Trampas y sofismas en la disputa del Feminismo con la ideología Queer

Maria José Binetti
Maria José Binetti
Doctora en Filosofía y Magíster en Estudios de las Mujeres y de Género - Investigadora del CONICET (Argentina) Filosofía Contemporánea y Filosofía Feminista - Activista por los derechos de las mujeres en base al sexo - Integrante de la Campaña Argentina por el Reconocmiento de los Derechos de las Mujeres en Base al Sexo
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La avanzada de la ideología queer sobre la agenda política y la legislación nacional e internacional constituye sin duda una de las mayores amenazas a los derechos, libertades y garantías de las mujeres, cuya realidad se está siendo eliminada en su especificidad constitutiva, y homologada política y jurídicamente al deseo imaginario de varones que se auto-declaran mujeres. Respecto de la teoría y praxis feminista, el postmodernismo queer probablemente represente su mayor desafío, con el beneficio colateral de permitirnos transparentar en su refutación la profunda unidad del feminismo como filosofía y proyecto político. Feministas de la igualdad, de la diferencia, radicales, materiales, populares etc. hemos aliado fuerzas, ideas, argumentos, poniendo en acción la fundamental convergencia del feminismo en la diversidad de sus voces y perspectivas. Lo cierto es que estamos ante un gigante con pies de barro, sostenido a fuerza de trampas, equívocos y galimatías. La ideología queer es una gran cortina que vive de su propio humo, sembrando confusión y ambigüedad. Su mayor fuerza, que es a la vez debilidad, consiste en apelar a la seducción imaginaria y la evocación omnipotente y narcisista, en lugar de los argumentos robustos. Los ideólogos queer seducen mediante narrativas falaces y confusas que es necesario desarmar.

La ideología queer es una gran cortina que vive de su propio humo, sembrando confusión y ambigüedad. Su mayor fuerza, que es a la vez debilidad, consiste en apelar a la seducción imaginaria y la evocación omnipotente y narcisista, en lugar de los argumentos robustos.

Debo confesar que durante el último tiempo me ha preocupado el riesgo de quedar envueltas por sus trampas y sinsentidos teóricos, incluso en el mismo intento de rebatirlas. Esa es la razón de estas líneas, en las que intentaré deconstruir algunas de las que, entiendo, constituyen sus principales falacias.

 

La primera trampa

La primera trampa en la que las feministas no podemos caer es la de re-instalar el viejo dualismo entre sexo biológico y género construido, naturaleza dada y cultura producida, como si aquella fuera un sustrato e inmutable, pasivamente entregado a las inscripciones contingentes y cambiantes esta última. Por supuesto, la ideología queer se basa en la hipótesis ‒todavía indemostrada‒ de que la realidad entera es reducible a dispositivos socio-políticos productores de todas las cosas por iteración discursiva de sujetos parlantes poscuerpo. Pero el hecho de que el constructivismo posmo-porno se base en tal reduccionismo no significa en absoluto que el feminismo deba apoyarse en el otro término del dualismo, a saber, en un sexo biológicamente inmutable que sería exterior y anterior a la cultura. Por el contrario, entiendo que el feminismo debe apoyarse en un realismo integrador de las múltiples, complejas e interactivas dimensiones que constituyen la realidad, dando por superado tanto el viejo maniqueísmo de la naturaleza bruta y la razón creadora, como el burdo monismo culturalista.

Excluir y oponer el sexo biológico al género cultural comporta, además de una trampa ideológica, un reduccionismo disfuncional. No hay naturaleza sin cultura, genética sin epigenética, evolución natural sin interacción con el medioambiente, plasticidad neuronal sin historia personal y colectiva; en el mismo sentido, tampoco hay cultura sin memoria genética o coevolución cerebral, ni historia personal sin redes neuronales. En una palabra, ni la naturaleza es una entidad a-histórica, previamente dada y determinista, ni la cultura está afuera del cuerpo o es creada ex-nihilo por mágicos sujetos discursivos. La realidad se parece más bien a una síntesis dinámica, compleja, no-lineal y sinérgica de múltiples fuerzas compenetradas en mutua acción recíproca.

Excluir y oponer el sexo biológico al género cultural comporta, además de una trampa ideológica, un reduccionismo disfuncional.

Dado que el sexo biológico y las determinaciones culturales son mediadas recíprocamente, se trata entonces de conceptualizar la diferencia sexual femenina en la síntesis somato-psíquica, social existencial que ella supone. El hecho de distinguir intelectualmente sexo biológico y género construido puede comportar cierta utilidad metodológica o epistemológica siempre y cuando se realice en el marco de una concepción dinámica y sinérgica, capaz de sortear los riesgos dualistas o reduccionistas. En síntesis, no se trata de oponer sexo vs. género, sino de refutar el constructivismo radical, reduccionista y relativista en virtud de una concepción compleja e integradora de las múltiples fuerzas que componen lo realidad en general y la diferencia sexual de las mujeres en particular.

La segunda trampa

La segunda trampa por desactivar consiste en la confusión entre binarismo sexual y dualismo cultural. En efecto, los sexos son dos, pero su dualidad no tiene nada que ver con el dualismo de los estereotipos culturales hegemónicos, fundados en la pasividad femenina y la fuerza activa masculina. Lo sexos son dos y solo dos porque su definición depende de una función binaria, la reproductiva ‒que es además una característica evolutiva de los vertebrados‒, operada a partir de dos variables, hembra y macho. La definición del binarismo sexual es por lo tanto funcional y dinámica, e implica en su operatividad energías sumamente complejas y plásticas. De él derivan múltiples diferencias psíquicas y conductuales, así como también infinidad de semejanzas y continuidades entre los sexos y en un mismo sexo. Precisamente de su plasticidad y contingencia dependen los fenómenos intersexuales, que no expresan ningún tercer sexo sino las posibles variaciones, mutaciones o interrupciones en el desarrollo procesual de los sexos.

El dualismo cultural, en cambio, es fijo, estereotipado y determinista en su clasificación. La discusión se juega entonces entre un binarismo dinámico, múltiple, plástico y heterogéneo, y un dualismo cultural anquilosado en representaciones estereotipadas con las cuales se identifican las identidades queer. En una palabra, lo diverso y múltiple es la diferencia sexual, lo rígido y excluyente son las representaciones de género femeninas y masculinas.

En una palabra, lo diverso y múltiple es la diferencia sexual, lo rígido y excluyente son las representaciones de género femeninas y masculinas.

En una suerte de concesión metódica, podríamos conceder a la ideología queer que el sexo fuera reducible al mero efecto de dispositivos socio-políticos. Sin embargo, aun dando por válido el reduccionismo constructivista más radical, resulta que entre sus construcciones históricas distinguimos suficientemente bien la construcción de la biología como ciencia natural, la sociología como análisis de las conductas, la estética como registro ficcional, la naturaleza o la sociedad política como campos de sentido diferenciables. En el mismo respecto, podemos distinguir las innumerables construcciones culturales del sexo femenino, el cuerpo de las mujeres individuales y concretas, o las fantasías imaginarias de la mente. Dentro o fuera del constructivismo socio-lingüísticista, percepción, fantasía y alucinación son claramente distinguibles tanto en su forma como en su contenido. De no serlo, el reclamo de las personas “trans” respecto de un cuerpo imaginario que no tienen, no existiría.

Por una extraña y confusa argucia, la ideología queer pretende desplazarse desde el pseudo-argumento del sexo como construcción cultural a la homologación ‒política y jurídica‒ de las fantasías individuales con el factum objetivo. Según esta falacia, porque el sexo es cultural, entonces los cuerpos sexuados y los deseos imaginarios deberían gozar de los mismos derechos. Algo así como afirmar que si yo me siento a mi misma astronauta de la NASA debo poder volar al espacio en sus cohetes, o si me percibo niña de 7 años tengo el derecho de ingresar a la escuela primaria. El viejo mantra sesentista de la imaginación al poder se erige hoy en agenda política y jurídica efectiva. Así se explica el reclamo de inscribir la identidad imaginaria y profundamente sentida del género como sexo, cosa que los Estados están llevando a cabo en nombre de los derechos humanos de las personas “trans”.

la ideología queer pretende desplazarse desde el pseudo-argumento del sexo como construcción cultural a la homologación ‒política y jurídica‒ de las fantasías individuales con el factum objetivo (…) Algo así como afirmar que si yo me siento a mi misma astronauta de la NASA debo poder volar al espacio en sus cohetes, o si me percibo niña de 7 años tengo el derecho de ingresar a la escuela primaria.

Asumir que las personas “trans” tienen el derecho humano de que sus deseos imaginarios se inscriban en el orden social y jurídico como realidades objetivas significa asumir que cualquier persona tiene el mismo derecho respecto de sus propias fantasías, como por ejemplo la de ser niño, millonario, joven, delgado, bello, blanco o negro, etc. En efecto, edad, riqueza, apariencia física, raza, etc. no son menos construcciones sociales que el sexo. Esto supone además que el fundamento de los derechos humanos universales descansa sobre las fantasías desiderativas de cada uno. En una palabra, estamos ante la radical erosión del orden jurídico, liberado a la absoluta arbitrariedad de cada imaginario subjetivo. La irresponsabilidad política de inscribir fantasías individuales como hechos objetivos y comunes amenaza a la sociedad en su conjunto, abandonada a un individualismo a ultranza, funcional al neoliberalismo, o bien expuesta a un neo-tribalismo identitario. Cuando eso sucede, la ley que impera es la del más fuerte.

El hecho indiscutible e inalienable de que las personas “trans” tienen los mismos derechos humanos –vitales, políticos, sociales, económicos, culturales, etc. – que toda persona no puede inducir a la falacia de equiparar imaginarios privados con hechos físicos. Los fantasmas conscientes e inconscientes de ser o tener algo –vagina, útero, pene, tetas, dinero, placer, cromosomas XX o XY– no califica como derecho humano. Lo que sí califica como tal es el trabajo de la sociedad en su conjunto para que las personas intersexuales o “trans” gocen de las mismas oportunidades y trato digno que el resto de la ciudadanía. No necesitamos ninguna ideología posmoderna ni constructivista para eso. Lo necesario es un sano realismo que nos permita comprender sus necesidades materiales y psíquicas en el marco de la igualdad y justicia universales. Y para ello es indispensable además una racionalidad común, que discierna objetivamente los conceptos en cuestión.

El hecho indiscutible e inalienable de que las personas “trans” tienen los mismos derechos humanos –vitales, políticos, sociales, económicos, culturales, etc. – que toda persona no puede inducir a la falacia de equiparar imaginarios privados con hechos físicos.

 

La pregunta

La pregunta que quizás debamos hacernos es por qué los derechos humanos de las personas “trans” han sido apropiados por un relativismo culturalista que amenaza con disolver la sociedad en su conjunto, cuando ellos son efectivamente defendibles y justificables a partir de una política realista y universal. La respuesta cae por su propio peso ideológico. Sucede así porque el verdadero objetivo de los ideólogos queer no son los derechos humanos de las personas intersexuales o “trans”. Su objetivo real consiste en la eliminación de la diferencia sexual[2] y, con ella, de los derechos de las mujeres basados en su sexo. Al respecto, la ideología queer tiene una clara agenda política de borramiento de la diferencia sexual en el lenguaje y la legislación, paralela a la reproducción de los estereotipos sociales masculinos y femeninos. De ahí su insistencia en que las identidades de género auto-imaginadas se inscriban en la categoría de diferencia sexual. En este puno se hace evidente que la quintaesencia del relativismo constructivista hay que buscarla en el mercado neoliberal.

Si los géneros son construcciones on demand, bienvenido sea el mercado de cuerpos, sexos, sexualidades, hijos, incluida por supuesto la explotación sexual y reproductiva de mujeres, niñas y niños que consta en la primera plana de las políticas queer. Liberar el mercado sexual exige borrar sus diferencias.

el verdadero objetivo de los ideólogos queer no son los derechos humanos de las personas intersexuales o “trans”. Su objetivo real consiste en la eliminación de la diferencia sexual[2] y, con ella, de los derechos de las mujeres basados en su sexo.

El debate que el feminismo protagoniza hoy es radical. De él depende que entreguemos la comunidad humana a las fantasías narcisistas, omnipotentes y antisociales de un individualismo alucinado, o que la asentemos sobre una concepción realista de la existencia, integradora de sus múltiples dimensiones y comprensiva de su proyecto político de igualdad y justicia. Hoy la historia ha vuelto a poner en nuestras manos su batalla decisiva, la que siempre concierne a los cuerpos, vidas y derechos sexuados de las mujeres.

Women’s sign, female gender, gender on pink background

 


2] La narrativa de Paul-Beatriz Preciado es al respecto muy ilustrativa. En especial la entrevista titulada El sujeto del feminismo es el Proyecto de “trans”formación radical de la sociedad en su conjunto. Disponible en: https://www.eldiario.es/sociedad/Entrevista—Paul—Preciado_0_951555075.html (consultado el 15 de abril de 2020).

 

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