Las feministas estamos hartas de Irene Montero y de su ministerio. Esta no es ninguna sorpresa (y mucho menos según está el panorama últimamente). Pero más hartas estamos aún de que desde la prensa y la televisión se diga aquello de: «Existe un sector dentro del feminismo que es crítico con el Ministerio de Igualdad de Montero». Lo que dichos medios llaman “sector”, yo y mis compañeras lo llamamos el movimiento feminista español al completo. Porque sí: ni Montero ni su Ministerio son feministas, por no seguir ni su teoría (si es que se atuviesen a alguna) ni su praxis política varios de los puntos nucleares e innegociables de la agenda feminista.
existen ciertos puntos vertebradores de la agenda de los que una no puede alejarse sin alejarse, a su vez, del feminismo.
Y no: el feminismo no es una secta ni un grupúsculo de iluminadas al que solo se puede pertenecer si se cumple con un estricto código moral, político o ideológico. Pero sí que existen ciertos puntos vertebradores de la agenda de los que una no puede alejarse sin alejarse, a su vez, del feminismo. Y por antítesis, también existen unas ideas y actitudes que, de defenderse, supondrían la retirada instantánea del carnet de feminista (ese que a algunas nos dicen que repartimos). Dichos puntos de la agenda –repito: esenciales, fundamentales e indiscutibles– son los que pasaré a resumir a continuación:
- Identificar de forma inequívoca, sin posibles debates, quiénes seríamos las directamente afectadas por esa estructura a la que hemos convenido en llamar patriarcado: las mujeres; el conjunto de seres humanos de sexo femenino, las hembras de la especie humana. Ellas conforman lo que a menudo denominamos el sujeto político del feminismo.
- Oponerse frontalmente a cualquier tipo de violencia, explotación sexual o reproductiva, cosificación, abuso, desigualdad, etc., sufridos por ese conjunto de la población, que somos las mujeres. En otras palabras: oponerse a la explotación o la opresión de las mujeres en base a su sexo.
- Implementar todo tipo de políticas encaminadas hacia ese objetivo, es decir, hacia acabar de forma radical con la explotación sexual de las mujeres (léase por esta la prostitución en todas sus variantes y la industria de la pornografía) y con la explotación reproductiva (en forma de vientres de alquiler, donación de óvulos, etc.). Asimismo, llevar a cabo políticas para erradicar la violencia estructural y sistemática sufrida por las mujeres por el hecho de serlo (la violencia de género en todas sus manifestaciones) y todas las vertientes de la desigualdad (brecha salarial, feminización de la pobreza, etc.). Y por supuesto, reconocer una serie de derechos basados en el sexo (en los que también cabría incluir el derecho a la libre interrupción del embarazo, la anticoncepción/contracepción, etc.).
- Intentar desarticular todo el aparataje ideológico, que por utilizar términos marxistas, estaría en la superestructura, que es el machismo como ideología, y que tiene su principal herramienta en lo que llamamos roles de género o roles sexuales, o simplemente género. Esto sería la masculinidad y la feminidad, cuyo objetivo último es la subordinación de las mujeres, y que se materializan en una serie de estereotipos sexistas que englobarían todo aquello que hombres y mujeres debemos hacer, los roles y papeles que debemos desempeñar en la sociedad, cómo debemos actuar y ser, qué nos debe gustar, etc., en base a nuestro sexo biológico. Lo propiamente feminista sería, pues, considerar que tales roles sexistas no son intrínsecos o esenciales a nuestra naturaleza como mujeres (o como hombres respectivamente), sino que son construidos cultural y socialmente, inoculados desde fuera desde que nacemos. Y todo con el objetivo, repito, de someter a las mujeres.
- Colocar los derechos fundamentales de las mujeres (que son derechos humanos) por encima de las particularidades de las culturas, religiones, sociedades, etc., a las que estas pertenecen o de las que proceden, condenando y combatiendo todas aquellas prácticas aberrantes, deshumanizantes y opresivas hacia las mujeres, sin importarnos cuán arraigadas puedan estar estas en sus culturas de turno. Aquí entrarían, por ejemplo, el uso del velo en sociedades islámicas, los matrimonios forzados o incluso infantiles, la mutilación genital, la prueba del pañuelo en la sociedad gitana, y un largo etcétera. En otras palabras: combatir lo que llamamos el relativismo cultural.
Del mismo modo, y por contraposición, no sería feminismo todo lo que vaya en dirección contraria a lo resumido arriba. E incluso si uno solo de dichos puntos fallase en nuestra concepción del feminismo, cabría afirmar con total rotundidad y sin miramientos que eso nos convertiría automáticamente en no feministas. Por consiguiente, no sería feminista:
- Que la identificación de ese sujeto político se difumine, se vuelva confusa, o quepan bajo esa categoría grupos antropológicos que exceden el propio concepto de mujer. O sea: que quepan hombres. Porque los seres humanos somos mujeres u hombres. Es más, que la propia noción de sexo se diluya, se convierta también en algo construido culturalmente (contrariamente a toda evidencia científica), se desdibuje, o directamente sea fagocitado por el género.
- Las ideas o políticas encaminadas a no hacer desaparecer, sino a normalizar y regularizar las distintas formas de explotación sexual y reproductiva de las mujeres: caben aquí las posiciones regulacionistas de la prostitución y los vientres de alquiler, o los discursos que normalizan la pornografía o incluso hablan de “pornografía feminista”. Y por supuesto, todas aquellas medidas que desde las instituciones persigan restringir derechos de las mujeres, como puede ser la prohibición de la interrupción voluntaria del embarazo u otros derechos reproductivos como la anticoncepción.
- Las ideas o políticas destinadas a darle un significado diferente, incluso positivo en la conformación de nuestra identidad como individuos, a los roles de género, presuponiendo que estos son una vivencia personal, íntima, interna, que no tiene que ver con la sociedad o con la cultura sexistas y que definen además si somos hombres o mujeres, en vez de reconocerlos como los mecanismos de subordinación de las mujeres que son. Y además, que todo este blindaje de la estereotipia sexista más patriarcal adquiera la categoría de ley a través del reconocimiento legal de la autodeterminación del género.
- Restarle hierro a las opresiones sufridas por las mujeres debido a imposiciones religiosas o culturales de sus contextos por miedo a ser tildadas de supremacistas blancas, eurocéntricas, racistas o colonialista Incluso considerar los símbolos de tales opresiones (como el velo islámico) como parte de la identidad cultural de las mujeres y fruto de su libre elección, y algo digno de ser reivindicado, ignorando los mecanismos de coerción (explícitos y sutiles) que abocan a dichas mujeres a someterse a esas prácticas opresivas.
Llegadas a este punto, cabría preguntarse: ¿se aleja el ministerio de Montero de todos los puntos descritos en este artículo? Mentiría si dijera que sí. No obstante, dicha institución abandona la agenda feminista en varios de ellos –empezando por el mismo reconocimiento del sujeto para el cual se supone que realiza sus funciones–, por lo que podemos afirmar con contundencia que ni Montero, ni su camarilla, ni las políticas implementadas por aquellas tienen absolutamente nada que ver con el feminismo.
Y por ello, el movimiento feminista español al completo exige su inmediata e irrevocable dimisión.