Las mujeres, aun siendo más de la mitad de la población, son víctimas de los mandatos del sistema patriarcal que las subyuga por haber nacido mujeres. Dicho sistema impone estrictas normas que ejercen sobre ellas una presión insoportable. Estas normas son estereotipos sexuales construidos de manera artificial e insuflados mediante la sociabilización. Es una forma de “adiestramiento para conseguir mujeres y varones “normales”
El adoctrinamiento que refiero se inicia en el seno de la familia al hacer agujeros en las orejas de la recién nacida, ponerle pendientes, un vestidito rosa, un lazo o una flor en el pelo. Es por medio del aprendizaje de esos prototipos y prejuicios impuestos, que se desarrollan una serie de creencias y actitudes diferenciadas que marcan como deben ser las mujeres y los varones, y que coloca a las primeras en una posición de otredad y de subalternas respecto a los varones situados en la parte de arriba del sistema.
Lo descrito hasta aquí sirve para las hembras normativas, para las que esos mandatos resultan opresivos y suscitan un problema de considerable envergadura, pero si la neonata no encaja, no puede cumplir lo que el sistema espera de ella por tener discapacidad, la aparta y discrimina. Puede ser que entonces perciba los roles como marca de normalidad y luche por ser aceptada y percibida como una más. Se trata de lo que la activista invidente y cabeza visible del CERMI mujeres Ana Peláez denomina, sin mostrar viso alguno de reprobación, rol femenino.
Según las estrictas reglas patriarcales, una mujer “normal”, debe ser femenina, adoptar el rol del cuidado, cumplir el canon de belleza o en su defecto sexualizarse y mostrarse accesible sexualmente a los varones. Eso es a lo que aspiran algunas hembras adultas con discapacidad. Todo ello parece ser una forma de mito de la libre elección. Eligen los estereotipos sexistas para ser consideradas mujeres y dejar de ser eternamente infantilizadas, ridiculizadas o ninguneadas hasta por otras mujeres con quienes comparten opresión por haber nacido mujeres.
El feminismo es un movimiento variopinto y diverso como lo son las mujeres. El movimiento feminista nos sirve a todas. En mi opinión, no creo que exista un feminismo capacitista o discáfobo. Es cierto que hay mujeres que se denominan feministas y expresan su desdén por mujeres con dificultades de comunicación verbal, o que tienen que salvar más escollos para caminar que el resto o con una imagen que no se ajusta al modelo considerado prototípicamente perfecto. El desprecio de las mujeres normativas podría estar causado por el miedo a no poder escapar del rol de cuidadora que quieren abolir, o un medio para recomponer su autoestima quebrada por las opresiones y violencias con las que el sistema las hace dudar de sí mismas. En tal situación, incrementan su autoestima al compararse con personas con la autoestima aún más dañada, algo similar a lo que hacían los reyes absolutistas con los bufones, enanos, locos y el resto de “gentes de placer” en los ambientes cortesanos. Con ello se hacía patente la jerarquía existente entre el rey o noble y el bufón, lo que proporcionaba pertrechos al de mayor alcurnia para brillar en contraste con el loco o el deforme. El patriarcado es exigente y mucho más con las mujeres, más aún con las mujeres con alguna disfuncionalidad. Desde mi atalaya me permito afirmar que si no hay más mujeres con discapacidad en el movimiento feminista es por ese temor al rechazo de su diferencia, a no ser creídas cuando manifiestan que son violentadas o a que les hagan sentir que lo son con razón.
Como aseveraba unas líneas más arriba, las mujeres con discapacidad no cumplen exactamente los mandatos patriarcales, por eso el sistema las aparta y discrimina. Por ello, afirmo que no son las feministas las que hacen gala de capacitismo sino el sistema patriarcal que las desecha al no servir a sus planes, o eso era hasta ahora.
El sistema se encuentra en continuo cambio con el fin de asegurar su supervivencia, ya que, al proliferar mujeres normativas que se rebelan contra las constreñidas órdenes, el patriarcado busca su relevo en mujeres más dóciles y manejables, que desean encajar y seguir los mandatos para sentirse queridas y deseadas. Así, abundan modelos de pasarela Síndrome de Down, otras manifiestan deseos por demostrar que pueden ejercer el rol del cuidado y, para completar el cuadro, la primera actriz porno ciega, una joven madrileña de 19 años que ha recibido la alternativa de la mano del empresario del porno Torbe, que ha cedido ante la insistencia de la joven. Lo que parece una concesión o gracia del conocido empresario del porno a la inclusión de la discapacidad, pero es justo al revés.
Nos hallamos ante la explotación y el aprovechamiento de una mujer más vulnerable y cuyos esfuerzos por encajar en el emporio pornográfico pueden conducir a que se desencadenen mayores parafilias y perversiones. El porno no es sexo sino violencia. Es en esa violencia filmada en la que infancia y adolescencia descubren su sexualidad y educan su deseo a falta de educación sexual integral. En el porno es en donde nuestros niños y jóvenes aprenden lo que pueden hacer con las mujeres. Si ven a una chica invidente en esas filmaciones, no tardarán en ponerlo en práctica con otras mujeres con discapacidad.
En conclusión, hablar de feminismo capacitista resulta una afirmación falaz. Es el sistema patriarcal, con sus dictados rígidos, quien discrimina y dificulta las relaciones y el buen entendimiento entre las mujeres, quien marca que las mujeres son las peores enemigas de las mujeres. Debemos librarnos del capacitismo para construir la sociedad que queremos. La sociedad en la que quepamos todas.