Si vamos al diccionario encontramos que el término “mística” hace referencia al misticismo y tal concepto es definido en su primera acepción como: «Estado de la persona que se dedica mucho a Dios o a las cosas espirituales».
La mística nos va a servir en el mundo terrenal y más concretamente al acercarnos al Ministerio de Igualdad donde comprobamos que la ministra de esta cartera, Irene Montero, en su defensa de la ley para la “libre autodeterminación del género” asegura que «cada quien es quien dice ser y que es la persona la que dice quién es». A priori puede parecer un poco lioso este juego de palabras, pero es la línea argumental que sigue para todo aquello que expone y que difunde a través de su cuenta de Twitter, arropada por su séquito en una constante performance.
Según Montero, «el sentido, la base de la ley trans en nuestro país tiene que ser el reconocimiento de la libre determinación de la identidad de género». ¿Y qué significa eso exactamente?
Según Montero, «el sentido, la base de la ley trans en nuestro país tiene que ser el reconocimiento de la libre determinación de la identidad de género». ¿Y qué significa eso exactamente? Intentando traducirlo podemos entender que lo que se pretende es que una construcción social que tiene que ver con roles, actitudes y comportamientos, y que como tal construcción social no viene de nacimiento sino que se va creando en el proceso de socialización, pase a formar parte de una identidad, es decir, que nos identifiquemos con ello. Por ejemplo, las mujeres desde que somos niñas aprendemos que nuestro lugar es la cocina, cambiar pañales y ser dóciles, comprensivas y calladas. Por el contrario, los niños juegan a las aventuras, normalizan la violencia y ante cualquier actitud de mando se les motiva con aquello de aptitudes de liderazgo; ya que en dicho proceso de socialización se da una socialización diferencial. Esto que parece de otro tiempo es algo que llega a nuestros días y que ha hecho a nuestro Gobierno tomar cartas en el asunto desde el Ministerio de Consumo con la elaboración de una Guía para la elección de juguetes sin estereotipos sexistas, con el fin de romper esas casillas delimitadas del rosa y del azul.
lo que se pretende es que una construcción social que tiene que ver con roles, actitudes y comportamientos, y que como tal construcción social no viene de nacimiento sino que se va creando en el proceso de socialización, pase a formar parte de una identidad, es decir, que nos identifiquemos con ello.
Retomando la “autodeterminación del género”, no se trata de autoidentificarse con roles sino con una puesta en escena de la estereotipia de ser mujer. Y aquí entra la primera y más flagrante confusión: equiparar sexo y género. El sexo no se reduce a genitales y los genitales tampoco se limitan a los genitales externos que se aprecian entre las piernas y que hace al personal médico en una primera observación constatar tras el parto que lo que esa mujer acaba de traer al mundo por su vagina es un niño o una niña. El sexo tiene que ver con algo clave como son los cromosomas, un hallazgo que le debemos a una mujer, Rosalind Franklin, que descubrió la estructura de doble hélice del ADN y que por ser mujer fue invisibilizada en la autoría de este descubrimiento del que se sirvieron para el reconocimiento sus compañeros de laboratorio; llevándose el Nobel sin mencionarla.
Situamos de nuevo el foco en el análisis de las categorías sexo-género para traer la misoginia y el desprecio hacia las capacidades de las mujeres, sus logros y aportaciones científicas, de las que se apropiaban los hombres; cómo a día de hoy sigue marcando la elección en las diversas ramas del estudio y que por ello a través de un Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia se intenta acabar con el fenómeno Matilda del que la propia Rosalind Franklin fue víctima.
Al analizar este panorama distópico nos encontramos que no es algo nuevo dentro de la lógica patriarcal, esto es, tal como refieren algunas referentes feministas, ante un nuevo avance de las mujeres viene una reacción patriarcal. No obstante, sí hay elementos nuevos cuya conceptualización la ha desarrollado la filósofa Alicia Miyares y que ya se anuncian en el título de este artículo. La novedad, como explica, es la nueva misoginia, que no es el desprecio del sexo sino convertir el sexo en una categoría irrelevante.
Alicia Miyares en su libro Distopías patriarcales. Análisis feminista del «generismo queer» se hace algunas preguntas para después argumentar desde la razón: «¿Por qué la clase social, la raza y el “género” tienen significado social y el “sexo” no? Despojar al “sexo” de significado social es lo mismo que afirmar que la estratificación sexual no existe y que el feminismo es una invención sin base real alguna. Para que no haya margen de error en lo que quiero transmitir: imaginemos que alguien afirmara que la “clase social” carece de significado social; negaríamos entonces la estratificación y las desigualdades sociales y dejaríamos sin efecto la lucha del movimiento obrero; o supongamos que la “raza” carece de significado social: ¿podríamos entonces perseguir el racismo? El negacionismo sobre el “sexo” evita hacer frente a la verdad incómoda planteada por el feminismo: la pervivencia de la injusticia sexual. La injusticia sexual no se combate ignorando que el “sexo” sea un dato biológico, se combate no otorgando a datos biológicos disposiciones naturales de carácter o función social diferenciada».
Si no hay mujeres y hombres no hay jerarquías, no hay opresores y oprimidas y tampoco posiciones de hegemonía y subordinación. Lo sustituimos por “personas” y por arte de magia o por la fuerza del misticismo desaparece la discriminación por sexo a pesar de vivir en un sistema patriarcal constituido en base a una jerarquía sexual. Ahora es una moda, y por lo tanto se repite, hablar de “género no binario” y de personas. Pretende ser innovador y progresista esto de mantenerse neutro dejando el mismo orden establecido y por el contrario las reaccionarias son las feministas en ese empeño desde hace siglos de querer subvertir el orden injusto. Dicho de otra manera, quienes promueven las agendas del patriarcado, y aquí entra el pack de defender la prostitución como trabajo, el alquiler de vientres como otra elección más o la pornografía como libertad sexual, son las mismas personas que dicen ir en contra de cierta normatividad acatando la norma de un sistema de dominación más antiguo que la propiedad privada como nos ilustra la historiadora Gerda Lerner.
Por ejemplificar, ante lo irrelevante de la categoría sexo no tendrían sentido leyes de Igualdad que aseguran un equilibrio entre los sexos en la representación de las listas para las candidaturas electorales. En esta línea, qué importancia tiene eso que llamamos brecha salarial entre mujeres y hombres y que se refleja en un día que se ha vuelto a recordar este pasado mes de febrero como es el Día Internacional de la Igualdad Salarial. Tampoco sería necesaria la Ley 1/2004 para una violencia específica cometida por un sexo determinado hacia un sexo concreto. Por otro lado, ya que se ha celebrado recientemente la gala del cine español, carecería de significación los datos que ofrece CIMA en su informe de 2020 acerca del 33% de representatividad de las mujeres en el sector cinematográfico frente a un 67% de los hombres. Por continuar con otro campo llegamos al deporte, un lugar prohibido para las mujeres que no podían competir y que una vez conseguido su acceso y establecidas las categorías que atienden a sus diferencias anatómicas ahora se empieza a difuminar todo para que los varones “autoidentificados” como mujeres se alcen en el pódium de las mujeres. ¿Y qué ocurre con la medicina? Nos enfrentamos a una ignominia mayor al invisibilizar características diferenciales que precisan de estudio para poder establecer diagnósticos correctos y no usar como parámetro estándar al varón.
La médica e investigadora Carme Valls, autora del libro Mujeres invisibles para la medicina, empezó hace treinta y cinco años a mirar los libros y las revistas de medicina y vio que las mujeres no estaban representadas en los trabajos de investigación, ni en el aspecto biológico, ni en aspectos sociales, culturales o medioambientales. Como afirma Valls, las investigaciones médicas han de estar diferenciadas por sexo y las estadísticas deben estar desagregadas por sexo ya que de lo contrario se presupone que estudiando a los hombres se estudian a las mujeres. En estas diferencias biológicas hallamos algo esencial para la vida como es la menstruación, que como apunta Carmen Valls, ha sido tabú hasta tal punto que no se presta atención al ciclo menstrual ni a los posibles trastornos que quedan tapados con anticonceptivos. Y si no se atiende al sexo como categoría relevante seguiríamos cometiendo un error que se mantuvo hasta el año 1992 de no hacer ni un solo trabajo de investigación sobre el infarto de miocardio o accidentes vasculares en mujeres y que tuvo consecuencias tan graves como no poder salvar las vidas de esas mujeres.
¿Qué sería por tanto la perspectiva de género? La investigadora lo aclara: «Hablar de perspectiva de género no es estudiar sólo a las mujeres sino que es el análisis de normas, creencias, de hechos, obligaciones y relaciones que sitúan a mujeres y a hombres de forma diferente en el conjunto de la sociedad y que condicionan los trabajos de investigación porque cuando hay una relación de poder se investiga siempre más al poderoso».
Continuando con la visualización no nos alarmaría la foto de la cúpula del Poder Judicial, del G-20, o de la RAE porque sólo habría personas. Y sería un asunto baladí que desde la creación de la ONU en 1945 ni una sola mujer haya ocupado la Secretaría General (nueve secretarios) a pesar de quedar constancia en la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la necesidad de incorporar la participación de las mujeres en la resolución de conflictos para el mantenimiento de la paz.
no nos alarmaría la foto de la cúpula del Poder Judicial, del G-20, o de la RAE porque sólo habría personas.
Así que nada de cúpulas de poder, de segregación vertical y horizontal, de misoginia en el campo de las letras, de trabajos feminizados y de más precariedad laboral con doble o triple jornada laboral al asumir las mujeres los cuidados, por ser mujeres.
Estamos ante una cuestión que requiere de seriedad y parece que esta oleada posmoderna en la que está inmersa nuestra izquierda sólo nos trae frivolidad. No sería alarmante si esta deriva no marcarse la agenda en las instituciones y si no se utilizara el feminismo para despolitizarlo haciendo creer que cualquier deseo es una vindicación feminista o que cualquier colectivo forma parte de este movimiento social y político como sujeto del mismo.
Cuando las feministas alzamos la voz, elaboramos una crítica desde la razón y aportamos esas luces que traemos desde la Ilustración nos acusan de ser portadoras de odio y piden nuestra cancelación.
defenderemos el sexo como categoría relevante
Mientras niegan la realidad material de ser mujeres la violencia sigue operando sobre nuestros cuerpos y por lo tanto nuestras vidas ya que no somos cuerpos sino seres humanos. Ahora que caminamos hacia el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, tenemos que seguir explicando que esta fecha conmemora una lucha para ser consideradas seres humanos en una sociedad que nos trata como mercancía. Y para ello es imprescindible el reconocimiento y con esto la justicia sexual. De nuevo cito a la filósofa Alicia Miyares, esta vez en su libro Democracia feminista, para concluir con un concepto clave en esta exposición: «La justicia sexual al recurrir a los conceptos de opresión y dominación visualiza instancias que de manera tradicional se han identificado con la vida de los sujetos o con los valores culturales. En términos rawlsianos, la justicia como imparcialidad extrapolada al análisis de otras culturas se convierte en un difuso y peligroso relativismo cultural. Por el contrario, la justicia sexual, no se adecua a una sociedad concreta, muestra los mecanismos de justicia o injusticia en cualquier sociedad dada o en cualquier contexto histórico conocido. En definitiva, no puede haber justicia social sin justicia sexual. La justicia sexual aborda principalmente la injusticia del poder sexual y la división sexual del trabajo. La justicia sexual considera que sin una redefinición social en torno a los sexos, basada en el reconocimiento, las instituciones seguirán reproduciendo ideologías, normas y estereotipos desiguales a mujeres y varones».
Por lo tanto, defenderemos el sexo como categoría relevante y seguiremos en el camino de librarnos de la opresión del género para alcanzar así la justicia sexual; y lo haremos guiadas por la potencia política del feminismo.