Leo en un twitter : “Alucinante. Después de tres años, el PSOE en pleno da la razón al autobús de hazte oír”, o sea, a la ultraderecha episcopaliana. Veamos.
Recuerdo cuando impartía clases de Filosofía al alumnado de BUP, que una de las cosas que más les gustaba eran las clases sobre falacias. A mí también, pues son esas mentiras que parecen verdades y que nos las tragamos como si tal. Muchas de ellas se derivan de un silogismo mal construido. Les decía que una de las falacias más frecuentes se daba en la esfera política cuando se martilleaba con que en ocasiones la izquierda llegaba a las mismas conclusiones que la derecha e incluso que hacían una pinza. Para que entendieran dónde estaba la trampa o la falacia, les ponía el siguiente ejemplo en forma de incorrecto silogismo. “Si las manzanas son fruta y las peras son fruta… Entonces, las peras son manzanas”. La gente que no sabe lógica y no entiende qué es eso de la distribución del “término medio”, concluye muchas tonterías, como la del twitter de arriba. Si los del plus ultra cavernario insistían en su bus naranja que las niñas tenían vulva y los niños, pene, y las feministas del PSOE afirman lo evidente, y es que los sexos son dos: macho y hembra, concluye el twittero que estas últimas son de ultraderecha. Juzguen ustedes si “las peras son manzanas”.
En su obra Cómo hacer cosas con palabras, John Austin nos demuestra cómo el lenguaje puede ser performativo, es decir, creador de realidades. Las palabras “yo os declaro marido y mujer”, dichas por alguien con la autoridad pertinente, crean una nueva estructura contractual que tiene consecuencias para toda la vida de los contrayentes y de su descendencia. Las palabras no son inocentes, crean realidades. De ahí que todo un conglomerado de gentes provenientes del abrevadero de la Open Society estén intentando dar su batalla a través de las palabras con las que quieren seducir a mucho incauto que se cree moderno, así como aterrorizar a otras tantas acusadas de tránsfobas, que ya viene a significar como ser de la banda de los del Orange bus.
Sin duda que el grupo más perseguido por los financiados de la Open es el de las feministas radicales, o sea, las herederas de un feminismo que se origina en las décadas de los sesenta y setenta con varias pioneras teóricas, tales como Kate Millet, Sulamith Firestone, Germaine Greer, Luce Irigaray, Carole Pateman, Celia Amorós y otras muchas que, de algún modo, continuaron la tradición de las Sufragistas, se inspiraron en Beauvoir y fueron más allá de Betty Friedan y su Mística de la feminidad. Somos las feministas que hoy contamos con un corpus teórico que se ha ido enriqueciendo hasta el presente con cientos de miles de libros, maestrías, doctorados, conferencias, obras de creación y estudios de todo tipo a lo largo y ancho del planeta. Pero no sólo contamos con un acervo teórico, no, son muchas vidas expuestas, valientes, luchadoras, sacrificadas y cercenadas en su gran revolución frente al poder patriarcal. Millones de mujeres que hemos despertado a una visión nueva de la realidad y de nuestra historia, lo que nos ha liberado interiormente y nos ha permitido vivir de un modo mucho más pleno y colectivo. Otras están en el camino y juntas llegaremos todas.
No teníamos bastante con el heteropatriarcado, que ahora nos ataca por igual el homopatriarcado y el transpatriarcado. Demasiado patriarcado junto, hasta el punto de que lo nuestro se ha convertido en una trisforia de género.
Estas feministas nos hemos batido el cobre por otras muchas causas de liberación y progreso: el ecologismo, el pacifismo, el movimiento LGTB, el indigenismo, la lucha de clases, la liberación de los pueblos, la educación sexual y cualquier otra que nos pareciera justa. No se puede decir de nosotras que seamos indiferentes al dolor ajeno ni a las luchas revolucionarias. Pero nadie nos paga con la misma moneda. Las feministas hemos tenido que ser ecologistas, pro-gays, sandinistas o bolivarianas, pero no al revés: a ninguno de esos movimientos se les ocurre declararse feminista. Bueno, ya estamos acostumbradas, pero que ahora nos vengan unos trans y pretendan ser poco menos que hegemónicas como mujeres, que denuncien, por ejemplo, a una esteticien que no quiso depilarle los huevos a un individuo que decía ser mujer; que expulsen de una coalición de izquierdas al Partido Feminista porque su Presidenta se posicione frente a una ley que pretende la hormonación “ad libitum” de menores; que tengan “intelectuales” entre sus filas que dicen que “los penes de las mujeres trans son biológicamente femeninos” y otra serie de estupideces inadmisibles para cualquier inteligencia media, es algo que supera la falacia y se convierte en desgracia. No teníamos bastante con el heteropatriarcado, que ahora nos ataca por igual el homopatriarcado y el transpatriarcado. Demasiado patriarcado junto, hasta el punto de que lo nuestro se ha convertido en una trisforia de género. Si “phoros” significa sobrellevar y “tris”, tres, la “trisforia” es relativa a sobrellevar esas tres cargas como una condena precisamente por haber nacido mujeres.
Quiero dejar bien claro que no estoy atacando las causas que siempre hemos defendido y apoyado ni mucho menos a personas que, por su disforia de género, son reasignadas en el sexo contrario. Ellas tienen todo nuestro apoyo y comprensión. Pero sí afirmo, sin complejos, que los individuos de la especie humana nacen hembras o machos de esa especie, y que, por tanto, tienen vulva o pene. Otra cosa es que paulatinamente los distintos sujetos se identifiquen con formas, géneros o sentimientos más masculinos o femeninos en el camino de hacerse mujeres y hombres. Esto no tendría por qué provocar ninguna disforia (tristeza, melancolía, depresión) por pertenecer al sexo de nacimiento si la sociedad humana hubiera superado la dictadura del género y sólo existiera la libertad para ser y expresarnos y la alteridad para autoidentificarnos. Ello no significa que no existan diferencias entre los sexos, sino que ninguno de los dos tendría que convertirse en un destino personal. No tenemos por qué limitarnos a ser hembras o machos. El destino de los humanos es el de convertirnos en personas de acuerdo con la inmensa riqueza de los varios modos de expresión individual.
Como lo anterior no se ha conseguido, la mayor libertad actual para expresar la propia identidad sentida se traduce en que cada vez más personas manifiesten el deseo imperioso de pertenecer a distinto sexo que al del nacimiento, que se debe, precisamente, a lo que significa para muchos la carga de género, es decir, la insoportable pesadez de “tener que ser hombre o mujer” según una imposición simbólica que se percibe como violencia. También me planteo si algo muy profundo estará sucediendo en la evolución humana que tal vez nos esté llevando sin saberlo hacia una especie más hermafrodita, más andrógina. Quién sabe, aunque esto nada tendría que ver con esa patética y financiada guerra “trans” contra las mujeres feministas. Más bien me refiero a unas enigmáticas palabras que podemos leer en el evangelio gnóstico de Tomás: “Cuando hagáis de los dos uno y hagáis lo de dentro como lo de fuera y lo de fuera como lo de dentro y lo de arriba como lo de abajo, de modo que hagáis lo masculino y lo femenino en uno solo, a fin de que lo masculino no sea masculino ni lo femenino sea femenino, entonces entraréis en el Reino”.
Curioso, porque fijaos que no dice cuando lo masculino sea femenino ni cuando lo femenino sea masculino, sino cuando ambos estén liberados de sus roles. Eso tal vez sería la utopía, pero nos toca vivir todavía tiempos distópicos. Todo se andará.