Sexo, género y salud: de la problemática conceptual a la medicalización

Mujeres por la Abolición
Mujeres por la Abolición
Grupo feminista radical, apartidista, de ambito estatal. Divulgar el feminismo y promover y realizar acciones para la abolición de la prostitución, el alquiler de vientres, la pornografía y género
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La confusión entre los términos sexo y género es habitual, hasta el punto de que se utilizan sin distinción, en ámbitos que, precisamente, deberían procurar su adecuado uso, como en las instituciones, en encuestas oficiales e incluso en artículos científicos y la comunidad médica. Sexo y género no tienen nada que ver; y la consecuencia de esta falta de claridad no podría ser más dañina. De hecho, tiene especial relevancia, en el ámbito sanitario.

Porque como bien dice Celia Amorós, “Si conceptualizamos mal, politizamos mal”. Y no hay nada más político que el sexo y la opresión que éste conlleva para las mujeres, debido a que vivimos en un mundo patriarcal.

Es imprescindible aclarar y definir estos conceptos, propiamente y desde una perspectiva objetiva y feminista, sus implicaciones sociopolíticas y sobre la salud.

SEXO:

El sexo, en los seres humanos (al igual que en el resto de los mamíferos), se define por tres procesos secuenciales:

 

  1. El sexo cromosómico: Que se establece en la fecundación, siendo XX la mujer (hembra) y XY el varón (macho).
  2. El sexo gonadal: Las gónadas, es decir, testículos y ovarios, son los órganos que se encargan de la producción de los gametos (espermatozoides y óvulos.) Se desarrollan a partir de la 8ª semana de gestación, en función de la presencia o ausencia del cromosoma Y.
  3. El sexo fenotípico: Hace referencia al resto de los genitales, su forma y desarrollo (las partes más conocidas son la vulva, vagina, el clítoris y útero en el caso de las mujeres, y el pene en el caso de los hombres). En el sexo fenotípico influyen las hormonas, por ejemplo, la presencia de testosterona producida en los testículos determina el desarrollo de los genitales de los varones. Además, dentro del sexo fenotípico, tenemos todo lo que se conoce como caracteres sexuales secundarios y que se desarrollan en la pubertad como consecuencia de la actividad de las hormonas.

 

Hasta aquí, esto es biología pura. Es constatable y demostrable que el desarrollo físico y sexual de hombres y mujeres es diferente, y esto tiene un sustento material.

Ahora, y aquí entra lo relevante en cuanto a teoría feminista: estas distinciones físicas, debidas al sexo, en ningún momento justifican, ni explican, diferencias en los comportamientos, tendencias, gustos y percepciones entre mujeres y hombres.

Es decir, que no existe una determinación biológica debido a la pertenencia de un sexo u otro. Ya lo decía la filósofa Simone de Beauvoir: “Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana.” Por supuesto, a la feminista radical iniciadora de la 2ª ola no le faltaba razón al advertir que los intentos de justificación y naturalización de la situación de subordinación que padecemos las mujeres no son más que una herramienta social del machismo para someternos, pero no una realidad biológica.

Dicho esto, pasamos al siguiente término:

GÉNERO:

Desde una perspectiva feminista, el concepto género hace referencia a la “definición cultural del comportamiento que se concibe como apropiado a cada sexo dentro de una sociedad determinada y en un momento determinado”. Explica Gerda Lerner, autora de El origen del patriarcado, que el género es el “conjunto de papeles sociales” asignados a un sexo u otro.

Básicamente, el género implica la justificación y creación cultural que condena a las mujeres a una posición de subordinación a los varones, que ostentan sus privilegios gracias a este razonamiento que es cualquier cosa menos razonable. Es la herramienta educativa que se utiliza para la perpetuación y sustentación del patriarcado, con roles diferenciados para cada sexo.

El género es la base de la desigualdad sexual. Es el sustento de los roles sexuales y clases sexuales, que castigan a las mujeres a servir y cumplir con un estereotipo profundamente antinatural y dañino, puesto que se basan en la más contundente misoginia.

No hay mujer que, bajo las premisas del patriarcado y del género, pueda encontrarse satisfecha consigo misma, puesto que siempre existirá un ideal inalcanzable, un estereotipo sesgado e imposible que, sumado a una socavación de su autoestima, la hará sentirse culpable y miserable por ser incapaz de llegar a esa meta inlograble.

La mujer, condenada al auto-odio, al menosprecio, y a infravalorarse constantemente, no lo hace, además, al margen de su cuerpo. La misoginia, en la sociedad patriarcal, está intrínsecamente ligada al cuerpo de las mujeres; y la relación que las mujeres mantenemos con nuestro propio cuerpo es el mejor ejemplo de este rechazo.

Por ello, en palabras de Sheila Jeffreys en su análisis El género daña, “las teóricas feministas radicales no buscan que el género sea un poco más flexible, sino a eliminarlo. Son abolicionistas del género, porque entienden que éste otorga el marco conceptual de la dominación masculina.”

“Según el enfoque feminista radical”, continúa, “la masculinidad es el comportamiento de la clase masculina dominante; y la feminidad es el comportamiento de la clase femenina subordinada. Por lo tanto, el género no tiene lugar en el futuro igualitario (entre sexos) que el feminismo busca crear”.

No obstante, esta no es la única definición que se otorga al término “género” (pese a que sí es la única definición feminista). No es raro escuchar “identidad de género” o “identidad sexual”, especialmente cuando se habla de transexualidad o transgenerismo. Y resulta de incluso mayor interés, cuando estos términos son incluso utilizados por la comunidad científica, pese a que no sólo carecen de ningún tipo de evidencia que las constate como realidades materiales (como lo es el sexo), sino que, además, niegan todo lo que ya se ha descrito tras siglos de análisis médico y científico.

IDENTIDAD DE GÉNERO O IDENTIDAD SEXUAL:

Según la NHS-UK (Sistema Nacional de Salud de Reino Unido), la “disforia de género” se trataría de una «condición» en la que una persona experimenta incomodidad, extrema ansiedad y/o malestar porque «hay un fallo o falta de congruencia» entre el sexo biológico de una persona y su «identidad de género».

A su vez, describen que la “identidad de género” es el género con el que una persona se identifica o en el que siente que está. Pero ¿es acaso el género algo con lo que te puedas “identificar”?

La NHS no define género en su página de Gender Dysphoria, sin embargo, sí lo hace la OMS. Lo describe así: «Género» se refiere a los roles socialmente construidos, los comportamientos, actividades y atributos que una sociedad dada considera apropiados para los hombres y las mujeres. «Masculino» y «femenino» son categorías de género.

Habiendo definido el género, desde los propios servicios y entidades de atención a la salud, como una serie de «roles», es decir, comportamientos estereotipados, asignados en función del sexo, podemos afirmar que el concepto de “la identidad de género” se sustenta en que hay «comportamientos de hombre» y «comportamientos de mujer». Una idea profundamente machista, según demuestra el análisis feminista.

Asimismo, resulta, cuanto menos chocante que en ningún momento se mencionen bases científicas, hechos, relaciones anatómicas-fisiológicas que justifiquen la existencia de una supuesta “identidad de género” o “identidad sexual”.

De hecho, el campo de la “identidad sexual” ha sido pocas veces explorado, y todavía no del todo comprendido, por la medicina y, en particular por parte de la psiquiatría. Es por eso, entre otras, que cuando hablamos de transexualidad y transgenerismo, o de identidad y disforia de género, no podemos aportar sólidas evidencias con respecto al diagnóstico y manejo de estas entidades.

Esto dificulta una atención sanitaria adecuada para estas personas, pero, además, añadir este tipo de terminología imprecisa y acientífica hace peligrar la utilización de lo que ya conocemos sobre la salud humana y concretamente de los cuerpos de las mujeres.

Y es que, a pesar de esta falta de certeza y especificación terminológica, la aproximación medicalizada a la disforia es cada vez más normalizada en la población. Es decir, que pese a que no comprendemos muy bien qué es, qué la origina, y cómo podemos abordarlo de la mejor forma quienes la padecen, estamos aceptando y favoreciendo, tanto desde los sectores del transactivismo, como desde sectores supuestamente progresistas y falsamente autodenominados feministas, que las personas que padecen una disconformidad con los roles sexuales, deben someterse a tratamientos, sea médicos o quirúrgicos, para encajar con esos roles. ¿No es esto la consolidación más atroz de los roles sexuales?

Esto, sin duda, ni es feminista, ni es progresista, ni es una práctica médica lógica, especialmente si se basa en criterios subjetivos heterogéneos, que deberían beneficiarse de un trato individualizado y de atención integral, pero, sobre todo, de una sociedad que deje de pretender que las personas encajen en un estereotipo u otro en función de su sexo.

Sin duda, quienes más se beneficiarían de que estos roles desaparecieran, serían todas aquellas personas que han aprendido, en esta sociedad machista, a odiar sus cuerpos porque éstos no encajan en los mandatos del patriarcado: cualquier persona con disforia sexual, pero en especial las mujeres que, bajo este mismo paradigma, desprecian sus cuerpos y son las víctimas de la disforia (desde siempre, pero ahora con mayor riesgo de medicalizar su sufrimiento).

A la luz de todo esto, hay que hacerse muchas preguntas, preguntas críticas para la atención a la salud: ¿Por qué hay más niñas que niños acudiendo a las clínicas de cambio de sexo en países con leyes de Identidad de Género? ¿Por qué las asociaciones de padres y madres están en contra de los tratamientos hormonales para la transición? ¿Qué consecuencias tienen estos tratamientos? ¿Deben medicarse y operarse cuerpos sanos?

Pero también nos lleva de forma irrevocable a hacernos preguntas para el propio feminismo: ¿qué consecuencias tiene para las mujeres este cambio en la definición y concepto del género?

 

 


Referencias del artículo:

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-888X2017000100027

https://www.england.nhs.uk/commissioning/spec-services/npc-crg/gender-dysphoria-clinical-programme/gender-dysphoria/

https://www.who.int/topics/gender/es/

https://www.thetimes.co.uk/article/surge-in-girls-switching-gender-pwqdtd5vk

https://www.telegraph.co.uk/politics/2018/09/16/minister-orders-inquiry-4000-per-cent-rise-children-wanting/

https://www.telegraph.co.uk/news/2017/07/08/number-children-referred-gender-identity-clinics-has-quadrupled/

 

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