No nos moverán, no nos borrarán, no nos callarán

Amparo Mañes
Amparo Mañes
Psicóloga por la Universitat de València. Feminista. Agenda del Feminismo: Abolición del género
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A propósito de las personas trans, los psicólogos y las psicólogas que las atienden a menudo  alegan que el sufrimiento psicológico que pueden tener estas personas no es inherente a su condición trans, sino al rechazo social que sienten por expresar su identidad y que esta no resulte acorde a su cuerpo. Obviamente, no están hablando de todas las personas bajo el paraguas trans, porque algunas sí experimentan un sufrimiento directamente vinculado con el rechazo a su cuerpo sexuado que no reconocen como propio.

Porque hablar del colectivo trans sin especificar claramente a quienes incluye ese colectivo, es mezclar diferentes realidades, partiendo normalmente de la confusión interesada entre «sexo» y «género». Ceremonia de confusión que no solo se da en el campo de la psicología, sino -y mucho más específicamente- en el ámbito legislativo, allí donde manejar conceptos jurídicos imprecisos debería estar más proscrito; lo que nos da la pista de que, en realidad, esa confusión no es fortuita sino, que, por el contrario, estamos en presencia de una estrategia deliberada.

Por eso es importante romper con esa confusión terminológica. A ello pretendo colaborar, sin ningún ánimo de exhaustividad (sería inabarcable hablar de los más de 350 géneros que, se afirma, existen), distinguiendo los grupos principales que están dentro del «paraguas trans»:

1- Las personas transexuales, que experimentan rechazo a los signos externos de su cuerpo sexuado. Y eso sí es una patología que requiere tratamientos psicológicos e intervenciones farmacológicas o quirúrgicas, sin que esa realidad -por cierto- esté adecuadamente recogida en el proyecto de Ley Trans actualmente en tramitación.

2- Los travestis, normalmente varones, que sienten impulso o deseo de vestir con ropas «femeninas» y que solo a partir del tsumani trans aparecen como colectivo reivindicativo de derechos, ya que hasta ahora sus quejas legítimas se referían al derecho a no ser discriminados por su ocasional o permanente expresión de género.

3- Las personas transgénero, que experimentan el deseo de performar los estereotipos de género socialmente atribuidos al sexo contrario al de su nacimiento y que les lleva a concluir que «si tienen ‘gustos’ de mujer, es porque ‘se sienten mujeres’ y, si se sienten mujeres, es que ‘son» mujeres»; y lo contrario en el caso de las nacidas mujeres que se sienten hombres.

Por diferencia con las personas transexuales, no suelen precisar cambios anatómicos relevantes (salvo que se trate de infancia y adolescencia, en cuyo caso es prácticamente obligatoria la hormonación y la amputación de miembros sanos), e incluso pueden llegar a hacer ostentación de su morfología masculina. Llamo la atención sobre el hecho de que no ocurre lo mismo cuando hablamos de mujeres que se autoperciben como hombres, ya que -al parecer- no está «bien visto» que haya «hombres con tetas», pero sí «mujeres con pene».

4- Las personas autoginefílicas, que son aquellas que se excitan sexualmente pensándose como mujeres, y/o experimentando placer sexual al vestir prendas femeninas o por recibir tratos humillantes o degradantes que los hombres han decidido que nos gustan a las mujeres (spoiler: a la inmensa mayoría de las mujeres no nos gusta que nos degraden, nos golpeen, etc.).

A veces resulta realmente difícil distinguirlas de las personas transgénero.

5- Las personas no binarias, que alegan su negativa a adoptar estereotipos de género binarios. Aunque no entiendo muy bien esta tipología -al menos como nueva- , porque eso es lo que ha predicado el Feminismo a lo largo de sus más de 300 años de historia. Y menos dentro del paraguas trans que, lejos de impugnar los estereotipos de género, les otorga validez para la mayor parte de los colectivos incluidos en ese paraguas, incluso llegando a mutilar cuerpos sanos.

6- El último grupo que quiero identificar es el de cada vez más chicas adolescentes que, convencidas de que cambiar de sexo es posible e incluso admirable y heroico, tras una década de impresionante despliegue publicitario de medios de comunicación, redes sociales, etc., esperan así huir de las exigencias cosificadoras e hipersexualizadoras que, al entrar en la pubertad, se les exigen. Y también para huir del abuso y la violencia sexual que sufren o -con alta probabilidad- pueden sufrir, por el hecho de ser mujeres.

Sin duda estas descripciones son mejorables y matizables. Invito a hacerlo al colectivo trans. Lo que está claro es que las diversas realidades descritas, siendo -por descontado- merecedoras de la atención y de las actuaciones procedentes que eviten sufrimientos innecesarios a las personas que los experimentan, no pueden ser, en modo alguno, homogéneas. Ya que resulta evidente que problemas distintos exigen abordajes terapéuticos distintos. Y claro está, también requieren -en su caso- acciones legales diferentes.

En el caso de las medidas legales, y por lo que se refiere al primer grupo de los descritos (el de las personas transexuales), el Feminismo, no objetó en su momento, ni tampoco fue consultado, sobre la oportunidad de aceptar la ficción jurídica del cambio de sexo registral. Que no objetara esta grave quiebra de la realidad pudo, a mi parecer, deberse a considerar que -al tratarse de un porcentaje ínfimo de la población- se producirían desajustes irrelevantes estadísticamente hablando; y/o por considerar que las personas transexuales, una vez completado el tratamiento hormonal y quirúrgico exigido -salvo excepciones muy contadas- por la ley 3/2007, puede que no fueran mujeres biológicas, pero tampoco eran varones funcionales, sexualmente hablando.

En el caso del grupo de las personas travestis, en el de las transgénero y en el de no  binarias, coincido totalmente con la apreciación de los y las profesionales de la psicología en que, dejando aparte la concurrencia de otras posibles dolencias, desobedecer los mandatos patriarcales sobre cómo debe comportarse o vestirse una mujer o un hombre no es patológico; y su malestar claramente procede del rechazo social por no cumplir los estereotipos de género asignados a su sexo de nacimiento. Pero es que la solución a estos malestares es la que viene preconizando el Feminismo desde sus inicios: la abolición del género como norma social opresora.

Porque, si el malestar con el género tiene un origen social, lo que hay que hacer es cambiar las normas sociales que se imponen a las personas artificialmente por medio de determinadas creencias, comportamientos y expresiones de género, y diferenciando jerarquizadamente unas y otros en función del sexo con el que se haya nacido. Ante esa imposición patriarcal que, además, impide o dificulta gravemente el libre desarrollo de la personalidad,  la solución lógica es abolirlo y, en ningún caso, promover la modificación (por otra parte inviable) de la condición biológica del sexo que, además, no tiene culpa alguna de los malestares que sí origina el género.

Pero -paradójicamente- ni el transactivismo, ni los Estados que lo avalan, ni los intereses económicos que lo financian, piensan cambiar esas normas sociales. Por el contrario, parecen considerar que es mucho mejor que los individuos (preferentemente infantes y adolescentes) se adapten a esas normas sociales mutilando y hormonando salvajemente sus cuerpos sanos, restaurando así el orden social patriarcal que pudiera haberse visto alterado o puesto en peligro; y de paso, generando pingües beneficios a empresas médico-farmacéuticas y biotecnológicas.

En cuanto a la excitación sexual de las personas autoginefílicas, dar carta de naturaleza legal a algunas parafilias, a mi juicio nos aboca directamente a la posterior exigencia de legitimar otras, por inadmisibles que estas sean, tales como la pedofilia o la zoofilia. Legitimando, con ello, sus respectivas prácticas. En cualquier caso, dado que la autoginefilia es practicable en solitario o con otras personas mayores de edad, no hay razones que aconsejen que debiera salir de la esfera íntima de la sexualidad entre adultos y adultas.

Por lo que se refiere al sexto grupo de los descritos dentro del paraguas trans (las chicas adolescentes), en primer lugar resulta paradójico que los espectaculares incrementos de deseo de transicionar en chicas muy jóvenes no haya suscitado interés investigador a tono con lo alarmante de las cifras. A falta de investigaciones casi inviables -ya que cualquier hipótesis que se separe de la «afirmación trans» es rápidamente tachada de transfóbica- es fácil intuir que no deben estar lejos de permitir explicar esos porcentajes la creciente exigencia hipersexualizadora dirigida a las adolescentes, la cada vez más violenta práctica sexual que sufren, directamente derivada del aprendizaje adquirido en pornografía por sus parejas sexuales, el abuso sexual temprano, la orientación sexual lesbiana a la que ahora se le exige que acepte penes femeninos; los trastornos de personalidad estructurales, o coyunturales típicos de esta etapa vital; y, finalmente, la inculcada creencia de que el sexo se asigna socialmente y es posible cambiarlo (¿quién en su sano juicio, si le han convencido de que puede cambiar la causa de su opresión, no lo haría?).

resulta paradójico que los espectaculares incrementos de deseo de transicionar en chicas muy jóvenes no haya suscitado interés investigador a tono con lo alarmante de las cifras.

Todas estas adolescentes están, en realidad, huyendo de las servidumbres que impone la femineidad. Y, por tanto, la solución es clarísima y pasa -como en otros grupos del paraguas trans- por abolir el género. Pero estas adolescentes, además, nos señalan una de las principales prioridades abolicionistas: empezar por la violencia sexual (y también reproductiva) que lo sostiene, aboliendo de manera urgente instituciones mafiosas tales como la pornografía y la prostitución.

A la ceremonia de confusión que antes he mencionado, originada por mezclar grupos muy distintos dentro del paraguas trans, contribuye también la evidente falta de concreción de conceptos que resultarían esenciales para entender los textos legislativos que pretenden solucionar el sufrimiento de las personas trans: Porque, en efecto, se habla en ellos de identidad sexual, identidad de género, expresión de género…pero -en cambio- no se definen los conceptos esenciales: SEXO y GÉNERO ni tampoco la expresión SEXO-GÉNERO tan utilizada en las leyes autonómicas. Me pregunto cómo se puede legislar sobre transexualidad y transgenerismo omitiendo los conceptos básicos de los que necesariamente parten ambos conceptos; haciéndolos pasar por sinónimos -no siéndolo- cuando sirve a sus intereses.

Y es que la construcción patriarcal del género no se ha oficializado nunca. En primer lugar, porque cambia con el tiempo, con los espacios y con los intereses de las poblaciones en las cuales se impone. En segundo lugar, porque una construcción de tan vital importancia para el mantenimiento del sistema patriarcal no sería suficiente con documentarla (eso, incluso, permitiría su más sencilla impugnación). No, lo que se hace es INOCULARLA desde la más tierna infancia, permeando todos los ámbitos de la vida hasta hacer creer a la gente que el género es naturaleza y no la construcción artificial de que realmente se trata. Por eso resulta tan difícil, no solo detectar el género, sino también deshacerse de él. Y es una de las principales razones por las que no interesa especificar, en las leyes trans, la diferencia conceptual entre sexo y género. Porque ¿cómo explicitar que el género es una construcción artificial opresora y, al mismo tiempo, legitimar que suplante a la realidad material biológica?

Lo bien cierto es que los avances del Feminismo en la cuestión del género, al identificarlo como la principal herramienta de opresión patriarcal; y el correlativo y necesario objetivo de impugnarlo, han provocado a «la bestia». Y, en un contraataque feroz, es la primera vez que se pretende oficializar el género, pero -como digo- sin definirlo; y borrando, a la vez, el sexo. Porque un campo del DNI no debería poder referirse a la vez a dos conceptos diferentes: al sexo, como condición biológica, y al género como identidad; pero las leyes trans así lo hacen. De manera que, con una lógica perversa, si las mujeres no están conformes con la opresión por razón de su sexo, no tienen más que cambiar al sexo registral contrario. Y si no lo hacen, con lo fácil que resulta, eso podría interpretarse como conformidad con el género que las oprime. Se entiende ahora muy bien la lógica del binarismo de nuevo cuño establecido por el transactivismo: Personas trans vs personas cis (a las que cínicamente -al menos en el caso de las mujeres- definen como aquellas que no presentan discrepancia entre su sexo y su género).

La otra gravísima repercusión de confundir sexo y género en el Registro Civil es la imposibilidad de obtener datos fiables relativos a las nacidas mujeres. Por eso, desde el Feminismo -y desde la más elemental racionalidad- es necesario seguir insistiendo en que la importancia que se otorga a la autodeterminación de género (que -por cierto- ninguna norma de nuestro cuerpo legislativo prohíbe) en el Proyecto de Ley Trans en tramitación, encubre en realidad un objetivo oculto pero evidente: desvirtuar el dato del sexo, único de ambos conceptos constitucionalmente protegido, en el Registro Civil. ¿Y por qué se pretende eso?

La más evidente consecuencia de esa estrategia es que posibilitaría reforzar la opresión de las mujeres al impedir o distorsionar la medición de los datos que la demuestran («No data, no problem, no action«), llevándose por delante buena parte de los escasos logros obtenidos por el Feminismo tras tres largos siglos de lucha, al dar cobertura legal al género antes que al sexo, incluso permitiendo que personas nacidas en el grupo opresor, usufructúen las acciones positivas destinadas a corregir la discriminación por sexo, que no por género. Amparándose para ello en los nunca concretados «derechos humanos de las personas trans». A este repecto tendremos que convenir en que, si no se concreta qué derechos humanos no tienen las personas trans, la razón es bien sencilla: porque no carecen de ninguno de ellos.

Por otra parte, que el Proyecto de Ley Trans defienda que el campo «sexo» del DNI refleje, no necesariamente este, sino también la identidad de género, tras definir esta como la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, hace que me plantee dudas en diversas cuestiones:

  • ¿cómo es posible que se reduzca el género a una identidad binaria? Si ese sentimiento es una vivencia íntima y personalísima de cada cual, el campo «sexo» (convertido en sexo registral o, lo que es lo mismo, en género), debería abrirse en nuestro país a 47 millones de posibilidades. Porque ese es justamente el proceso identitario: aquel que nos identifica como personas únicas y nos permite diferenciarnos de las demás.
  • ¿Por qué hablamos de identidad de género si lo que se cambia en el Registro Civil es el sexo?
  • ¿Por qué el género, una herramienta de opresión, no solo no se anula en Estados que se declaran progresistas sino que, por el contrario, se blinda y se protege?
  • ¿Por qué en algunos países con legislaciones trans de mayor recorrido temporal, se está sustituyendo el campo «sexo» por el campo «género» en los documentos oficiales?
  • ¿Por qué se ha ido cambiando paulatinamente la expresión «identidad de género» por la de «identidad sexual»?
  • Si nos referimos a la identidad sexual, ¿Cómo puede alguien, sin poder basarse en las vivencias biológicas del sexo opuesto al suyo, ya que no es posible que las haya experimentado, tener una vivencia individual del sexo que no se base en los artificiales estereotipos que configuran el género?
  • ¿Cómo puede alguien que no es mujer u hombre, saber cómo es sentirse mujer u hombre respectivamente? ¿desde qué marco de referencia «alguien que no es» sabe cómo se siente «quien sí es»?

Nadie da contestación a estas preguntas. Lo que suele ocurrir, en cambio, es que, quien las formula es tachada inmediatamente de tránsfoba sin merecer, según parece, contestación razonada alguna por parte de quien le insulta. Que esta sea una reacción tan sistemática, a muchas nos hace temer que, lo que en realidad ocurre, es que no hay respuestas. Solo enormes intereses ideológicos o económicos detrás de este delirante posicionamiento.

En todo caso, anticipándome a la segura y típica reacción transactivista, dejo constancia de que este artículo no pretende ofender, faltar al respeto y mucho menos odiar a nadie. Porque no puede tacharse de transfobia o de exclusión el hecho de preocuparse y/o defender los derechos de las mujeres. En cambio, percibo en muchas voces trans un desprecio profundo y un odio visceral hacia las mujeres y, en particular, hacia las feministas. Querría trasmitirles que yerran el tiro: sus malestares tienen origen en el Patriarcado y en los hombres que lo sostienen para mantener los privilegios masculinos. Huir de la opresión masculina oprimiendo a las mujeres no puede ser, no es, una solución justa.

En cualquier caso, NO NOS MOVERÁN. Mientras las injusticias debidas a un género opresor -que no identitario- permanezcan, allí estaremos las feministas para denunciarlas y para exigir a nuestros gobiernos que dejen de mirar -tan ensimismadamente- a algunas minorías. Porque así no ven, o no quieren ver, que más de la mitad de la ciudadanía a la que dicen servir está explotada social, sexual y reproductivamente de manera totalmente injusta por una condición biológica que se pretende ignorar: pertenecer al SEXO femenino.

Decía antes que no nos moverán. Ahora también digo que las mujeres existen, el sexo existe y, por eso, NO NOS BORRARÁN Y NO NOS CALLARÁN.

#NoLeyTrans

#StopDelirioTrans

 

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