Hace unos días leí un artículo publicado por un importante medio de este país en el que se pretendía analizar qué es eso de la menstruación y quienes menstrúan. El planteamiento de base ya es delirante, no por profundizar en un tema como la menstruación sino porque, a estas alturas, sigamos debatiendo acerca de tautologías. La idea fundamental que se intentaba transmitir, sin argumentación racional alguna, es que ni todas las mujeres menstrúan ni todas las personas que menstrúan son mujeres. Ahí queda eso.
Veamos, la menstruación pertenece al ciclo sexual reproductivo de las mujeres. Cuando no se menstrúa puede ser por muchos motivos (menarquia en jóvenes y en mujeres embarazadas, extirpación de útero, menopausia…) pero eso no invalida que la base de tal suceso es ser biológicamente hembra, independientemente del momento del ciclo en el que una se encuentre. Esto es ciencia, no es ideología, no es discriminación ni es odio hacia ningún colectivo.
Sirva este ejemplo para hacer constar el bombardeo diario de postulados queer que estamos recibiendo desde los medios de comunicación e, incluso, desde las instituciones políticas.
A estas alturas estaremos, presumiblemente, familiarizados con los preceptos de esta teoría que apela a la defensa del género (esto es, el constructo socio-cultural que define cómo deben ser una mujer y un hombre biológicamente nacidos como tal. En función de ello, se erige toda la estructura patriarcal que oprime, con mayor o menor sutileza, a las mujeres en cualquier parte del mundo) como definitorio de la identidad y que rechaza que el sexo biológico sea la base de esa subyugación. Es decir, se niega que las mujeres sufran discriminación y violencia por el mero hecho de ser mujeres. Pero aún hay más, pues esa supuesta identidad de género es algo sentido (Butler y Preciado, dos teóricas queer, así lo expusieron en su día y así se ha teorizado desde entonces) que fluye en función de lo que la persona en cuestión quiera en un momento determinado. Así que, si por ejemplo un hombre maltrata a su pareja, mujer, podría decir perfectamente que su identidad sentida es la de una mujer, por lo que no sería juzgado por violencia machista. Esto, claro está, si toda esta maraña ideológica y conceptual se materializa en leyes, algo que peligrosamente podría suceder con la presencia de Podemos en el Gobierno de coalición y su Ministerio de Igualdad, cuya ministra hace apología de estos principios aludiendo a la ampliación de derechos, no a la merma de los mismos. Y aquí tendríamos que volver, de nuevo, al principio y los orígenes del movimiento feminista.
El feminismo, como bien explican nuestras filósofas feministas (Celia Amorós, Amelia Valcárcel, Ana de Miguel, Alicia Miyares, entre otras) es una teoría política que cuenta con más de trescientos años de historia. Su objetivo es la plena igualdad entre mujeres y hombres en base a la discriminación que, históricamente, han sufrido las mujeres por el mero hecho de serlo. En todos estos años, la agenda feminista ha estado plagada de importantes logros, como el derecho al voto, y cuenta, aún, con grandes desafíos, como la abolición de la prostitución. Pero hay algo que permanece desde los inicios: el sujeto político del que estamos hablando es la mujer. Y eso es absolutamente independiente de la lucha por sus derechos de aquellos colectivos que los vean amenazados. Pero las mujeres no pertenecemos a colectivo alguno por el hecho de serlo (somos más de la mitad de la población mundial) ni hay otro sujeto político que pueda insertarse en el feminismo.
Estos días se ha popularizado también una especie de eslogan (en tiempos de redes sociales parece que es lo único que funciona) que dice así: “los derechos trans son derechos humanos”. ¿Qué nos hemos perdido? ¿Quién está hablando sobre derechos humanos o denegándolos?
Por supuesto que partimos de la base de los derechos humanos, el debate no está ahí. Es más, cuando se apuesta por el borrado de las mujeres que, incluso, está sobre la mesa política de nuestro país, se están vulnerando los derechos de las mujeres. Igual el tema de los derechos humanos debería ir por ahí.
Y en medio de toda esta maraña, me pregunto: ¿cómo podemos decir a las mujeres que en realidad somos unas privilegiadas, mujeres cis, personas que gestan, que menstrúan, y que autodenominarse mujeres es censurar y discriminar a otro? Pienso en todas aquellas que sufren abortos espontáneos que reviven una y otra vez, en las que padecen violencia obstétrica, en las que ven cómo alguien (la mayoría de las veces, hombre) les adelanta para conseguir un puesto de trabajo en las altas esferas para el que ellas están sobradamente preparadas.
¿Cómo podemos decir a las mujeres que su sexo biológico y la opresión que sufren por ello es algo privilegiado y que discrimina a quienes hablan de una identidad sentida?
Pienso en todas esas amas de casa de las que hablaba Betty Friedan que no se quedaron en la América de los años cincuenta. En todas esas madres que cada mañana salimos a trabajar con nuestro sacaleches en el bolso porque nuestros permisos de maternidad no nos permiten siquiera cubrir las recomendaciones de la OMS de amamantar a nuestras criaturas hasta los seis meses de edad. Pienso en las mujeres que sufren cualquier tipo de violencia, física o verbal, simplemente por el mero hecho de haber nacido mujer. En todas las madres de nuestra generación y de las pasadas que no pudieron estudiar porque en casa sólo estudiaban los varones. Y también se llevaban la mejor ración de comida los mediodías. Pienso en todas esas mujeres que son obligadas a cubrir sus rostros y sus cuerpos con ropajes que vulneran su dignidad, sus derechos, su identidad. En todos esos lugares en el mundo en los que la agenda feminista está abierta por donde nosotras transitábamos hace cien años. ¿Cómo podemos decir a las mujeres que su sexo biológico y la opresión que sufren por ello es algo privilegiado y que discrimina a quienes hablan de una identidad sentida? ¿Cómo podemos negar estas realidades que son inherentes al sexo biológico?
Lo que está ocurriendo es muy grave. Especialmente grave. Y lo es porque, como venimos diciendo, este delirio teórico está sobre la mesa política de nuestro país. Si bien es cierto que hace unos días circulaba por las redes sociales un argumentario interno del PSOE contra la teoría queer, no es menos cierto que esto todavía no se ha materializado en una política directa y efectiva contra el borrado de las mujeres. Y es algo urgente y necesario si no queremos desandar gran parte del camino andado. Si no hay un sujeto político claro, si definimos a las mujeres desde lo que no son, ¿de qué estamos hablando? De cualquier otra cosa menos de feminismo.
Resulta triste y tedioso que, con la cantidad de frentes abiertos que tiene el feminismo, tengamos que estar reivindicando lo más básico, que no es otra cosa que lo que somos: mujeres.
Y todo esto es, también, un asunto político de vital importancia. Porque como tantas veces repetimos, lo personal es político y se inscribe, como vemos en el siguiente texto de Adrienne Rich, en las instituciones y en las leyes.
¿Cómo han dado a luz las mujeres, quién las ayudó, cómo, por qué? Estas preguntas no se refieren simplemente a la historia de parteras obstetras: son preguntas políticas. La mujer que aguarda su período, o en el comienzo del parto, o la que yace en la mesa soportando un aborto o empujando un hijo que nace; la mujer que se inserta el diafragma o traga la píldora diaria, hace todas esas cosas bajo la influencia de siglos de letra impresa. Sus elecciones –cuando tiene alguna- se hacen o se proscriben en el contexto de las leyes y los códigos profesionales, de las sanciones religiosas y de las tradiciones étnicas, de cuya elaboración las mujeres, históricamente, han sido excluidas.