¿Trabajo reproductor o femiesclavismo?  ¿lo celebramos el 8 de marzo?

EstherTauroni Bernabeu
EstherTauroni Bernabeu
Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.
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El esclavismo o esclavitud es un modo de producción sustentado en la mano de obra forzada, sometida, que no recibe ninguna ganancia ni remuneración a cambio de sus esfuerzos y que no goza además de ningún tipo de derechos laborales, sociales, ni políticos, siendo reducida a la propiedad del amo o patrono, como si de un objeto se tratara. ¿Alguna se siente identificada?

Prácticamente todas las civilizaciones antiguas practicaron el esclavismo, y el florecimiento cultural de la Grecia y la Roma antiguas en gran medida se debían a un sistema económico sustentado por mano de obra esclava. Algo semejante ocurrió con los Imperios Europeos, una vez terminado el medioevo, quienes colonizaron y conquistaron el continente africano y sometieron a muchos de sus habitantes a la condición de esclavos. Es por eso que llegaron a América los africanos, transportados a la fuerza por los europeos para que sirvieran de mano de obra en la colonización del Nuevo Continente.

La esclavitud estuvo generalizada en las épocas antiguas, en las que constituyó incluso una figura jurídica, contemplada por el Estado. Se imponía a los vencidos en batalla y a sus familias, o a los capturados y sometidos en regiones conquistadas militarmente, se podía llegar a ser esclavo por deudas (apremio individual) o por haber cometido algún delito.

En la mayoría de los países de Occidente entre el siglo XIX y el XX, la esclavitud masculina fue abolida y hoy en día se considera un crimen contra la humanidad, penado internacionalmente por tratados y organizaciones globales. Sin embargo, en nombre del amor, de la generosidad y la entrega está normalizada la esclavitud femenina aparejada a las tareas de reproducción, cuidados y atención al entorno familiar. Una tarea, que no trabajo (por mucho que se trate de ennoblecer desde algunos sectores con el nombre de trabajo de reproducción), puesto que de serlo estaría remunerado y gozaría de derechos laborales, sociales y políticos.

Actualmente se continúa educando a la mujer para seguir siendo esclava, para depender económica y emocionalmente, para que en el caso de tener un trabajo retribuído sea un complemento a la economía familiar, para practicar una doble jornada o para tener que renunciar a la maternidad si se quiere ascender en la carrera profesional. Continúa existiendo una relación directa, aunque no explícita, de que los cuidados son una tarea femenina y por lo tanto precaria y pobre.

La sociedad patriarcal tiene un modelo económico sustentado en el concepto de la mujer como mano de obra forzada, sutilmente, pero forzada. En épocas antiguas la persona esclava era una figura jurídica que actualmente tiene nombre de mujer.

«Rosa, de 18 años en venta por 800 monedas», reza el cartel en griego que pende del cuello de la joven esclava desnuda, sentada sobre una alfombra, rodeada de posibles compradores, a los que únicamente se les ven los pies, arremolinados para contemplar a la joven, pudorosa e indefensa. La obra es de José Jiménez Aranda (1837-1903) y responde al gusto por el exotismo y el orientalismo de finales del siglo XIX.

A pesar del indudable enfoque sensual del desnudo femenino, el encuadre sugiere denuncia social.

José Jiménez Aranda nació en Sevilla en 1837, en una familia de artistas, su padre era un muy considerado ebanista, y tuvo dos hermanos también pintores. Con catorce años   inició su carrera artística en la Escuela de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla, compaginando su aprendizaje pictórico con tareas de litografía para el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

 

En 1867 viajó a Jerez de la Frontera y al año  siguiente, en Madrid, en el Museo del Prado, estuvo estudiando y copiando obras de Velázquez  y Goya principalmente.

En 1868  se casó y poco después, en 1871, se trasladó con su familia a Roma, donde conoció a Mariano Fortuny quien influyó notablemente en su estilo pictórico. Permaneció en Roma  aún un par de años más. Volvió a Sevilla y pintó con gran éxito escenas costumbristas con un toque preciosista de gran detalle y colorido. Se trasladó a Francia y, tras participar y obtener premios en exposiciones, se convirtió en un pintor de prestigio. Volvió definitivamente a España en 1890.

En 1897 Jiménez Aranda, en plena madurez, pintó uno de sus cuadros más conocidos “Una esclava en venta”,  propiedad del Museo de Bellas Artes de Málaga, pero expuesto actualmente en el Museo del Prado.

Fue nombrado miembro de la Academia de Bellas Artes donde fue  profesor hasta su muerte. Murió en Sevilla, el 6 de mayo de 1903 a los 66 años.

Por su carácter de denuncia social, la obra de Jiménez Aranda puede servirnos para reflexionar sobre la esclavitud femenina en cuyo lienzo aparece como una joven desnuda aunque la mayoría de las veces luzcan vestidas, sentadas sobre lujosas alfombras, como la de la escena, o con un fondo neutro y grisáceo que es el que acostumbra a envolver.

Rosa, como se llama la protagonista, pendiendo en un cartelillo el precio que se le pone en su cuello, se siente humillada, mantiene la cabeza baja por la vergüenza de estar completamente desnuda y ser vendida como un pedazo de carne. Los espectadores la vemos desde un punto de vista alto, como si fuéramos consumidores de ese mercado de personas humanas. Jiménez Aranda nos hace cómplices a quienes contemplamos la escena de la tristeza, la derrota y el dolor que siente la mujer.

La obra es un reflejo de la historia, vergonzosa pero real, de la cantidad de millones de personas que han sido sometidas a la esclavitud. El autor muestra el grado de deshumanización de los mercaderes que trataban a sus semejantes como simple mercancía, que es lo que se pretende que actualmente seamos  las mujeres aunque vayamos vestidas.

La imagen de Rosa incomoda puesto que se muestra crudamente, directa, cercana, desesperada, en absoluta soledad, ignorada por su situación. Sin embargo ¿Cuántas Rosas conocemos?

Hay un buen número de Rosas adictas al amor, educadas en el mito del amor romántico, en la aceptación de la subordinación, en la sumisión de ser mitades incompletas e incapaces de ser un todo.

Hay un buen número de Rosas dependientes de sus parejas, reducidas a un espacio en el que renuncian a relaciones, amistades, familiares y en cuyo epicentro de vida está el hombre con quien mantienen un vínculo tóxico, agobiante, sin oxígeno, pero del que no pueden salir y que muchas veces es su sustento económico.

Hay un buen número de Rosas que precisan de la aprobación social, que viven bajo la expectativa de lo que dicen los demás, que subsisten en la sombra.

Hay un buen, y demasiado generalizado, número de Rosas esclavas y dependientes emocionales, educadas en ser buenas mujeres y buenas madres que, renuncian a ascender en el ámbito laboral y en la esfera profesional por temor al qué dirán. Saben que la sociedad espera de ellas que sean eternas cuidadoras, abnegadas en la espera, silenciadas en la vida, no remuneradas ni agradecidas, ni valoradas, ni pagadas. Solamente esclavas. Ni tan siquiera siervas puesto que ni en su tierra ni su hogar son mujeres libres.

Demasiadas Rosas, sin espinas, sin fragancia, sin frescura. Demasiadas apresadas tempranamente entre las hojas de un libro que solo evocan melancolías y nostalgias.

Mujeres criadas en la contención, en ser buenas niñas, en cuidar a los hermanos, ayudar a la madre en casa, renunciar a estudiar o cursar estudios feminizados, a sacrificarse, a buscar trabajos  donde se les pregunta por la maternidad, a tener que abandonarlos porque se les exige presencialidad, y a volver a cuidar, ahora a los hijos, a la par a la pareja, después a los dependientes. A cuidar de todos menos a sí misma.

El trabajo de los cuidados ha sido históricamente despreciado por un derecho del trabajo que discrimina a las personas trabajadoras, mayoritariamente mujeres, por no dejar de cuidar. ¿Qué pasaría si el trabajo doméstico y de cuidados fuera remunerado? ¿Cambiarían las cosas si existiera un sindicato de amas de casa apoyado y reconocido? ¿Querrían ejercer esta profesión los hombres al tener una retribución y unos derechos? ¿Se dignificaría la labor de cuidados domésticos si estuviera regulada?

En España hay cerca de diez millones de mujeres cuya ocupación consiste única y exclusivamente en las labores del hogar y/o cuidar. En septiembre de 2011 el Tribunal Supremo establecía la siguiente doctrina: «El derecho a obtener la compensación por haber contribuido a las cargas del matrimonio con trabajo doméstico en el régimen de separación de bienes requiere que habiéndose pactado este régimen, el cónyuge haya contribuido a las cargas del matrimonio solo con el trabajo realizado para la casa. Se excluye, por tanto, que sea necesario para obtener la compensación que se haya producido un incremento patrimonial del otro cónyuge». Pese a la sentencia una mujer que ha ejercido los cuidados en casa no está remunerada, ni cotiza a la Seguridad Social, ni tiene derecho a prestaciones sociales. No tiene nada puesto que en pleno siglo XXI y en España, continúa siendo una esclava.

En el día internacional de la mujer se gritará por la abolición de la prostitución, se colgaran delantales en los balcones, se iluminaran las calles de violeta, se danzará a ritmo de batucadas, pero la discriminación que sufrimos común en la mayoría de los casos posiblemente no se nombrará o … ¿Se reivindicará la supresión de la esclavitud femenina en los trabajos domésticos?

No nombrar esta situación es normalizarla o, lo que sería peor, no ser conscientes de su existencia o, lo que sería el colmo, tenerla aceptada como inherente a nuestro género.

Cuando se clame la supresión del esclavismo femenino dejará de ser una día de celebración o fiesta y se convertirá en una reivindicación. No se puede celebrar el día de la mujer trabajadora sabiendo que las hay trabajando en situación de cautividad, prisioneras, sometidas, dominadas y oprimidas por un sistema patriarcal que las tiraniza y utiliza como mercancía sin valor.

Es necesario integrar la perspectiva de género en el derecho y  colocar los cuidados en el centro de todas las políticas sociales. Hay que reconocer valor económico, social y curricular al tiempo empleado en  cuidar a otros, porque ello promueve la inteligencia emocional, la  igualdad real, la corresponsabilidad y es la única vía para una sociedad más justa y pacífica. De no ser así, la población femenina, desnuda o vestida, seguirá siendo esclava.

Va siendo hora de evitar edulcorantes, de dejar de maquillar los hematomas, de hablar de trabajo de reproducción o de cuidados, en cuanto que no están remunerados. Empieza a ser hora de llamar a los hechos por su nombre. A partir de hoy hablaré, y espero que hablemos de, FEMIESCLAVISMO.

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Comentarios

  1. «La sociedad patriarcal tiene un modelo económico sustentado en el concepto de la mujer como mano de obra forzada, sutilmente, pero forzada. En épocas antiguas la persona esclava era una figura jurídica que actualmente tiene nombre de mujer» es una realidad, que se encubre y así, proseguir sin enfrentar la verdad; La cultura y educación del varón impone que todo masculino es integrante potencial de la horda primitiva y actuará en consecuencia de acuerdo a la oportunidad que se le presente. Pues el acto de pensar de todo varón, no sería otra cosa que la sustitución del deseo alucinatorio de su fálica superioridad genocida. Resulta pues, perfectamente “lógico” esta actuación del proceso psíquico “acostumbrado” en la civilización patriarcal, durante milenios, que hace posible la “vitalidad” en una dirección ideológica de la moral, ética y valores, que impone la irresoluble perversión y ambigüedad sexual del varón en considerar a la mujer un mero objeto de uso.
    Por eso el sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es absolutamente la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.
    Mi Femeninologia Ciencia de lo femenino es la serie de configuraciones que con mi conciencia voy recorriendo constituyendo, más bien, la historia que desarrollo en la formación de mi conceptualización. Es decir, una suerte de escepticismo consumado, que en realidad sería, el propósito de no rendirme, a la autoridad de los pensamientos de otro, sino de examinarlo todo por mí mismo ajustándome a mi propia convicción; o mejor aún, producirlo todo por mí mismo y considerar como verdadero tan solo lo que yo hago.
    *Hoy, como ese infante entre los 4 a 5 años adaptando mi pensar en la realidad, interpretando mi actividad onírica . . .
    Por Osvaldo Buscaya (Bya)
    (Psicoanalítico)
    Femeninologia (Ciencia de lo femenino)
    Lo femenino es el camino
    Buenos Aires
    Argentina

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