La mística de la sexualidad

Amparo Mañes
Amparo Mañes
Psicóloga por la Universitat de València. Feminista. Agenda del Feminismo: Abolición del género
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Mucha gente se pregunta qué está ocurriendo con el fenómeno de la Disforia de género de inicio rápido. La ROGD (por sus siglas en inglés), es un fenómeno relativamente reciente, observado en adolescentes sin manifestaciones previas, principalmente niñas (en torno a 80%)[1], que de repente anuncian su deseo de transición al sexo opuesto.

Hay, en esa inquietud por conocer las causas, algo que inevitablemente me retrotrae a los años 60, cuando Betty Friedan[2] se da cuenta de que a las mujeres norteamericanas de su generación les aqueja un “malestar que no tiene nombre” y se pregunta a qué puede deberse, hasta que identifica la artificial e interesada creación social de “La mística de la femineidad” como la base de ese malestar.

Pues me permito sugerir, a quienes sorprende esta disforia de las adolescentes, que no debe andar muy lejos de ese fenómeno la socialización que reciben las chicas, desde su más tierna infancia y, en particular, en lo que atañe a la mística de la sexualidad que se les propone en la adolescencia. Esta es mi hipótesis que invito a profundizar:

Socialmente, a las niñas se les introduce, casi recién nacidas, una primera marca de género[3] -los pendientes-, condicionando con ello la forma de dirigirse y tratarlas a ellas, claramente diferente al trato dispensado a los varones. Como uno de los muchos ejemplos que podría poner aquí, a las niñas se las trata como seres frágiles, al contrario que a los niños, a los que se les presupone fuerza y carácter. A las niñas se las enseña a realizar actividades lúdicas tranquilas, en los márgenes de ese centro físico que ocupan los niños en los patios escolares[4].

También desde la más tierna infancia se las acostumbra a que es mejor llevar el pelo largo (más tiempo para desenredarlo, peinarse…), mejor llevar vestidos y faldas (más restricción de movimientos porque tampoco deben enseñar la ropa interior…).

Mientras a los chicos se les inculca la competitividad y la agresividad mediante actividades y juegos violentos, a ellas se les invita a ser dulces y tranquilas y, sobre todo, se las empieza a entrenar concienzudamente para el cuidado (cuidar a muñecos, cuidar de la casa: cocinitas, sets de limpieza…).

Todos los mensajes por medio de los que se socializa a las niñas ponen también énfasis en la importancia del físico. De hecho, en recalcar que eso es lo que más importa en ellas. Desde muy pequeñas, hay que ponerse guapa, adornarse. Por eso les regalan sets de maquillaje, de peluquería…que enseñan a las niñas a arreglarse: ojo al mensaje, porque solo se arregla lo que está “estropeado”. El evidente objetivo de necesitar arreglarse es “agradar a otros”, ¡ay de las niñas que no entran del canon de belleza y no alcanzan el estándar exigido! pienso por ejemplo las gorditas, las que deben llevar gruesas gafas, las desgarbadas…

Todos los mensajes por medio de los que se socializa a las niñas ponen también énfasis en la importancia del físico. De hecho, en recalcar que eso es lo que más importa en ellas.

Por su parte, el sistema educativo (que -por cierto- no hay manera de transformar en coeducativo), les enseña a las niñas, engañándolas -véase el proyecto Women’s Legacy– la irrelevancia de las aportaciones de las mujeres al progreso de la humanidad. Eso socava la autoestima de las niñas con un potente mensaje subliminal: que las mujeres no son igual de brillantes e inteligentes que los chicos, que el genio sólo tiene sexo masculino[5]. Ocupando así los hombres el centro simbólico de todo lo que tiene valor; y dando valor únicamente a lo que es valioso para los varones.

Parece ser que no hay tiempo durante el desarrollo de los distintos niveles educativos para explicarles a las niñas el pequeño detalle de que el conocimiento les ha estado vedado hasta bien entrado el siglo XIX y que, a pesar de ello, hay referentes femeninos en todas las ramas del saber y en todo tiempo y lugar. Y que eso nos ha sido sistemáticamente ocultado. Tampoco se les explica que -por ejemplo, en España-, a pesar de que se autorizaron los estudios universitarios a las mujeres en 1910, en poco más de un siglo, el sistema universitario egresa de sus aulas más alumnas que alumnos, y además con menor tasa de abandono, mejor rendimiento académico y mayor tasa de éxito que sus colegas varones.

Bien. Esta es una muy somera descripción de la socialización de las niñas. Eso sin contar con la posibilidad de que a todo ello no tengamos que añadir el riesgo de ser abusadas sexualmente por su entorno familiar y/o cercano lo que, a medida que se investiga el fenómeno, se constata que es más alto[6].

Ya podemos imaginar que todo ello hace que las niñas lleguen a la adolescencia con mucha menor autoestima que sus compañeros varones. Además, como es sabido, en esta etapa vital se experimentan cambios corporales que hacen que les cueste reconocerse, llegando a experimentar un considerable “extrañamiento” de su propio cuerpo. Y, al contrario que los varones, ellas reciben -simultáneamente- una fortísima presión para hipersexualizarse. Ese mandato de hipersexualización lleva aparejados unos estándares físicos muy difíciles -cuando no imposibles- de alcanzar. Y, sin embargo, lo intentan; porque saben que la alternativa, de no hacerlo, es quedar relegadas a la invisibilidad. Y las jovencitas necesitan ser vistas porque ya las han convencido de que su existencia no se justifica en sí misma, sino en “ser para otros” en “agradar a otros”.

Con esta finalidad, el aprendizaje para las chicas de la “ley del agrado”[7] se refuerza por diversos medios: mediante un sinfín de revistas femeninas, cine, series de televisión, canciones, etc.; también a través de redes sociales e influencers. Se les introduce en todos y cada uno de los mitos del amor romántico. Así saben que son ellas las que tienen que conquistar y retener a las potenciales parejas masculinas (lo que, de paso, parece ignorar la posibilidad de que algunas de ellas tengan una distinta orientación sexual).

¿Qué hacen ellos, mientras tanto? Jugar a videojuegos, cuanto más violentos mejor, escuchar canciones con letras cada vez más misóginas, ver revistas de motor, deportivas…y visionar pornografía, mucha pornografía[8]. Una pornografía que les enseña (a ellas también), que el único deseo que importa es el masculino. Por eso, los compañeros adolescentes que fueron sus “colegas infantiles”, empiezan a permitirse juzgar los cuerpos de las chicas (cosificándolas), a hacer bromas pesadas sobre los mismos y, si tienen relaciones sexuales, a exigirles a ellas las prácticas que han aprendido ahí, en la pornografía que -lo sabemos de sobra- aunque disfrazada de libertad sexual, es, en realidad, violencia misógina erotizada. Los varones vuelven a ocupar el centro simbólico, esta vez en el entorno de la sexualidad.

Las jovencitas aprenden, bien pronto, que su sexo las condena a plegarse a una “Mística de la sexualidad” que básicamente consiste en interiorizar que su placer y sus deseos sexuales no importan y que deben conformarse con proporcionar placer a uno o varios varones (secuencialmente o a la vez), renunciando a su propio placer. Y no sólo eso. También se las pretende convencer de que deben aceptar, e incluso erotizar, prácticas vejatorias, dolorosas o, como mínimo, no placenteras que les reclaman crecientes generaciones de pornovarones.

Las jovencitas aprenden, bien pronto, que su sexo las condena a plegarse a una “Mística de la sexualidad”

En ese punto, creo yo, se propicia el caldo de cultivo para que surja el malestar que no tiene nombre, esta vez referido a la mística de la sexualidad que se propone a las mujeres. Y las jovencitas que experimentan ese malestar sólo aciertan a pensar “la sexualidad no es esto…no puede ser esto”; pero, como también les ocurría a las norteamericanas de los años 60, para estas adolescentes saber lo que NO quieren les aporta poco en orden a solucionar sus problemas. Porque, sabiendo lo que rechazan, ¿qué es entonces, lo que quieren? No pueden saberlo porque a las mujeres nos ha estado vedado indagar en nuestro propio placer sexual o en aquello que nos erotiza, si no está mediado por el deseo masculino que ahora, gracias a la pornografía, es omnipotente y omnipresente. Las mujeres carecemos de referencias y de referentes autónomos. El malestar, pues, persiste. Y así, son las redes sociales las que ofrecen una solución a ese nuevo “malestar”: “Si rechazas la mística de la sexualidad femenina es porque, en realidad, has nacido en el cuerpo equivocado. ¡HAZTE HOMBRE!”

No me cabe duda de que el fenómeno ROGD es complejo, y que buena parte del mismo se puede explicar atribuyéndolo a vacilaciones sobre la orientación sexual, a trastornos como el autismo, a abusos sexuales durante la infancia, al contagio social… pero también a que no pocas adolescentes rechazan los estereotipos de género que nos inferiorizan y que toman su máxima expresión en la actual mística de la sexualidad.

En efecto, y a mi juicio, al menos una parte de la ROGD femenina podría derivarse de la necesidad de huir de la suerte a la que nuestra sociedad condena a las mujeres con la nueva sexualidad que se les propone. Y, aunque esa huida conlleve un terrible precio (mastectomía bilateral de pechos sanos, hormonación de por vida…), todo parece justificado con tal de evitar el destino que el imaginario sexual masculino les reserva: Ser cosificadas e hipersexualizadas. Ser violadas y violentadas. Ser vejadas y humilladas. Ser torturadas y, en el extremo del continuo sexo-violencia, ser asesinadas.

Por eso es hora, no sólo de abolir la pornografía, esa gigantesca construcción patriarcal donde se erotiza la desigualdad entre hombres y mujeres hasta su extremo, sino también de indagar autónomamente, sin dejarse influenciar por lo que nos propone la masculina, en la sexualidad de las mujeres. En lo que a cada una de nosotras nos proporciona placer sexual, lo que nos erotiza, lo que “nos pone a 100”; pero también en lo que no nos gusta, lo que nos da asco, lo que rechazamos por uno u otro motivo. Puede que al hacerlo pretendan tacharnos de mojigatas, rancias o retrógradas. Pues si los varones llaman así a preservar nuestro derecho a una vida libre de violencia, nuestra dignidad como personas y nuestra plena autonomía corporal, ningún problema: LO SOMOS.

Pero solo desde el reconocimiento de nuestra auténtica sexualidad, reclamando la satisfacción de nuestros deseos sexuales a otra persona que también los tiene, en pie de igualdad y con reconocimiento mutuo, desde la reciprocidad para dar y obtener placer, se podrá hablar de sexualidad. Lo que hoy nos ofrece esa burda “mística de la sexualidad” no es otra cosa que el monstruo que ha generado el Patriarcado para continuar sometiéndonos.

Mientras eso no ocurra ¿Alguien puede sorprenderse de que ese sea uno de los motivos, y no menor, del crecimiento exponencial de la Disforia de Género de Inicio Rápido entre las jovencitas? Pocas me parecen.


[1] Lisa Littman. Disforia de género de inicio rápido en adolescentes y adultos jóvenes. PLOS ONE , 2018; 13 8: e0202330 DOI: 10.1371 / journal.pone.0202330

[2] Friedan, Betty. La mística de la feminidad. Ediciones Cátedra, 2017.

[3] Miguel, Ana de. Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Cátedra, Madrid, 2015.

[4] Subirats, M & Tomé, A. Balones Fuera. Octaedro. Barcelona, 2010.

[5] Lin Bian, Sarah-Jane Leslie, Andrei Cimpian «Gender stereotypes about intellectual ability emerge early and influence children’s interests» Science (enero 2017).

[6] https://www.savethechildren.es/sites/default/files/2021-11/Los_abusos_sexuales_hacia_la_infancia_en_ESP.pdf

[7] Esta ley se basa, como Amelia Valcárcel -quien la enunció- explica, en que toda mujer es educada en el agrado, en satisfacer al otro. Exige a las mujeres silencio, obediencia, cuidar. “Toda mujer es educada en la ley del agrado, aunque no sea consciente de ello. Y todo varón es consciente de ello”.

[8] Ballester, L., Orte, C., & Jóvenes e Inclusión, R. (2019). Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales. Barcelona: Octaedro Ediciones.

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