México, el Parlamento de Mujeres, el lobby trans y los derechos de las mujeres basados en el sexo

Laura Lecuona
Laura Lecuona
Filosofía en la UNAM. Traductora y editora,. Autora del ensayo "Las mujeres son seres humanos" (Secretaría de Cultura, 2016). De vez en cuando desempolva su formación en filosofía y escribe sobre temas de interés feminista
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En México existe la posibilidad de, con el solo dicho del interesado, obtener documentos que decreten que uno en realidad no es de su sexo sino del otro en la Ciudad de México (desde 2015) y en ocho estados: Coahuila, Colima, Hidalgo, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, San Luis Potosí y Tlaxcala. Hay iniciativas para que lleguen a más.

Recordemos, para tener un poco de perspectiva, que en nuestro país el aborto es legal en todas las causales sólo en la Ciudad de México y en Oaxaca, que hay mujeres en la cárcel por haber tenido un aborto espontáneo, y que somos un país feminicida que además no ha logrado disminuir la cantidad de embarazos infantiles y adolescentes producto de violaciones en el seno del hogar.

Hay proyectos de ley para que algo que llaman el derecho a la identidad de género se reconozca en la Constitución. En la capital y en los estados mencionados, para hacer ese cambio en el acta de nacimiento “bastará con la convicción personal e interna, tal como cada persona ser percibe a sí misma, la cual puede corresponder o no, al sexo asignado en el acta primigenia”. O sea que si una persona no se percibe a sí misma como hombre, puede llegar al registro civil con su comprobante de domicilio y una identificación, solicitar un trámite administrativo, y en poco tiempo tendrá documentos oficiales que estipulen que, en virtud de nada más y nada menos que sus sentimientos internos y sus convicciones personales e íntimas, no es hombre sino mujer.

En la Ciudad de México también los menores de edad pueden solicitar esa alteración de las actas, pero el procedimiento es judicial. Esas iniciativas de reformas a las que en los medios de comunicación se alude comúnmente como la Ley de Infancias Trans tienen el objeto de que también los menores de edad puedan pedir el cambio de sexo por la vía administrativa y no la judicial, como hasta ahora. La iniciativa está pendiente de votarse en el pleno del Congreso local.

Como explica la Declaración sobre los Derechos de las Mujeres Basados en el Sexo, de la Women’s Human Rights Campaign (Campaña por los Derechos Humanos de las Mujeres), la identidad de género se define así en los principios de Yogyakarta, que es de donde diligentemente copian y pegan legislaciones de distintas partes del mundo: “La identidad de género se refiere a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.

Como se ve, esta definición introduce una rotunda falsedad anticientífica cuando dice que el sexo se asigna al nacer, como si el sexo no pudiera reconocerse en un análisis de sangre de la madre mucho antes de que el bebé nazca y a simple vista cuando ya nació, y esencializa “la vestimenta, el modo de hablar y los modales” al convertirlos en parte indisociable de nuestra identidad. Qué fácil se nos olvida que nuestra manera de vestir y de peinarnos tiene mucho más que ver con la moda de los años en que nos toca vivir y los productos mediáticos a los que estamos expuestos que con nuestro verdadero yo.

Lo más grave es que los principios de Yogyakarta han sido adoptados en legislaciones de varias partes del mundo, a pesar de no ser vinculantes y a pesar de contravenir abiertamente disposiciones internacionales que sí lo son y que México está obligado a cumplir, como la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la Convención de las Naciones Unidas Sobre los Derechos del Niño y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer.

El 30 de julio, en el Parlamento de Mujeres de la Ciudad de México se discutió una iniciativa de ley contra la violencia obstétrica que habla de mujeres y personas embarazadas. Sólo dos parlamentarias se opusieron a esa formulación por considerar que esa clase de expresiones contribuyen al borrado de las mujeres, además de ser innecesarias, dado que, como todos sabemos, sólo las mujeres pueden embarazarse.

Durante las intervenciones de estas dos únicas disidentes, sus compañeras ponían los ojos en blanco, hacían comentarios de hartazgo, veían su teléfono celular o comían cacahuates. En este Parlamento de Mujeres participa un hombre que dice identificarse como mujer y que se refiere a las mujeres como corporalidades con vulva, término que por alguna razón a sus compañeras parlamentarias no les suena terriblemente ofensivo.

En algún momento, este joven, sintiéndose niño héroe, se envolvió en la bandera trans y luego la puso frente a su pantalla. Eso fue la señal, el pie, para que al menos otras siete mujeres desplegaran como fondo en su rectangulito del Zoom banderas LGBT con los colores del arcoíris o banderas trans rosa y azul pastel (a pesar de que su propio reglamento interno prohíbe mostrar pancartas o carteles). Es decir que en el Día Mundial contra la Trata de Personas, el Parlamento de Mujeres de una ciudad que es destino y tránsito de mujeres y niñas secuestradas para venderlas a la industria del sexo dio una preciosa y colorida estampa gráfica de cómo los grupos de presión transactivista se infiltran o influyen en nuestros órganos legislativos y en nuestras instituciones.

Sobre el bullying que las Parlamentarias que se han trepado al carro del transgenerismo ejercieron sobre dos compañeras, viene a colación el artículo 4 de la  Declaración sobre los Derechos de las Mujeres Basados en el Sexo, que “reafirma los derechos de las mujeres a la libertad de opinión y libertad de expresión”, y destaco tres de sus incisos:

  1. a) Los Estados deben garantizar que las mujeres no “podrán ser molestadas a causa de sus opiniones”. Esto debería incluir el derecho a mantener y expresar opiniones sobre la “identidad de género” sin ser objeto de hostigamiento, procesamiento o castigo.
  2. b) Los Estados deben defender el derecho de las mujeres a la libertad de expresión, incluyendo la “libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección”. Esto debería incluir la libertad de comunicar ideas acerca de la “identidad de género” sin ser objeto de hostigamiento, procesamiento o castigo.
  3. d) Los Estados deben prohibir cualquier forma de sanción, enjuiciamiento o castigo de las personas que rechazan los intentos de obligarlos a identificar a otros sobre la base de la “identidad de género” en lugar del sexo.

Y sobre las objeciones de las dos parlamentarias disidentes, viene a cuento el artículo 2 de la Declaración, que reafirma la naturaleza de la maternidad como una condición exclusiva de las mujeres, y del cual extraigo estos pasajes:

  1. a) “Los Estados Parte garantizarán a la mujer servicios apropiados en relación con el embarazo, el parto y el período posterior al parto”.
  2. b) Los derechos y servicios maternos se basan en la capacidad única de las mujeres para gestar y dar a luz.
  3. c) Los Estados deben garantizar que la palabra “madre” y otros términos que han sido usados tradicionalmente para referirse a las funciones corporales sobre la base del sexo, continúen usándose en los actos constitucionales, la legislación, la prestación de servicios maternos y en los documentos políticos cuando se hace referencia a las madres y la maternidad.”

La principal razón por la que las feministas nos oponemos a esta sustitución en las leyes es fácil: la identidad de género no existe, como no existen los cerebros rosas y azules. Hablar de identidad de género es equivalente a decir que los estereotipos sexuales que nosotras siempre hemos combatido no son una fabricación social diseñada para mantener la subordinación de las mujeres sino la esencia más profunda de nuestro ser. Según esto, las mujeres que se maquillan y usan tacones no lo hacen porque en sus trabajos las obliguen, sino porque así manifiestan su verdadero yo; las mujeres que ejercen de cuidadoras de sus familiares enfermos no lo hacen porque el Estado no esté cumpliendo con su parte sino porque su feminidad las compele a ello.

Es curioso que cuando las abolicionistas hablamos del lobby LGBT o lobby transgenerista nos miran como si estuviéramos hablando de invasiones extraterrestres o del Protocolo de los Sabios de Sion. Saber cómo funciona la política y cómo unos grupos consiguen que se aprueben leyes que responden a sus intereses no es creeer en teorías de la conspiración. Es saber, por ejemplo, que la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, entre muchas otras agrupaciones, presionaron al Congreso de la Ciudad de México para que aprobara la Ley de Infancias Trans aun en la versión original, que incluía el postulado anticonstitucional de que cualquier adulto y no necesariamente quienes tuvieran la patria potestad pudiera acompañar al menor de edad a hacer el cambio en el acta de nacimiento. Al votarse en comisiones se hizo la rectificación.

El espectáculo del Parlamento de Mujeres también nos recordó que para una alta proporción de las que se consideran feministas es más importante consentir los deseos de un grupo pequeño de hombres que luchar por los derechos de todas las mujeres. Puede ser que estén convencidas de que actúan a favor de la gente más marginada de la sociedad, pero, creyendo esto, terminan ayudando a que mujeres y niñas víctimas de la violencia masculina no tengan herramientas para identificar y explicarse esa violencia. Sin las palabras correctas para nombrar el fenómeno de la violencia masculina contra las mujeres, y nombrar a quienes la ejercen y a quienes la sufren, ¿cómo vamos a combatirla?

 

Las leyes que hacen copy paste de los principios de Yogyakarta y hablan de identidad de género han pasado sin mayor discusión de cara a la sociedad y definitivamente sin la participación de feministas conscientes de lo que esos términos nada inocuos representan para los derechos de las mujeres.

En un país asolado por la feminización de la pobreza, un país feminicida con altísimos índices de embarazo infantil y paraíso de la trata de mujeres, es urgente que las feministas nos organicemos más y mejor para hacer frente con mayor fuerza a esta embestida de un grupo de presión que cuenta con dinero e influencia y con la complicidad de mujeres que no han medido bien las consecuencias.

Mujeres que saben bien que los argumentos en contra del aborto que sostienen que el feto es persona dependen de la creencia religiosa en las almas, y sin embargo con la mayor facilidad se tragan el embuste de que todos nacemos con un alma revestida de estereotipos. Mujeres que reconocen la violencia del acoso callejero pero que creen que si un hombre violento se declara mujer, deja de ser hombre y entonces están dispuestas a pasar por alto su violencia, sobre todo si se dirige a una de las que ellas llaman terfs.

Uno de los poderes más fuertes con que cuentan estos hombres que quieren negarnos nuestros derechos basados en el sexo es nuestra predisposición a ceder frente a chantajes emocionales. Se me ocurre un antídoto posible: la próxima vez que les vengan con el cuento de que los más oprimidos son los hombres que tienen una identidad de género que no corresponde a su sexo asignado al nacer piensen, por ejemplo, en una niña embarazada por la violación de su padrastro o una niña secuestrada para la explotación sexual sin que nadie les haya preguntado con qué género se identifican, y a las que habrá que explicarles que si un día tienen la mala suerte de usar los pronombres equivocados con un hombre que se identifique como mujer, las opresoras son ellas.

La Declaración sobre los Derechos de las Mujeres Basados en el Sexo es un documento fundamental que dará mucho material de reflexión a las feministas que aún no ven las implicaciones de esta confusión entre sexo y género que está permeando en tantas leyes, y, a las que ya lo vieron y se dan cuenta de la importancia fundamental de detener esta embestida, les dará muy buenos argumentos para hablar con sus amigas de lo que está pasando, sumar más y más mujeres a la causa y, como dijo ahora mismo Sheila Jeffreys, seguir encontrándonos entre nosotras.

Leído el 2 de agosto de 2020 en la presentación de la Declaración sobre los Derechos de las Mujeres Basados en el Sexo al mundo de habla hispana.

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