Analizando a toro pasado los acontecimientos y manifestaciones en torno al 8 de marzo, me he encontrado en una auténtica encrucijada dialéctica nada lineal, ya que esto del feminismo se ha transformado hasta llegar a ser un fenómeno social muy complejo. Antes, el feminismo era el movimiento que trabajaba por la liberación de las mujeres, que insertas en una civilización patriarcal y en las diversas culturas específicas, tenía múltiples frentes en los que luchar socialmente y tratar de influir políticamente. Con diversas reivindicaciones, conformábamos un solo frente sin que las tendencias ideológicas consiguieran dividirnos. No, el 8 de marzo, no. Éramos todas una, formábamos un poderoso “nosotras”. En la manifestación confraternizábamos unas con otras y podíamos encontrar a muchas amigas un poco perdidas. Era una fiesta de auténtica sororidad. Cierto es que éramos mujeres diversas políticamente hablando: marxistas, socialistas y autónomas. Bastante semejantes en cuanto a una clase media progresista, académicas y profesionales, burguesas y sindicalistas, edad media y algunas mayores, pocas jóvenes, falta de relevo. Un poco éramos “las de siempre”. Y así años y años. Hasta que en 2018 lo sembrado dio sus frutos: las manifestaciones en las principales ciudades españolas desbordaron todo lo previsto. Las jóvenes al fin acudían al llamado.
Contrariamente a lo que podría suponer semejante éxito del Movimiento, ese fue el principio del fin con Podemos ya brujuleando en la política y en el Congreso. Lo peor ha sido cuando han llegado al Gobierno y alcanzado –mejor, tomado – el Ministerio de Igualdad. Desde él están pretendiendo “hacerse con” el Movimiento feminista y, de paso, con el movimiento trans y con los proxenetas (paraguas rojos), que a los tres grupos los metieron en la manifestación del 8 de marzo como si de tres “colectivos” equivalentes se tratara. No hay intenciones de cumplimiento de ninguna Agenda feminista que valga, sino de embaucar a varios colectivos para mantenerse lo más posible en el poder o para volver a tomarlo. Quieren quedar bien con unos y con otros a pesar de todas las contradicciones. Para empezar, ¿qué pinta una Ley Trans defendida por el Ministerio de Igualdad? ¿Por qué han amadrinado semejante movimiento si su lugar lógico hubiera sido el Ministerio de Sanidad? No pintan nada en el feminismo, pero ahí metido con calzador sí podrían destruirlo o dividirlo, como estamos comprobando. Me dirán que no es un tema de salud, pero sí de medicalización y cirugía. El porqué lo han querido meter en Igualdad es un misterio arcano. Tal vez porque “igualdad” es un concepto vacío que lo mismo sirve para definir mujeres que feminismo, gracias a su equívoca utilización durante lustros por las políticas y las académicas. Con un concepto vacío puede hacer una lo que le dé la gana, incluidos cambiar el objeto del feminismo por otra finalidad o el sujeto del mismo, que ya somos todas, todos y todes. Es lo que empezaron llamando “feminismo del 99%”. Conclusión: si todo es feminismo, nada es feminismo y, por tanto, toda esa energía puede ser transformada en otra dirección en cualquier momento: última etapa del “entrismo”.
A primeros de marzo el Ministerio de Igualdad montó un Congreso, nada menos que en la Facultad de Medicina de la Complutense, con eminentes ponentes, cuyas posturas intelectuales calzaban perfectamente con las orientaciones políticas de Podemos. Ni una feminista abolicionista, ni una del feminismo clásico de este país, ni una sola de las canceladas profesional o políticamente. Más significativas las ausencias que las presencias, sin duda. Sabemos que no se escatimaron gastos con nuestros impuestos. Y menos se escatimarán en el Congreso que se está preparando para finales de marzo en México, del que este anterior ha servido de preparación. Pues sí, en México está programada una Internacional Feminista, en la que intervendrán las Boric, las Petro, las AMLO, las Lula y las políticas y dirigentes del resto de los países Latinoamericanos, así como de algunos europeos y asiáticos hasta más de treinta. No se lo ha publicitado suficientemente, supongo que para que sea una mayoría aplastante la que imponga “una hoja de ruta que permita la articulación del debate sobre propuestas”, y se anuncia como “Encuentro Fundacional de la Internacional Feminista” del 30 de marzo al 1 de abril. ¿Qué pasará luego? Que harán ley de las propuestas que de ahí salgan, igual que hicieron los de Yogaykarta con sus “principios”, que fueron asumidos por Naciones Unidas y prácticamente adoptados por la mayoría de países como leyes. En la convocatoria se habla de que es un “proyecto ideológico”, de establecer una Agenda permanente, que tenga mucho que ver contra el capitalismo y el neoliberalismo, pero sin nombrar en ningún momento el patriarcado. Después de esa Internacional, el feminismo se habrá convertido en una lucha por el socialismo. Misión cumplida. Es lo que yo explicaba en mi artículo “El entrismo en el movimiento feminista” en este mismo medio en el 2020, aunque no imaginaba que iba a ir la cosa tan rápida.
A primeros de marzo el Ministerio de Igualdad montó un Congreso, (…) Ni una feminista abolicionista, ni una del feminismo clásico de este país, ni una sola de las canceladas profesional o políticamente. Más significativas las ausencias que las presencias, sin duda.
Para que todo esto haya podido suceder, el feminismo hegemónico en España se ha tenido que plegar siempre al poder del Partido y ha enloquecido con la paridad y los carguitos. Un pacto fáustico donde los haya. Para muestra, la vergüenza ajena que nos han producido las parlamentarias y senadoras socialistas, votando lo que toca por mucho que se hayan declarado feministas por los cuatro costados. Honrosa excepción: Susanna Moll. Ya ninguna feminista puede confiar en ellas. ¿Saben que en el Infierno de Dante, los traidores son los peores de los réprobos?
Tampoco podemos olvidar los años de vino y rosas en los que los grupos feministas afines al poder socialista han disfrutado de lustros de vacas gordas y no se han acordado de las que han estado a las migajas. Ahora, Pedro Sánchez, se descuelga con una futura “ley de paridad”, que, en realidad, va a favorecer a las mujeres mejor situadas en nuestra sociedad, porque el feminismo hegemónico siempre ha perdido el oremus por la igualdad horizontal, olvidando la vertical, que es la que ha recogido Podemos. La paridad horizontal habla de juezas, de empresarias, de banqueras, de políticas, de catedráticas….En fin, pero de igualdad entre señora y sirvienta, entre profesora y alumna, entre banquera y usuaria, entre nacional y extranjera nunca se ha planteado y menos la paridad. Por ese tipo de igualdad es por donde está creciendo el feminismo, al menos el subvencionado por el Ministerio de Igualdad y por la Open Society Foundation.
Lo que está claro por la derecha y por la izquierda es que ambas instituciones políticas han roto el Contrato Social. Ellos han contratado, no con nosotras, sino con la gente que está arriba y nadie ha votado: Con los mayores fondos buitre, los “filántropos” multimillonarios, los grandes banqueros, los tipos del Foro de Davos. Izquierda y derecha han vuelto a ratificar la ley mordaza del PP. La ley más ignominiosa contra la democracia. Ante semejante paisaje político sólo nos queda la desobediencia civil y comenzar, de nuevo, el mundo que queremos y no la mentirosa Agenda 2030. Obedecer a la izquierda o a la derecha es hoy un suicidio. La desobediencia significa romper por nuestra parte el Contrato social como respuesta coherente. Romperlo desde abajo.
En esta bifurcación histórica, ya tenemos los suficientes elementos de juicio como para iniciar el feminismo que ahora necesitamos. Sin olvidar todo el acervo que tenemos detrás, pero sin atarnos a ningún feminismo doctrinario; sin fidelidades a nada, pero con lealtades a todo aquello que nos haya ayudado o alumbrado; entendiendo el feminismo como la gran revolución y la desobediencia civil como la principal herramienta del verdadero cambio en este momento político. ¿Por qué? Porque hay que romper con un feminismo institucional que a la hora de la verdad nos deja en la estacada como han hecho las socialistas; porque hay que distanciarse también de un proyecto político que sólo usa el feminismo como movimiento de masas que sirve a otros objetivos. Alerta: el feminismo ya no es lo que era.