosofía Teórica y Práctica por la UNED. Feminista abolicionista, republicana y defensora de la educación pública. Anticapitalista.
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En la universidad japonesa de Hiroshima, un grupo de investigación ha creado un gel de uso doméstico que, si se aplica en la vagina antes de tener un coito, en caso de fecundación, el futuro bebé sería, casi con toda seguridad, de sexo masculino. Este gel ha sido probado satisfactoriamente en algunos animales no humanos: ratones, ovejas y cerdos, por lo que parece posible su éxito en humanos a corto o medio plazo.

Aunque suene casi mágico, la explicación es relativamente sencilla: el gel contiene un compuesto químico que consigue ralentizar, de manera selectiva, únicamente a los espermatozoides que portan el cromosoma femenino (cromosoma X), de modo que los espermatozoides que posean el cromosoma masculino (es decir, el cromosoma Y) se encontrarán en ventaja a la hora de ser seleccionados por el óvulo (quien siempre aporta el cromosoma X y tiene el papel activo, nunca mencionado, de elegir al espermatozoide más apto), en caso de fecundación. En consecuencia, la probabilidad calculada de concebir un niño (XY), si se extrapolan los resultados con los animales no humanos, sería hasta del 90%.

La primera pregunta que me he hecho es si se habrá investigado lo contrario. Es decir, si algún grupo de investigación habrá intentado hallar un compuesto químico destinado a ralentizar a los espermatozoides que porten cromosoma masculino. Desconozco los datos, pero dado el contexto patriarcal en el que nos encontramos a nivel planetario (aceptando que no en todas las sociedades tiene la misma influencia) creo no arriesgar mucho si afirmo con seguridad que es altamente improbable que alguien siquiera se plantease la viabilidad de dicha investigación. Y me lo pregunto no porque tuviera interés en celebrar el hallazgo si el resultado fuera el contrario (privilegiar el nacimiento de niñas), sino para darme cuenta de la magnitud de la violencia que soportamos las mujeres: se investiga posibilitar nuestra reducción como grupo humano, como mitad de la especie. Y se presenta como un avance, como algo que amplía nuestra libertad, nuestra capacidad de elección como individuos y como especie. Cuando, en realidad, se investiga para imposibilitar que hombres y mujeres seamos en una cifra similar y equilibrada; para conseguir que sea el grupo oprimido el que disminuya por impedir la potencial existencia de individuas que pertenecieran a él.

La siguiente pregunta que me he planteado es cuántas personas estarían dispuestas a comprarlo en el caso de que se comercializase. Me pregunto cuánta gente lo usaría para asegurarse de NO concebir una niña. Porque ahí está la clave. De nuevo el lenguaje nos impide ver la gravedad del hecho: el gel, en caso de que fuera aplicable exitosamente en seres humanos, en realidad, no permitiría elegir el sexo del bebé, como rezan los titulares. Haría posible algo aún más grave: impedir por decisión consciente y deliberada de quien lo use (y habría que ver si en circunstancias de coacción) la concepción de futuras niñas, de mujeres, de hembras humanas.

La noticia espeluzna porque evidencia cómo el patriarcado, en su enésima demostración de resistencia, ha conseguido una vez más poner a la ciencia a su servicio. Esta vez para lograr que las mujeres, las pertenecientes al sexo oprimido, ni siquiera puedan ser: o, al menos, que sean en menor número. Se asegura no sólo de que seamos “lo otro” sino “lo otro reducido” o “lo otro potencialmente insignificante”, ahora también cuantitativamente. Este hecho tiene una gravedad extraordinaria, aun cuando podamos tener cierta seguridad (me permito ser optimista) en que el uso de este gel no se vaya a generalizar. Es más: aun cuando podamos pensar que los comités bioéticos y las legislaciones impedirían, en última instancia, su comercialización.

Sin embargo, mi optimismo se apaga, a pesar de que todavía me resisto en caer en el alarmismo, cuando pienso en que los abortos selectivos, que interrumpen el desarrollo de fetos de sexo femenino para impedir el nacimiento de niñas, constituyen una práctica frecuente y sólidamente asentada en no pocos lugares del mundo. Por ello, con independencia de la viabilidad que tenga en el futuro extender el uso de este gel, lo transcendental es darse cuenta de que el gel se ha inventado en un mundo donde en la mayoría de su superficie, nacer niña es una condena y un infortunio en millones de familias. Nacer niña, ser mujer en el contexto de las sociedades patriarcales, que son todas, es la evidencia cierta de tener menos derechos, menos libertades y estar expuesta a mayores y variadas violencias.

Y lo siguiente que me cuestiono, en definitiva, son las causas mismas para que un hallazgo así merezca los esfuerzos de la comunidad científica, a la que se le supone que se rige por el imperativo ético de mejorar la vida de los seres vivos y la libertad y la dignidad de los seres humanos. Responderme con solvencia excede mis capacidades, y sólo logro aventurar algunas impresiones. Algunas posibles reflexiones. Pienso en que no es casualidad que esto ocurra en un momento de auge del neoliberalismo y donde rige el pensamiento posmoderno en el que cualquier horizonte ético, cualquier teleología igualitaria o del bien común queda no sólo descartada sino directamente denostada. Pienso que la voluntad de dominación sin límites del patriarcado pasa por poner a la ciencia a su servicio, hasta el punto de impedir o reducir al segundo sexo. Pienso, como subrayo, que no sería posible sin la inestimable ayuda de los paradigmas neoliberal y posmoderno que, además, exaltan el individualismo exacerbado, el cumplimiento inexcusable de cualquier voluntad, el deseo como derecho, el jugar a ser un individuo omnipotente cuya voluntad no pueda ser contradicha ni siquiera regulada por criterios éticos. Paradigmas (patriarcado y neoliberalismo) que, además, prostituyen la “libertad de elección” hasta el punto de justificar en su nombre las mayores violencias e incluso el desequilibrio cuantitativo forzado entre los dos sexos que componen nuestra especie, impidiendo su equilibrio natural. Pienso en que el sexismo goza de muy buena salud y que el patriarcado puede adaptarse sin esfuerzo a cualquier progreso o cambio social, político, económico o científico y que por eso mismo, o se atenta de modo radical contra él persiguiendo su abolición o ningún progreso será posible.

Por esto mismo, no se puede negar el sexo como realidad material, tangible y evidente, como pretende hacer la teoría queer. Ni tampoco se puede conceptualizar el género como simple identidad a voluntad individual del sujeto o mero sentimiento de “quita y pon” al gusto de cada individuo cuando es un sistema de opresión contra las mujeres por el mismo hecho de ser mujeres; cuando es el patriarcado mismo. Por esto mismo, que el sujeto político del feminismo seamos las mujeres tiene una importancia crucial. Por esto, no es posible perderse en teorías del deseo y de las identidades individuales cuando las mujeres, como grupo, tenemos por delante la tarea más elemental: asegurarnos la simple y mera posibilidad de existir, y que cuando lo hagamos, podamos garantizar(nos), como sociedad, que sea en unas condiciones mínimamente dignas y seguras. El feminismo lo sabe desde hace casi tres siglos. No titubea, no se confunde con otras teorías de apariencia progresista y fondo reaccionario. Sigue en la brecha. Enfrentando el patriarcado cara a cara, y también cuando, sin suerte, adopta la modalidad de Troya. El feminismo ahí también lo ve venir. Desde hace rato. Por eso saldremos de esta.

 


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