Ana Obregón y Miguel Bosé (pongan aquí otros ejemplos muy similares de otras personas ricas y famosas) nacieron en una familia acomodada en la que era fácil complacer los caprichos de criaturas tan guapas y agradables. Ana Obregón y Miguel Bosé seguro que apenas escucharon un no, al menos con referencia a sus deseos materiales.
Ana Obregón y Miguel Bosé nunca han tenido que pararse a pensar demasiado en las desigualdades de este mundo, ese que hace que algunas mujeres tengan que aceptar lo inaceptable para satisfacer el deseo (que no el derecho) de otras personas de ser madre o padre. Ese mundo en el que, ni Miguel ni Ana tienen empacho para aprovechar la vulnerabilidad de esas mujeres, interfiriendo gravemente en sus vidas. Ese mundo que hace que, por ejemplo en Ucrania, algunas mujeres no encuentren otra salida para poner el pan en la boca de sus «otros» hijos e hijas, que alquilar su cuerpo y su vida a otras personas.
Ese mundo que en USA les dice a las madres que si sus hijos e hijas quieren ir a la universidad y no tienen dinero (porque cada vez en más países el dinero es la verdadera fuente de derechos), les queda la opción de alquilarse por casi un año a otra persona, poniendo en riesgo su salud y su vida.
Porque, aunque cualquier embarazo comporta ciertos riesgos, no es lo mismo un embarazo natural que otro inducido; este último tipo de gestaciones puede requerir varias inseminaciones con anestesia; en ellos no son infrecuentes los abortos espontáneos; y apenas sabemos (porque no interesa saberlo), qué repercusión tiene en la salud emocional de una mujer que engendra en su útero a su hijo o hija y que le arrebatan en el mismo quirófano porque ha «consentido» (el dichoso consentimiento de las mujeres pobres o vulnerables) la venta de su bebé por dinero. Por último, ¿de quién es la responsabilidad de que eventualmente, fallezca en el parto? Una tragedia posible, que el mercado reproductivo solucionará buscando a otra mujer que se preste a la transacción.
Además, como habitualmente se suele recurrir a otra mujer (la «donante genética»), ésta habrá tenido que agredir su cuerpo a base de estimulación ovárica para ceder cuantos más óvulos sanos, mejor, sin conocer bien los riesgos actuales y futuros de esas donaciones; y todo ello, no por altruismo sino por dinero.
Nada de eso les importa a Ana o a Miguel.
Ana Obregón se enfrentó a un drama que, desgraciadamente no es exclusivo de ella. Porque muchas madres han vivido o vivirán una de las vivencias más terribles en la vida como es perder a tu descendencia; pero, a diferencia de Ana, sobrellevan su trauma honestamente, sin implicar a una mujer necesitada ni a una niña inocente.
Miguel Bosé se enfrentó a una separación que también es un drama, aunque menor que el anterior, y que, como en el caso de Ana, tampoco es exclusivo. Aunque la solución para él fue fácil, al plantearse la distribución de los hijos como si estos fueran propiedades. Al fin y al cabo, los compró. Y desde luego, no parece que le importara lo más mínimo el impacto emocional que para los otros dos niños supuso la drástica ruptura con quien hasta ese momento consideraban su padre.
Por su parte, Ana Obregón es una mujer lista que suele pulverizar las fronteras entre el mundo de los negocios y la vida personal, siendo la exposición de su hijo a los medios, una buena prueba de ello, y apuntando maneras con su nueva hija-nieta.
Miguel Bosé no comprende bien la diferencia entre la vida personal y la ética, como demuestra el «reparto» de hijos como quien se reparte los muebles.
Sabiendo todo eso,
¿A quién sorprende que si Ana quiere comprar una hija (o mejor, nieta, en un nuevo giro de tuerca de la gestación por sustitución) para reemplazar al perdido, deje claro que nadie le puede decir que no? ¿A quién sorprende que si Miguel quiere hijos, nadie pueda negárselos?
¿A quién sorprende que Miguel y Ana, que tienen naturalizada la servidumbre de la gente pobre, les parezca normal alquilar a una mujer (porque, como ya he comentado, no solo se alquila el vientre en la gestación por sustitución) y comprar hijos o hijas-nietas para resolver su trauma o para cumplir su capricho?
¿A quién sorprende que la operación comercial que ha orquestado Ana, en lugar de reportarle un quebranto económico, pueda reportarle importantes beneficios económicos a golpe de exclusivas? Y habrá que ver si las revistas que publiquen esas exclusivas, no cobrarán a su vez de los lobbies que pretenden legitimar la explotación reproductiva de las mujeres y el comercio ilegal de niñas y niños.
¿A quien sorprende que Miguel tuviera tan completa desconexión emocional con sus «otros» dos hijos que no tuviera reparo alguno en repartirlos? ¿Dónde queda lo de que tenían derecho a formar una familia? ¿Qué familia es esa que puede dividirse sin trauma?
No olvidemos que Ana y Miguel son caras muy conocidas de la explotación reproductiva pero no son, ni mucho menos, las únicas. Eso sí, personifican bien el perfil de quienes acuden a la gestación por sustitución porque son narcisistas y ese narcisismo exige perpetuarse «genéticamente»; desprecian a la «servidumbre» -esa gente pobre o con necesidades-, y no dudan en utilizarla inmisericordemente para cumplir sus deseos y comprar bebés como el último y exclusivo producto de lujo. Y detrás de ellos, una serie de mujeres y hombres de clase media que se preguntan por qué no pueden ellos perseguir sus sueños, aunque sea con un préstamo; tal y como harían para comprarse una casa o un coche. Imagino las expectativas y exigencias que tendrán con esa hija o hijo, como compensación al dinero que les ha costado.
Por otra parte, nuestro Estado, siempre haciendo ostentación del ‘interés superior del menor’, no considera conveniente establecer pruebas que garanticen la idoneidad como padres o madres de gente que explota reproductivamente a mujeres y compra a bebés. Antecedentes preocupantes, por otra parte, para concederles la custodia de cualquier ser humano. Al parecer, la Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida puede vulnerarse si se acredita que se es el padre, la madre -y ahora también la abuela- por su aportación genética. Parecen olvidar que hay cientos de miles de niños y niñas que ignoran quien es su donante genético y nadie osa reclamarlos como padres, ni ellos mismos. Porque lo de «padre genético» es un eufemismo para hablar de meros donantes de semen que -eso sí- cobran su donación en carne fresca. Al parecer, mediante el semen, y una cantidad variable de dinero adquieren el derecho contractual de que les entregue una criatura y de ser llamados «padres».
Tampoco olvidemos que lo que han hecho Ana Obregón y Miguel Bosé, es gracias a una floreciente industria que ha convertido la vida, el origen de la vida, en un negocio y que no tiene escrúpulo alguno si de por medio hay dinero. Que lo hay, y en cantidades indecentes. Sin esa industria, que negocia con la vida de mujeres pobres y vulnerables, es evidente que Ana y Miguel no habrían podido conseguir sus ‘productos’. Lean, lean los contratos que firman «voluntariamente» las madres de esas criaturas, renunciando a sus irrenunciables derechos. Las condiciones draconianas que les imponen: desde alimentación, a hábitos de vida, restricciones de movilidad, cesáreas innecesarias que comprometen su salud, etc.
Toda esa gente, que se involucra comprando o vendiendo bebés, componen el mercado de la explotación reproductiva. Ni se plantean, ni ven ni quieren ver el dolor que causan, ni mucho menos se detienen en los gravísimos problemas éticos que plantea esta lucrativa actividad. Esto es un negocio… y punto.
Si les interesa abrir los ojos y no dejarse llevar por los mensajes edulcorados que las revistas, el cine, la televisión, etc. no dudan en propalar, bien pagados por la industria de la explotación reproductiva, les recomiendo algunas imprescindibles lecturas: «Maternidades S.A: El negocio de los vientres de alquiler», de Laura Nuño; «En el nombre del padre», de Ana Trejo Pulido y «¿Gestación subrogada? Un enfoque abolicionista de la explotación reproductiva», este último realizado colaborativamente por integrantes de la Coalición Internacional para la Abolición de la Maternidad de Sustitución (CIAMS).
No permitamos que se convierta en realidad la distopia de «El cuento de la criada» que nos narraba tan visionariamente Margaret Atwood. No accedamos a que los deseos se puedan convertir en derechos… cuando se paga por ellos. No consintamos la vulnerabilidad y la pobreza de las mujeres, mientras consideramos aceptable que se vendan por necesidad. No toleremos que la humanidad se convierta en mercancía. En una palabra, no acabemos -ni consintamos que se acabe- con la más básica dignidad humana: el derecho a nacer sin constituir el objeto de una transacción comercial.
#NoVientresAlquiler
#AboliciónGestaciónSustitución