¿Movimiento feminista o partidos feministas?

Pilar Aguilar
Pilar Aguilarhttp://pilaraguilarcine.blogspot.com.es/
Analista de ficción audiovisual y crítica de cine. Licenciada en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad Denis Diderot de París. Lee el blog de cine de Pilar Aguilar: http://pilaraguilarcine.blogspot.com.es
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El día 22, Publico.es publicó mi artículo Feminismo y Partidos políticos. Un día después, respondió Lidia Falcón con Partido político o partido feminista (digo que respondió porque, si bien no aludía ni a mí ni a mi artículo, cuestionaba su contenido).

Agradezco la respuesta de Lidia porque pienso que el intercambio de ideas, opiniones, saberes, emociones, etc. -sobre todo entre quienes objetiva y básicamente estamos en el mismo campo- nos hace más inteligentes.

Pero, a mi vez, quisiera puntualizar algunas cuestiones.

El feminismo ha de conseguir cambios legales, por supuesto. Las leyes no son “detalles”, ni artilugios secundarios en el funcionamiento social. Pero el patriarcado es mucho más que un conjunto de leyes. Es el líquido amniótico donde vivimos. Controla e impregna todas las manifestaciones sociales (cultura, emociones, imaginarios) y contamina cada uno de nuestros sentimientos, afectos y elecciones individuales.

El primer trabajo del feminismo es el de irracionalizar lo que nos rodea, conseguir distanciamiento crítico respecto a nuestra forma de ser y de estar en el mundo, propagar entre las mujeres el cuestionamiento ideológico para que decidan que sus vidas no están fatalmente condenadas a ser lo que son. Y eso –nos lo dice la experiencia- lo hace mucho mejor un movimiento que un partido.

Tampoco comparto ese derrotismo de que, puesto que las leyes no han cambiado, todo sigue igual. Mirando hacia atrás ¿no ha cambiado nada? Y no hablo de leyes, sino de vida cotidiana. Cierto, muchas siguen siendo siervas de sus señores, pero han conseguido conquistar espacios y territorios de cierta libertad. No seré yo quien, desde mi posición privilegiada, desdeñe el hecho de que, quienes hace treinta años solo podían salir para ir a la huerta, a la fábrica, a misa, duelos, bodas y cuando el marido tuviera a bien sacarlas, ahora vayan juntas a darse paseos, a gimnasia o grupos de lectura. Quizá algunas consideren estos ejemplos irrisorios. Yo no, porque una vida (“la buena vida” que, como dijo Celia Amorós, es la que deseamos) está compuesta de múltiples pequeñas cosas. Mientras llega una humanidad sin patriarcado, cualquier conquista, incluso parcial, me alegra.

En resumen, creo que el tremendismo es desmoralizador y desmotivador.

Siguen asesinando mujeres, cierto. Sabemos que la actual ley es muy mejorable y que las medidas que atacan el machismo de raíz brillan por su ausencia. Pero no podemos negar avances ¿no es sintomático que, hasta hace pocos años, en los cuarteles de la guardia civil no hubiera ni una sola denuncia por violencia machista ni por violación?

¿O que, hasta hace menos, el debate social sobre prostitución fuera casi inexistente?

Son avances primarios, pero básicos para la transformación de la realidad. Y se deben a la gigantesca labor de agitación y propaganda del movimiento feminista.

Y, por eso, las manifestaciones multitudinarias, si bien no conllevan cambios inmediatos, son síntomas que no merecen el desprecio. Tener “conciencia de clase” es lo primero, aun sabiendo que, probablemente, muchas manifestantes siguen siendo emocionalmente dependientes de los deseos masculinos y bastantes ni siquiera son conscientes del horror y la barbarie que supone la prostitución (no solo para las condenadas a ella sino para todas).

Yo abogo por una mirada dialéctica. Digo dialéctica, no permisiva. Aunque con respecto a quienes compartimos los mismos objetivos fundamentales, diferencio entre permisividad y espíritu conciliador.

No considero que todas las feministas que militan en partidos sean una especie de dóciles “mandás”. Seguro que tienen contradicciones ¿quién no? No existen humanos monolíticos.

Tampoco comparto la disyuntiva que se apunta: “Es incompatible ser feminista y militar en un partido. Estar en uno implica servidumbre”. Además, mientras existan partidos, asociaciones sindicales, vecinales, lúdicas o de cualquier otro tipo, las feministas estarán en ellas.

No considero que todas las feministas que militan en partidos sean una especie de dóciles “mandás”. Seguro que tienen contradicciones ¿quién no? No existen humanos monolíticos.

Cierto, a veces, nos desesperamos contemplando cómo el movimiento rebosa de lo que podríamos calificar de “desbarajustes” ideológicos y organizativos. Aquí hago un inciso para aclarar que hablo del movimiento feminista, del espectro ideológico y político cuyo objetivo es combatir la dominación masculina, hablo de sus contradicciones y de la falta de coherencia y unidad que se da en él. Es decir, dejo fuera la utilización comercial del término y la manipulación de todas esas pandas que objetivamente refuerzan el patriarcado.

Y sí, sabemos que esa confusión y desorganización tan problemáticas se “solucionarían” si tuviésemos la disciplina y unidad de un partido político. Pero ser un movimiento conlleva ventajas: un debate e intercambio constantes, por ejemplo. Y propicia el pensamiento crítico, cosa que los partidos más bien rehúyen pues tienden a crear estructuras piramidales, muy cerradas al cuestionamiento.

Además, que el feminismo sea un movimiento y no un partido, le proporciona gran plasticidad y gran capacidad de resistencia.

Pero, sobre todo, el hecho de que el feminismo sea un movimiento no es incompatible con la existencia de partidos feministas.

Por lo que, lógicamente, cabe preguntarse ¿el poco éxito de estos solo es imputable a las “traicioneras” que militan en otros? ¿Es imputable a las “tibias” que apelamos a que las feministas que están en los partidos sean críticas con ellos y pacten entre sí? ¿No hay margen alguno para la autocrítica de los propios partidos feministas?

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