La mitología, los textos bíblicos, la historia y la literatura se han encargado de crear mitos y leyendas plagados de mujeres diabólicas, perversas, brujas, envenenadoras y asesinas. Las narraciones fueron ideadas por hombres. Ellos, hasta bien avanzado el siglo XIX tuvieron derecho a la formación y el aprendizaje de diferentes materias. Las mujeres lo tenían prohibido. Ellos tuvieron derecho a escribir; ellas no.
Moisés escribió el Pentateuco, que contiene el Génesis, que a su vez contiene el mito más poderoso y misógino de la historia, el de Eva. A Eva la antecedió Litith y la sucedió Judith, y Dalila y hasta una Salomé que, apenas siendo una niña, bailó eróticamente ante su padastro hasta conseguir que este ordenase, por orden de la niña, la decapitación del Bautista. Hasta ese repugnante extremo pueden llegar las leyendas que hipersexualizan a las niñas y perpetúan como asesinas de hombres.
Lejos de ser una estratega, Cleopatra ha pasado a la historia como un símbolo sexual, Mesalina, emperatriz romana, como la gran ninfómana de la época clásica y Lucrecia de Borghia como un prototipo de maldad a la que, bajo tradiciones poco fundamentadas, se atribuyen los más depravados vicios y terribles crímenes.
Esfinges, Medusas, Sirenas, Harpías y Vampiros son, entre otras, las monstruosas féminas que amedrantaron y fueron derrotadas por los héroes de todos los tiempos y cuyas imágenes se han propagado a lo largo de la historia del arte desde las vasijas griegas al mundo contemporáneo.
La perversa Venus, celosa de la belleza de Psique, envió a su hijo Cupido para que clavase en su pecho las flechas que la enamoraran del hombre más feo y despreciable del mundo. Así nos lo contaron Ovidio en “Las metamorfosis”, Cicerón en “De natura deorum”, Lactancio en “Divinae institutiones” o Justino en “Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo”.
La poderosa Pandora, primera mujer en la mitología griega y dueña de la caja que contenía todos los males, los liberó. Hesíodo en “Trabajos y días” contó que los hombres habían vivido libres de cargas, fatigas y enfermedades hasta que Pandora abrió el ánfora. Su crueldad llegó al extremo de cerrar la caja antes de liberar a la esperanza.
Cuenta Homero en la “Odisea” que Circe era una experta en la elaboración de pociones que hechizaban de tal modo a los hombres que olvidaban su familia y hogar. El mismo autor, pero en la “Iliada” contó que la belleza de Helena fue de tales dimensiones que causó la guerra de Troya.
Leda fornicando con un cisne, Dánae alcanzando orgasmos mientras Zeus la regaba transformado en lluvia dorada, Proserpina conviviendo la mitad del año con su abusador, las Sabinas mediando para que sus padres pactaran la paz con los hombres que las habían violado. Deyanira, Hilaria, Febe, Hipodamía y tantos cuerpos sexualizados, exhibidos, dando gozo y recreando sueños.
Y entre esos mitos y leyendas que han estigmatizado a las mujeres bajo la pluma o los pinceles de los hombres hallamos a Medea, la mala madre, bruja, hechicera, manipuladora, envenenadora y asesina, por fin, de sus propios hijos.
En el año 431 a.C. y en la Olimpiada 87ª, Eurípides presentó “Medea” inspirándose en un mito clásico que con esta tragedia alcanzó el tercer podio, tras Euforión y Sófocles. Cuenta la tragedia que Medea, sintiéndose repudiada por su esposo Jasón que pretendía contraer matrimonio con Creúsa, hija de Creonte, rey de Corinto, le envió a ella de regalo de bodas una túnica y una diadema, de increíble belleza e impregnadas de veneno. Cuando Creúsa se puso los adornos, casi al instante, su sensible piel empezó a corroerse y de su pelo aparecieron llamas. El rey Creonte, viendo a su hija pidiendo auxilio, intentó quitarle los adornos, pero el veneno de estos era tan fuerte que mató a ambos. Tras terminar con ella, Medea también mató a sus propios hijos, Feres y Mérmero, para vengarse en ellos de Jasón.
Desde la tragedia de Eurípides hasta la actualidad, la comunidad científica acepta como “Síndrome de Medea” el cuadro de síntomas que caracterizan a una madre o un padre en respuesta a los conflictos y al estrés que se derivan de la relación con su pareja, a descargar las frustraciones con agresividad hacia su descendencia, llegando incluso a utilizar a su hijo o hija como un instrumento de poder y de venganza hacia su pareja y arrebatarle la vida.
Curioso, cuanto menos, es que una atrocidad que en su mayoría cometen los hombres, tenga nombre de mujer y que, además sirva para que en casos recientes como el de Tomás Gimeno, el despiadado patriarcado pretenda invisibilizar el acto alegando que “Son las mujeres las que, en estos casos, más matan”.
Parece conveniente, pues, revisar algunos de los más de cuarenta asesinatos perpetrados, desde el año 2013, a manos de un progenitor, sin obviar que en 2011 se produjo uno de los que mediáticamente fue más abominable, el de Ruth y José a manos de José Bretón quien, tras suministrar a las criaturas fuertes fármacos los quemó en una pila funeraria. En el derecho de visitas que Bretón tenía mató a su hija y a su hijo. Un derecho que concedieron a un agresor de género.
En Málaga, en 2013, Miguel Ángel, conocido como el parricida de la Luz fue a visitar a su expareja, Estefanía, y aprovechó para asfixiarla a ella y al hijo de ambos, Gabriel de 5 años.
En Carabanchel en 2014 Jorge Diego Canepa, separado de Verónica G.C.C., también en el régimen de visitas, degolló al bebé de ambos de 19 meses y asestó 5 puñaladas al de 5 años, no sin antes advertir a la madre “No vas a volver a ver a los niños”.
También en 2012, en Asturias, José Ignacio Bilbao con una barra de hierro envuelta en papel de regalo golpeó a Amets de 9 años y a Sara de 7 hasta matarlas. Su madre Bárbara García, pese a su miedo, había sido obligada a entregarlas para que el asesino ejerciera su derecho de visitas.
Sin parpadear y con semblante escalofriante, en 2017 y tras casi 2 años en prisión David Oubel fue el primer español condenado a una pena de prisión permanente revisable tras haber suministrado fármacos para adormecer y después degollar con una radial y un cuchillo de cocina a sus hijas Amaia y Candela, de 4 y 9 años en 2015.
En Alzira, en 2017, mientras Victorita iba a trabajar, el padre de su hija de 2 años la degolló con un cuchillo.
En marzo de 2018 a Raquel M.M., profesora de idiomas y residente en Getafe, “presuntamente” José Antonio Gálvez asesinó a sus hijos Alejandro de 13 años y Marina de 8. Raquel trabajaba en una academia, José Antonio estaba en el paro, la relación entre ellos era conflictiva. El padre ahogó al hijo y la hija en una bañera, después depositó los cadáveres sobre una cama y les prendió fuego. Una de sus alegaciones fue “Yo iré al infierno y mis hijos al cielo”.
También en septiembre de 2018 Laura Ureta perdió a su hijo Eloy. El cadáver del niño de 6 años se halló junto con el de su padre biológico Pere A.C. en un barranco en la localidad francesa de Cerbère. Vivían en una situación de custodia compartida. Laura con formación universitaria e independiente económicamente trabaja en el Instituto Catalán de Salud. Otra mujer que le había plantado cara al sometimiento y al patriarcado.
En septiembre de 2019, en Castellón, mataron a las dos hijas de Itziar, Nerea de 6 años y Martina de 3, ambas apuñaladas por su padre tras la mujer haber denunciado en varias ocasiones que Ricardo C. G., padre biológico de ambas, la había amenazado con frases como «Ya te puedes ir despidiendo de las niñas». «Me voy a cargar lo que más quieres». «Te vas a quedar sola. De aquí yo voy a acabar en la cárcel y todos muertos». Itziar, psicóloga y experta en mediación familiar y trabajando en la fundación “Diagrama” había decidido separarse de Ricardo, un antiguo operario de una fábrica de azulejos y, en el momento del crimen, en el paro. Itziar, sabiendo la situación de riesgo en que estaban sus hijas solicitó la suspensión del régimen de visitas. A Itziar no le hicieron caso.
En Sa Pobla, Mallorca, en mayo de 2021 un niño de 7 años fue asesinado a golpes por su padre. Ahogada por Tomás Gimeno, su padre, fue hallada a más de mil metros de profundidad, dentro de una bolsa de deporte, hace apenas unos días, Olivia de seis años. El cuerpo de su hermana Anna, de un año aún no se ha encontrado.
A José, Miguel Ángel, Jorge Diego, José Ignacio, David, José Antonio, Pere, Ricardo y a Tomás, entre otros, la comunidad científica les diagnosticará un síndrome con nombre de mujer, un mito dentro de una tragedia escrita y ejecutada por hombres.
En la perversidad de crear a mujeres diabólicas en 1985, con menos poesía pero con el mismo dramatismo, Richard Gardner creó el “Síndrome de Alienación parental”, también conocido como de Medea (Wallerstein y Blakeslee, 1990), “Síndrome de la Madre maliciosa” (Turkat, 1994 citado por Arch, 2010), “Programación Parental en el Divorcio” (Clawar y Rivlin, 1991 citado por Arch, 2010), “Inculcación maliciosa” (Toldos, 2013, p. 134), “Desparentalización” (Ramirez, 2011), “Alienación parental” (Tapias, Sánchez y Torres, 2013 y Tejero, Gonzalez-Trijueque y García-López, 2014), etc. Este síndrome, aunque no admitido en el DSM V ni en el CIE 10, se continua hoy, en diferentes variantes, aplicando en los circuitos judiciales españoles a mujeres víctimas de violencia de género.
De nuevo, con este síndrome el sistema culpabiliza a la mujer, invisibiliza los malos tratos, obvia la vulnerabilidad a que está sometida la víctima, la castiga a través de sus hijos e hijas judicializando su vida y las obliga a entregarlos periódicamente al hombre que las maltrató, a ese padre que al parecer es bueno pese a lo sucedido.
A la luz salen los casos más mediáticos y a la sombra quedan múltiples vidas rotas cuyas sombras cercan los puntos de encuentro familiares.
Por un lado, quedan las que, para la sociedad patriarcal, son buenas mujeres, las que colaboran, se someten y resignan, las que acatan roles y estereotipos, obedecen y cumplen las visitas, las que cada semana tienen que entregar a sus hijas e hijos para que … los y las maten. Ruth, Estefanía, Verónica, Bárbara García, Rocío Viétez, Victoria, Raquel, Laura Ureta, Itziar o Beatriz Zimmermann son algunas de ellas.
Por otro lado, están las qué, para la sociedad patriarcal, son malas mujeres (y por extensión malas madres), las que no colaboran, ni callan, ni olvidan los malos tratos que sufrieron, las que se niegan a seguir siendo sometidas, las que incumplen y desobedecen porque es la única forma que tienen de proteger a sus hijas e hijos. A ellas son a las que llaman alienadoras. A ellas son a las que la sentencias retiran la custodia de sus hijos y también la patria potestad.
De mitos y leyendas se nutre nuestra historia, una historia misógina que por ambas caras estigmatiza a las mujeres y deja en desamparo a criaturas. Una historia cruel que pretende que se olvide el daño, que persiste en negar culpas y trivializa con dramas diarios mediatizados y tenidos en cuenta cuando no tienen solución.
¿Seguimos siendo “buenas”?
a) {De mitos y leyendas se nutre nuestra historia, una historia misógina que por ambas caras estigmatiza a las mujeres y deja en desamparo a criaturas. Una historia cruel que pretende que se olvide el daño, que persiste en negar culpas y trivializa con dramas diarios mediatizados y tenidos en cuenta cuando no tienen solución.}
EstherTauroni Bernabeu en su admirable exposición conceptual registra que, lo que debe alertarnos permanente y constantemente, sería no caer en la finalidad que persigue el patriarca de debatir partes o sectores de su discurso homogéneo sin fisuras. El patriarcado es el amo. Amo que condiciona presente y futuro de lo femenino. La “habilidad” del patriarca, dueño del lenguaje y pensamiento femenino traslada el debate de sus “realizaciones” a la ciudadanía. Habilidad del patriarcado en su perverso accionar controlador de los organismos formales, que provoca una especial maquinación donde su discurso de efectiva consistencia, es “desgranado” y lo “tira” desunido para que se haga cargo el feminismo. El patriarcado acciona, ejecuta y crea un ensamble de víctimas y victimarios en un discurso coherente, que luego desensambla y lo tira parcializado al feminismo para el enredo “leguleyo”, con el fin de lograr enfrentamientos contradictorios
El sentido y la verdad del feminismo, es la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual
Lo femenino es el camino
Osvaldo Buscaya
Psicoanalítico (Freud)
Aspectos esenciales e inéditos del Siglo XXI
Buenos Aires
Argentina
17/6/2021