El concepto de control coercitivo contempla el patrón de dominio en el que se desarrolla la violencia contra la mujer y que está invisibilizado social e institucionalmente. El control coercitivo lo sufren millones de mujeres, el 60-80 % de las mujeres que sufren violencia de género, y representa la mayor parte del abuso del agresor sobre la víctima, que subyace, condiciona y predice otras formas de violencia. Por este motivo, algunos países lo han introducido en sus legislaciones y en otros países se demanda su legislación. Replantear la violencia como control coercitivo cambia la respuesta al abuso de la pareja, ya que poner fin a la violencia física no es suficiente para poner fin al dominio del control coercitivo.
He aquí un resumen de la publicación de E. Stark (2012) sobre control coercitivo “re-presentando a las mujeres maltratadas: control coercitivo y la defensa de la libertad” (1).
En todo el mundo, con algunas excepciones, las respuestas legales y políticas a la violencia doméstica (*) se basan generalmente en un modelo de violencia que equipara el abuso de la pareja con amenazas o agresiones físicas o sexuales discretas. Esto supone que la gravedad de la violencia doméstica se evalúa aplicando un cálculo de daños físicos y psicológicos a agresiones particulares y los instrumentos de evaluación para predecir la “peligrosidad” no consideran prácticamente otras tácticas.
Sin embargo, un creciente cuerpo de investigación muestra que la presión que lleva a la mayoría de las mujeres maltratadas a pedir ayuda no está incluida en este modelo de violencia y que por lo tanto, las intervenciones basadas en este modelo no son efectivas para proteger a las mujeres y los niños de este tipo de abuso.
Los términos abuso «psicológico» y «emocional» se pueden aplicar a ciertos aspectos del control coercitivo, pero son imprecisos, difíciles de demostrar y pueden ser manipulados por los agresores. Algunas de las tácticas utilizadas en el control coercitivo son delitos penales, como el acoso, pero otras solo se penalizan si se cometen contra extraños. La mayoría no tienen legitimidad legal, rara vez se identifican con el abuso y casi nunca son objeto de intervención.
Estas tácticas incluyen formas de restricción, supervisión y / o regulación de las actividades comunes de la vida diaria, particularmente aquellas asociadas con los roles predeterminados de las mujeres como madres, amas de casa y parejas sexuales, y abarcan desde su acceso al dinero, la comida y el transporte hasta cómo vestir, limpiar, cocinar, o la actividad sexual.
Al ignorar o minimizar las tácticas utilizadas en el control coercitivo, las leyes actuales de violencia doméstica pierden muchos de sus efectos más devastadores. Hay cada vez más pruebas de que el nivel de «control» en las relaciones abusivas es mejor predictor de agresiones físicas y sexuales y de violencia severa y fatal, que la violencia física. Además los agresores pueden oprimir y controlar a las parejas sin el uso de la violencia. La detención del agresor, la provisión de refugios u otras protecciones legales, son vitales para la seguridad de la mujer a corto plazo, pero la seguridad e independencia a largo plazo de las mujeres maltratadas solo puede garantizarse si las protecciones actuales contra la violencia doméstica se extienden para abarcar el control coercitivo.
Este planteamiento muestra que la dependencia del modelo existente de violencia limita la eficacia de las intervenciones porque enmascara el alcance del abuso de la mayoría de las parejas y minimiza los daños que causa. La adopción del modelo de control coercitivo ampliaría nuestra comprensión del abuso de la pareja para que se parezca más a lo que la mayoría de las víctimas experimentan y mejoraría enormemente la intervención.
I. Los límites del modelo de abuso de incidentes violentos
Desde que se abrieron los primeros programas para mujeres maltratadas en la década de 1970, muchos países han tipificado como delito el abuso físico por parte de sus parejas, responsabilizado a los delincuentes a través de sanciones y asesoramiento, y ofreciendo refugio y apoyo legal y social para las víctimas y sus hijos. La detención por violencia doméstica ahora ocurre en muchos países, pero casi ninguno de los arrestados va a la cárcel y tampoco hay pruebas convincentes de que los programas de intervención sobre los agresores mejoren la seguridad de las víctimas (Stark, 2007).
El modelo de violencia. Extraída de la justicia penal, la definición de violencia o abuso tiene como objetivo los episodios discretos de agresiones, cuya gravedad se mide por el grado de lesión u otro daño infligido o previsto. Las intervenciones se basan en la creencia de que hay suficiente tiempo «entre» episodios de agresión para que las víctimas y los perpetradores contemplen sus opciones y tomen sus propias decisiones para poner fin a su abuso o salir de la relación abusiva.
El primer problema con este modelo es que el abuso físico casi nunca consiste en un incidente aislado, sino que casi la mitad de los casos involucran abuso «en serie» y ataques diarios. Puesto que la relación abusiva promedio dura entre 5.5 y 7.3 años, un gran número y tal vez la mayoría de las mujeres maltratadas en EEUU han sido agredidas docenas y cientos o miles de veces. Para las víctimas, el abuso se convierte más en un problema crónico, como el VIH-SIDA, que el tipo de ataques agudos y de tiempo limitado considerados por nuestras leyes e intervenciones judiciales.
Un segundo problema con este modelo de violencia es la importancia de estas lesiones, que entre el 95% y el 99% de las veces se consideran agresiones no dañinas: empujones, agarres, puñetazos, patadas y similares. Sin embargo, la importancia de estos incidentes aparentemente «triviales» solo se aclara como parte de un patrón de intimidación física que generalmente es «continua» y tiene un efecto acumulativo basado en todo lo que le ha sucedido a esta víctima antes.
Si solo se tienen en cuenta los incidentes aisladamente el patrón típico de abuso físico se trivializa y se perderá más del 95% de toda la violencia doméstica, y además si hay castigo será mínimo o inexistente, incluso cuando cometa múltiples delitos o si fue juzgado de alto riesgo, algo que los maltratadores saben.
Por otro lado las victimas buscan ayuda repetidamente, pero son estigmatizadas con diversos calificativos porque no se entiende que no sean autónomas y no decidan alejarse, considerando que son ellas el problema y no el abusador. A medida que el atrapamiento de la víctima se vuelve más integral, la respuesta de los tribunales de familia, servicios sociales o de salud, se hace más superficial y se “normaliza”, parece inevitable que estas mujeres continúen siendo abusadas.
El tercer problema con el modelo de incidentes violentos es que entre el 60% y el 80% de las víctimas que buscan ayuda, experimentan múltiples tácticas para asustarlas, aislarlas, degradarlas y subordinarlas, así como ataques y amenazas. Estas tácticas abarcan desde la explotación sexual, la deprivación material y aprisionamiento, hasta la imposición de reglas sobre sus asuntos cotidianos. Algunas de estas tácticas son crímenes (como el acoso o asalto sexual) y algunos son crímenes cuando se cometen contra extraños (como el hostigamiento o tomar el dinero de una pareja). Pero la mayoría de estas tácticas no son delitos y casi ninguna está incluida en las leyes, evaluaciones o cargos actuales de violencia doméstica.
II Un modelo alternativo: control coercitivo
El modelo de control coercitivo abarca la naturaleza continua y multifacética del abuso que, experimenta el 60% al 80% de las mujeres víctimas que buscan ayuda. El control coercitivo se define como un patrón continuo de dominación por el que las parejas abusivas masculinas entrelazan la violencia física y sexual repetida con intimidación, degradación sexual, aislamiento y control. El resultado es una condición de atrapamiento, similar a un rehén, por los daños que inflige a la dignidad, la libertad, la autonomía y la personalidad, así como a la integridad física y psicológica.
El control coercitivo es «de género» porque asegura el privilegio masculino y su régimen de dominación / subordinación se construye a través de los estereotipos de género. «Dominación» aquí se refiere tanto al poder / privilegio ejercido en las relaciones individuales, como al poder político creado por los hombres como grupo que usan tácticas opresivas para reforzar las persistentes desigualdades sexuales en la sociedad.
La tecnología del control coercitivo: El control coercitivo tiene dimensiones temporales y espaciales, dinámicas típicas y consecuencias predecibles. Se pueden dividir en tácticas para herir e intimidar a las víctimas (coerción) y tácticas para aislarlas y regularlas (control). Los maltratadores ensayan estas tácticas en función de sus beneficios y costos en el medio en que se mueven y de la vulnerabilidad percibida en su pareja. La toma de rehenes, el secuestro, la tortura y otros delitos similares, comparten muchas de las mismas tácticas. La «particularidad» del control coercitivo se deriva de su enfoque de género: el acceso único a la intimidad brinda a los autores información personal sobre la pareja, y tiene un amplio apoyo normativo para ejercer ese «control» masculino (incluso aunque se condene la violencia).
1. COERCIÓN:
La coerción implica el uso de amenazas o de la fuerza para obligar o eliminar una respuesta particular. Además de causar dolor, lesión, miedo o muerte inmediata, la coerción puede tener efectos físicos a largo plazo, conductuales, o consecuencias psicológicas.
a) Violencia
Las agresiones a la pareja con frecuencia son de violencia extrema: ahogar, estrangular, golpear mientras duerme, dejar inconsciente, cortar o apuñalar, obligar a las relaciones sexuales, ser atada, etc., que dejan daños permanentes.
Sin embargo, la gran mayoría de las agresiones utilizadas en el control coercitivo se distinguen por su frecuencia y duración, no por su gravedad. Los hombres que usaban el control coercitivo agredían a las mujeres seis veces más que los hombres que usaban solo la violencia física. Las mujeres informaron que «a menudo» o «todo el tiempo», sus parejas las «sacudían, o manejaban bruscamente, las empujaban, abofeteaban, golpeaban, les torcieron los brazos, patearon, mordieron o golpearon. Para muchos de estos hombres, la agresión era una rutina, como usar el baño, y no el subproducto de una ira manifiesta o un «conflicto».
b) Intimidación
La intimidación se utiliza para mantener el abuso en secreto y para infundir miedo, dependencia, cumplimiento, lealtad y vergüenza. Esto lo consiguen a través de amenazas, vigilancia y degradación, sabiendo la victima lo que le ocurrirá si no obedece. Si la intimidación socava lo suficiente la voluntad de la pareja, la violencia puede no ser necesaria. El miedo es mayor en estas mujeres que en las que sufren agresión física continua.
Las victimas informan de amenazas de muerte, de amenazas de quitarle a los hijos, de hacer daño a los hijos, amenazas a amigos y familiares, de destruir cosas valiosas o la propiedad, de internarla en una institución mental. La intimidación se extiende a advertencias sutiles cuyo significado escapa a los extraños o incluso pueden parecer expresiones de amor, como que la víctima informe continuamente sobre su paradero.
Otra clase de amenazas crea el «dilema de la madre maltratada», donde la víctima debe elegir entre su propia seguridad y la seguridad de sus hijos. Muchas de estas tácticas que se aplican en el tratamiento de rehenes se utilizan en el control coercitivo, incluida la retención o el racionamiento de alimentos, dinero, ropa, medicamentos u otras cosas. Las amenazas pasivo-agresivas como la retirada emocional, la desaparición sin previo aviso o el «tratamiento silencioso» pueden ser igualmente devastadoras. Amenazas de suicidio o de agredirse si lo abandona o para que obedezca.
Otra clase de amenazas, ilustrada por los gabinetes meticulosamente organizados en la película estadounidense Sleeping with the Enemy (1991), involucra actos anónimos cuya autoría nunca está en duda. Hombres que usan el control coercitivo, dejan amenazas anónimas en los contestadores automáticos, sabotean la comunicación electrónica, se llevan la ropa u otros objetos de la casa, cortan los cables telefónicos, roban el dinero o el correo de sus parejas o eliminan partes vitales de sus automóviles. Los abusadores también explotan los miedos secretos de los que solo ellos están al tanto o juegan juegos de «gaslight» para hacer que sus parejas se sientan «locas». Para recordar a las parejas que cualquier desafío es peligroso, los agresores informarán en entornos públicos de mentiras escandalosas, o dirán o harán cosas que las insulten o avergüencen. Cuanto más clara es la ofensa, más humillante el cumplimiento.
El acoso es la forma más frecuente de vigilancia utilizada en el control coercitivo. Se distingue por su duración (que dura 2,2 años en promedio, el doble de la duración típica del acoso por extraños), su vínculo con la violencia física y su combinación con formas complementarias de intimidación y control: agresiones físicas o sexuales, acoso telefónico, amenazas verbales o por escrito, destrozos de pertenencias, envío de cartas u otros objetos.
Diseñado para transmitir la omnipotencia y omnipresencia del abusador, el acoso es un continuo de una variedad de tácticas de vigilancia, que incluyen la sincronización de las actividades y la monitorización del tiempo (registro de cajones, bolsos, apuntes bancarios, acoso cibernético). Las tácticas de vigilancia permiten que los abusadores crucen el “espacio social «, haciendo que la separación física sea ineficaz.
La degradación establece la superioridad moral de los abusadores al negarles respeto a sus parejas, las molestan, insultan, mencionan su pasado, ordenan, degradan su papel como mujeres o madres. Las tácticas de vergüenza comunes implican el uso de tatuaje, quemaduras o picaduras para «marcar» la propiedad; obligan a la pareja a someterse a inspecciones sexuales o participar en actos sexuales que considere ofensivos, participar en rituales relacionados con la higiene personal, ir al baño, comer o dormir que ella encuentre degradante. Ej. negarles el papel higiénico, el derecho a cortarse el cabello, hacer que durmiera de pie, que robara dinero de su jefe o hijos, que se quedara en la mesa hasta que se comiera toda su comida, etc.
2. CONTROL
Los agresores usan tácticas de control para obligar a la obediencia, a través de diversas tácticas, privación de recursos vitales y sistemas de apoyo, explotación, dictado de órdenes y reglas, que están presentes incluso cuando no está físicamente presente. Esto hace que las víctimas sientan que su abuso lo abarca todo y que su pareja es omnipresente.
a) Aislamiento.
Los controladores aíslan a sus parejas para evitar la divulgación, producir dependencia, tener posesión exclusiva, monopolizar sus habilidades y recursos y evitar que obtengan ayuda o apoyo. Al insertarse entre sus víctimas y el mundo exterior, los controladores se convierten en su principal fuente de información, interpretación y validación.
Para ello controlan o impiden sus salidas, agreden o amenazan a su entorno social (familia, amigos, compañeros de trabajo), prohíben su comunicación, negando el acceso a teléfonos o automóviles, forzando y creando situaciones violentas con su entorno y obligándola a elegir entre ellos y el. Otra táctica es ejercer un control sobre la natalidad y los embarazos no deseados para obligar a la pareja a no estudiar o trabajar, y quedarse en casa con los niños. El control también lo ejercen para evitar que las mujeres trabajen o para aislarlas en el trabajo, lo que afecta a su empleabilidad, su desempeño y oportunidad de ascender.
b) Deprivación, explotación y regulación.
Las tácticas de control del agresor fomentan la dependencia al privar a las parejas de los recursos necesarios para la toma de decisiones autónomas y de vida independiente, explotan sus recursos y capacidades para su satisfacción y beneficio, regulando su comportamiento para ajustarlos a estereotipos de género.
La «materialidad del abuso» se basa en el control de la pareja sobre las necesidades básicas como dinero, comida, vivienda y transporte, sexo, sueño, uso del baño y acceso a la atención médica. La explotación financiera se extiende desde negar a las víctimas tarjetas de crédito o dinero para cubrir sus necesidades hasta obligarlas a rendir cuentas y justificar incluso pequeños gastos.
El control material se complementa con la microregulación del comportamiento de la vida cotidiana. Si bien la microgestión se extiende a actividades triviales (como lo que las mujeres ven en la televisión o qué sitios de Internet visitan), sus objetivos principales son las responsabilidades predeterminadas de las mujeres para las tareas domésticas, el cuidado de los niños y el placer sexual. Los hombres abusivos controlan cómo las mujeres se emocionan, visten, se peinan, limpian, cocinan y disciplinan a sus hijos. Existe una relación entre la mezquindad de las reglas que imponen y la vergüenza asociada con el cumplimiento. Dado que el único propósito de las reglas es exigir obediencia, se revisan continuamente, y a medida que aumenta el control, las infracciones contra los deseos de los hombres se hacen cada vez más pequeñas, hasta que las mujeres sienten que están siendo golpeadas por nada.
Evaluación.
Los abogados han identificado durante mucho tiempo el «poder y control» como el objetivo del abuso físico, sin embargo, la presencia de control prepara para la violencia y las lesiones, incluidas las lesiones fatales. Se ha demostrado que el nivel de control en una relación abusiva aumentó el riesgo de muerte en un factor de nueve, ni la frecuencia ni la gravedad de la violencia física fueron predictivas. Otro estudio demuestra que la presencia de control coercitivo fue cuatro veces más probable que la violencia física para explicar la escalada de violencia posterior a la separación, amenazas de muerte y sexo forzado. Estos hallazgos muestran que la vulnerabilidad de las mujeres al abuso físico y sexual es generalmente un subproducto de un patrón de dominación ya establecido, que ha incapacitado su capacidad de movilizar sus recursos personales, materiales y sociales para resistir o escapar.
III Implicaciones para la intervención.
Replantear la violencia doméstica como control coercitivo cambia la respuesta al abuso de la pareja, desde los principios subyacentes hasta que evaluamos el «éxito». La intervención se basa en nuestra oposición a la subyugación de cualquier tipo, no solo a la prohibición de la violencia. Este es el mismo principio utilizado para combatir la discriminación, los delitos de «odio» u otros actos utilizados para dominar a los miembros de una clase que ya son desiguales y, por lo tanto, se supone que son perjudicados de una manera diferente y más importante socialmente que cuando se utilizan estos actos contra personas iguales. El razonamiento es que las personas deben ser tratadas con una dignidad innata, cuya soberanía individual merece nuestro mayor apoyo.
Un primer paso es «nombrar» el control coercitivo. Plantear el control coercitivo fija la atención en los comportamientos, dinámicas y daños invisibles, considera una nueva clase de actos malos y de víctimas y plantea una respuesta de la justicia y otros recursos, así como una base para la educación pública.
Los cambios en la ley, la política y otros tipos de práctica se derivan del hecho de que el control coercitivo es «continuo» y sus efectos acumulativos. Incluye múltiples tácticas y tiene un enfoque de género en la explotación de desigualdades sexuales y aplicación de estereotipos de género. El reconocimiento del control coercitivo implica definir un nuevo delito de «curso de conducta» con sanciones apropiadas a los derechos y libertades que están en peligro.
Dicho delito incluirá elementos como el abuso psicológico y económico, junto con el acoso, hostigamiento y aislamiento, entre otros. Sin embargo, para que esta ley sea efectiva, debe escribirse e implementarse para evitar la manipulación de delincuentes que reclaman abuso emocional por parte de las víctimas. Dicho esto, con una ley efectiva de control coercitivo en la mano, la policía puede evaluar si un incidente aparentemente trivial es un evento aislado o parte del patrón típico de los casos más graves.
Cuando el abuso se reformula como un patrón o curso de conducta, la policía, los médicos y otros proveedores aprenden a anticipar, incluso a alentar a las visitas repetidas e interpretar las expresiones de miedo a «quedarse» como indicativo de la gravedad del atrapamiento involucrado, incluso cuando hay poca o ninguna violencia. Reconocer que el abuso es típicamente crónico, desvía la atención de un tribunal de por qué las víctimas no «salen», al desafío de negar a los perpetradores el acceso continuo. En este contexto, las órdenes de protección, los fondos de ayuda para las víctimas, los arrestos y otras intervenciones pueden reformularse como parte de la estrategia a largo plazo para terminar con el abuso en lugar de como un antídoto único.
En lugar de estigmatizar a las víctimas, los jueces, la policía, los refugios y los hospitales pueden responder positivamente a las repetidas solicitudes de ayuda. Pueden ampliar el alcance de las prohibiciones que las mujeres necesitan con el tiempo para liberarse.
Las tácticas múltiples desplegadas en el control coercitivo implican que el alcance de identificación e intervención debe ampliarse. Deben abarcar la rutina diaria y la violencia menor; formas sutiles de intimidación y formas de vigilancia o monitoreo que «cruzan el espacio social» hasta el lugar de trabajo o la escuela; una variedad de actos sexualmente coercitivos; patrones de aislamiento; y las «reglas» explícitas e implícitas que rigen todo, desde el acceso de una mujer al dinero y otras necesidades materiales hasta cómo duerme, se viste o habla por teléfono.
Si se toman aisladas, se podrían tipificar como un matrimonio «malo», por lo tanto es fundamental reconocer que es la combinación de estas tácticas en un patrón de dominación lo que comprende el delito, no los actos en sí. Los profesionales de primera línea determinarán las intervenciones apropiadas teniendo en cuenta la combinación particular de violencia, intimidación, humillación, aislamiento y control que encuentren. Enfatizarán la seguridad donde las lesiones son prominentes, el empoderamiento donde el control es clave, y ayudarán a construir redes de apoyo para aquellas cuyo aislamiento es la principal fuente de vulnerabilidad.
La adopción de un modelo de control coercitivo también implica a los servicios de la comunidad, como refugios y programas para hombres abusivos. La seguridad debe seguir siendo una preocupación primordial, pero ya que la autonomía y la libertad de las mujeres también son atacadas, los refugios deben equilibrar las preocupaciones de seguridad con los programas que ayudan a restaurar la libertad, la autonomía, la dignidad y la igualdad. Esto requerirá ofrecer estrategias de «empoderamiento» en todos los puntos donde se ha negado la autonomía, y más allá del refugio abrir zonas de seguridad y tomar decisiones independientes en las familias extendidas de las mujeres y donde trabajan, asisten a la escuela o compran.
Poner fin a la violencia no es suficiente para poner fin al control coercitivo a menos que los programas para hombres desafíen los fundamentos de la autoridad basada en el género en los hogares, más allá de las relaciones. Debido a que el control coercitivo está tan estrechamente relacionado con las desigualdades sexuales sistémicas, es poco probable que incluso los programas más conscientes de género tengan éxito, aparte de una combinación de sanciones mucho más estrictas por abuso y desafíos más amplios a las desigualdades sexuales en la sociedad en general.
Reenfocarse en la dominación masculina en lugar de en la violencia masculina por sí sola puede costarle al movimiento romper con mujeres aliadas importantes. Esto ocurre cuando las organizaciones del sector gubernamental o voluntario se oponen a la violencia como una cuestión de orden público o moralidad y respaldan la autoridad masculina sobre las mujeres siempre que se aplique sin violencia. Enmarcar el abuso de la pareja como delito contra la libertad y la igualdad e insistir en que las mujeres solo pueden estar seguras cuando también son libres e iguales puede parecer demasiado radical en algunos contextos.
En estos contextos, propongo una estrategia de tres puntos: (1) unir la agenda contra la violencia con las agendas de igualdad y derechos humanos; (2) incorporar las facetas del control coercitivo que ya son criminales como el hostigamiento y acoso en los estatutos de violencia doméstica; y (3) extender el alcance de los delitos a parejas o ex parejas, que actualmente son delitos solo cuando se cometen contra extraños. El primer paso implica reconocer que el control coercitivo es un delito que se basa y que extiende la desigualdad de género. Como mínimo, el lenguaje de igualdad de género debe incluirse en los estatutos contra la violencia, así como un lenguaje que enfatice que las protecciones para las mujeres contra la violencia no debe interpretarse como una forma de discriminación sexual.
Igualmente importante sería extender las protecciones que tienen los extraños hasta las parejas para una variedad de actos diseñados para aislarlas, explotarlas, asustarlas, degradarlas o controlarlas. Estos incluyen tomar su dinero, evitar que salgan de casa, negándoles el acceso a medios de comunicación o transporte, obligándolas a soportar inspecciones sexuales y otras formas de acoso sexual y coerción. Siempre que sea posible, los argumentos deberían enfatizar cómo responderíamos si los hombres fuéramos sometidos a estas tácticas. Nuestra esperanza es que ampliar la definición de violencia doméstica para abarcar el control coercitivo gane nuevos aliados en el amplio espectro de los derechos civiles de las mujeres, comunidades laborales y de derechos humanos, así como el apoyo de millones de mujeres que han insistido desde el principio en que «la violencia no es la peor parte» del abuso que experimentan.
(1) Evan Stark (2012). Re-presentando a las mujeres maltratadas: control coercitivo y la defensa de la libertad https://www.stopvaw.org/uploads/evan_stark_article_final_100812.pdf
(*) NOTA. En la literatura científica se utilizan diferentes términos para designar la violencia contra la mujer.