En recuerdo de algunos lugares exclusivos para lesbianas (Ciudad de México)

Laura Lecuona
Laura Lecuona
Filosofía en la UNAM. Traductora y editora,. Autora del ensayo "Las mujeres son seres humanos" (Secretaría de Cultura, 2016). De vez en cuando desempolva su formación en filosofía y escribe sobre temas de interés feminista
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Me voy a poner nostálgica y hablaré un poco de los viejos tiempos. Hace treinta, cuarenta años, en la Ciudad de México, cuando nadie había oído hablar de las infames “lesbianas con pene” ni se imaginaba lo que en unas décadas iba a pasar, existían un par de lugares para nosotras, en los que por supuesto no entraban hombres, que tuvieron sus muy buenas épocas. Eran distintos de todo lo demás que se encontraba una en aquel ambiente lésbico-gay (el acrónimo LGB vino tiempo después y las T y la Q y el signo de más mucho tiempo después).

A diferencia del Bugambilias, el Anyway, el Enigma, el Kagba, el Nueve, el Don y otras discos (todas mixtas, salvo el Don, pero todas sin excepción sitios oscuros en los que el baile, el ligue y el alcohol eran el centro y la plática estaba relegada por la sencilla razón de que por el volumen de la música había que hablar a gritos para oírse), aquí la convivencia era distinta y las responsables eran lesbianas feministas, no empresarios interesados en hacer caja.

Uno de estos lugares, que conocí hace treinta y siete años de la mano de Rosa María Roffiel, Adriana Ortiz Ortega y Claudia Hinojosa, se llamaba Cuarto Creciente. Estaba en una vecindad casi en ruinas en el Centro, en la calle de Licenciado Verdad, enfrente del Templo de Santa Teresa la Antigua, donde ahora está el Museo Ex Teresa Arte Actual. Además de los viernes de cena a la luz de las velas o las fiestas algunos sábados (donde se bailaba y coreaba “Yo no te pido la luna” de Daniela Romo), había talleres y era un gran centro de reunión para el activismo feminista. La dueña del sitio era Virginia Sánchez Navarro. Ese espacio era su casa, y generosamente nos abría las puertas.

El otro lugar se llamaba El Clóset de Sor Juana, fundado por Patria Jiménez y Gloria Careaga. Cabe mencionar que Gloria es abanderadísima del actual movimiento LGBTTTIQ+. Para más señas, es la Gloria Careaga que hace unos meses empezó a hacer una lista de “feministas terf o antigénero”, al más puro estilo autoritario. Esta lista fue denunciada ya por Yan María Castro, Enoé Uranga, Alicia Elena Pérez Duarte y varias otras feministas que aparecemos ahí señaladas.

Bueno, pero eran otras épocas, y Gloria y Patria eran muy buena onda, yo las quise mucho, y ese Clóset de Sor Juana era el mejor lugar para ir los viernes en la noche, sola o acompañada. Podías tomar una cerveza y sentarte a platicar con amigas y conocidas o con desconocidas. Por ejemplo, ahí conocí a mi todavía hoy amiga Bárbara Siminovich, y a Ana Francis Mor, con quien me reía mucho. Ahora, como diputada local y presidenta de la Comisión de Igualdad, está elegebeterizadísima también. No debería extrañarme. Parece un requisito indispensable para llegar a puestos de poder. Curioso techo de cristal posmoderno. Pregunten: “¿Las mujeres trans son mujeres?” Sólo quienes contestan “Claro que sí, más mujeres que tú” tienen acceso a ciertos círculos en la política, en la academia, en los medios… Las que respondan que no, ni lo sueñen.

Curioso techo de cristal posmoderno. Pregunten: “¿Las mujeres trans son mujeres?” Sólo quienes contestan “Claro que sí, más mujeres que tú” tienen acceso a ciertos círculos en la política, en la academia, en los medios… Las que respondan que no, ni lo sueñen.

En fin, volvamos a los buenos tiempos del Clóset de Sor Juana, sitio para lesbianas, que un tiempo estuvo en la colonia Actipan: empezó ocupando un viernes cada mes un local en la esquina de Jabalí y Recreo que se llamaba el Recreo del Jabalí. Yo estaba ahí el primerísimo viernes. ¿Y cómo me enteré, si eso fue en 1991 y no existía internet? En la sección de anuncios clasificados de la revista semanal Tiempo Libre, en un pequeñito recuadro en la breve sección lésbico-gay.

Luego estuvo poco tiempo, acaso un año, en un sitio ya fijo en Coyoacán, en la calle Héroes del 47 si no me equivoco, cerca del metro General Anaya, y luego se fue a Villa de Cortés, donde tuvo su mayor permanencia. Ahí sí, la cosa era platicar con otras mujeres tomando cerveza. Había un billar ocupando, junto con una barra de madera, toda la parte de arriba. Una gran diversidad lésbica se daba cita ahí. Muy seguido se presentaba la cantautora Ana Contreras, y junto con sus propias creaciones interpretaba canciones de nueva trova cubana acompañándose con la guitarra. Siempre le pedíamos “Ojalá” de Silvio Rodríguez y todas nos sumábamos al coro. Algunos viernes había cineclub y se discutían películas. También había círculos de lectura; alguna vez fui a uno de estos. Recuerdo que en esa ocasión Alicia Vázquez, “Aktis”,  nos habló apasionadamente de un libro sobre la Monja Alférez, su heroína.

Luego el Clóset, me parece que con el nombre de Cafetería Las Virreinas, se fue cerca del metro Zapata y le perdí la pista por completo. Una vez me asomé en compañía de una querida amiga y las luces neón me hicieron huir a los dos minutos. Ahora veo que El Clóset de Sor Juana tiene una entrada en Wikipedia en la que ni siquiera se menciona ese rico pasado que tuve la suerte de disfrutar. Hablan del Clóset no como sitio de encuentro sino como “asociación civil mexicana constituida en 1996 pero que trabaja desde 1992 en la promoción de los derechos de las mujeres lesbianas y transgénero.​ La asociación fue fundada por activistas lesbianas y está integrada por mujeres feministas con diferentes orientaciones sexuales”. Con eso les digo todo. Yo que estuve ahí les puedo asegurar que entre 1992 y 1996 o 1997 no había en ese lugar ni lesbianas con pene, o sea, como nos recuerda Adii Robles, señores manipuladores performando esa mentira de los hombres llamada feminidad, ni transgénero esto ni transgénero lo otro. El borrado de nuestra historia está a la orden del día.

Más o menos por esos mismos años, de 1993 en adelante, fui colaboradora de una revista para lesbianas, la primera que hubo en este país: Las Amantes de la Luna. Luego vino Les Voz, más longeva, que da fe del trabajal y la perseverancia de Mariana Pérez Ocaña, pero la primerísima fue Las Amantes…, editada por una feminista chilena radicada en México, mi querida Cecilia Riquelme. Yo escribía una o dos columnas por número y hacía la corrección de estilo de todo. En ese entonces todo lo hacíamos con lápiz y papel. Había sección de teatro, libros, cine, cartas de las lectoras, entrevistas, poesía, fotografía, crónica, ensayo…

Cabe mencionar que yo escribía con un seudónimo, Petra Ojiles, a raíz de que un tipo vaca sagrada de la filosofía me vio en una fiesta en su casa con Marisol Peral, mi pareja, e hizo un comentario soez: ya ven que tantos hombres aceptan el “lesbianismo”, entre comillas, mientras sirva como insumo masturbatorio. “Producto sexuado de consumo”, como lo llama Elisa Melgarejo. Por ahí iba su comentario, que me dejó totalmente descolocada, y fíjense: me hizo enclosetarme parcialmente y preferir, en una lógica muy retorcida, lo admito, que mi nombre no apareciera en Las Amantes de la Luna, “no fuera a ser”. ¿No fuera a ser qué? No tengo idea. Sólo sé que en mi decisión lo que más pesaba era cierta vergüenza a raíz de el comentario de ese cabrón que, ya lo googleé, había nacido en 1932, o sea que tenía como 61 y yo como 26. Muy desagradable.

Anoche me acordé de Las Amantes… (otro día hablamos de esa manía lésbica de incluir a la luna en nuestro imaginario), y fue muy oportuno para contarles todo esto hoy, porque mi pareja me informó que ahora están usando la palabra sáfica para incluir a “no binaries”, a señores educados en el porno que desearían ser lesbianas (¡ya quisieran!), a “lenchitudes” y a “mujeres*”, con asterisco: o sea hombres, hombres y más hombres. Otro bonito ejemplo de apropiación. Estos queers ahora quieren quedarse con Safo, uno de nuestros mayores símbolos lésbicos, ¡todavía más que Daniela Romo! En Las Amantes… se hablaba seguido de “amor sáfico”, por ejemplo.

Otras colaboradoras eran Marta Torres, Eugenia Olson (pareja de Cecilia y columna vertebral de la revista), Cecilia Navarro… Las Amantes… empezó como un pliego a dos tintas engrapado en la revista gay El Otro Lado, que publicaba El Colectivo Sol. Tomen nota: ellos el astro rey y nosotras el satélite. Se vendía en puestos de periódicos y había suscriptores que la recibían en sus casas, metida en una bolsa negra opaca por discreción. Eso significa que si una mujer quería leer el suplemento lésbico, tenía que, uno, comprar, y dos, hojear una revista cuyo principal contenido era pornografía gay.

Así es: en medio de 32 páginas de erecciones en papel couché a todo color, estaban ahí muy modestas nuestras dignas paginitas feministas blanco y negro en papel Bond de 56 gramos. Yo en ese entonces ni me lo cuestionaba (¡no me juzguen!). No me brincaba a los ojos esa horrible desigualdad. Era lo normal y lo aceptaba de buena gana. Queríamos un suplemento lésbico, ¿no? Pues esa es la condición, lo tomas o lo dejas. Es obvio que el dinero, la publicidad, quizá el financiamiento, lo tenían ellos. Como dice Yadira del Mar, aquí estamos nosotras y allá los gays, hombres “con una alta capacidad adquisitiva y llenos de glamour”. Nosotras, una ocurrencia de último momento.

en medio de 32 páginas de erecciones en papel couché a todo color, estaban ahí muy modestas nuestras dignas paginitas feministas blanco y negro en papel Bond de 56 gramos.

Por suerte Las Amantes… creció. Se convirtió en una separata con portada ya a dos tintas: el nombre de la revista salía en color palo de rosa. Seguía distribuyéndose con Del Otro Lado, pero ahora no eran unas páginas engrapadas en la revista, sino que la lectora directamente podía abrir sin ver y sacar el pequeño, flaquito y bonito suplemento en su flamante nueva era.

Y vino luego una tercera época, ya como revista independiente, con todo y su portada, en blanco y negro como los interiores, pero ésta en papel couché brillante de 120 g. Me parece que Cecilia había conseguido un pequeño financiamiento de Mama Cash que permitió imprimir algunos números. Pero al poco tiempo la revista desapareció, seguramente por falta de dinero, y años después Cecilia regresó a Chile. Yo un día, escombrando, saqué de mi casa un montón de ejemplares y los llevé para donarlos a la librería Voces en Tinta, en Hamburgo. Casi todos eran del número con la entrevista a María Renée Prudencio. A lo mejor todavía les queda alguno perdido por ahí.

Pero ahora, pensando en Las Amantes de la Luna como una cosa digna pero chiquita metida en la ultrafálica revista en couché brillante, me doy cuenta de que es una gran metáfora de lo que ya entonces pasaba en el movimiento lésbico-gay y ahora con más ganas en el movimiento LGBTTTIQ+.

¿Por qué, como feministas lesbianas, no nos sentimos incluidas, amparadas, representadas, por toda la alharaca del “Mes del Pride”? Ojo, no orgullo: pride. Y claro que gustosamente nos autoexcluimos de esa faramalla fálica comercial fetichista institucional omnipresente, no sólo porque si nos apersonamos en sus marchas estoy segura de que, al menos en el caso de las que somos identificables porque ponemos la cara en presentaciones como ésta, corre peligro nuestra integridad personal. También porque, como bien saben nuestras seguidoras, el transgenerismo y la ideología de la identidad de género son el peor enemigo de las mujeres, del feminismo, de las lesbianas. Entonces nos autoexcluimos. No, gracias, no queremos ser ni las cuatro paginitas engrapadas en medio de pornografía gay ni la separata de los hombres heterosexuales que conforman la mayoría más ruidosa del llamado colectivo LGBTTTIQ+.

¿Por qué, como feministas lesbianas, no nos sentimos incluidas, amparadas, representadas, por toda la alharaca del “Mes del Pride”?

Lesbianas, vámonos de ahí, de esa heterosexualidad obligatoria.

En su libro La herejía lesbiana, de 1993, Sheila Jeffreys habla de la influencia de los hombres gays en las comunidades lésbicas. Ahí empezó todo. Lo que al principio era una alianza natural en contra de la discriminación, terminó siendo algo que se comió al feminismo lésbico. Se debe en gran parte a que las mismas lesbianas se sentían atraídas a ese modo de vida glamuroso. Había operado una conquista espiritual… que nos llevó a lo que hoy vemos. Lesbianas gustosamente marchando con unos hombres autoginefílicos, rechazando el feminismo y acogiendo el fetichismo pornográfico de unos señores y diciendo que su propia identidad está por ahí. Son lesbianas, como bien dice Anäis Martínez, “adiestradas en la cultura masculina”.

Pero en respuesta a la pregunta que se hace la misma Anäis, yo le digo que sí hay alternativa. Se llama feminismo. Feminismo centrado en las mujeres, claro está. Creo que después de escuchar estas cinco presentaciones, muchas de ustedes concluirán, junto con nosotras, que necesitamos más feminismo y menos, mucho menos Pride.

 

* Leído el 23 de junio de 2022 en el conversatorio “Lesbianas de WDI – México frente al Pride ‘LGBTTTIQ+’”.

 

 

 

 

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