Fragmento del capítulo “En el principio fue el pronombre”, del libro Cuando lo trans no es transgresor. Mentiras y peligros de la identidad de género, edición de autora, 2022, 400 págs., en prensa (pedidos: disentirnoesodio@gmail.com).
Quien esto escribe es atea de hueso colorado, pero, por compromiso social o por cariño a otras personas, a lo largo de su vida ha tenido que ir a algunas misas. En esas ocasiones no se persigna al entrar a la iglesia, no se hinca en el reclinatorio, no reza, no contesta a coro “sin pecado concebida” ni recibe la comunión. Podría a lo mejor fingir ser católica y mover los labios en las letanías, pero no le ve ningún sentido y por suerte a nadie se le ocurre pedirle que lo haga. Es decir, ni se le sugiere que siga los rituales ni se le impone la fe.
Estamos en el siglo XXI y en las democracias liberales la gente en general se muestra bastante tolerante con las creencias ajenas. No es raro tener amigas de otras religiones, y antes de la irrupción de las redes sociales todavía era concebible mantener un diálogo racional con personas que tuvieran ideas distintas o incluso opuestas a las de una. El auge del activismo de la identidad de género coincide a grandes rasgos con la polarización propiciada por las redes, pero su estilo intolerante y autoritario más bien parece inspirarse en otros movimientos político-religiosos.
En un retroceso de los derechos que las mujeres afganas habían logrado reconquistar desde la caída del régimen talibán en 2001, el 7 de mayo de 2022, a nueve meses de su regreso al poder, los talibanes ordenaron que volvieran a usar en público un velo que las cubriera de pies a cabeza. Para protestar por esas condiciones, las conductoras y periodistas de tres canales de televisión desobedecieron y el día que la medida entraba en vigor se presentaron a cuadro con el rostro descubierto.
Su desacato no pudo durar mucho: enseguida los talibanes pusieron un ultimátum, a ellas y a las televisoras. Un portavoz del estricto Ministerio para la Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio señaló: “La decisión es definitiva y no hay espacio alguno para la discusión en este tema”. Si una mujer incumple, será automáticamente despedida; “si no lo hacen, hablaremos con los responsables”. “Tendrán que cubrirse el rostro cuando estén frente a un hombre que no sea miembro de su familia, para evitar la provocación”, era la orden inimpugnable. Después de haberse resistido, las rebeldes finalmente no tuvieron más remedio que obedecer y taparse la cara.
“Tendrán que cubrirse el rostro cuando estén frente a un hombre que no sea miembro de su familia, para evitar la provocación”,
Los paralelismos con el tema de este libro saltan a la vista. En varios ejemplos se ha podido apreciar cómo impone su voluntad el Ministerio para la Propagación de los Pronombres y Prevención del Delito de Odio. Las presentadoras que en un primer momento desobedecieron la orden talibana son como las mujeres que no profesan la fe identitaria ni le entran al juego de los pronombres; esas mismas presentadoras cuando, en un segundo momento, usaron el velo bajo protesta, son como las feministas que a regañadientes aceptan decirle ella a un hombre para que no las cancelen en las redes o no se anule su contrato de edición.
Los activistas de la identidad de género tienen la costumbre de acusarnos (con nuestros empleadores, nuestros editores, el organismo gubernamental de turno) cuando a su juicio nos portamos mal
Los activistas de la identidad de género tienen la costumbre de acusarnos (con nuestros empleadores, nuestros editores, el organismo gubernamental de turno) cuando a su juicio nos portamos mal, tal como el ministerio afgano en este ejemplo amenazó con “hablar con los responsables” si las comunicadoras no se tapaban la cara al día siguiente.
Ambos grupos acusan a las mujeres de causar con sus acciones lo que les pueda pasar a otros: da lo mismo si supuestamente provocan un deseo sexual incontrolable por llevar la cabeza descubierta o si provocan un triggering por no hablarle a alguien en femenino; en ambos casos se trata de responsabilizarnos de las conductas y del bienestar emocional de alguien más.
Pero aquí la frase clave es “No hay espacio alguno para la discusión en este tema”. La acusación de discurso de odio, con la consigna acompañante de “los derechos no se debaten”, es fundamental para la supervivencia de este movimiento. Nada lo amenaza tanto como la libertad de expresión.
Al pan, pan y al vino, vino
Y la imposición de los pronombres es del todo contraria a la libertad de expresión y a la libertad de pensamiento. El hecho de que misgenerar sea considerado delito de odio lo deja claro. Según el discurso transgenerista, cuando alguien no usa los pronombres de preferencia de alguien más, la única motivación posible es el odio y lo que se quiere es hacerle daño. No hay otra explicación. Esta idea de que si estoy en desacuerdo contigo significa que te odio es uno de los grandes males que han traído consigo las redes sociales.
Esta idea de que si estoy en desacuerdo contigo significa que te odio es uno de los grandes males que han traído consigo las redes sociales.
En realidad, la misgeneración es peligrosa para el transgenerismo en la medida en que usar los pronombres que corresponden al sexo denota que no creemos que un hombre pueda ser mujer por mucho que diga sentirse tal. Así de simple. Cuando una entrevistadora le preguntó a Kellie-Jay Keen “¿Qué tiene en contra de las mujeres trans?”, ella respondió: “Nada; simplemente no creo que sean mujeres”, en la mejor síntesis de este debate que pueda haber.
Tienen razón en que nuestras creencias son peligrosas, pero no porque provoquen sufrimiento, sino porque su ideología no resiste el análisis feminista. Si no crees en los cuerpos equivocados y en las almas estereotipadas, es imposible que creas en los postulados transgeneristas. La ideología se desmorona cuando se pone negro sobre blanco. Arropar el discurso en una retórica enredada y confundir a la gente es parte del trabajo; la otra parte es impedir a toda costa que se escuche a las feministas radicales y abolicionistas, para que la gente, naturalmente confundida, no pueda aclarar sus ideas.
Decirle él a un hombre que dice identificarse como mujer es una negativa, una mujer diciéndole que no. Eso es lo que menos les gusta. Es un rotundo “No, gracias”, como el que pronunció la levantadora de pesas estadounidense Sarah Robles en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 cuando les pidieron a las medallistas comentar qué pensaban de la participación de un hombre en la categoría femenina de su deporte. “No, gracias, no voy a hacer como si Laurel Hubbard fuera una mujer”; “No, gracias, no queremos a hombres invadiendo nuestros espacios”; “No, gracias, no le entro al juego, prefiero decir lo que creo y describir lo que perciben mis sentidos”.