Mientras nos esforzamos por doblar las curvas de contagios y muertes debido a la Covid19, en poco tiempo se ha hecho fuerte entre nosotros otra pandemia digna de las obras de ciencia ficción más inverosímiles: el mundo rico ha decidido detener el crecimiento de sus niños y niñas cuando llegan a la pubertad, inocularles hormonas del sexo contrario y mutilarlos, amputándoles pechos y genitales, para adaptarlos a unos sentimientos profundos de malestar con el sexo de sus cuerpos.
La revelación se puede manifestar entre niños y adolescentes en cualquier momento, convertidos súbitamente en sabios de su verdadera identidad presente y futura por obra de un espíritu sexuado que los habita, siempre contrario al sexo que todo el mundo les ve. Familias, profesorado, psicólogos y pediatras que nunca habrían sospechado la existencia real de tal incongruencia entre cuerpo y mente, que crece a pasos agigantados entre la generación joven informadísima por internet, absorben rápidamente la buena nueva y se suman entusiastas a difundirla. Madres y padres redescubren señales inequívocas en hijos e hijas -en adelante, fillis (hijes), según el nuevo género gramatical inventado por la consejera Tania Verge- que, en la oscuridad que vivían, no habían sabido interpretar.
Expertos de todo tipo alertan de los peligros de contradecirles, no ya sobre si quieren ir a la escuela en pijama, macarrones para el desayuno o un móvil de última generación, sino sobre la satisfacción inmediata de lo que reclama su conocimiento íntimo e incuestionable de la vida y el sexo, tanto si tienen 3 años como si tienen 16. Profesoras que pensaban, ingenuas, que eran feministas porque luchaban para educar a niñas y niños como iguales, libres de limitaciones sexistas y queriéndose como eran, se reciclan con urgencia en la novísima corriente. Así, animan a las criaturas a encontrar su verdadera identidad sexual, ayudadas por simpáticas entidades que actualizan con múltiples cursos y cuentos avalados por el Departamento de Educación toda su formación anterior, tan desfasada.
Las grandes corporaciones médico-farmacéuticas, siempre tan pendientes de la salud de la población, ya han creado todos los tratamientos y drogas vitalicias que, por suerte, llevarán el bienestar a nuestros niños y jóvenes. Según los papeles que les da la sanidad catalana con la receta de las hormonas, prácticamente todo son ventajas. Aquí hay que decir que Suecia, Finlandia, Irlanda y otros renegados que han puesto fin a estos protocolos seguro que exageran sobre sus daños irreversibles. Al fin y al cabo, si ya no tienes pechos ¡no puedes tener cáncer de mama!
Nuestras políticas y políticos no se quedan atrás en su trabajo infatigable por el bien común y ley que tocan, ley donde redefinen el sujeto de derecho, ahora de sexo sentido. El Consejo de Ministros ya tiene preparada una ley trans para arreglarlo del todo. En Canarias, cuando un señor que había violado y asesinado a su prima afirmó de repente que no era un señor, sino una señora, no dudaron ni un minuto en enviarlo a un módulo de mujeres, protegiendo la nueva presa sentida de vete a saber qué hombretones en la cárcel que le habría tocado. Siempre abocados a la protección de la infancia, han aprobado en Cataluña no una sino cinco leyes y protocolos trans de obligado cumplimiento en las escuelas. Nada tan eficaz para liberar al alumnado de la biología tránsfoba de los libros de texto, donde aún se dice que los humanos somos una especie animal binaria, como un buen taller donde se explique que un pene pequeño es como un clítoris grande. Tan bien informados están nuestros y nuestras representantes de las consecuencias de tales leyes y protocolos que no han considerado en ningún momento que la sociedad catalana tuviera que prestar atención a debates públicos que sólo habrían retrasado el disfrute de sus bondades. Y en un entendimiento sin precedentes, coinciden en este esfuerzo los partidos defensores de la desregulación del mercado sin corsés políticos y fronterizos y los que anuncian el advenimiento automático del socialismo por la vía de la independencia.
Y así se multiplican exponencialmente las transiciones sociales -los cambios de nombres, vestidos y peinados, y un sorprendente interés por los pronombres-, seguidas de las transiciones médicas entre nuestra infancia y adolescencia. Somos tan modernos que se suma a ello el triple de chicas que de chicos. Todo hace pensar que pronto disfrutaremos también aquí de ofertas y descuentos en la doble amputación de senos como regalo idóneo de final de curso. Siempre próximos al liderazgo mundial, seguimos así la estela de una sociedad tan sana, igualitaria y referente en salud pública como la estadounidense, donde incluso los niños de la calle tienen derecho a las hormonas cruzadas para aliviar su insoportable sufrimiento -a causa de su sexo, no de que no tengan donde caerse muertos. De Naciones Unidas a Save The Children, del Irán islamista a los sindicatos de clase, de Hollywood a las universidades punteras, de Amazon al Gobierno de la Generalitat y TV3, el mundo vela por los nuevos derechos humanos trans que nos llevarán a cotas insospechadas de justicia social, porque todo el mundo tiene derecho a ser quien es, incluso si es de sexo fluido que va cambiando a lo largo de la vida. El sistema económico será el mismo, eso sí. Es lo mínimo que se puede hacer por los que inducen deseos y los satisfacen en el mercado global. Porque también, en eso, ganan los de siempre.