El sexo ha muerto ¡viva el género!

Amparo Mañes
Amparo Mañes
Psicóloga por la Universitat de València. Feminista. Agenda del Feminismo: Abolición del género
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Prácticamente nadie sigue hoy a rajatabla los estereotipos de género. Y es el Feminismo lo que ha hecho esto posible, impugnando sus mandatos para las mujeres y, de paso, evidenciando los costes que les supone a los hombres. Eso sí, en el caso de los varones, a cambio de otorgarles superioridad sobre las mujeres.

¿Quiere esto decir que hemos conseguido abolir el género o que estamos cerca de ello? Desgraciadamente no. La metaestabilidad del sistema patriarcal se debe a su gran capacidad de adaptación a las circunstancias concretas, y lo hace pareciendo renunciar a algunos aspectos de la construcción del género mientras exacerba otros.

nadie sigue hoy a rajatabla los estereotipos de género. Y es el Feminismo lo que ha hecho esto posible, impugnando sus mandatos para las mujeres y, de paso, evidenciando los costes que les supone a los hombres.

Así, no se niega a las mujeres la posibilidad de trabajar fuera del hogar (desplazando el papel hegemónico de los varones como únicos sustentadores de la familia), pero se crean las condiciones simbólicas (el constante bombardeo mediático para hacernos creer que es «natural» nuestra inclinación para cuidar a otros), y materiales para mantener la feminización de los cuidados: menor oferta de empleo para las mujeres, techo de cristal, peor remuneración y barreras para hacer compatible el trabajo con la conciliación.

La ocupación del espacio público por parte de las mujeres sigue siendo erosionada patriarcalmente por el temor inducido en nosotras a partir de la creciente violencia sexual o a  las situaciones de acoso, a la persistencia de cuotas masculinas abusivas (que no a los pequeños arañazos a esas cuotas por medio de acciones positivas en favor de las mujeres), que hacen que parezcan irrelevantes -y por tanto no se contemplen- nuestros intereses en cualquier ámbito de poder: institucional, cultural, científico, tecnológico, empresarial… todos ellos dominados por un Capitalismo neoliberal que hace tiempo compró a los medios de comunicación, las redes sociales, etc. haciendo que el discurso dominante se oriente a los intereses capitalistas en lugar de a los de las personas, a las que se convence (hombres y mujeres) de que su éxito necesita al sistema pero el fracaso es solo suyo.

Por otra parte, y como ya no se puede impedir que las mujeres nos rebelemos frente a la sumisión absoluta al varón y, consecuentemente, rompamos el vínculo matrimonial o de pareja cuando así lo decidamos, el sistema patriarcal se ocupa de que muchas mujeres sepan que -con esa decisión- se verán abocadas a la judicialización de sus vidas, a la eventual pérdida de la custodia de sus hijas e hijos y a un grave quebranto económico… cuando no a la extrema violencia de su pareja, ante la pérdida de control sobre «su» mujer.

Y, como tampoco se puede impedir ya que las mujeres hablen ante la violencia que sufren por parte de los hombres (en el ámbito de la pareja, en el ámbito familiar, en el ámbito público…), se refuerza uno de los estereotipos más queridos por el Patriarcado: que las mujeres mienten. Así, aunque unas pocas mujeres ya no se mantienen calladas ante la violencia sexual, la mayoría de las mujeres violentadas o violadas callan, por miedo -precisamente- a no ser creídas. Porque las que hablan son sistemáticamente acusadas de mentirosas. Como si la revictimización institucional que sufren a raíz de su valiente decisión, fuera un plato de gusto para ellas. Como si ello les reportara más que dudosos beneficios en lugar de graves y ciertos perjuicios: alargamiento del proceso, cuestionamiento personal, etc. Y como si los hombres agresores no «supieran» mentir, además de ser unos cobardes, agrediendo en la intimidad para garantizarse la falta de pruebas.

Otra adaptación del sistema patriarcal de gran éxito ha sido cambiar la libertad sexual de las mujeres por su disponibilidad sexual. Tanto en el ámbito privado, induciéndonos a cumplir los deseos eróticos de los hombres. Deseos construidos por medio de relatos pornográficos que no hacen sino erotizar la violencia sexual; como en el ámbito público, mediante la regularización de la prostitución donde todas las brutalidades sexuales erotizadas son ya posibles por medio de un -cada vez menor- precio.

Otra adaptación del sistema patriarcal de gran éxito ha sido cambiar la libertad sexual de las mujeres por su disponibilidad sexual.

En cuanto a la maternidad, muchas mujeres ya no creen que sea su único objetivo en la vida. Por eso, ante las dificultades laborales y económicas, muchas de ellas renuncian a ser madres. Y, aunque sigue siendo uno de los mandatos de mayor éxito (no en vano la supervivencia de nuestra especie depende del afán procreador), el sistema patriarcal, para mantener la explotación reproductiva de las mujeres, está restringiendo o incluso negando el derecho de aborto hasta en países que hace décadas lo habían conseguido; y ha preparado todo un entramado para posibilitar y legitimar la explotación reproductiva de mujeres pobres: mediante los vientres de alquiler, los hombres compran la capacidad reproductiva de la que carecen.

Como vemos, el género está muy lejos de la aspiración feminista de abolirlo. Pero, a pesar de todo, es indudable que se han conseguido infligir importantes quiebras al sistema, a partir de la existencia de millones de mujeres que ya no necesitan a los varones para su sustento saliendo a trabajar a pesar de las peores condiciones laborales: De mujeres que ya no quieren ser esposas y madres a cualquier precio. De mujeres que ya no permiten que se hable por ellas y reivindican su voz en las instituciones y estructuras de poder. De cada vez más mujeres que no callan ante la violencia, a pesar de la eventual revictimización que puedan sufrir. De cada vez más mujeres que se atreven a denunciar la brutalidad de la más antigua explotación patriarcal de las mujeres, la prostitución; y de la más reciente, la de los vientres de alquiler. Y esa quiebra de los estereotipos inducida por el Feminismo, esa revolución de las mujeres, sobre todo a partir de la IV Conferencia Mundial de Beijing de 1995, pareció  que podría llegar a tener éxito.

Es precisamente el temor a ese éxito la razón por la que se ha producido una intensa reacción patriarcal. Ante el desenmascaramiento de los estereotipos de género como fuente de opresión por razón de sexo, el Patriarcado se adapta ahora amparando un movimiento que no tiene otro objetivo que reforzar el género, su construcción más querida y necesaria, confundiendo y solapando primero y sustituyendo después, al sexo; al que pretende -no negar su existencia- sino invisibilizar. Porque al invisibilizar el sexo, se invisibilizan todas las violencias que lo traen por causa. Y porque al anular el sexo, todo es género.

Para invisibilizar el sexo, nada mejor que pretender diluirlo afirmando que es un espectro, un continuo donde puede haber tantos sexos como personas en el planeta. De esta manera, se consigue hacer creer que no hay opresión colectiva por razón de sexo; porque, en todo caso, esa opresión -si existiera- debería ser individualizada.

Pero entonces, me pregunto, como se preguntaba Raquel Rosario en un emblemático artículo, ¿CÓMO BOKO HARAM SUPO A QUIÉN SECUESTRAR?.

Que se relativice o se oculte el concepto clave para nuestra supervivencia como especie y también el que explica la opresión de las mujeres, es pretender olvidar que el sexo binario constituye, no solo una característica que compartimos con cualquier mamífero, sino el elemento imprescindible para hacer viable la reproducción humana. Y que las escasas excepciones al binarismo sexual, debidas a determinados síndromes o trastornos, lejos de justificar el pretendido espectro, no hacen más que confirmar la regla binaria.

Siendo, pues, evidente la realidad material y binaria del sexo, y  así como su importancia vital ¿cómo es posible negarlo?

Que se relativice o se oculte el concepto clave para nuestra supervivencia como especie y también el que explica la opresión de las mujeres, es pretender olvidar que el sexo binario constituye, no solo una característica que compartimos con cualquier mamífero, sino el elemento imprescindible para hacer viable la reproducción humana

Pues únicamente por la confluencia de enormes intereses: Económicos tales como los que las pseudotransiciones generan en las industrias farmacéuticas, médicas, quirúrgicas, ortopédicas… (y que -por cierto- refuerzan el binarismo sexual, al pretender emular al sexo contrario al de nacimiento); la de un movimiento emergente, como el transhumanismo, que pretende que nuestros cuerpos son meros contenedores con limitaciones que hay que superar y para quienes las personas trans están actuando de cobayas humanas; la de los lobbies queer, empezando por quienes suscribieron los principios de Yogyakarta, que no son otra cosa que un lobby bien situado en organismos internacionales para influir en sus decisiones y a través de ellos, en los Estados miembros); y, finalmente, pero no menos importante, a una clase política totalmente desnortada, bien porque es parte de los intereses económicos, transhumanistas o lobbies queer, etc., o porque, sin un real proyecto político, adopta éste creyendo estar en la punta de lanza de la modernidad y la transgresión.

Y llegamos así a un contexto prefabricado que permite esencializar el género, que ya no es la construcción patriarcal identificada y denunciada por el Feminismo, sino una condición innata (o, como algunos afirman, fijada de manera indeleble antes de los 3 años de vida), sin que esa esencialización del género, al parecer, resulte incompatible con la exigencia de que las leyes trans contemplen el derecho a cambiar de opinión en esta materia.

Se produce pues una paradoja: porque, si el alma o el cerebro trans están bien establecidos desde la más tierna infancia, ¿cómo es posible que después pueda cualquier persona desdecirse? Tiene diversas explicaciones plausibles: La más evidente: que, tal como está demostrado, el género no es innato ni precoz y que requiere una larga e implacable socialización; lo que justificaría, al contrario de lo que predican, no tomar decisiones irreversibles en etapas tempranas de la vida; evitando -especialmente- imputar a «personalidad trans» lo que es orientación sexual (tan presente en entornos con homofobia interiorizada).

El cambio de opinión también puede deberse a la posibilidad de que existan trastornos de personalidad o conducta que se hayan interpretado como disconformidad con el sexo o con el género y que, ante la imposibilidad ¡establecida por ley! de un diagnóstico previo que permita descartar estos trastornos, e iniciado el único tratamiento posible, el afirmativo, se haya demostrado éste incapaz de  facilitar la superación de malestares incorrectamente atribuidos al sexo o al género. Solo que esa constatación se produce cuando ya se han ocasionado numerosos daños físicos y psíquicos a las personas mal diagnosticadas; generalmente la adolescencia y la infancia. Habiendo abdicado el Estado de su irrenunciable obligación de velar por su interés superior.

Y aún hay una tercera posibilidad, en absoluto descartable: personas que, sin ningún tipo de disforia, afirmen sentirse mujeres para usufructuar cuotas políticas, institucionales o empresariales, méritos deportivos, ayudas y subvenciones, empleos públicos, etc.; o para huir de entornos más violentos, como es el caso de las cárceles masculinas; o, en el caso de depredadores sexuales, para ver abiertos de par en par los espacios de seguridad e intimidad de mujeres y niñas para mayor facilidad en la comisión de sus delitos.

En cualquier caso, -como afirma el Feminismo- queda patente el carácter construido socialmente del género, a cuyas presiones obedecemos de manera distinta a lo largo de la vida, pudiendo incorporar parte de los mandatos atribuidos a nuestro sexo; pero también incorporar comportamientos o expresiones atribuidos al sexo contrario. Y que es la presión social para asumir los mandatos de género la que pueda suponer -al menos en las mujeres- el deseo de escapar a la subordinación de nuestro sexo o a determinados aspectos especialmente hirientes, tales como la hipersexualización, la sumisión forzada para agradar al otro, etc. En cuanto a los hombres, habrá que preguntárselo a ellos. Aunque por las manifestaciones de muchas personas transfemeninas, lo que predominantemente performan es, justamente, la hipersexualización opresora impuesta a las mujeres. Mientras ellas huyen de la opresión del género, otros abrazan esa femineidad que inventaron ellos.

En cualquiera de ambos casos, performar el género socialmente construido y atribuido al sexo contrario no es la solución a los eventuales malestares que origina. Porque el malestar no está en ninguna persona. Está en un sistema que impone estereotipos de género distintos a cada uno de los dos sexos y además los jerarquiza. Abolir el género es lo que, en realidad, permite la superación de cualquier malestar a él vinculado.

Por eso el Feminismo, como indicaba al comienzo de este artículo, ha ido socavando esta compleja construcción patriarcal. Y es un mérito feminista que ya casi nadie cumpla a rajatabla los estereotipos de género; de hecho se podría afirmar que hoy el género constituye un espectro en el que nos movemos todas las personas. Tan rico y variable que en este caso -y no en el del sexo- podemos afirmar que cada persona lo construye -con evidentes limitaciones según los contextos- mediante el libre desarrollo de su personalidad. En una palabra, la inmensa mayoría somos personas no binarias en cuanto al cumplimiento de los estereotipos que nos vienen marcados por nuestro sexo. Y constituyen excepción las pocas personas (quizá los miembros más heterobásicos de Forocoches), que podrían ser un ejemplo, espero que en extinción, de asunción fiel  e integral de esos estereotipos.

Y de ahí, la involución que representa el intento queer (que tira la piedra) y  del Patriarcado (que esconde la mano) de sacralizarlo, haciendo pasar el género por elección cuando es imposición (hasta el punto de pretender que, en caso de discrepancia entre sexo y género, se cambie el sexo). Y haciéndolo pasar por identidad cuando es opresión.

Y me permito recordar algo obvio: en una guerra en que se gana mucho dinero, detrás está el Capitalismo. En una guerra en que las mujeres pierden derechos, detrás está el Patriarcado. Y detrás de la actual clase política, no hay -me temo- nada más que intrigas y postureo, sin confrontar nunca el sistema de poder. Porque hace mucho que dejó de estar en manos del gobierno de turno.

Por eso se pretende silenciar, cancelar y censurar al Feminismo, el único movimiento que se opone a estas infames estrategias patriarcal-capitalistas y de los gobiernos e instituciones sometidas. Oír la voz de la razón no está de moda. Pero alegar sentirse ofendidos por argumentos, y oponer a estos, insultos, no solo no construye una mejor humanidad sino que nos encamina, por el contrario, a nuestra total destrucción.

Pero, pierdan cuidado. A las feministas no nos callarán. Porque la razón y la justicia están de nuestro lado.

 

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