El feminismo señala que la sumisión impuesta a las mujeres por el patriarcado se asienta en dos pilares: el consentimiento y la coerción. En lo primero se nos educa desde que nacemos, es el “hábitat” mental de nuestro sexo. Pero, para por si acaso alguna se rebela y “saca los pies del plato”, está prevista la coerción.
En la cultura occidental, la lucha feminista ha logrado minar el aparato coercitivo legal. Así, actualmente, ninguna ley exige que, por ejemplo, las mujeres obedezcan al marido, realicen las tareas domésticas o accedan a requerimientos sexuales de los varones (sean o no sus parejas).
Tampoco nuestra naturaleza nos lo exige. La biología masculina no obliga a violar. Ni la naturaleza femenina obliga a aceptar lo que no se desea. Es decir, las imposiciones patriarcales no están en el sexo, sino en el género.
Pero, pese a que no existan tales leyes, ni naturales ni de orden legal, sabemos que estas “normativas” siguen funcionando a pleno rendimiento.
Por lo tanto, hoy, el problema fundamental es la interiorización profunda, cultural y emocional de los valores patriarcales: consentimiento para las mujeres y derecho a la imposición para los hombres.
las imposiciones patriarcales no están en el sexo, sino en el género.
Por eso, la ley de “solo sí es sí” resulta un parche. Dicen que es necesaria porque ciertos varones aún no tienen claro si una mujer “quiere o no quiere”. Me cuesta creer que alguien, por torpe que sea, no lo sepa… La prueba del algodón es que también hay lesbianas torpes y, sin embargo, no necesitan tales aclaraciones. Aunque, bueno, admitamos la conveniencia de esta ley para esclarecer conceptos de manera más perentoria y rotunda y tipificar como delitos ciertas agresiones que no lo estaban.
Con todo, lo fundamental para acabar con las agresiones misóginas es cambiar la ideología y la educación emocional inculcadas por el patriarcado. Mientras no se ponga coto al masivo adiestramiento que reciben los varones vinculando su placer sexual con el abuso y la crueldad hacia nosotras, ninguna ley parará significativamente la violencia machista. Solo lo lograrán la coeducación (si se toma en serio) y la actuación eficaz y continuada contra la pornografía y la cosificación de las mujeres.
Eso, por lo que respecta a los hombres. Por lo que respecta a nosotras, conviene aclarar que no necesitamos que se nos hable de consentimiento sino de deseo pues sabemos que la inmensa mayoría de las mujeres continúan haciendo lo que siempre han hecho: consentir. Aquello de: “He aquí la esclava del señor. Hágase en mí según su palabra”.
Predicarnos el consentimiento (y concretamente en el terreno sexual) es como predicar ayuno en un país con hambruna endémica.
A las mujeres hay que insistirles justo en lo contrario: en que, si bien en todos los órdenes de la vida han de ser cautas y recelosas en el uso del consentimiento porque el chantaje emocional es muy sibilino y lo tenemos profundamente interiorizado, cuando se trata de encuentros sexuales, no han de ejercerlo de ninguna de las maneras.
Consentir significa ceder. Consentir, aplicado a la sexualidad, es una contradicción radical en los términos, un contrasentido, un oxímoron ya que un encuentro sexual se basa en el deseo compartido y en el placer mutuo. No puede sustentarse en: “Bueno, venga, sí”, “Vale, te lo permito”, “No tengo ganas, pero, si te obstinas, aquí tienes mi cuerpo”, “No quiero que te enfades ni que estés triste, hala, haz lo que desees” …
O, dicho de otra manera: la sexualidad no es el terreno del débito ni de los favores. Es lo electivo, lo gratuito, lo no adeudado, lo placentero, lo elegido. Va de “Nos deseamos mutuamente y queremos desmelenarnos juntos”.
la sexualidad no es el terreno del débito ni de los favores.
Una mujer que no desea, no debe “ceder”. Tampoco por “amor”. Exijamos que eso de “lo amo y quiero que él sea feliz” funcione a la inversa: si él la ama, debe querer que ella sea feliz, luego, no puede cosificarla ni usar su cuerpo. No puede presionarla para que “consienta”.
Además, como bien sabemos, el sustrato de las relaciones heterosexuales es la desigualdad. Partimos de una realidad mental, psicológica, cultural de desequilibrio: la ideología patriarcal justifica y avala los modos y maneras de los varones, pero ignora o deslegitima los de las mujeres. Por eso, promover el consentimiento es alimentar el sojuzgamiento histórico y la opresión de las mujeres, predicarles la resignación y la sumisión.
Insisto: a las mujeres hay que decirles que, en el terreno sexual, no deben consentir ni ceder ante el deseo del otro porque el sexo es deseo y placer compartidos y mutuos.
En conclusión: lo perentorio es actuar contra la misoginia viril y la sumisión femenina. Se precisan, pues, actuaciones educativas y, cierto, también actuaciones represivas (pero que vayan dirigidas a la raíz, no a las consecuencias).
Por ahora, solo las feministas reclamamos ambas cosas ya que, desgraciadamente, tanto este gobierno como los que vengan, siempre que puedan, “pasarán” olímpicamente.
Solo nuestra lucha conseguirá “convencerlos”.