En este artículo analizaremos, de forma breve, un fragmento del discurso de André Amar, diputado de la Convención, en octubre de 1793 sobre los derechos de la mujer, y que, en realidad, aporta la justificación para que los revolucionarios franceses no reconocieran derecho político alguno a las mujeres, a pesar de su esfuerzo por la causa revolucionaria:
«¿Las mujeres deben ejercer los derechos políticos e inmiscuirse en los asuntos de gobierno? ¿Deben reunirse en asociaciones políticas? (…)
No, porque deberían sacrificar cuestiones más importantes a las que han sido llamadas por la naturaleza, fue la respuesta. Las funciones privadas a las que estarían destinadas las mujeres por naturaleza ayudaban a sostener el orden social. Y para el orden social era necesario que cada sexo se ocupara de aquello a lo que le estaba encomendado por lo que se consideraba naturaleza.
“¿Cuál es el carácter propio de la mujer? Las costumbres y la naturaleza le han señalado sus funciones: educar a los hijos, preparar el espíritu y el corazón de sus hijos para las tareas públicas, elevar sus almas, (…) Después del cuidado de las tareas de su casa, la mujer ha estado destinada a hacer amar la virtud entre los suyos. Es así como ellas sirven a la patria (…).
En general, las mujeres son poco capaces para las ideas elevadas y las meditaciones serias.»
La argumentación del diputado pasaba por establecer que la mujer tenía una naturaleza distinta y, por lo tanto, debía dedicarse a otras funciones, es decir, las relacionadas con el mundo privado frente a las funciones públicas que serían competencia de los hombres. El argumento era muy clásico y siguió siendo dominante después. Llama la atención el razonamiento de la costumbre, no tan propio de una época de fuerte influencia ilustrada, dado que este movimiento era muy contrario a las argumentaciones relacionadas con la tradición o la costumbre.
El final del texto es demoledor: las mujeres no tendrían capacidad para pensar.
En el libro de Bárbara Caine y Glenda Sluga, Género e Historia (200), se nos cuenta que Amar auspició la prohibición de los clubs de mujeres, que se habían creado y hasta proliferado en la Revolución. Era miembro del Comité de Seguridad Nacional. Estas autoras aluden a que Amar insistía en el derecho que tenían los ciudadanos a emprender negocios y actividades políticas seguros de que sus hogares e hijos estaban bien cuidados por sus esposas, algo imposible si estaban en reuniones políticas o en la Convención.