Como vine exponiendo en mi anterior artículo, la pobreza tiene rostro de mujer y es que en valores absolutos, nosotras somos mucho más pobres que ellos, y eso pasa incluso cuando trabajamos.
Hay profesiones claramente feminizadas, es decir, en las que las mujeres estamos sobrerrepresentadas y estas profesiones coinciden, en la mayoría de los casos, con aquellas que se refieren a los cuidados (entendiendo estos en su acepción más amplia) y son, sin duda, las que menos prestigio social acarrean y las más precarias en cuanto a valor económico.
Y digo cuidados en su acepción más amplia porque no podemos pensar que al hablar de cuidados hablamos solo de los Servicios de Atención Domiciliaria, de las mujeres que trabajan haciendo limpieza en domicilios o las internas (aunque aquí, sin duda, también tendríamos mucho que reivindicar), sino que por cuidados debemos entender cualquier profesión en la que trabajas para ayudar, acompañar y/o mejorar las situaciones vitales de las personas a las que se atienden. Y estas profesiones, son en su mayoría asumidas por mujeres.
No decimos nada nuevo cuando exponemos que las tareas reproductivas, que coinciden con el espacio privado, son cosas de mujeres, ya que a nosotras nos corresponde criar y cuidar, así como permanecer dentro de la esfera privada. La vida pública y el éxito no están hechos para nosotras. Como no podía ser de otra manera, la intersección de todos estos aspectos nos lleva a feminizar las tareas que tienen que ver con los cuidados, lo que a la vez nos lleva a la precarización de las mismas, un tándem del que es difícil salir.
Pero, volviendo al título del artículo, ¿quién cuida a las que cuidamos? La respuesta, aunque duela, es nadie. Nadie nos cuida ni nos valora. Sí, nadie. Las personas, en su gran mayoría mujeres, que nos dedicamos al sector de los cuidados nos sentimos solas, despreciadas y en muchos casos infravaloradas.
No se reconoce nuestro trabajo, nos enfrentamos a jornadas demoledoras con sueldos ínfimos y desde el sistema patriarcal se aprovechan de que tenemos tan interiorizado la importancia de cuidar por encima de todo que nos ningunean. Nadie quiere irse a casa sintiendo que ha fallado, y menos aún si a quien has fallado es a una persona, porque trabajamos con personas, y sentir que no lo has logrado, que, aunque hayas hecho todo lo que estaba en tus manos, no has conseguido nada, es terriblemente doloroso. Y lo peor es que en la mayoría de los casos esas soluciones escapan de nuestro control y necesitaríamos ir a los cimientos de este sistema neoliberal y patriarcal para derrumbarlos y construir un sistema más justo para todas y todos, donde la reproducción y la producción, entre otras cosas, tengan el mismo valor y sean compartidos entre ambos sexos.
Porque trabajamos con personas, pero además da la casualidad de que son las personas más vulneradas de este nuestro querido “sistema de bienestar”, por lo que la carga es doble y no debería ser asumida solo por las mujeres que estamos al frente de los servicios de atención, ayuda y acompañamiento, sino por toda la sociedad, y así quizá nuestro peso sería más llevadero. Porque no solo es ayudar, sino encontrarte con múltiples escollos que te impiden dar una atención de calidad. Encontrarte con servicios deficitarios, pocas horas de atención, pocos recursos y por supuesto poca financiación. Condiciones laborales pésimas, con cada vez más privatización y concertación en los recursos, con el detrimento en la calidad del servicio y en las condiciones laborales.
Por suerte, y gracias a la lucha de algunas mujeres, se está empezando a visibilizar y reivindicar un cambio en este tipo de profesiones feminizadas, al menos que se reconozcan los riesgos laborales que conlleva realizar este tipo de trabajos y que se mejoren las condiciones ¿lo conseguiremos? Quiero pensar que sí, y además estas mujeres son tenaces, valientes e incansables luchadoras y se han marcado un claro objetivo, ¡dejarles paso que allá van!
También, desde que la pandemia puso de manifiesto cómo era el sistema residencial de nuestro país, se habla de un cambio de modelo, en el cual el centro de la atención sea la persona (esto me suena, porque no es nuevo). Pero no se habla de mejorar condiciones laborales, para que las que cuidan puedan cuidar mejor, ni se habla de cambios profundos para mejorar la vida de la gente. Parches, son parches que sirven para acallar el murmullo que se oye desde la pandemia, pero no suponen mejoras sustanciales ni en las personas que viven en servicios residenciales, ni en las personas encargadas de atenderlas.
Aunque la frase esté muy manida y por ello quizá haya perdido fuerza, es hora de reivindicar las tareas de cuidados y reproductivas como lo que son, el eje de nuestro sistema, lo que mantiene a flote la economía y algo tremendamente necesario para el bienestar de todas las personas que habitamos este planeta. No es algo que compete solo a las mujeres sino a toda la humanidad, por ello es fundamental empezarle a darle el valor que tiene y cuidar a las que cuidan como querríamos ser cuidadas nosotras.