Una reseña puede ser el umbral de una obra literaria. Hay que asomarse a ella con discreción para no revelar lo que debe descubrir el lector, pero a la vez es obligación fomentar el interés por el hallazgo. En esta novela de Ada no será necesario crear la expectación, porque es ella la que, desde las primeras páginas, capta el interés con una acción sostenida e ininterrumpida.
La obra tiene un título muy expresivo para los tiempos que vivimos. Desde que la posmodernidad irrumpió lastrando las explicaciones universales, es la desolación la que se instala imponiendo la fragilidad que al menor movimiento muestra la debilidad para sostenernos. Parecería que la autora hubiera tomado el título en estos últimos meses, pero no ha sido así. Fue un mes de primavera en aquella casa rural, donde entre risas y escrituras, sus amigas dábamos vueltas al título de su novela terminada. Propuestas disparatadas que llegaron a este final y hoy parece la descripción misma de la salvaje situación que la novela describe.
Ese comienzo, al que la escritora consigue dar la vuelta hacia la ternura de una adolescencia rota, es la metáfora de un vuelo que resulta ser un disparo a bocajarro que sientes mientras lees. Sin embargo, no es la novela una narrativa dura, pese a la tristeza que pueda producir la percepción de un sufrimiento ocasionado por la pérdida y la culpa. Y eso es porque hay una construcción literaria que te lleva de la mano por una pendiente deslizante hacia el abismo al que unas niñas se abocan adelantándose a vivir antes de su tiempo. Ada nos advierte de la osadía para que lo sepamos antes del peligro en que se adentran sus personajes y la villanía de quienes deben cuidarlas y, sin embargo, colaboran con su destrucción.
Esa construcción de personajes —rencorosos por la vida que no pudieron tener y que con su abstención producen y después encubren el delito, desde el cinismo de querer ignorar las consecuencias—, unida a la idoneidad de un tema que ya esperaba ser tratado desde la novela, junto a la narrativa de una prosa ágil pero plena de lirismo y belleza, le devuelven a esa aventura cobarde y escabrosa la dignidad de la literatura capaz de ennoblecer una historia. Porque la literatura es forma y lenguaje, y el dominio que la autora muestra de estas dos exigencias, junto a los sentimientos que se pueden proyectar en la historia, satisface los requisitos de una gran obra. Expresar la vulnerabilidad del amor frente a la potencia de la pasión demuestra que Ada, además de ser una muy buena escritora, siente lo que expresa, porque de otra forma no podría hacerse.
Creo que Ada es una escritora de lenguaje poético, lírico, de sentimientos profundos y capacidad de abordar los grandes temas literarios: el amor, el desconsuelo, la miseria de las pasiones, la rebeldía y la inconsciencia. Todos desde la honradez de una literatura que solo está al servicio de contar, sin ahorrarnos nada, ni el estupor, ni el miedo, ni la mezquindad o el deseo, porque todo esto es humano y está en nosotros, pudiendo evidenciarse en cualquier momento y producir resultados devastadores. Es la literatura de las grandes escritoras, de la palabra justa, que nos evoca la lucidez de M. Yourcenar, la modernidad de C. Lispector o el sentimiento de Duras. Personajes complejos, de fuertes identidades, a veces egoístas e irresponsables, pero sometidos despues de todo a su propia fragilidad.
Si la primera condición que debe cumplir una reseña es la de invitar a cruzar un umbral, la segunda debería ser la objetividad en la valoración de la obra. Esta me resultará más difícil. Conocí a la autora cuando yo huía de mi propia vida y ella de la suya. La escritura libera, pero no solamente a quien escribe, también a quien lee. Y en aquella línea quebradiza de unas vidas, ser frágil pudo convertirse para ella en un luminoso proyecto de vida.