Leyes de «identidad de género» y derechos de las mujeres y las niñas

Anna Prats Marín
Anna Prats Marín
Periodista por la Universitat Autònoma de Barcelona con mención en Política y Economía.
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Mucho se habla de las «leyes trans» (si es que «trans», así, a secas, significa ya algo de tantas cosas que quieren hacerle significar) aprobadas en países como Gran Bretaña, Canadá o Australia y de cómo han perjudicado gravemente a los derechos de las mujeres y las niñas, y poco se habla de las que ya tenemos aprobadas en las Comunidades Autónomas del estado español, como la ley aprobada el 30 de mayo de 2016 en el Parlament de les Illes Balears, propuesta por PSOE, Podemos y MÉS.

Utilizaré dicha ley para ejemplificar por qué estas leyes vulneran completamente los derechos de las mujeres y las niñas, aunque no solamente existe esa, también podemos encontrar leyes similares en 12 de las 18 Comunidades; y a nivel estatal, tanto Unidas Podemos (que ya presentó su proyecto de ley) como el PSOE llevan en su programa la aprobación de una nueva «ley trans».

El primer problema de estas leyes, y en el caso que nos ocupa, de la ley de las Islas Baleares (Ley 8/2016 del 30 de mayo, para garantizar los derechos de lesbianas, gays, trans, bisexuales e intersexuales y para erradicar la LGTBIfobia) es el del léxico escogido para redactar dicha ley. Se habla de no discriminación por «identidad de género» y «expresión de género» sin antes definir qué entienden ellos y ellas por esos tres conceptos esencialistas tan criticados desde el feminismo, conceptos que provienen de la teoría queer y del transactivismo, y que en ningún caso suponen ningún avance en ninguna libertad para las mujeres y niñas.

Se habla de no discriminación por «identidad de género» y «expresión de género» sin antes definir qué entienden por esos tres conceptos esencialistas tan criticados desde el feminismo,

La teoría queer heredó el término «género» de las teóricas feministas de los 70 y los 80, pero su origen proviene de los sexólogos John Money y Robert Stoller, que lo desarrollaron para referirse «al comportamiento apropiado al sexo, […] para facilitar sus intentos de ubicar a los niños y las niñas intersexuales en categorías que consideraban adecuadas», explica la teórica feminista Sheila Jeffreys en Gender Hurts, basándose en el estudio de David Haig sobre la adopción del término a través del análisis de títulos en escritos feministas de revistas y libros.

Por tanto, sus orígenes no se encuentran en el feminismo, pero como muestra Jeffreys, «fue adoptado por las feministas debido a su utilidad para delinear el proceso de construcción social del papel subordinado de la mujer […] para describir todo sistema en el que las mujeres estaban subordinadas, como en la expresión “jerarquía de género”».

Sin embargo, hoy en día la palabra «género» se utiliza erróneamente como un sinónimo o eufemismo de «sexo». En muchos formularios oficiales y encuestas podemos encontrar que nos piden el «género», a pesar de que el género es una construcción e imposición social (se impone el género masculino a los niños y el femenino a las niñas) contra el que las feministas han luchado históricamente, y el sexo una realidad biológica (macho y hembra).

hoy en día la palabra «género» se utiliza erróneamente como un sinónimo o eufemismo de «sexo».

Por tanto, sabiendo que el género es el término utilizado para describir «todo sistema en el que las mujeres están subordinadas», la expresión «identidad de género» se vuelve estéril para cualquiera que haya leído teoría feminista. Los colectivos transactivistas defienden que todas y todos tenemos una «identidad de género» en nuestro cerebro, o mente, como si fuera algo separado del cuerpo, al estilo de dualidad cuerpo/alma. Si nuestra «identidad de género» se corresponde con nuestro sexo, somos «cis», es decir, que según ellos, si nacemos niñas y nos sabemos niñas por nuestro sexo, independientemente de la feminidad patriarcal que nos imponen, que todas las feministas rechazamos por ser opresiva, somos «cis», significando eso que, según ellos, nos definimos «con el género asignado», precisamente con lo que nos oprime. Es decir, que las mujeres venimos a ser definidas en base a lo que no somos, (lo no trans), como por descarte, en lugar de ser definidas en base a lo que somos.

En cambio, según esta lógica, un varón nacido y socializado en la casta sexual opresora, que se identifica con los roles sexuales de subordinación que se nos imponen a las mujeres por nacer niñas, que no siente disforia ni tiene intención de tomar hormonas ni operarse (ya que si tuviera disforia estaríamos hablando de lo que tradicionalmente se ha conocido como transexualidad) se convierte en mujer oprimida doblemente, dicen, por mujer y por trans, y por tanto debe tener el derecho de entrar en todos los espacios de las mujeres.

El término de «expresión de género» es aún peor. No sé a qué se referirán con un término que literalmente significa expresar subordinación o dominación.

El segundo problema grave de la ley –y el más preocupante– es que no se requiere ningún tipo de verificación para acceder a los espacios seguros de las mujeres. Se trata de una ley basada en La Fe: tenemos que creernos a cualquier hombre que diga ser mujer sin rechistar, y esta persona podrá entrar «incluso en vestuarios y baños» [sic] de los colegios públicos. Es decir, prevé que espacios «identificados en función del sexo» de colegios e institutos públicos, «centros de menores, pisos tutelados, centros de atención a personas con diversidad funcional y/o cognitiva, residencias de ancianos/as etc.» puedan utilizarse según el «género sentido» [sic].

También se incluye la obligación de expulsar a personas que lleven «símbolos e indumentaria» que inciten a la «transfobia» en espacios públicos, aunque tampoco definen en qué consiste la «transfobia». Hace poco, expulsaron a una mujer británica de un restaurante acusándola de «transfobia» porque llevaba una camiseta con la definición de mujer: «hembra humana adulta», una camiseta distribuida por un colectivo feminista que lucha por los derechos de las mujeres en base al sexo, y que es considerada tránsfoba por los grupos transactivistas por no incluir a las «transmujeres» en la definición de mujer. Un ejemplo más cercano es el de este año, en nuestro país, donde la Fundación Internacional por los Derechos Humanos ha interpuesto una denuncia penal por delito de odio a las ponentes (yo incluida) de la Escuela Feminista Rosario Acuña por hablar del fenómeno del «generismo» y, en mi caso, del borrado de las mujeres y la apropiación del lesbianismo por parte del movimiento transactivista y la teoría queer. Todo ello podría considerarse delito grave bajo este tipo de leyes, y supone la pérdida de los derechos de las mujeres, en particular mujeres lesbianas, para expresar su realidad.

En la ley balear podemos ver también ejemplos de este borrado de las mujeres y de las madres. Se sustituye «madre» o «mujer embarazada» por «persona con capacidad gestante» en el apartado que garantiza «acceso a las técnicas de reproducción asistida […] a todas las personas LGTBI con capacidad gestante o no y/o sus parejas». Y sucede esto también en el proyecto de ley de Unidas Podemos. La mujer desaparece del mapa y pasa a ser definida por su capacidad reproductiva potencial, al más puro estilo patriarcal, que solo ve a la mujer como un horno para crear nuevos seres humanos.

la ley balear sustituye «madre» o «mujer embarazada» por «persona con capacidad gestante» en el apartado que garantiza «acceso a las técnicas de reproducción asistida

Las consecuencias de la existencia de esta ley son, como estamos viendo, un borrado sistemático de las mujeres como sujeto histórico oprimido, pues cualquiera que se autodefina como mujer, pasa a serlo directamente, y estaremos infringiendo la ley si como mujeres, la mayoría de nosotras agredidas, abusadas o violadas por hombres, queremos seguir manteniendo la separación de nuestros espacios seguros por sexo.

El último ejemplo de vulneración de los derechos de las mujeres debido a estas leyes y, en este caso, otro choque de derechos (puesto que un supuesto avance para los objetivos de los transactivistas supone un retroceso para los derechos de las mujeres) ha sido en Catalunya, donde se ha hecho una interpretación de una ley de 2014 para que cualquier preso que diga ser mujer pueda ir a la cárcel de mujeres: de nuevo, una cuestión de fe. Uno de los presos que ha sido trasladado recientemente a la cárcel de mujeres de Wad-Ras, dijo, sin embargo, haciendo ver que el traslado era insuficiente: «Me tengo que duchar sola. Eso también es discriminación», mientras que probablemente cualquiera de esas mujeres presas (y de cualquier persona a la que le preguntes) desearía poderse duchar sola.

La ley balear, así como la catalana, también prevé que en las «competiciones deportivas» no pueda discriminarse a ningún hombre que diga ser mujer y querer jugar en un equipo femenino, con las desventajas debido a las diferencias físicas biológicas entre mujeres y hombres que supone eso para el resto de las mujeres. A nivel internacional hemos visto ya ejemplos de indignación de las mujeres deportistas, que han empezado a denunciar esto, como la famosa tenista Martina Navratilova, que fue expulsada de una organización «LGTBQ» para atletas, Athlete Ally, en la que llevaba años militando, por decir que «no se debería permitir participar a las mujeres trans en los deportes de mujeres».

La ley balear, así como la catalana, también prevé que en las «competiciones deportivas» no pueda discriminarse a ningún hombre que diga ser mujer y querer jugar en un equipo femenino, con las desventajas debido a las diferencias físicas biológicas entre mujeres y hombres

Ninguna de estas leyes supone, como vemos, ninguna liberación ni derechos para las mujeres, sino al contrario, significa perder algo que hemos conseguido gracias a las feministas del pasado, espacios separados por sexo, como los centros de acogida para las mujeres maltratadas por hombres, que ahora también tienen y tendrán que hacer ese acto de fe o, como mínimo, simular que lo hacen, por ley.

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