Salud diferencial o la importancia de la diferencia

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Aunque parezca surrealista e increíble, el sexo nos acerca a la muerte. Con esto quiero decir que según el sexo con el que hayamos nacido tendremos más o menos probabilidades de morir y que esta muerte se deba, en parte, a la desatención médica o la mala praxis.

Cuando una mujer accede al entorno sanitario, con mucha más probabilidad que un hombre, será desatendida e infravalorados los síntomas y, por extraño que parezca, la respuesta a esta desatención es muy probable que sea la medicalización. Aunque no conozcamos las causas del dolor o malestar, seguro que lo atribuiremos a un malestar psicológico, a la somatización psicológica del dolor o al hecho de que las mujeres somos más ansiosas e histéricas. Casi con toda seguridad no se le realizará ninguna prueba exploratoria, ni se la derivará a un especialista, no se le realizarán pruebas diagnósticas y se subestimarán sus síntomas. Se medicalizará su malestar con barbitúricos y ansiolíticos que le provocarán unos efectos secundarios que probablemente hagan empeorar su situación y que aún facilitarán más que sea tratada como paciente psiquiátrica, con los problemas de infantilización e invisibilidad que ello conlleva, y con el consiguiente retraso en el diagnóstico y tratamiento, lo que le hace sufrir un mayor probabilidad de morir sin ser tratada.

La realidad es que es muy probable que ante los mismos síntomas seamos atendidas de manera muy diferente. De hecho, incluso el que nos atienda un hombre o una mujer en un quirófano marcará que salgamos mejor o peor paradas tanto en el operatorio como en el post operatorio e inclusive que ante la misma sintomatología no nos realicen las mismas pruebas.

Aunque ya sea clásico el ejemplo de los problemas cardiacos, no podemos dejar de recurrir a él debido a lo paradigmático de la situación. Aunque tenemos datos avalados por estudios en los que se demuestra una mayor morbilidad y mortalidad de mujeres que de hombres debido a problemas de corazón, cuando una mujer acude a un hospital con sintomatología cardiaca es mucho menos probable que se le realicen pruebas exploratorias o que sea derivada a una especialista. El dolor torácico se interpreta en hombres como lo que es, y en las mujeres como algo psiquiátrico, por lo que lo más usual es que a nosotras nos manden a casa con medicación psiquiátrica y a ellos con un diagnóstico y unas pruebas dirigidas a solucionar el problema. Pero no solo eso, la recuperación también será diferente según el sexo, ya que nuestras probabilidades de morir después de un infarto son muy superiores (más o menos el doble) que las de los hombres y esto se debe en parte al retraso a la hora de diagnosticar y a la menor derivación a servicios de recuperación.

A pesar de llevar años denunciando estas situaciones y de que se empiece a nombrar lo invisible, por desgracia la situación no ha cambiado ni ha mejorado y a las mujeres se nos sigue excluyendo de los grupos de estudio e investigación, se sigue infravalorando nuestros síntomas y se sigue sin invertir en estudiar aquellas enfermedades que nos afectan más a las mujeres y que se “mal llaman” enfermedades feminizadas (fibromialgia, Síndrome de Fatiga Crónica, afectaciones del tiroides o enfermedades autoinmunes, entre otras). Para colmo de nuestros males, y hablo de los males de las mujeres, estas enfermedades se pueden confundir de manera muy fácil con enfermedades mentales, tales como la ansiedad o la depresión, ya que sus síntomas pueden ser confundidos. Y si tenemos en cuenta, por un lado, la falta de investigación que hay respecto a estas enfermedades, y por otro, el alto nivel de infantilización de la mujer en el ámbito sanitario, todo ello provoca que los síntomas sean rápidamente achacados a factores psicosomáticos o mentales.

Cuando una mujer acude al médico con cansancio, pérdida de memoria y de capacidad de concentración e incluso sintomatología depresiva, lo más probable es que los síntomas sean relacionados con un malestar emocional y que se traten con psicofármacos, y si con este tratamiento no mejora la sintomatología, se aumentan o se combinan con ansiolíticos, lo que en muchos casos puede provocar nuevos efectos secundarios que se confunden con nueva sintomatología. Si un hombre aparece con este tipo de síntomas será derivado a especialistas que le realizarán pruebas para comprobar si se esconde algún problema de salud detrás de ese malestar. Con las mujeres, como venimos resaltando, pasa todo lo contrario, se da por hecho que  en nosotras es normal sentirse deprimida o ansiosa y en muchas ocasiones, de tan normal que nos parece, ni siquiera buscamos una explicación sino que extendemos una receta y esperamos que con ello no vuelvan más. ¿Y cómo salir de esta espiral? ¿Cómo conseguir que nuestros síntomas sean tomados en serio? ¿Cómo conseguir que se nos realicen pruebas diagnósticas que faciliten que se llegue al verdadero problema y se trate? Porque además de todo esto, como casi no existe formación específica en este tipo de enfermedades, ni investigación, ni tan siquiera sensibilidad en estos temas estamos un paso más cerca de la muerte que nuestros congéneres masculinos.

Es importante empezar a reivindicar la investigación de la diferencia. No solo, aunque también, aquellas enfermedades que nos afectan más a las mujeres, sino aquellas que nos son comunes, ya que en muchos casos es diferente tanto la afectación, los síntomas de la propia enfermedad así como de los tratamientos, por lo que es necesario tenerlos en cuenta para conocer la mejor manera de atender a las mujeres y así salvar vidas. Sobre todo y de especial importancia es luchar por no dejar que nuestras cifras, nuestros datos y nuestras características sean borrados e invisibilizados en nombre de la libertad i la inclusión, porque nuestra salud, entre otras cosas, está en juego.

 

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